martes, 6 de febrero de 2018

El temor al futuro y el existencialismo tecnológico: Todo lo que debes saber sobre la serie “Altered Carbon” de Netflix.




En más de una ocasión, se ha insistido que el género CyberPunk está obsesionado con el cuerpo humano. No sólo desde la perspectiva de la estructura física — la apariencia como símbolo y forma de un futuro en el que lo biológico pasa por una percepción de la identidad mutable — sino la noción de lo que simboliza. Para el Cyberpunk el ser humano es un híbrido entre la teoría de lo científico y también, una aseveración confusa sobre el futuro y lo que podemos esperar de él. De modo, que no resulta extraño que los cuerpos humanos sean un foco de interés morboso en la mayoría de las fantasías en las que el Cyberpunk analiza la idea de lo individual como parte de algo mucho más intrincado, doloroso y relacionado con la incertidumbre tecnológica. “Blade Runner” (1982) analizó lo biológico como premisa de cierta esclavitud supeditada a la creación ambigua, en una fuerza de esclavos desechables y sometidas al arbitrio de un hombre — dios despiadado. Un poco más adelante “Ghost in the Shell” (1985) va más allá y aplica los mismos razonamientos de “Blade Runner” pero sobre la conciencia humana, la búsqueda de la razón creativa — lo que nos hace ser quién somos — y la noción sobre la belleza, el poder y el terror desde la perspectiva de lo inaudito. La película especulaba sobre la pregunta de la naturaleza humana aumentada — corregida, profundizada, llevada a una dimensión distinta — desde la estructura metálica. Por último. “The Matrix” (1999) avanza a otro nivel y asume que esa noción de mente y cuerpo sujeta a la tecnología, puede crear un apocalipsis silencioso y temible que convierte la mera idea de la aspiración cibernética en una especie de aspiración religiosa. ¿Qué nos hace ser humanos en medio de una tecnología que imita y sustenta la vida a niveles extraordinarios? ¿Cual es la línea que divide la conciencia como código de información y algo más complejo?

La serie “Altered Carbon” (Netflix — 2018) toma la misma premisa y la desarrolla a un nivel personal para llevarla al anuncio de la conciencia convertida en una ficha, en la memoria transformada en un código recargable y la percepción del yo — esa gran pregunta existencialista que sustenta y abarca la gran versión de la realidad que el cyberpunk propone — a la idea del punto de vista sobre la realidad. Basada en la novela homónima de Richard Morgan, “Altered Carbon” se plantea las preguntas tradicionales del género pero además añade la desesperada búsqueda de la razón de la existencia. No obstante, la serie carece de la sustancia y las preguntas retorcidas de su versión en papel y quizás, ese sea su punto más débil: visualmente espléndida, la serie falla en lograr mantener la tensión claustrofóbica de una historia que engloba la incógnita de la conciencia en una búsqueda violenta de significado. Con diez capítulos irregulares y apreciables errores argumentales, la serie es incapaz de superar la belleza de su lujosa puesta en escena y llevar la propuesta estética de un futuro distópico y destruido por la despersonalización a un nivel más profundo.

Por supuesto, “Altered Carbon” analiza la percepción de lo humano desde una aparente rudeza que despoja a la naturaleza del hombre de cualquier sofisticación. No obstante, el guion concede poco interés a lo humano — y al análisis de la identidad — y se concentra en una visión del entorno ultra tecnificado como excusa para sustentar su compleja premisa. Con una estética calcada a la original Blade Runner, “Altered Carbon” reflexiona sobre el entorno humano a través de una compleja red de laberínticas ciudades apiñadas y repletas de luz de neón. Pero los paisajes futuristas de furiosa tonalidad azul y magenta, no logran transmitir la frialdad y el desarraigo violento que Morgan captó en su novela y que de hecho, es la piedra angular de la búsqueda de la identidad, el axioma incesante sobre los motivos por los cuales persiste la conciencia y sobre todo, la percepción del bien y del mal como analogías éticas de una sola idea sobre lo espiritual. A pesar de intentar subvertir el orden tradicional del Cyberpunk — la furia callejera, la inconformidad elemental y la aterradora percepción de la nada fundamental sobre el hombre como criatura biológica — , “Altered Carbon” pierde consistencia y fuerza mientras intenta reflexionar y asumir el peso de su eje argumental — una novela negra al uso reconvertida en algo más profundo y dramático — sin lograrlo. Una y otra vez, la serie da vueltas en círculos sobre la conmoción de lo espiritual y lo intelectual en contraposición a lo tecnológico, sin lograr nunca alcanzar algo más complejo que un mero anuncio de la premisa inicial. La idea de la conciencia que transmigra — se transforma, pasa de cuerpo en cuerpo en “fundas” de carne y hueso que destruyen al individuo pero conservan — se anuncia, pero evade todas sus implicaciones más duras y angustiosas.

Como toda historia de detectives que se precie — y “Altered Carbon” no es otra cosa más que eso — la historia avanza a través de todo tipo de trampas y subterfugios sobre la moralidad, la ética, el temor y las piezas perdidas de un pasado comprometedor. Aún así, el guion de la serie no logra remontar la cuesta de lo insólito de su mirada al futuro, sino que atraviesa todo tipo de clichés manidos y en ocasiones cursis para contar una historia cuyos detalles parecen obvios desde los primeros capítulos. Capa tras capa, el argumento intenta rellenar los espacios sin explicación de la historia — las líneas oscuras que el detective Kovacs debe seguir para resolver el enrevesado caso que tiene entre manos — pero no logra hacerlo, mucho menos cuando lo complicado de la noción sobre el tiempo y el deber se transforman tan rápido como para que el personaje carezca de cierta solidez.

“Altered Carbon” combina sin demasiado acierto varias vertientes del subgénero e intenta, con un esfuerzo basado sobre todo, en la percepción del tiempo y lo tecnológico, concentrarse en la habitual diatriba de lo humano versus lo mecánico. Todo aderezado por una serie de extrañas vicisitudes sobre lo que la memoria conserva — o lo que reviste importancia — y la lucha por la supervivencia en medio de condiciones imposibles. Se trata de una propuesta ambiciosa que durante los primeros capítulos alcanza cierta consistencia pero que a medida que la historia se desgasta en medio de situaciones absurdas y sin demasiado fundamento, termina convertida en una reiteración de errores obvios sin ninguna continuidad real. Hay un obvio placer estético — es evidente el altísimo presupuesto de la serie — pero también, una gratuita percepción de la belleza y lo provocativo, en medio de diálogos flojos, cortos y sin mayor sustancia. Además, el guión parece en exceso interesado en dibujar a los personajes en trazos evidentes hasta crear los habituales estereotipos del género negro, una concesión que podría disculparse si no contradijera directamente la versión de la realidad — la moral, la incertidumbre ética — como lo hace. Plagada de escenas gratuitas y de relleno que al parecer no tienen otro objetivo que mostrar el lujo de la puesta en escena, “Altered Carbon” decae cuando intenta analizar el trasfondo inmediato que motiva a sus personajes. La historia carece de propósito claro — el personaje de Takeshi Kovacs (encarnado por Joel Kinnaman) deambula de un lado a otro tropezando con su pasado, su presente y fragmentos de sus temores de manera absurda — y todo el argumento se derrumba al momento de sustentarse sobre algo más de su notoria belleza visual. Con sn confusión de referentes, un ideario sin profundidad y un mundo incompleto, “Altered Carbon” es quizás la última apuesta fallida de un género que necesita crueldad, dureza y frialdad para alcanzar, paradójicamente, su mayor profundidad emocional.

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