martes, 28 de diciembre de 2010

La mujer que soñaba con palabras.

Susan Sontag siempre fue una escritora capaz de darle sentido incluso a las formas más planas de la cotidianidad. Con El benefactor, su primera  novela (escrita en 1963) se recrea en la forma más depurada de su estilo:  desarrollo físico, moral, psicológico o social de un personaje ambiguo, frágil,  cuya indolencia y carencia de afectos le llevan a una vida centrada en él mismo, convirtiendo toda su experiencia vital en un solipsismo sólo influenciado por sus sueños y sus ilusiones más recurrentes. De hecho, la trama transcurre entre una idea ambivalente del ahora y de la creación más poderosa de la espiritualidad del personaje: una grieta entre el deber ser moral y la definitiva indiferencia  sobre la idea más amplia de la metáfora tradicional de sociedad.



Es una novela insolita que describe con desconcertante detalle la perspectiva masculina expuesta a través de los ojos de una mujer: de hecho, toda la fuerza narrativa reside sobre la perturbadora relación que mantiene el narrado con una mujer casada, expresión emocional que sufrirá importantes cambios a medida que la trama de desarrolla en vividas pinceladas de pura belleza literaria. La idea onírica, se hace presente en escenas poderosamente estructuradas entre sí y que permiten narrar las viscitudes de ambos personajes. Sus vidas se entrelazan, se complementan, pero a la vez, no coinciden en ningun forma de conducta discernible.

Claro está, la poderosa personalidad narrativa de Sontag bordea la historia con inverosimiles laberintos congnoscitivos, dotandola de una extraña armonía - incroncreta, abstracta, que suele hilvanarse a través de la forma como la contundente estructura semántica ofrece una cruda expresión sentida de su perpiscacia creativa - que le da sentido a cada momento, a cada giro de las circunstancias. Como dije, es una novela insólita, sorprendente, hipnótica. Nos lleva a preguntarnos hasta donde es posible que nuestra capacidad para darle sentido a nuestras creaciones más personales pierde sentido y se desdibuja a partir de la desesperanza, de la caída de los mitos y máscaras, de las formas más inconcretas de nuestros pensamientos. ¿ A donde nos llevan nuestras motivaciones? ¿Que recreamos a través de ellas? ¿Cual es el sentido más expúreo de esa dicotomia entre el deber moral y la pura necesidad instintiva que nos lleva  a recrearnos una y otra vez a través de nuestras propias ilusiones?  La dura filosofia intelectual de la escritora brota entre los momentos más enrevesados de la narración para darle un sentido profundamente caótico a todas las aseveraciones de los acontecimientos que ocurren, moldeandonos con todo cuidado para otorgarles una peso especifico y real. No en vano, el narrador se pregunta:

Quizás fuera más fácil para todo el mundo preocuparse por la verdad, si comprendiera que ésta sólo existe cuando se dice. (...) Si no existiera el habla y la escritura, no existiría la verdad acerca de nada. Todo sería sólo lo que es. Así pues, para mí, mi vida y mis preocupaciones no son la verdad. (...) Pero ahora estoy ocupado en escribir y en intentar transponer mi vida en este relato. Asumo la brumadora responsabilidad de decir la verdad.


No obstante, Sontag toma la decisión abrumadora de otorgar al narrador una visión totalmente objetiva, sin obedecer a ninguna idea o decisión más allá que la norma de su propio personaje, esa voz desapasionada que explica metodicamente los recurrentes trasiegos de su vida y perspectiva, lejos del juicio moral y acercandose provovocativamente a la mera ignorancia del hecho intimo de la absolución de la conciencia.  De esta forma la autora explora en la condición masculina, despojándola de excusas sociales y condicionamientos genéticos, mostrando un ser amoral, egoísta, que se masturba contemplándose en un espejo, que actúa por motivos que le dictan sus sueños y que excluyen toda pasión y todo intento de reciprocidad en el ámbito de los sentimientos.


¿Intentó Sontag mostrar al género masculino tal como es? No soy de las partidarias de la idea que El Benefactor sea una novela feministas. En realidad la considero existencialista, más cercana a la Nausea de Sartre que a cualquier manifiesto de prejuicio de género. a la críticasoterrada sobre ciertos aspectos socialmente aceptados y cuyos fundamentos son tan irracionales como los de los propios sueños.

0 comentarios:

Publicar un comentario