lunes, 13 de agosto de 2018

Crónicas de la nerd entusiasta: ¿En que falla “Disenchantment”, la nueva obra de Matt Groening para Netflix?




Durante los últimos veinte años, “The Simpson” han sido una forma de comprender la televisión y sus transformaciones. Matt Groening logró crear una combinación de humor, crítica social y sobre todo, un homenaje a la cultura pop, utilizando el formato tradicional de la clásica familia televisiva como punto de partido para algo más provocador. Poco después, el experimento se extendió a “Futurama” (1999–2013) en la que el autor redimensiona la habitual distopía a algo mucho más enrevesado, por momentos sardónico y casi siempre cruel. La mezcla de ambas series, crea un concepto original y extrañamente duro de asimilar: una percepción sobre el presente y el futuro, construida sobre la falibilidad de nuestra cultura, sus contradicciones y temores, en clave de comedia dolorosamente cercana. De una u otra manera, tanto “The Simpsons” como “Futurama” elaboraron una serie de reflexiones de enorme valor cultural sobre la identidad colectiva, el quienes somos y la forma como nuestra sociedad se comprende. Un aporte de enorme importancia para la versión de realidad que cualquier producto televisivo o cinematográfico desea mostrar.

No obstante “Disenchantment” (Netflix — 2018) parece enfrentarse a la difícil circunstancia de mostrar otra dimensión de la realidad, sin que Groening logre elaborar un discurso coherente y sólido, lo que convierte a la serie en un experimento bien intencionado sin demasiada consistencia. A diferencia de “The Simpsons” y “Futurama” (no serializados), “Disenchantment” crea un argumento consecutivo que tiene por objetivo contar una historia única, lo que parece incidir en su capacidad para sostener no sólo el humor sino también, la estructura completa del show. La línea episódica no solamente afecta la forma en que los personajes se presentan, sino además, reflejan cierta blandura del guión, que parece incapaz de estar a la altura de la provocación que se insinúa desde los títulos de los capítulos, hasta las habituales referencias que Groening suele utilizar como punto fuerte en su versión del humor. En realidad “Disenchantment” se esfuerza demasiado en la provocación y la transgresión, sin que en realidad tenga un tipo de planteamiento que cuestione más allá de la superficie. Usando como telón de fondo los familiares relatos de los hermanos Grimm y variaciones sobre leyendas y mitos populares, la serie avanza a tropezones entre una versión discontinua de un Universo tolkiano carente de solidez y algo mucho menos elocuente de lo que promete desde sus primeros capítulos.

Quizás, uno de los problemas más notorios de la serie es la incapacidad de Groening para analizar un formato que le resulta desconocido y la que trata de abarcar con cierta torpeza. La duración de los capítulos — más de treinta y cinco minutos sólo el piloto — hace que el humor se disuelva en situaciones de relleno y que los personajes, tengan un cierto aire incompleto, a pesar de los intentos del guión — y presumiblemente el autor — de analizar con cuidado cada uno de ellos. No obstante, el humor de Groening sigue estando presente y es de hecho, el punto más fuerte de la serie: Hay mucho de sus chistes rápidos, referencias pop de enorme valor simbólico — atención a los carteles colgados a lo largo y ancho del programa — y esa percepción tan dura del autor sobre la lógica interna del programa. En ocasiones, el show parece alcanzar su ritmo óptimo y emular a una versión soft de los Monty Python y sin duda, esa es la intención de Groening, que reflexiona con agudeza sobre la lógica de los cuentos de hadas, sus consecuencias sobre la psiquis colectivas y sus pequeñas trampas de efecto. Pero los momentos agudos son escasos y “Disenchantment” cae con lamentable frecuencia en baches argumentativos sobre la realidad y la fantasía, como si Groening y el equipo que le acompaña buscara justificarse a sí mismo, sin lograrlo siempre.

De modo que “Disenchantment”, en lugar de la sátira familiar Simpsoniana o la elocuente crítica al consumismo de “Futurama”, intenta una reflexión profunda sobre la cultura y sus formas de manifestarse pero no consigue una versión consistente sobre su ambiciosa propuesta. El guión mezcla sin demasiado acierto interrogantes sobre el feminismo, roles de género, canon y estereotipos, sin lograr otra cosa que una confusa combinación de señales y símbolos que al final, carecen de verdadero sentido, forma y fluidez. Una y otra vez, “Disenchantment” cae en pequeños escollos argumentales que no logra solventar y que hacen que cada capítulo sea insuficiente para narrar la historia que al parecer necesita cuestionar y mostrar.

Como fenómeno cultural “The Simpson” creó toda una nueva percepción sobre el humor social y cultural desde la aparente inocencia del género animado. Desde su primer capítulo, fue muy clara la intención de su creador Matt Groening de analizar — y desmenuzar desde el cinismo -al estilo de vida Americano, utilizando como telón de fondo una familia cualquiera, en un pueblo común estadounidense. El resultado fue llevar al extremo a las comedias familiares y construir una cuidadosa red de simbolismo y metáfora social a través de cada episodio. Sin duda Groening, logró encontrar el equilibrio entre la burla crítica al llamado American lifestyle y algo más profundo sobre la cultura occidental. Para el guionista e ilustrador, la noción sobre el amor, la moral y la percepción sobre el bien, estaban directamente relacionados con la ambigüedad y los matices grises de una sociedad en busca de significado.

Quizás con excesiva ambición, Groening trató de hacer algo semejante con el género fantástico en la serie “Disenchantment” y no sólo no lo logra, sino que parece encontrarse a mitad de camino entre lo subversivo y algo más elaborado cuyas piezas desordenadas no acaban de calzar entre sí. El uso de la convención del cuento de hadas retorcido como una forma de transgresión, no llega a funcionar debido a que el guión de “Disenchantment” parece mucho más interesado en provocar que crear un mensaje sólido a través de las aventuras de su princesa rebelde, acompañada de un ogro borracho y demonio malicioso. A diferencia de “The Simpson” el comentario social está por completo ausente, de manera que Groening dedica buena parte del tiempo a hacerse preguntas sobre la “política” en las viejas narraciones infantiles, lo cual funciona a ratos, pero es incapaz de sostener la idea completa de la serie. Por supuesto, el humor de Groening continúa allí y es una de las bazas fuertes del show. Aún así, la noción burlona e incisiva que tanto define a la obra del autor, se modera para lograr y crear un discurso nuevo que sorprende en ocasiones por su superficialidad.

Los primeros capítulos demuestran que Groening está completamente decidido a sostener la dinámica del programa sobre la química, los juegos de palabras y el ingenio extravagante del trío protagonista. Dibujada al habitual estilo de Groening, la serie es deudora de una amplia serie de referencias que se enlazan entre sí aunque muchas veces con cierta torpeza. Al principio concebida como una spin off paralelo del mundo “The Simpson” en la que Homero interpretaría a un Rey despótico en un mundo de fantasía Tolkiano, la serie parece conservar un poco de esa primera intención — que no logró prosperar — y hay mucho de esa complicidad tácita entre personajes que la serie clásica utiliza como su punto más fuerte. No obstante, “Disenchantment” no las tiene todas consigo al momento de trasladar la frescura de un experimento argumental a algo más que una colección de risas de diseño. Mucho más parecida a “Futurama” en su propuesta desenfadada y en la construcción de una realidad paralela que a la icónica familia televisiva, carece de la chispeante dureza de ambas. La libertad provocó que Groening no sólo pareciera incapaz de engranar el humor y la idea episódica de forma correcta sino que además, le resultara complicado engranar la historia que desea contar a algo mucho más enrevesado que una mero chiste de ocasión. El autor, que hasta ahora luchó contra las restricciones de tiempo y argumento de la televisión pública, intenta abarcar en su nuevo experimento televisivo nuevos espacios y lugares, sin lograrlo por completo. La serie carece de personalidad e identidad, a pesar de sus buenas intenciones pero sobre todo, de una línea coherente que sostenga el argumento facilón con la eficiente puesta en escena. No obstante, como en todas las obras de Groening, hay una promesa de algo mucho mejor si se le brinda el tiempo suficiente para madurar y es justamente, lo que “Disenchantment” parece esperar de su público, sin saber si lo logrará.

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