lunes, 20 de diciembre de 2010

Una Mirada Hacia el Infinito



Aunque no soy muy afín con las pinturas de paisajes y temas naturales - por alguna razón me encuentro perdida en medio de la inmensidad, muchas veces carentes de detalles que despierten mi interés - la obra de Caspar David Friedrich siempre me ha llamado mucho la atención, en especial su cuadro: Rocas cretáceas en Rugen ( circa 1818 ). Tal vez se deba a que no se trata del esbozo de una escena cotidiana, sino que existe en la pintura una cierta tensión subsecuente que me impulsa a pensar en una historia, un momento, una anecdota de significado especial, oculta detrás de las risada superficie del mar en calma o en los rostros medio entrevistos de las figuras que redondean la pieza. Cualquier sea el caso, el hecho es que la obra me despierta cierta inquietud, una vaga sensación onírica.

Caspar David Friedrich nació en 1774 en Greifswald, desde se puede ver la gran Ilsa de Rugen en una bahía del Báltico.  Era uno de los lugares preferidos por Friedrich para dar largos paseos y, cuando se casó en 1818 ( en aquella época vivía en Dresden ), enseñó a su esposa su ciudad natal y la Isla de Rugen. El cuadro de los acantilados blancos, obra sin datar aunque se suele dar por sentado que se pinto durante ese mismo año, probablemente fue realizado después del viaje de bodas.

Friedrich visitó repetidamente Rugen para dibujar y ejecutó numerosos cuadros a partir de sus bocetos, si bien apenas escribió sobre la isla que todavía no estaba unida al continente. Si queremos conocer las impresiones del puntor cuando paseaba por alklí, tenemos que atenernos a los testimonios de su amigo Carl Gustav Carus, médico y teórico del arte. Los dos hombres se habían conocido en Dresde y posiblemente la pasión de Friedrich por Ruger incitara a Carus a viajar a la costa del Báltico. Emprendió su viaje en 1818, el mismo año en que Friedrich se casó y probablemente pintó los acantilados blancos.

"Para llegar a Rugebn desde la bahía de Greifswald, habíamos fletado una pequeña goleta" anota Carus "y la mañana del 14 de agosto me embarqué con un cielo radiante en mi primer viaje por mar". Sin embargo, la isla no estaba preparada para recibir turistas: "En lugar de un hotel confortable, entre los bloques de granito dispersos no había más que una cabaña de pescadores llena de humor para satisfacer únicamente las primeras necesidades de los recién llegados".

El texto de Carus apenas cuenta nada sobre los habitantes de Rugen, sobre cómo se ganaban el sustento y cómo vivían; pero en contrapartida encontramos constantes descripciones de motivos que sin dura interesaron a Friedrich. "En el medio de la isla me encontré un roble centenario casi del todo muerto. Una figura inquietante, que tal vez albergaba un espiritu inquieto en su interior, cuyas ramas monstriosas, de un gris reluciente y marcadas por las inclemencias del tiempo, se estiraban hacia el mar azul..." La misma escena que más tarde pintaría, aunque con ciertamente, un aire más insólito que la que nos deja entrever su cuidadosa descripción.  Carus da un paseo hasta el cabo Arkona, "la punta más septentrional del territorio alemán", visita un lugar "donde extrañas piedras rúnicas rodean una larga tumba megalítica o quizás simplemente un túmulo sagrado". El roble seco, cabo Arkona y los túmulos megalíticos, son testimonios del pasado o de la historia nacional que reaparecen una y otra vez en los dibujos y cuadros de Friedrich.

Pero la vivencia en relación a la naturaleza más impresionante para Carus fue la vista desde los acantilados que hiciera famoso a Friedrich y que se ha transformado en la actualidad en una atracción de masas. "Al caer la tarde empezamos a seguir el sendero junto al río cubierto de follaje, escuchando ya desde lejos el bramido del mar que se mezclaba con el viento enredándose entre las hojas. De repente se abrió un claro en el bosque y nos encontramos en lo alto de los abruptos acantilados blancos del Konigsstuhl.  Las jóvenes hayas rojas despliegan sus largas ramas colgando sobre el rompiente del mar y el azulado espejo gris del Báltico se extiende hasta las delgadas líneas del horizonte..."

El diario de Carus acaba allí. De hecho, en ninguna otra parte de sus notas aparece algo más sobre el paisaje y sus impresiones. Poco después murió de un padecimiento crónico que lo debilitó en pocos meses. Friedrich volvió de nuevo a Rugen y se supone que comenzó a pintar la obra victima de gran tensión nerviosa, debido a la muerte de su amigo y "una Gran agonía mental que lo llevaba constamente al más insoportable agobio". No hay mayores datos sobre que sucedía en la vida del pintor en los años subsiguientes a la escena, pero como un testimonio mudo tal vez de su estado mental y anímico, su obra palpita en una extraña vitalidad y una desconcertante sensación de desasosiego. La vista del mar absurdamente prolijo, los monolitos alzandose a ambos lados del punto focal central y los pequeños personajes, apenas entrevistos en medio de las enormes ramas del roble central. Una escena meticulosa, desolada, apenas entrevista, un parpadeo infinito en medio del silencio.

Todavía miro el cuadro y me produce una tristeza infinita. Imagino al pintor dejandose llevar por sus demonios personales y creando tal vez, la unica ventana hacia su punsante espiritu a través de sus breves y luminosas pinceladas. Una forma de lenguaje secreto, una forma viva de presunsión de la forma.

Quizá.


Fuentes:

Moritz Ernst Arndt. Ein Deutshes Shicksal. Aus seinen biographischen Shriften. Berlín. 1924.

Notas personales.

0 comentarios:

Publicar un comentario