sábado, 4 de diciembre de 2010

De los pequeños placeres de la fe



Sentada en silencio, en medio de un circulo de velas, a solas con mis pensamientos. Una desconcertante calidez me recorre por entero, me envuelve, dándole sentido y forma a todas las imagenes que por un momento parpadean en mi mente. Viva, tan viva, a medida que el instante se alarga y las llamas de las velas parecen danzar en un viento imposible y exquisito que solo yo puedo percibir. A solas sí, en los jardines de mi mente, en busca del sentido, la razón, la simple necesidad de comprensión.

Para la Tradición de la Diosa que practico, el cuerpo de la mujer simboliza de una manera muy fidedigna la naturaleza del ciclo Vida/ muerte / vida. El núcleo mismo de la femeneidad otorga sentido a las ideas e impulsos que inducen a amar, crear, creer y desear. El pensamiento y la capacidad creadora se manifiestan a través de un espléndido circulo de fuego donde los conceptos más elementales nacen, viven su tiempo, se desvanecen y mueren y vuelven a nacer. Se podría decir que las mujeres ponen en práctica este concepto de una manera consciente y inconsciente en cada ciclo lunar de sus vidas. Para algunas la luna que indica los ciclos está en la bóveda nocturna. Para otras es la Diosa secreta que vive en su psique.

Desde su propia carne y sangre y desde los constantes ciclos que llenan y luego colman la fuerza del pensamiento más fértil y poderoso de la mujer, una mujer comprende física, emocional y espiritualmente que los cenits se desvanecen y expiran y que sin embargo, aguarda por ella un magnifico renacimiento, una nueva forma de expresión que surge de maneras inesperadas y por medios inspirados para reducirse de nuevo a la nada y ser concebidos otra vez en toda su gloria. El poder supremo y misterioso de comprender el ciclo de la vida a través del mundo de las ideas, de la fecunda capacidad para otorgar sentido a nuestra propia voz espiritual. Un renacimiento en fuego, un desvarío de la memoria que se alza y desborda cualquier limite, que se crea a si mismo con todo la irrevocable fuerza de la convicción y la capacidad para comprender la memoria de nuestro espíritu como un lenguaje primitivo, expúreo, carente de cualquier sofisticación. Ese pensamiento primigenio, ajeno a toda cualidad de la razón, que brota libremente en cada forma que toman nuestras ideas, perspectivas, objetivos, conceptos. Una transformación incesante, que acaece cada día, cada hora, cada minuto en que tomamos la decisión de vivir, de comprender la energía creadora como una forma de convicción personal.

La energía, el sentimiento, la intimidad, la soledad, el deseo, el tedio, todo sube y baja en ciclos relativamente seguidos. El deseo de intimidad y de separación crece y disminuye. La naturaleza de la vida / muerte / vida no sólo me enseñó a bailar al ritmo de todas esas cosas, sino que además, es la respuesta a la confusión, a esa sensación de desconcierto que en ocasiones nos abruma y amenaza con dejarnos a solas en el terreno yermo del dolor: la voz del renacimiento en cada una de nosotros. El aburrimiento se desploma ante una nueva actividad, la intimidad se alza en medio de la soledad aparente, dándole sentido de nuevo a la mera emoción. La danza de la memoria, la danza del tiempo que vive y muere en mí.

Abro los ojos. Las velas casi se han consumido. Con una sonrisa, aguardo un poco más, sumergiéndome lentamente en la oscuridad, nacida de la luz, la dualidad absoluta, el tiempo nuevo, la fuerza de la razón.

Así sea.

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