jueves, 17 de abril de 2014

El rostro del odio: El horizonte deformado de una sociedad rota.






Massiel Pacheco tiene 21 años, es madre de un bebé de meses y trabajadora informal: trabaja en un puesto de comida rápida junto al parque Mirada. Hace aproximadamente dos semanas, al llegar al lugar donde suele vender su mercancía desde hace unos años, encontró un paquete que escondía explosivos caseros. Atemorizada por el hallazgo, se dirigió a un miembro de la milicia que vigilaba la zona y se lo entregó. Massiel no tenía intenciones políticas, tampoco estaba “denunciando” a nadie más. Simplemente creyó actuaba de manera correcta.

Ahora Massiel se enfrenta a cargos de Terrorismo y posesión ilicita de armas. Fue detenida y llevaba a un centro de reclusión militar desde fue remitida al INOF. La juez que lleva el cargo le imputó no solo los delitos más graves que penalizan la supuesta posesión de armas de guerra sino que además, la sometió al escarnio público: fue recluida en una celda con presos comunes y además, aislada de la prensa y cualquier ayuda legal. La audiencia de Massiel se llevará a cabo mañana: es probable sea declarada culpable y encarcelada por un cuarto de siglo solo por cumplir lo que creyó era su deber ciudadano.

Leo la información escandalizada y preocupada. Durante las últimas tres semanas, el clima de impunidad y desorden legal ha aumento de manera exponencial, pero lo ocurrido con Massiel Pacheco trasciende la simple visión de una diatriba sobre la justicia torpe, el poder que lo detenta y algo mucho más turbio: la ley que se aplica bajo el auspicio político. Le hago el comentario a un grupo de amigos con quien me encuentro reunida y uno de ellos, rie en voz alta.

- Se lo merece ¿Quién la manda a ser "sapa"?

Nadie responde, pero unas cuentas cabezas asienten e incluso alguien, hace un ligero encogimiento de hombros. Desconcertada, miro al que hizo el comentario. A  Pedro (no es su nombre real) lo conozco hace un par de años. Se llama así mismo "libertario" y no duda en recordarte que "Venezuela merece la lucha". De hecho, en aquel momento lleva una camiseta tricolor y una gorra a juego.

- ¿Te parece que una mujer inocente deba ser encarcelada?
- Es una sapa. Nadie la mandó a entregar esa bolsa. Y seguro antes que la detuvieran, apoyó la represión como pudo. Así son todos.

Silencio de nuevo. Recuerdo la fotografía de Massiel que he visto en algunos periódicos. Una muchacha muy joven, de sonrisa inocente, que lleva un delantal y mira la cámara con timidez. ¿Que nos ocurre? ¿Que está pasando con la conciencia ciudadana del país en busca de una aspiración de justicia para interpretar la realidad de esta manera? Otro de los presentes, carraspea, incómodo.

- No se trata tanto de que apoye a nadie, sino que eso les va a demostrar a los chavistas que nadie está a salvo. Que incluso a ellos les puede ocurrir lo que han sufrido los estudiantes durante semanas - dice.
- En otras palabras, esta bien que le ocurra para que  sea simbolo de lo que puede pasar - respondo.
- Lo es, lo quiera o no - dice - está pasando. Y mejor que sea bien visible, que los chavistas...
- Esto va por encima de la ideología.
- ¿Por qué? ¿Por qué es humilde? - me responde Ana (no es su nombre real) que ha escuchado la conversación cada vez más irritada. Lo noto por su expresión dura, los labios apretados - ¿todo este escándalo con Massiel es porque es una mujer "de ellos"? ¿y todos los estudiantes, los ciudadanos decentes de este país que han sido detenidos?
- Es exactamente lo mismo, hablamos de casos idénticos.
- Con la diferencia que si a Massiel le hubieses preguntado unas horas antes que pensaba de las detenciones de la PNB y la GNB te habría dicho que las apoyaban.
- ¿Eso importa en su situación actual? - insisto. Me encoleriza la indiferencia, la manera como todos los reunidos parecen mirar el tema de la justicia en Venezuela como una eventualidad sin mayor importancia. Ana me dedica una mirada dura, cansada.
- A mi me importa. Estoy cansada de ser la que pone la otra mejilla.
- Todos somos Venezolanos.
- Diselo a un chavista - dice alguien más, un muchacho que en varias oportunidades ha sido herido en varias manifestaciones callejeras y en una ocasión fue detenido - diselo a esos Guardias Nacionales que te odian solo por ser "rico". Ve y hablales de reconciliación.

Hay un silencio acusador en la sala, como si mi defensa de la inocencia de Massiel Pacheco fuera una especie de traición a esa otra visión del país a la que supuestamente "pertenezco" o debería apoyar. Y asumo, de pronto, el enorme poder de la ideologización, de esa sistematiza polarización que nos convirtió en confrontadores naturales en lugar de negociadores. Y es que la pugnacidad parece ser parte del discurso, de la retórica e incluso de esa intima comprensión del otro. Es una sensación extrañísima y dolorosa, enfrentarme por ideas con quienes debería compartirlas. De pronto pienso, que es lo único que he hecho durante los últimos quince años.

- Massiel es solo una Venezolana - digo entonces - es alguien con tanto derecho a ser defendida como los estudiantes que están detenidos por causas absurdas. ¿Que defendemos entonces? ¿Cómo miramos el país? ¿Asumimos entonces que la política de segregación del gobierno es necesaria, puede aplicarse por partida doble?

Nadie responde. De hecho, no hay una sola mención del tema después, como si mis palabras carecieran de valor o simplemente el planteamiento fuera incomprensible. Y siento ese desconcierto de no reconocerme en ninguna parte, de no comprender realmente a la sociedad a la que pertenezco, a esta cultura sesgada y manipulada a la que sobrevivo. ¿Qué ocurre con la visión más profunda del país? ¿Esa que va más allá de la insistencia en consignas absurdas y en la esquematización del adversario? ¿Realmente comprendemos hasta que tan hondo llegó esa visión que menosprecia la pluralidad, el disenso y la crítica? Pienso de nuevo en el caso de Massiel Pacheco,   un simbolo de los alcances del abuso de poder, del uso de la ley como arma de guerra y sobre todo, la represión legal como método de violencia política. Pero aún más, es una prueba más que demuestra que ante un Gobierno que utiliza el terrorismo de Estado como forma de segregación, todos somos victimas. Y sin embargo, Massiel parece encontrarse en esa brecha que no la identifica con nadie, que la deja abandonada en medio de un enfrentamiento sin cuartel, en esa zona arrasada entre la visión oficial y la diatriba opositora. Porque Massiel Pacheco se enfrenta no solo a la indiferencia de un sistema legal que la atropella y la convierte en un nuevo rostro del oprobio, sino también al resto del país que la señala por otro “delito”, uno más simple y lamentable: “ser chavista”. En los días siguientes, seguiré escuchando con frecuencia comentarios de opositores radicalizados insistiendo que Massiel “se buscó” lo que vive o peor aún “lo merece” por sus preferencias políticas. Una contradicción evidente al discurso de paz y búsqueda de reconciliación que insiste la oposición de conciencia del país.

Pero yo solo veo su fotografía. La sonrisa inocente, el rostro como de niña. Cuando a periodista @por_puesto, muestra en Twitter las fotografías de la casa de Massiel, de la habitación humilde y pequeña que ocupa con su pequeño hijo, se me llenan los ojos de lágrimas. E imagino su miedo, el terror de verse superada por una situación que no comprende, que la supera, que la atropella sin que pueda evitarlo. Me obsesiona la soledad, esa que imagino de una victima que no tiene dolientes más allá de su familia, por la que nadie responde. Porque indudablemente resulta mezquino menospreciar la grave situación jurídica de Massiel Pacheco solo por ideología. Sin embargo está ocurriendo, como ha ocurrido durante quince años, como pasa cada día, en un país que no es otra cosa que el resultado de una segregación minuciosa y concisa, Entonces no queda más que preguntarse ¿Cual es la proclama en la que insistimos como ciudadanos? ¿Paz y libertad solo para cometer los mismos errores y tropelías del gobierno en funciones? ¿Que tipo de propuesta o alternativa política se propugna en un país donde se celebra y se admite la injusticia si beneficia al revanchismo? Una lamentable visión sesgada del país. Una distorsión grave y preocupante de quienes somos como ciudadanos y mucho más preocupante aún, como voceros de una posible transformación social.

Sentada en la puerta de mi edificio, veo a un grupo de manifestantes de pie junto a la esquina más lejana. Levantan pancartas, sacudiendolas al ritmo de pitos y panderetas. Un grupo de vecinos organizó una pequeña manifestación callejera, en apoyo a la búsqueda de justicia. Todos llevan fotografías de las victimas de bala, de los dos muchachos que aún continúan detenidos luego de haber sido detenidos el doce de febrero. También, distingo una fotografía de la periodista Nairobi Pinto, secuestrada días atrás y de la cual aún no se tiene noticia alguna. Pero en ninguna de las pancartas que piden paz y reconciliación, en ninguna de las que se exige "justicia" para el Venezolano, leo el nombre de Massiel Pacheco. Olvidada de nuevo en medio de las tropelías del poder, de la debacle del discurso y el enfrentamiento diario. Y me pregunto, si su caso - o mejor dicho, nuestra indiferencia hacia su destino jurídico -  nos permitirá reflexionar sobre quienes somos, que aspiramos y que país deseamos construir a partir de un ideal. Una toma de conciencia sobre nuestra responsabilidad sobre lo que ocurre y la propuesta alternativa que intentamos construir a base de lucha y debate social.

Me preocupa que sea otra de las tantas preguntas sin respuesta. Otra disyuntiva en medio de la visión del país roto a la mitad y más allá, de la sociedad que se  asume como superficial y venial.

C'est la vie.

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