viernes, 3 de diciembre de 2010

Del sueño y otras pequeñas conquistas de la memoria


Cuando leo a Jung o Freud me suceden dos cosas: comienzo a interesarme por mis sueños de una manera maniaca - luego de haberme quejado hasta el cansancio no recordarlos o al contrario, de recordar todas las imagenes con escalofriante detalle - y buscar simbologia incluso en las cosas más sencillas. Abrumada por algunas imagenes oníricas carente de sentido, releeí algunos capitulos de la Interpretación de los Sueños de Freud y al completo, el interesantisimo libro "Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos" de Jung.

Una experiencia egocentrica, sin lugar a dudas, la de atreverse a mirar a través de un cristal subconciente, los atisbos temibles del subconciente. Como resultado a tales lecturas, siempre obtengo una combinación excentrica de conversaciones, recuerdos, frustraciones, emociones, libros, escenas de mi niñez que creí olvidadas o relegadas a un rincón de mi memoria, pero que aparentemente sobreviven con bastante vitalidad en mis sueños. Una fauna psiquica y psicologica digna de ser mostrada en una siniestra feria de fenómenos de la mente.

Finalmente, un sueño como corolario a toda mi experiencia como improvisada psicoanalista: Me vi de niña, durmiendo en una cama pequeña e incomoda, soñando con un enorme edificio que podía ver a través de mis ojos cerrados. Una imagen dentro de una imagen, el edificio inclinandose peligrosamente sobre una calma oscuridad retorcida. La niña dormida, los ojos de mi mente mirandola atentamente. Y en el centro de la tensión quieta y palpitante de un silencio impredecible, una vaga sensación de calma, de comprender todo durante un instante, de despertar a un conocimiento sin sentido.

Me niego a realizar una eventual interpretación sobre ese extraño mensaje de mi mente. Corro el riesgo de encontrar pequeñas grietas de comprensión en el lenguaje más antiguo de mi espiritu. El misterio, envolviendo mis creencias más profundas, el origen de toda posibilidad. Sin duda, prefiero pensar que aun existen puertas cerradas en el abismo más rutilante de mi pensamiento. Una medida de arrogancia venial.

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