viernes, 30 de abril de 2010

Del mal y otras divagaciones.


Suele decirse que cada época otorga un rostro distinto a la maldad. O lo que es lo mismo, cada siglo tiene su villano. Porque vamos, todos necesitamos un rostro reconocible a quién culpar, una idea contra la cual rebelarnos, un concepto brutal y aparentemente primitivo que nos permita aspirar a una perspectiva mucho más elevada que la instintiva que muchas veces nos reduce a simples criaturas de costumbre. Cualquiera sea el caso, necesitamos creer que el mal es una concresión, una perpetua lucha contra el caos y el temor. Sería terrible aceptar por las buenas que el mal solo es un acto de absoluta fe y convicción ¿no es así?

Ah, la magnifica irresponsabilidad del espíritu humano...

Como sea, creo que llamemosle diablo, pecado, herejia, temor, soledad, desesperación...o cualquier otro nombre que le adjudiquemos a esa oscuridad visible del infierno personal, siempre encontraremos que tiene una identidad reconocible, la síntesis del tiempo que representa. ¿No fue el diablo Cristiano un seductor irascible y sexualmente provocador durante el medioevo? ¿Y unos siglos más allá no tomó la catadura de un espíritu rebelde y transgresor? ¿Y cual lugar ocupa el vampiro, el hombre lobo, la criatura de Frankenstein, El Señor Hyde, todos los monstruos que a lo largo de la historia han recreado la penumbra del pensamiento humano? Todos ellos, dignos simbolos de esa convicción irrestricta en el poder de la tentación, la perversa necesidad de negar nuestra propia esencia, esa voluptuosa necesidad de romper la idea social más rigida a la que debemos someternos.

Pero con todo, ninguna imagen del mal me parece más sugerente, extraordinaria y quizá más temible que la de Hal 9000, la computadora central de la nave espacial de la Ópera prima "2001 Odisea en el Espacio" de Stanley Kubrick. Tal vez se deba a su voz monocorde, carente de todo tipo de emoción, la definitiva evidencia de la ausencia de cualquier humanidad en un futuro mecanizado, o el hecho que finalmente la maldad toma su definitivo lugar dentro de la historia humana: Un producto de nuestra arrogante e infantil certeza que el género humano es capaz de aceptar las consecuencias de sus propias obras. Sea cual sea el caso, Hal 9000 es aterrorizante por el mero hecho de no ser otra cosa que una maquina, programada para servir al hombre y que decide que la mejor manera de hacerlo es...destruyendolo. Una idea que nos remite a la mitologia clásica, donde Cronos devora a sus hijos o más allá, a la primitiva creencia del mal que se alza contra su creador, que intenta tomar su lugar y luchar contra su mano todopoderosa y divina. Una posibilidad inquietante y sin embargo, plausible, comprensible al animal humano...al eterno devorador invisible que llamamos, tal vez con gran inociencia, conciencia de la verdad.

Hal parpadea, aguarda. El astronauta extiende los dedos, intenta volver a la nave, al cálido monumento que representa todo lo que ha perdido en la inmensidad del espacio. Golpea la puerta de metal. Pero Hal continua en silencio, interpretando la orden de su creador bajo la fría optica de la lógica paradigmática. El astronauta insiste.

- ¡Dejame entrar! - grita. Golpea con el puño cerrado el exterior de la nave. Temoroso, perdido, frágil en su pura elocuencia - Hal...¡Te lo ordeno!

- Me temo que no lo haré - la voz, pausada, pura, fría, maravillosamente terrible. Una sentencia - creo que tenemos un problema.

El mal, con el rostro del tiempo nuevo. El mal, esta vez, convertido en un arma espléndida que amenaza la garganta descubierta de la humanidad.

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