domingo, 25 de mayo de 2014

De la bruja que guardaba pequeños dolores y enseñanzas: Una manera de soñar.





Por mucho tiempo, odié mi nombre, aunque no sé exactamente el motivo. Supongo que se debía a que era lo bastante extraño para provocar el asombro y la burla ajena, aunque en realidad era algo más relacionado en que al mirarme al espejo, no reconocía a Aglaia. Recuerdo que, muchas veces, tuve la impresión que mi nombre no parecía coincidir con esa imagen que todos tenemos de nosotros mismos, ese pequeños secreto a dos voces que de alguna forma, nos define a todos.  Una idea lo bastante compleja como para desconcertarme, claro está, pero sobre todo, para entristecerme. Porque yo deseaba un nombre que me sonriera, que me hiciera sentir parte de ese gran entramado de cosas y lugares del mundo.

Era una sensación absurda a la que no encontraba explicación. ¿Se sentían de la misma manera las María, las Josefina, las Laura del mundo? ¿Que ocurría cuando tu nombre te parecía descosido, un poco grande, como si fuera un traje que no te ajustara bien? A mi me ocurría así: la mayoría de las veces, mi nombre era como un enigma mal resuelto, una pregunta que no me atrevía a formular en voz alta. Quizás se debía a esa singular sonoridad suya, que no parecía llevarse muy bien con esa dulzura del castellano o el hecho simple, que nadie podía pronunciarlo de manera correcta. Mi tia E. solía reir por mi constante preocupación sobre mi nombre disparejo.

- Todos los nombres son hermosos, porque nos pertenecen - insistía - pronuncialo sonriendo y todo estará mejor.

No resultó, por supuesto. Más de una vez, intenté obedecerle: sonreí, tomé una bocanada de aire y pronuncié mi nombre. Pero la mirada de quien lo escuchó siguió siendo sorprendida, un poco desconfianza. ¿Había escuchado bien? Parecía preguntarse. ¿Que clase de nombre es ese? ¿Como una niña podía tener un nombre tan singular? Era un nombre para una Dama, pensaban seguramente. Para una mujer libre y radiante. No para una chiquilla pálida y pecosa que lo pronunciaba con dificultad.

- Te preocupas demasiado - dijo mi prima M. cuando le conté mis preocupaciones - es tu nombre: seas una niña o te conviertas en una mujer, te acompañará toda tu vida.

Una idea curiosa. Pensé que había pocas cosas que tuvieras la seguridad completa que nunca perderías. Podrías crecer, aumentar de tamaño o de peso, cortarte el cabello o dejartelo crecer, quemarte la piel bajo el sol, volverte una mujer muy diferente a la niña que eras, pero siempre conservarías tu nombre. Siempre serías el mismo bebé que lo recibió por primera vez, o la mujer que lo pronunciaría en voz alta y clara. O la anciana sabia que lo llevaría como honor. Y es que el nombre, era como una herencia, un rostro muy intimo que llevabas a todas partes.

Pues bien, el mio no me gustaba y la idea de llevarlo durante toda la vida me entristecía un poco. ¿Siempre me haría sentir tan incómoda? ¿Me quedaría un poco grande, como si todas las letras no encajaran lo suficientemente bien? ¿Tendría siempre otro rostro?  A veces me miraba al espejo y me preguntaba quien era yo. Quien sería. Era una idea desconcertante. Con once años, no me imaginaba quien sería después. ¿Tendría la risa escandalosa y divertida de mi abuela - la sabia, la bruja -, su mirada profunda? ¿O sería distante y fría como mi mamá? ¿O quizás dichachera y maternal como tia E.? No lo sabía. Era una posibilidad enorme, esa del futuro a medio construirse, naciendo como ramitas fragiles en mi espíritu, en el día a día que construía con esfuerzo.  Y mi nombre, en medio de ese camino a recorrer, flotando en medio de la incertidumbre. El nombre que no me definia, no era parte de mi y me hacia pensar que la mujer del futuro, sería alguien que intentaría siempre buscar una palabra que pudiera contar la historia simple de su vida, sin lograrlo.

- Oye, pero tal vez puedas cambiarlo, de mayor - comentó mi amiga J., deslenguada y feliz. Ella solía decir que su nombre era el de una Princesa de un exótico país del Norte de Europa, aunque yo sabía sólo era el de su mamá. Pero aún así, le gustaba. Llenaba sus cuadernos de colegios con su nombre escrito con letras estilizadas y bonitas. Lo bordaba en sus camisetas favoritas. Incluso lo llevaba en monograma en sus cuadernos. Sonreía al pronunciarlo - nadie dice que debas llamarte así para siempre. Un nombre es solo una palabra.

Pero en mi casa, la cosa no era tan sencilla. Para la Brujería, el nombre de una bruja era su vinculo con el infinito, una herencia que le brindaba individualidad y caracter. Había leído en el libro de las sombras de una de mis tias, que según una vieja tradición italiana, la Luna meditaba durante nueve meses el nombre de la nueva bruja, aguardando el momento justo para susurrarlo al oído de la madre. Era un regalo del infinito, de lo inefable que había creado el firmamento y el olor del mar. ¿Cómo podía cambiarlo? ¿Cómo podía escoger otro nombre e ignorar ese obsequio divino? Me pregunté si la Diosa había estado un poco distraída el día que escogió mi nombre. Debía estar muy ocupada, seguramente, danzando entre los radiantes circulos de lo creado y no lo creado, para tal vez, prestarle toda su atención a un bebé recién nacido. Quizás había mirado por más de un segundo la hoja que nacia de un árbol y me había dado a mi el nombre equivocado. ¿Podía ser?

Mi abuela rió a carcajadas cuando le conté mi idea. Pero no porque se burlara de lo que le decía, me explicó con cariño. Me explicó que le parecía hermosa la idea de una Diosa distraída, que danzaba en el Universo y que había olvidado darle a una niñita el nombre correcto.

- Pero ¿Puede pasar? - insistí - a veces siento que mi nombre no...soy yo, que no encaja bien ni en mi cara o en mis manos. Le faltan letras. O yo le quedo pequeña.

Mi abuela chasqueó la lengua y me levantó entre sus brazos. Apoyé la cabeza en su hombro y me sentí suspendida, como si todo estuviera bien, ingrávido y cálido. Me acarició la espalda en un gesto tranquilizador.

- Aglaia es el nombre de una de las gracias Griegas - me explicó - la más radiante, que es lo que justamente significa el nombre. era la más joven y bella de las tres Cárites. Su nombre simbolizaba varios de los más grandes atributos de los dioses:  la inteligencia, el poder creativo y la intuición del intelecto.

- ¿De verdad? - pregunté. Nunca había escuchado aquello. De hecho, siempre había pensando que a mi nombre le faltaban o le sobraban algunas letras. Me sorprendió pensar que una de las bellas Cárites, diosas del encanto, la belleza y la naturaleza había llevado mi nombre. ¿No era eso hermoso? me dije, maravillada. De pronto imaginé a esa otra Aglaia, sonriente y con un vestido cosido de estrellas, bailando en un jardin espléndido, interminable.

- Sí. Y también, mucho antes que eso, muchas culturas han considerado las letras AGLA, la primera sílaba de tu nombre como bendito - me explico - una forma de denominar un bello secreto.

Apoyé su cabeza en su hombro, pensando en todas esas cosas. Pensé en mi nombre de una manera totalmente nueva, llena de significado, tan sustanciosa y profunda que me desconcertó. ¿Era por ese motivo que sentía que mi nombre y yo no calzabamos bien? ¿Que me quedaba un poco flojo en las costuras, como un traje muy grande que tenía que intentar ajustar siempre? Parpadeé, un poco ofuscada. Sí, mi nombre tenía un significado muy hermoso...¿pero era mío? ¿Me pertenecía? Seguí imaginando a la hermosa Diosa que vestía de estrellas, bailando en un valle tan verde y fragante, tan lejos de mi misma que resultaba doloroso.

- Todas quisimos que llevaras ese nombre desde el mismo momento en que supimos que existías - dijo entonces mi abuela. Me acunó con ternura mientras la tarde caía lentamente por las ventanas abiertas. La luz delicada de la última hora palpitó entre las sombras y dotó al momento de una belleza irreal, casi melancólica - Ninguna de nosotras tuvo ninguna duda que lo llevarías con una sonrisa, que fue un regalo de las estrellas. Porque para nosotras, fuiste un fragmento de infinito, un simbolo de todas las cosas buenas de nuestra vida. Y te soñamos radiante, te imaginamos hermosa, te imaginamos plena de toda las virtudes de la mujer que serías. Porque para cada familia, su bebé es una esperanza, es el momento de mirar su vida como algo más profundo y bello. Por ese motivo, Tu madre y todas nosotras quisimos llevaras el nombre de una Cárites, para que recordaras cada día de tu vida, que tu llegada a este mundo fue motivo de alegría y que estábamos seguras que la historia de tu vida, sería digna de sonreír cada día.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y sentí una felicidad tan extraordinaria que me consoló de un dolor tan pequeño que hasta entonces no tenía existía. Y pensé, abrazada a mi abuela, envuelta por el olor del último rayo de luz del día, que mi nombre no me quedaba grande ni yo era muy pequeño para él, sino que formaba parte de mi historia, que había comenzado a escribirse desde el mismo día de mi nacimiento y que seguiría quizás, hasta volver a las estrellas.

La danza de la Diosa muda: La sonrisa de las estrellas.

Para la tradición de Brujería que practica mi familia, el nombre de un hombre o de una mujer es un elemento mágico de inestimable valor. De hecho, por muchos siglos, las brujas ocultaron su nombre y usaron siempre uno privado y mágico, para proteger su historia y su poder de creación. Posteriormente, el nombre se convirtió en un simbolo de quienes somos y seremos, una parte indivisible de nuestra historia personal. Para celebrar su poder e importancia se llevan a cabo diferentes rituales. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

* Hoja de Papel.
* Lápiz Para escribir.
* Tarro con una Planta en crecimiento.
* Una vela blanca.

Disposición:

La noche de Luna Llena, escribe tu nombre en la hoja de papel. Incluye todas las cosas que te identiquen: dibuja todo lo que creas forma parte de ti y crea tu mundo personal. Una vez que lo hayas terminado, entierralo en el Tarro invocando de la siguiente manera:

Diosa Bendita
Amante Luna
Bendice mi nombre y mis pasos
por el mundo que recorro y recorreré
Ven conmigo en el primer rayo de sol
y en la Infinita belleza de todo lo que existe
en el tiempo de lo bendito
En la Tierra que renace
en mí
Así sea"

Ahora enciende la vela y permite que se consuma, mientras meditas en todas las cosas que deseas ver florecer en tu vida y que crean tu particular visión del mundo. Come y bebe algo para equilibrar la energia que obtuviste mediante el ritual.




Sonrío, mientras escribo mi nombre en uno de mis cuadernos de mi escuela. Me gusta como mi mano se desliza, se eleva, se abre en una curva amplia. Y pienso que en el futuro, la mujer que seré lo hará también, recordará cada día que su nombre es parte de esa diminuta forma de belleza que forma su mundo personal.

C'est la vie.


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