domingo, 25 de mayo de 2014

Entre los dos extremos en disputa: ¿Cual es el verdadero rostro del legado Venezolano?






Crecí en un país obsesionado por la política. Pero no la verdadera,  sino esa versión tropical y peligrosamente cercana a la anarquía que en Venezuela se asume como discurso político. Crecí en medio de la diatriba absurda, la discusión grosera, el clientelismo y sobre todo todo, el enfrentamiento entre extremos opuestos que asumen la lucha de valores ideológicos como una interminable lucha dialéctica. Una visión sobre la confrontación que no parece incluir el reconocimiento del otro como oponente y mucho menos su derecho a disentir. En Venezuela, se resume a una lucha por la verdad - absoluta y excluyente - y el temor al poder como puño de hierro social. Un revanchismo sociológico tan parecido al prejuicio que atemoriza.

También crecí en un país profundamente presidencialista. Un país que se recuerda y se cuenta su propia historia a través de lideres más o menos representativos que redondean esa idea de la política a ciegas, de agresión visceral. De hecho, la primera vez que pensé en la política como parte de la cultura, fue durante una elección presidencial: la única que podría decir participé de manera consciente y en la que resultó elegido Hugo Chavez Frías.

Hasta entonces, la política en mi familia y creo que para la mayoría de los Venezolanos, bordeaba lo doméstico, una idea puertas afuera que no parecía formar parte de esa visión de país a medio construirse que siempre ha sido nuestra herencia inmediata. Porque Venezuela se debate entre lo que pudo haber sido - y no será - y lo que se asume será - a fragmentos inmediatos, jamás la visión del país proyecto - y la Venezuela real, la que avanza a empujones, la construida a base de torpeza e improvisación. A esa Venezuela, que parece una deformación malsana de la pirámide de Maslow, solo parece interesarle lo inmediato, lo urgente, lo imprescindible. Y fue a esa Venezuela la que el candidato Chavez le habló y logró seducir. Los marginados clásicos de un sistema democrático excluyente y burocrático, los aplastados por el puño de la demagogia que jamás pudo representarles.

- Chavez es un símbolo, más que un candidato. Representa todas las cosas que la política tradicional no ha hecho, ni nunca ha estado interesada en hacer - me comentó entonces un amigo, antropologo y como él mismo se define aún, gran observador social. Me gustaba escucharle analizar a Venezuela desde esa óptica objetiva y casi cruel - No está vendiendo un modelo de país ni un proyecto social. Esta ofreciendo al país la re fundación de la República.

Ese concepto me pareció inquietante, porque incluía - o así me lo pareció - la destrucción de lo que sostenía de manera muy endeble a un país en debate y en plena transformación. Recuerdo que me preocupó un poco su insistencia en "El poder para el pueblo" y la inmediata aceptación de la idea. Aún me llevaría muchos años comprender a Chavez en su circunstancia y su contexto histórico, pero ya sabía que esa visión del poder en estado puro, originario y transmitido como una especie de legado divino tenía demasiados puntos blandos. Discutibles. ¿Quien brindaba ese poder absoluto y directo? ¿Que atribuciones debería tener un funcionario público para suplantar y reconstruir toda idea de poder? ¿A través de cuales funciones detentaría el pueblo esa interpretación de la Administración gubernamental directa? Los cuestionamientos me parecían inquietantes, cuando no directamente sin ningún asidero real. Y podría haber pensado se trataba de una promesa de campaña política - una muy absurda por cierto - a no ser por la insistencia del Chavez candidato en la figura de la Constituyente. Esa insistencia en desmontar pieza a pieza el Estado en beneficio de un criterio nuevo sobre el país y su naturaleza social. Me pregunté si estamos preparados para una sacudida semejante, si podríamos sostener el país real sobre ese frágil entramado de propuestas sin sentido.

- ¡Claro que sí! ¡Es lo que este país necesitaba! El sistema político actual es insostenible. Los partidos políticos destruyeron toda posibilidad de unión entre el ciudadano y Estado. La burocracia partidista transformó al país en un inmensa construcción inviable de pura ineficacia - me dijo mi amigo Juan (no es su nombre real), que apoyo fervientemente la propuesta constituyente. Estudiante de leyes y además entusiasta de toda este giro hacia la izquierda ideológica del país, Juan estaba convencido que Venezuela necesitaba una transformación desde sus cimientos. Cuando le pregunté quien asumiría las consecuencias, la inmediata destrucción de todo lo que hasta entonces habíamos considerado parte de la identidad social Venezolana, no me comprendió.
- Me refiero a que según se plantea la Constituyente, crearemos otro sistema político a través de una constitución reconstruida para sostener todas las propuestas - insistí - ¿Como funciona un país que funciona a base de visiones inmediatas, de una asociación de ideas que no se sostienen entre sí?
- El poder originario...
- Hablas de un elemento que ni siquiera está contenido en la constitución actual - le interrumpí - ¿Qué se comprende por esta versión de la realidad? ¿Que lo nuevo puede destruir lo nuevo sin contemplaciones?
- Lo tuyo es resignación - me reclamó - no entiendo como un joven de este país no entiende la necesidad de construir un país nuevo a la medida de quienes somos. ¡Basta de la democracia capitalista! ¡Basta de la idea de país para solo un sector! La constituyente creará una nueva Venezuela.

No respondí. Seguía inquietándome mucho ese Chavez radical, puño en alto, que llamaba a las mayorías desposeídas a la lucha. Y no una lucha por la educación, la reivindicación cultural, sino algo mucho más elemental. Un enfrentamiento entre dos rostros de una fractura social tradicional. Porque Chavez llamaba a la antipolítica y sin embargo, insistía en los medios políticos para asegurarse lealtades. Porque el Candidato Chavez, amenazaba a la política criolla con castigo y violencia y aún así, parecía comprenderse como simbolo político. Más de una vez, me detuve en mitad de la calle para mirar sus afiches: joven y atlético, levantaba un brazo en un gesto autoritario, rodeado de grupos de seguidores vestidos de rojo. ¿Cual era el mensaje evidente de toda una inteligente campaña política basada en el descontento? Por cierto que no era la unificación del país en una idea concreta, mucho menos en una aspiración de futuro. Preocupada, me pregunté muchas veces a donde nos conducía ese camino tortuoso y extravagante del mesías político.

El triunfo de Chavez fue resonante: un espaldarazo en urnas al discurso violento que había impulsado como parte de su campaña hacia la presidencia. Porque para Chavez no había medias tintas y quizás por ese motivo, tampoco había intermediarios. Con la banda presidencial a cuestas, siguió insistiendo en la inutilidad de los partidos políticos y la necesidad de brindar poder al pueblo. Y la Constituyente lo logró: o eso fue la impresión general de un evento político inédito en la Historia. En el país se respiraba un ambiente festivo, donde incluso el Venezolano más humilde parecía profundamente implicado en un suceso social único. Pero, la realidad por supuesto, era de índole más pragmático. Las llamadas Megaelecciones y que renovaron más de 5000 cargos de elección popular fueron un resonante triunfo del partido político que había acompañado a Chavez en su lento recorrido al poder. Los candidatos elegidos a dedos y según la intuición del Chavez Presidente, llevó el mensaje Chavista a lo ancho y largo del país. La estructura se mantuvo, pero con otros rostros.

- Estas viendo solo una mínima parte de este proceso - me insistió Juan. Ahora era un militante convencido de llamado Movimiento Quinta República, el partido político creado por Chavez para cristalizar sus aspiraciones y ambiciones presidenciales - Lo que Chavez desea es que la transición sea lo más sencilla posible. Pero el poder será del pueblo, claro. Los partidos políticos solo son una manera de construir un lenguaje social coherente.

No comprendí su explicación. No había nada de novedoso en la manera como Chavez manipulaba los hilos del discurso político a su favor. Tampoco, las negociaciones y finalmente, la reconstrucción del mapa político. La constitución se reformó en algunos puntos esenciales, pero el marco legal no mostraba aún en ese andamiaje solido que Chavez insistía debía sostener a la revolución. Y por supuesto, los partidos políticos continuaban siendo los protagonistas torpes de una escena política cada vez más virulentas. Eran tiempos de enfrentamientos y una visión militarista del país que me desconcertó. El país cuartelero.

- Lo civico militar es una nueva forma de colaboración entre todos los entes del país - me explicó Juan cuando se lo pregunté - No se trata de un gobierno militarista, sino de un gobierno que admite el elemento militar como parte de la realidad nacional.

Una idea preocupante. Los militares comenzaron a llenar todo tipo de vacantes políticas. Hubo una desnaturalización de su identidad como garantes de la paz y también de la tranquilidad nacional. Lo militar se volvió una idea consecuente aunque no precisamente eficaz dentro de la administración pública. La burocracia continuó siendo un gran mecanismo torpe y el poder parte de los atributos clientelares de una administración pública cada vez más viciada. Para el año 2001 y con una reelección a cuestas, Chavez insistió en que las bases del poder debían ser populares y abiertas a la participación. Pero el cambio seguía siendo parte de una especie de un interminable replanteamiento del poder ya no como originario, sino como usufructuario de la identidad nacional. Y aún así, lo político continuó siendo evidente, un elemento preponderante dentro de la visión Chavista de la administración publica. Una muestra de hipocresía histórica que me sorprendía por sus alcances.

- Creo que simplemente eres incapaz de asumir todo lo que La Revolución ha hecho por el país - me dijo Juan, irritado. Ya por entonces, era un funcionario público en una dependencia administrativa gubernamental y en silencio, me pregunté cual era la diferencia entre el cargo que detentaba y cualquier otro detentado por un político de la satanizada "Cuarta República" casi década y media atrás. Gozaba de un sueldo envidiable, tenía un automovil de lujo y un apartamento recién comprado en una exclusiva zona de la capital - En Venezuela los pobres tienen ahora toda una serie de facilidades y protección de las que antes carecían.

- Pero siguen siendo pobres - le respondí. Juan me dedicó una mirada enfurecida.

- No es tan fácil reconstruir un país luego de cuarenta años de irresponsabilidades.

- Uno pensaría que con quince años es suficiente -  insistí.

Juan no me respondió. Durante los últimos años y sobre todo, a medida que el escenario político de Venezuela parecía reconstruirse a marchas forzadas de nuevo, se volvió un radical defensor de las ideas chavistas. La enfermedad de Chavez, su decisión de lograr una reelección, la figura de Nicolas Maduro, todas eran manera de asumir esa visión de "cambio" en la que Juan seguía insistiendo, la que defendía por todos los medios a su alcance. Más de una vez se burló de mi defensa a ultranza de mi derecho a disentir.

- Golpista y polémica - me llamó una vez. Fue la única ocasión en más de viente años de amistad en que me enfurecí con Juan por nuestros pareceres políticos.
- Chavez fue presidente y golpista y tu oportunista. No creo que haya mayor diferencia - le respondí. Para ambos, la línea entre el debate y la visión respetuosa del otro se había hecho difusa. No me extrañó que no volviera a dirigirme la palabra por meses.

Lo hizo de nuevo casi por una urgencia inexplicable de justificación o así lo interpreto. Hace poco, nos reunimos de nuevo para compartir un café. Le noté preocupado, desmejorado y cansado.

- Ahora soy parte del grupo de los desempleados - me dijo con una sonrisa amarga.

Me explicó que luego de la elección de Maduro como Presidente de Venezuela, la visión del Chavismo parecía tambalearse entre la improvisación y el debate estéril. Me habló sobre el aumento exponencial de la burocracia, sobre la perdida de todo tipo de beneficios administrativos que como funcionario había gozado. Incluso me habló de su terror a las calles de Caracas, la frustración de la escasez y finalmente, ese enfrentamiento con la maquinaria de la burocracia Chavista, que había provocado su despido. Lo escuché en silencio, intentando comprenderlo antes de juzgarlo. Finalmente se quedó callado y sonrió con amargura.

- ¿Ya me dirás todo tu sermón sobre que ya me lo habías dicho? - comentó. Me tomé otro sorbo de café, intentando en lo posible contener el virulento sermón ideológico que se me ocurrió. ¿Qué sentido tenía insistir en ideas que ambos habíamos debatido por años? La realidad era esta, una lenta toma de conciencia del país originario, del real, del que debe enfrentarse a todo tipo de vicisitudes y dolores. El país de los sobrevivientes. De manera que me callé y esperé. Él pareció notarlo - nunca comprendí los alcances de lo que estaba ocurriendo, es eso.

Tampoco dije nada. ¿Como no podría saberlo? ¿Como no podría asumir el coste social y cultural de una visión de país eminentemente fragmentado en un planteamiento político inviable? ¿Como ignorar las señales, la lenta transformación del país en un escenario de enfrentamiento y diatriba inútil? Esa ceguera de la ideología, pensé. Pero quizás ni siquiera era eso, sino algo más duro de comprender. La breve locura del fanático.

- Sí, fui chavista - me respondió cuando se lo dije. A regañadientes, los labios apretados - apoye a Chavez en todo. Pero Maduro...
- Maduro es una herencia directa de Chavez, solo que sin el carisma y el dinero - le recordé. La cólera le coloreó las mejillas.
- El Chavismo es un proceso histórico, no puedes ignorar lo que hizo al país.

Miré a mi alrededor: más allá del  bonito café donde nos encontramos, las calles tienen un aspecto sucio y caótico. En un poste cercano, una pancarta reclama "Libertad" e inmediatamente después, recuerda a los fallecidos durante los tres meses de protestas que el país ha padecido. Un grupo de transeúntes preocupados, llenan las calles. Hay un ambiente general de preocupación, de crispación que no sé muy bien a que atribuir pero que demuestran que el rostro de Venezuela está herido por años de enfrentamiento ideológico, por una interminable diatriba que no parece tener mayor sustancia que la creación de un Estado burocrático y profundamente excluyente que de nuevo, no representa a las mayorías. Que otra vez, solo se trata de un reflejo político de un país a medio construir.

- Si, no puedo ignorarlo - digo entonces. Con el sabor amargo de cierta desesperanza, la sensación que nuestra corta memoria cultural nos condena a repetir escenas idénticas en medio de una debacle cultural idéntica - pero no sé si su herencia sea recordarnos lo que no fuimos, o lo que nunca llegaremos a ser.

Juan abre la boca para responder. No lo hace. Permanecemos en silencio hasta que finalmente se despide de mi en voz baja y sale del café. Lo veo caminar por la calle, entristecido y enfurecido y me pregunto cuantos Venezolanos más llevarán esa máscara de la decepción, de mirar el país real, el de todos los días, el que sufre y el que padece la simple consecuencia de la indiferencia. No lo sé, pero quizás no aún los suficientes para mirar a Venezuela como un fragmento de historia a medio escribir.

C'est la vie.

1 comentarios:

simonrodcarias dijo...

Chávez y el chavismo no fueron más que la muestra de como la antipolítica puede florecer abonada por la mala política. Solo en un país donde los partidos son débiles, el populismo la única propuesta, y los ciudadanos dejan de serlo para transformarse en "pueblo", un régimen tan evidentemente mezquino puede consolidarse. Me da tristeza con los hijos de Juan, pero no con él... Si en su paso por la administración pública, con una contratación colectiva obsoleta y vencida al extremo, pudo asirse de tantos bienes, es evidencia que fue amparado en la corrupción. Como Juan, hay un millón más, y creo que me quedé corto.

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