viernes, 9 de febrero de 2018

Una recomendación cada viernes: “Altered Carbon” de Richard Morgan.




El Cyberpunk es quizás el subgénero de la Ciencia Ficción especulativa que más se ha preocupado por el hecho humano y la conciencia. Una percepción profunda sobre el hecho del binomio cuerpo y mente, pero también las sutiles implicaciones de la conciencia como noción de la identidad y algo más profundo, extraño y singular. Con su singular mezcla de post humanismo, la reinvención de las preguntas existencialistas que toda historia de Ciencia Ficción debe plantearse y sobre todo, la búsqueda de la noción sobre el hecho del hombre como parte de una percepción más poderosa sobre su naturaleza. Desde la periferia, el Cyberpunk profundiza la crueldad, la dureza y el desarraigo de un futuro roto y lo transforma en pura alegoría.

El escritor Richard Morgan tiene lo anterior muy presente: tanto como para analizar cuidadosamente el sustrato de la existencia y la complejidad de la identidad humana a través de la tecnología en su saga “Altered Carbon”. Lo hace además, con un buen tino que sorprende por su capacidad para desconcertar pero también, por las complejas implicaciones de su planteamiento. Morgan, evidente discípulo espiritual de Raymond Chandler y Robert B. Parker, crea en su particular universo, un recorrido preciso y detallado sobre los dolores y terrores que atañen — e interesan — al Cyberpunk pero también se plantea la necesidad de comprender el tiempo como el contexto y sobre todo, la individualidad como un elemento inevitable en la búsqueda de sentido y expiación. Aunque no hay nada especialmente original en sus novelas, Morgan alcanza un nivel asombroso de interés por las pequeñas elucubraciones que lleva a cabo siempre el bien y el mal, el destierro emocional e incluso, temas tan directamente filosóficos como la necesidad del alma y el mero sentido de su existencia. Entre las inevitables referencias y la cualidad trepidante de su prosa, Morgan convierte a “Altered Carbon” en una idea subyacente sobre lo individual, lo colectivo sometido al miedo y la incertidumbre y el desarraigo intelectual contemporáneo.

Por supuesto, “Altered Carbon” también es una novela de detective, en el que hecho incuestionable del valor de los secretos — y el poder aparejado en la capacidad de descubrir u ocultar información — crea una red argumental lo suficientemente sólida para sostener la parafernalia futurista. A la manera de Raymond Chandler, Morgan utiliza el hecho del secreto — el trasfondo y la cualidad del poder que brinda — para elucubrar sobre las razones de la violencia, el miedo y lo que tememos. Porque Morgan, que conoce muy bien el mecanismo complejo que crea la tensión en las novelas de Chandler, usa el mismo sentido escénico y conceptual para asumir el valor y la profundidad de los cuestionamientos que sostiene su historia. Para el escritor, la idea de la conciencia humana — que transmigra, se transforma y se convierte en objeto de uso común — se eleva hacia un tipo de incisiva pregunta sobre lo que creemos real y lo que no lo es ¿Hay una realidad absoluta o habitamos la idea de algo más amplio y duro de comprender? ¿Hay una visión elemental sobre lo que somos o que nos hace ser el contexto, nuestro cuerpo e incluso la noción tecnológica que nos refleja? Con un pulso firme, “Altered Carbon” supera el anuncio de una aparente novela negra para ir más allá y hacerse preguntas más importantes, trascendentales y duras.

No obstante, la novela en ocasiones parece padecer el efecto inmediato de su evidente deuda con novelas y películas al uso y sobre todo, el evidente sustrato que refleja — de una manera muy cercana a la imitación — a obras cumbres del género. Sin duda, “Altered Carbon” es un producto derivado, ricamente concebido y con una verdadera pasión por el detalle tecnológico. pero aún así, no logra superar el hecho que recuerda demasiado a sus referentes inmediatos pero sobre todo, a los momentos más altos del subgénero. La semejanza con la película “Blade Runner” de Ridley Scott (que el libro parece detallar y profundizar con buen tino), las extraordinarias visiones de Philip K. Dick o las estructuradas reflexiones de Isaac Asimov sobre el bien y el mal correlativo al futuro en medio del conocimiento, convierten a “Altered Carbon” en un extraño híbrido que por momentos, parece perder el sentido de su identidad y banaliza la noción de lo humano y lo tecnológico que el Cyberpunk une a través de un hilo de existencialismo. Al igual que otras tantas novelas que utilizan esa noción de “segunda generación” para asumir esa contextualización inevitable, “Altered Carbon” cuenta una historia que ya conocemos — y el escritor espera que ya conozcamos — y crea una redundancia evidente que asume como parte del juego narrativo. Morgan no explica lo que supone el lector conoce — el hecho tecnológico, la noción de la vida y de la muerte, el miedo urbano convertido en temores filosóficos — que se sostienen sobre un planteamiento persistente sobre lo que la distopia futurista puede ser. El evidente uso de las referencias, crea una noción sobre lo que se crea, se construye y se muestra que está basado en el conocimiento previo del posible lector. Una apuesta alta que la novela no siempre gana.

La novela transcurre aproximadamente quinientos años en el futuro, aunque Morgan no parece preocupado por brindar aproximaciones temporales. Lo importante en “Altered Carbon” no es lo cronológico, sino la forma sustanciosa en que la sociedad se transformó en algo más depurado, tecnificado y sofisticado a partir de la premisa de haber superado el hecho físico de la muerte. La idea además se recombina con la percepción de la vida como parte de una mera idea mecanicista — existes en la medida que puedes recordarte a ti mismo — y además, construir una versión de la realidad alienada y concebida a través de tus recuerdos. Por supuesto, se trata de una tecnología alienante y sobre todo jerarquizante que convierte a los que pueden costearse la transmigración en una nueva clase social privilegiada, que además no sólo puede acceder a la “inmortalidad” sino también, pueden controlar la capacidad alternativa del cuerpo y la conciencia, lo que les convierte en pequeños dictadores seculares. Morgan logra mercantilizar el concepto de la vida y la muerte, crear una noción sobre el costo de sobrevivir que juega con la dignidad, la integridad y las preguntas más profundas sobre lo que consideramos, en última instancia, el valor de la vida humana. Con su ambiente de Noir trash a mitad de la búsqueda de la redención filosófica y algo más brutal, “Altered Carbon” se hace las preguntas correctas y proporciona — la mayoría de las veces — respuestas incómodas.
Morgan crea un futuro vívido y creíble, aunque exagera el uso de recursos clichés del subgénero — las calles perpetuamente repletas de protestas por temas álgidos y abstractos, la lluvia y el vapor que inundan cada escena sin motivo alguno — y sin duda, rinde un persistente homenaje a esa visión de Blade Runner que asume la incertidumbre tecnológica desde cierta visión retro. De la misma manera que en el clásico de la Ciencia Ficción, “Altered Carbon” describe corredores y calles estrechas atestadas de luz de neón, puertas abiertas hacia placeres imprecisos y la publicidad como un medio galvanizante que termina convirtiéndose en algo abrumador y pernicioso. No obstante, Morgan no logra deslindarse de las exageraciones del género y cae en repetitivas rutinas y el recurrente recurso de utilizar un Deus ex machina evidente que termina siendo una excusa poco clara y facilista para los blancos argumentales de la historia. Además, los personajes de Morgan carecen de sustancia real: desde el antihéroe violento y brusco — por momento directamente psicótico — hasta la “Femme fatale”, la versión de Morgan sobre la novela negra carece de la suficiente creatividad como para resultar menos que una excusa para la exploración de su complejo universo.

Al final, “Altered Carbon” parece ser la suma de sus peores rasgos y sus mejores momentos, lo que brindan un producto desigual, con agujeros argumentales preocupantes pero lo suficientemente imaginativa para sostenerse a pesar de una eventual torpeza. No obstante, Morgan parece elaborar una noción estilística compleja sobre la posibilidad del miedo — de nuevo, la incertidumbre convertida pieza de excepción para comprender el espíritu humano — y más allá de eso, un cuestionamiento violento sobre el dolor de la existencia. Ese gran misterio que continúa sin resolverse del todo y que “Altered Carbon” ilustra casi con crueldad.

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