viernes, 29 de agosto de 2014

Proyecto "Una película cada Viernes": Manhattan de Woody Allen.




Se dice que toda obra artística es el resultado de las obsesiones de su autor. Un pensamiento que parece ilustrar no sólo las aristas más agudas de cualquier propuesta artística, sino también, toda consistente expresión del arte como una manera de comprender a quien lo crea. O quizás solo se trate de una imagen muy concreta que dibuja las aspiraciones y construcciones de la memoria y el espíritu del que se mira así mismo a través de su reflejo artistico. Cualquiera sea el caso, toda obra es un reflejo. La pregunta inmediata es ¿Qué imagen muestra?

Con Woody Allen, la respuesta es aparentemente sencilla. Su rico mundo intelectual parece poblado por sus propias criaturas, sus símbolos más preciados, una rara y compleja red de referencias y como no, de su ciudad. Y que para Allen, Nueva York no sólo es la ciudad metáfora, sino también el símbolo de su manera de comprender al mundo, así mismo y lo que crea. Una meticulosa expresión del yo más profundo y más allá, su construcción de lo que le define como artista. Porque Allen es Nueva York - o se contempla a través de la ciudad - o probablemente, se trate de todo lo contrario. Nueva York es el rostro de un Allen misterioso, secreto, intimo, siempre en eterna reconstrucción.

Con toda seguridad por ese motivo se suele decir que "Manhattan" es su mejor película o mejor dicho, la más Allen de todas las criaturas híbridas de lenguaje, comedia y existencialismo urbano que ha creado el director. Claro está, no sólo se trata a que Allen retrata Nueva York como núcleo, esencia y evidencia de lo que aspira mostrar, sino que además existe entre la ciudad y el director una profunda afinidad. No es la primera vez que ocurre por cierto, ese vinculo misterioso y elemental, entre creador y visión. Las calles de Nueva York siempre han sido propicias y sobre todo fértiles, para la imaginación y el ojo analitico de otros grandes directores como Martin Scorsese, por ejemplo, que asume a Nueva York desde sus estrias, grietas y oscuridades. Al contrario, Allen la mira con dulzura, con una melancolía exquisita y un evidente amor que plasma en cada plano y escena.

El prologo de "Manhattan" es toda una declaración de intenciones al respecto, un dibujo evidente, extraordinario y rico en matices de lo que anima al director al crear - desde Nueva York y para Nueva York - una visión sensible y conmovedora de su propia interpretación sobre la ciudad. Como si tratara de un mirada mesurara y sinfónica al centro mismo de la Nueva York onírica, la que sueña y se construye en simbolos, el director nos muestra sus edificios, su tráfico vertiginoso y ruido, su ritmo de vida trepidante. Una rápida sucesión de escenas que se concatenan unas otras para dibujar un fresco muy claro y radiante sobre una ciudad que parece prosperar al borde de su propia interpretación del caos. Pero hay más en ese primer plano de secuencia, mucho más que los agiles movimientos de cámara, de brillos y resplandores, de trozos de belleza que se abren y se estructuran para construir lo que parece ser una bienvenida alegórica para el espectador. Como si se tratara de una aproximación lenta a algo más intimo, el director añade a sus imagenes la maravillosa y estilizada ‘Rhapsody in Blue’, de George Gershwin. Una nota melódica que zigzaguea, define, se levanta en el brillo de los altísimos edificios, desciende de nuevo a las calles amplias, sigue a sus habitantes apresurados. Y es Manhattan en todas partes, es la ciudad que construye a fragmentos, cada vez más vital, más extraordinaria. El centro de toda su visión poética.

Y es que para Allen, Manhattan - la ciudad -, no sólo fue fuente de inspiración para "Manhattan" - la película -, aunque ambos conceptos beben uno del otro y se complementan. Como proyecto cinematográfico, "Manhattan" fue el primer film del director rodado en blanco y negro - una concesión estética que aportó valor, profundidad y poder visual a la propuesta - sino además también el primero en formato Panavisión. Allen disfrutó de las salvedades estéticas y recreó a la ciudad de su imaginación con lineas impecables y un contraste exquisito. El director de fotografía Gordon Willis, además dotó a la película de un ambiente profundamente elegante, con sus encuadres medidos y planos sostenidos y los amplios claroscuros que enmarcan y puntualizan la acción. Secuencias inolvidables como la del Planetarium - a la que Allen dota de un especial significado - y la del puente de Brooklin, construyen una atmosfera diáfana, dulce que parece contradecir ese acendrado cinismo del director.

Pero es que Allen mira a su ciudad como elemento más allá del bien y del mal. Maestro del existencialismo urbano, la tragicomedia y el análisis de la vida moderna a través del absurdo, Allen encuentra con "Manhattan" su mejor momento artístico. Con un pulso admirable, comedido e inteligente, la película avanza entre los habituales tópicos del director - a inseguridad, el engaño, la infidelidad, la crítica mordaz a los diletantes con ínfulas de intelectuales - pero en realidad, la película es mucho más que una combinación de estereotipos narrativos más o menos conceptuales. Porque al igual que lo hace con las imágenes, Allen juega con los filos de la historia, crea un guión sugerente y sólido que parece bordear el caos pero que en realidad es un riguroso análisis de la sociedad contemporánea. Desde la desacralización de la cultura pop y también, su necesidad de crear una visión de la cultura que se desborde así misma, Allen logra con su película crear una atmosfera variopinta, humorística pero a la vez, cruda sobre el quienes somos de una sociedad que se analiza desde el vacio. Yale, como simbolo del ambiente Universitario, es la victima propiciatoria del humor corrosivo y durísimo  de Woody Allen, quién además se caricaturiza así mismo comoarquetipo del intelectual postmoderno arrogante y superficial. Y es que Allen no se toma en serio, como tampoco lo hace con esa intelectualidad frágil y elemental que se muestra como la más común de las máscara. Allen pendula entre lo  banal, pero a la vez se comprende así mismo como una rudimentaria pieza de utileria en un bellísimo escenario decadente. Y es entonces que Manhattan alcanza su punto más alto: la película parece no sólo trivializar la cultura por la cultura, sino cuestionarse sobre su pretendida profundidad y más allá, sobre su verdadero sentido. Todo esto, mientras los impecables planos de la ciudad que observa, que sostiene y que transforma, rodean a los personajes, los subliman, los empequeñecen. Un paisaje abismal.


La última escena de Manhattan es de hecho, un compedio de todas sus virtudes, expresiones y conclusiones. La ciudad de fondo, una Diane Keaton en estado de gracia - por entonces la musa del director - se contempla así misma desde la fragilidad de su existencialismo barato y arrogante. Luego de hora y media de diálogo fluido, de ese torrente de palabras y reflexiones, la simple gestualidad expresa todo lo que no pueden expresar en palabras. En el último plano, la ciudad de nuevo envuelve todo, se alza para mostrarse así misma en toda su belleza: Un rayo de sol que baña por completo su silueta, iluminandolo todo, como la última pieza radiante de un conjunto de singular belleza.

Cualquier otra idea, parece sugerir ese lento y gradual resplandor, solo es parte de la ciudad que vive, que mira y se observa así misma desde la periferia.

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