sábado, 26 de abril de 2014

La bruja que sonríe a la noche y otras historias de Luna Llena.




Con cuidado, coloco uno a uno los libros en los anaqueles. Aún soy tan pequeña, que lleva mucho esfuerzo levantar el enorme volumen y colocarlo en su lugar. Pero vale la pena, pienso, mirando el paisaje de lomos de cuero pulidos, alienados sobre la madera. Vale la pena recordarlos así, bien colocados, todos guardando sus secretos. Menos uno. El que aún sostengo.

Lo abro. Nadie ha escrito en sus páginas amarillentas. No tienen ningún nombre, ni tampoco otra identificación que la brillante estrella de plata en la solapa. ¿A quien perteneció? ¿quién cosió sus hojas con cuidado, pulió el cuero, delineo con cuidado los arabescos de la solapa? No lo sé, me digo, pero me gustaría que fuera mio. Un libro que escribir y soñar. Una manera de comprenderme a mi misma a partir de las palabras.

Despierto. Aturdida, miro la oscuridad sin saber si continúo dormida o despierta. Finalmente, el sabor del aire nocturno me reconforta. Bebiendo a sorbos un poco de agua, pienso en las imágenes del sueño. Lo he tenido muchas veces en el pasado, aunque no sepa que signifique o si se trata de algo más elaborado que una escena de mi imaginación. ¿Se tratará de un recuerdo? No lo creo. No he visto jamás ese libro con hojas en blanco, con su reluciente solapa de cuero y su estrella grabada. Lo recordaría, sin duda. ¿Como olvidar algo tan bello? Cierro los ojos para mirarlo otra vez, la niña que soy en el sueño sosteniéndolo con delicadeza. Las hojas murmuran cuando las hago correr. Pequeñas grietas en medio de ese silencio. Me quedó dormida, la mujer que soy en esta penumbra dulce, mientras la niña baila con el cuaderno aun apretado contra el pecho, en mi mente.

Un libro de las Sombras, eso es. Lo pienso, con un sobresalto durante el día. ¿Como no lo había pensado antes? me recrimino. Sin duda es un Libro de las Sombras, esperando a ser escrito. Una de esas maravillas de cuero y hojas gruesas que se guardaban en casa de mi abuela, llenos de los recuerdos y pensamientos de todas las mujeres de mi familia. Recuerdo la imagen de la biblioteca, repleta de libros, algunos tan viejos que se caen a pedazos los trozos de cuero y cartón del empastado. Otros muy nuevos, recién construidos por manos sabias. Siempre me gustó mirarlos. Pero ¿Y ese que veo en sueños? me pregunto mientras camino distraída por la ciudad.  Caracas tiene un aspecto azul y verde, reluce de dulzura en una tarde donde casi puedo creerla hermosa, inquieta. Sigo pensando en el libro mientras miro el cielo, tan diáfano con sus rebordes grises y manchones de azul añil. ¿Era real? seguramente sí. Desde muy niña, solía esconderme en la biblioteca de mi abuela a leer. Y muy pronto descubrí el placer de leer esos pensamientos ajenos, conservados en pequeños fragmentos de tiempo en las hojas de los libros. ¡Cuanto me sorprendió descubrir que cada Libro de las Sombras es escrito por la bruja que lo hace! Cuanto me conmovió, imaginar las manos de mujeres desconocidas trabajando en crear una diminuta obra de arte que cuidara sus pensamientos. Una forma de magia.

Mi abuela solía hacer los suyos en septiembre, cerca del Equinoccio. Era todo una ceremonia: compraba el cuero y lo decoraba con minuciosidad por semanas enteras. Después, cosía las hojas, una a una y a mano. Por último lo perfumaba con especias y albahacas, antes de bendecirlo ante la luna. Una vez tuve la osadía de preguntarle si no era más sencillo comprar un cuaderno en una librería. Mi tía M. me miró inquieta, irritada pero mi abuela solo sonrío.

- ¿Quien es lo que más te gusta en el mundo? - me preguntó. Continuó cosiendo la penúltima página del libro de ese año. El cuero era amarillo, remachado con cobre y tenía un aspecto radiante, con sus soles sonrientes en las esquinas y las ramas de arboles de fantasía rodeando la solapa.

Lo pensé. Al principio, casi respondí que leer. Me imaginé en mis horas felices, la más exquisitas, la más bellas, sentada con un libro en las rodillas, arrobada de emoción por las historias que los libros me contaban. Pero entonces después recordé que también amaba a escribir, que me asombraba esa sensación de crear como si de un proceso misterioso se tratara, paso a paso, palabra por palabra. Construir mundos que no existían hasta que yo les brindaba un lugar en el mio. ¡Ah!...¿Y la fotografía? recordé el momento en que levantaba mi cámara barata y capturaba un instante, que me robaba un momento al siempre, al ahora, a esa sustancia del tiempo de los sueños. Al final me encogí de hombros. Esa si que había sido una pregunta difícil.

- No lo sé, hay muchas cosas que me gustan - respondí. Abuela movió la cabeza, hincado la aguja de nuevo en el cuero. Era una aguja grande y curva, tan antigua - o así me lo pareció que me asombró no se rompiera en dos entre los dedos de mi abuela. La vi entrar y salir del cuero, airosa, brillante, la punta afilada y volver a sumergirse, creando, siempre creando. Me gustó el pensamiento y pensé que lo escribiría después.

- Eso está muy bien...¿Y no te parece que todas esas cosas que te gustan merecen un buen lugar para estar? ¿El lugar más bonito? ¿El más preciado?

Me tomó por sorpresa la pregunta. Mi abuela levantó los ojos para mirarme. Mi tia M., a su lado, también lo hizo. Y me sentí muy pequeña, con aquellas dos mujeres observándome así, desde la profundidad de su silencio, de ese misterio que las unía y que nunca supe bien de donde podía provenir.

- Bueno, claro - tartamudeé - me gustaría que tuvieran algo muy bello donde guardarse...pero...
- Entonces cuidarás ese lugar, lo harás confortable y cómodo. Para que los libros estén seguros y secos y tus palabras bien protegidas - dijo entonces abuela - Querrás mirarlo crecer y prosperar bonito, seguro, entre tus manos. Querrás que sea el fruto de algo tan profundo que sueñes con lo que ocurrirá, que le brinde sentido. Así demostrarás lo que te importa, lo que asumes como valioso en cada pequeña cosa que haces y que te llena de felicidad.

La escuché con los ojos muy abiertos. Vaya que sonaba importante, grandioso lo que decía. Recordé la manera como yo limpiaba casi a diario mi pequeña colección de libros, como ordenaba una a una las hojas de papel donde escribía. El lugar de honor que tenían en mi habitación mis fotografías. Y de pronto comprendí lo que mi abuela quería decirme, se hizo tan claro que me avergoncé de lo que había dicho antes. Miré el cuaderno a medio terminar entre sus manos: era hermoso por ser único, era bello por ser homenaje a lo que amaba y la hacia feliz. Valía la pena los pinchazos en los dedos, el trabajo de horas, inclinada sobre el cuero, para brindar hogar a ese poder especial, a esa idea tan profunda suya sobre la brujería.

- Lo siento - dije - cuando dije lo del cuaderno...no quería ofenderte. Solo quería...

No sabía lo que quería. Mi tía M. puso los ojos en blanco pero mi abuela sonrío con cariño. Ella me entendía o así lo pensé. La miré seguir cosiendo, puntada a puntada, asombrada de su paciencia y delicadeza. Un libro que contuviera todos los secretos de tu corazón.

- Mamá ¿Tienes un Libro de las Sombras?

A mi mamá no le gustaba hablar sobre brujería. Aún tampoco le gusta, pero de niña parecía que el tema le heria, le recordaba cosas que a diario trataba de olvidar. No me respondió de inmediato y pareció muy incómoda, sentada erguida en el Sofá del apartamento que compartíamos.  Los labios apretados, las manos muy tensas sobre las rodillas.

- De niña, sí - respondió por último - después, perdí el habito.
- ¿Por qué?
- Porque estudiaba y trabajaba. Después te tuve a ti. No hay mucho tiempo para esas cosas cuando tienes un bebé y estas sola.

Hizo un gesto agrio con los labios e inclinó la cabeza. Mi papá nos había abandonado cuando yo era aún un bebé, pero mi mamá no parecía superar el pequeño dolor que le suponía la herida aún abierta. Esa tarde en casa, la noté profundamente cansada, como si el viejo sufrimiento aún le pesara sobre los hombros.

- Pero mi abuela tiene uno. Todos los años hace uno - insistí - tu también...
- No quiero hacerlo ¿Esta bien? - dijo con voz dura. Me sobresalté - de necesitarlo, lo haría. Pero realmente...

Se levantó, en un movimiento rígido y lento que me entristeció. Porque era angustia, era dolor ese gesto de los brazos livianos rodeandole el cuerpo, esa diáfana fragilidad de inclinarse un poco, como si la angustia la dejara sin aire. La vi alejarse por el pasillo a su habitación y lamenté haberla provocado.  Permanecí sentada, preocupada y herida por las palabras de mi madre.

Pensé en ella mucho en las semanas que siguieron. Mi abuela terminó su Libro de las Sombras nuevo y como cada año, lo bendijo ante la Luna levantándolo al cielo en su jardín antipático. La observé maravillada y conmovida. Me pregunté si yo haría alguna vez un gesto tan simbólico. Y también por qué mi madre no querría repetirlo otra vez. Quise preguntárselo a mi abuela pero no me atreví. Cuando me permitió sostener su libro, lo miré arrobada y confusa. Un hogar para el corazón.

Esa noche soñé por primera vez con el libro de hojas blancas. Lo soñé tan claro, que desperté con las manos apretadas sobre la almohada, como si lo sostuviera. Volví a soñar con él unos días después y así, por meses. Pero era muy pequeña aún para que esas cosas pudieran impresionarme, para que pudiera comprender su significado. Lo atesoré y creí que se trataba de un deseo, uno muy fuerte, de que llegara el momento en que confeccionaría mi propio libro y escribiría en él. Sonreí hasta el pensamiento. En mi mente, ya mi libro me esperaba, aguardaba por mi en algún rescoldo del futuro.

Pero incluso después de tener mi propio Libro de las Sombras, continué soñando y asombrándome por la belleza del libro entreabierto en mis sueños, con el que seguía soñando de vez en cuando, al que veía con tanta claridad que despertaba con las manos extendidas. ¿Que era? ¿Que simbolizaba? Nunca lo supe. El sueño comenzó a ser menos frecuente y las preguntas sobre él más simples, hasta que finalmente lo olvidé, en medio de las imágenes y los sueños de todos los días.

Hasta que volví a despertar, con las manos extendidas en la oscuridad. Sosteniendo el libro de mis sueños en el vacío. Y de pronto, pensé en mi Madre. En mi madre que también era bruja, que llevaba la herencia a pesar de su silencio, de mirar hacia otra parte, de rechazarlo siempre que podía. Pensé en ese lugar vacío que esperaba por un libro de páginas en blanco. Y súbitamente lo comprendí todo, se hizo tan claro que me sorprendí no comprenderlo antes. No haberlo visto con tanta claridad. Me dormí de nuevo, plácida, el cabello flotando alrededor de mis sueños. Soñando de nuevo quizás con el libro que esperaba por mi a no tardar.



Mi madre me miró un poco extrañada, cuando le extendí el paquete bien envuelto en papel blanco y una cinta verde. Lo sostuvo y lo sacudió un poco entre risas.

- No es una joya - bromeó. Sacudí la cabeza. Mi mamá dejó el paquete a un lado y me sirvió un poco más de vino en la copa semi vacía - ¿Que es entonces?
- Ábrelo.

Cada año conmemoramos la muerte de mi abuela con una cena juntas. Un noche donde olvidamos nuestras viejas rencillas, nuestro dolor mutuo, quizás la desconfianza para sonreír y simplemente ser una parte de la otra. Amo a mi madre como el enigma que es, pero también, me sorprende su dulzura, su inocencia. Y también su fuerza. Con el transcurrir de los años, he aprendido a conocerla y a apreciarla. La miro, con su abundante cabello rubio cayéndole sobre los hombros, los ojos verdes chispeantes. El rostro hermoso a pesar de las primeras huellas de la edad. Y me reconozco en ella, en sus expresiones, en su modo de moverse, en lo intangible que la define. La amo, con absoluta sinceridad, con la sencillez de los niños. Sonrío otra vez cuando toma el paquete entre los manos, curiosa.

- Veamos - dice. Rasga el papel y entonces hay silencio. Uno muy significativo y profundo. El cuaderno, con sus solapas de cuero y su estrella plateada, tiene un aspecto solemne. Me llevó semanas confeccionarlo. Un esfuerzo elemental, solitario. Puntada a puntada, trozo a trozo. Recuerdo a recuerdo. Mi mamá lo sostiene entre las manos. Suspira.  Luego acaricia con los dedos la estrella, abre sus páginas en blanco, un poco imperfectas. Y temo que veré cuando me mire. Que dirán sus ojos, por ese pequeño atrevimiento mio, esa palabra silenciosa que no sé como admitir pronuncio a través del cuaderno.

Pero cuando levanta el rostro sonríe, y en sus ojos hay lágrimas. Y también inocencia, una tan pura y dulce que me conmueve, me llena de una sensación de comprensión. Atrás quedaron los años de discusiones, de pequeñas disputas. La diatriba incesante, el resquemor. Ahora solo hay estas lágrimas, esta ternura y este silencio que compartimos las dos.

- Me tienes que ayudar a escribirlo - comenta. Le tiembla la barbilla. Cuando la abrazo, esta temblando de emoción. Yo también - ya olvidé algunas cosas.
- Las cosas buenas realmente jamás se olvidan - le digo. La beso. Le seco las lágrimas. Reímos juntas - uno siempre conserva lo más valioso para guardarlo en buen lugar.

Reímos de nuevo, felices, por una vez cómplices. Una sensación delicada, exquisita, que nos une, que nos brinda un nombre, que nos llena de un poder secreto y sincero,  humilde pero tan real. En medio de esta noche de Luna Llena, de esta ternura de una historia que compartimos, del futuro que se escribe y de la esperanza que florece. Un secreto diminuto que ambas protegemos, la primera palabra entre las páginas abiertas de un libro que nos pertenece a ambas.

Un sueño a medio recordar.



La niña de mi sueño se sube con dificultad sobre la silla. Lleva el libro entre las manos. Con cuidado, lo alza y lo coloca en el lugar que lo espera desde hace tanto tiempo, entre tantas otras historias, entre las voces de la herencia que aguardó por él pacientemente. La niña mira entonces a los libros con una sonrisa, el corazón exultante, las mejillas coloreadas de emoción.

La mujer en que me convertí, sonríe en sueños. La noche le acaricia los párpados cerrados. Más allá de la ventana, la luz de la Luna Llena canta y recuerda.  Un resplandor de dulzura, una promesa de paz.

C'est la vie.

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