viernes, 19 de octubre de 2018

Crónicas de la nerd entusiasta: Todos los motivos por los que la película “First Man” de Damien Chazelle es un triunfo visual y conceptual.




La llegada del hombre a la Luna se convirtió no sólo en un hito en la historia del hombre sino también, en un momento de ruptura con respecto a la forma como la humanidad se mira a sí misma y elabora respuestas sobre permanencia. Después de todo, se trata de una mirada hacia las posibilidades e implicaciones de la tecnología. Por ese motivo, para comprender la obra más reciente de Damien Chazelle “First Man “ — basada justamente en la historia de Neil Armstrong y su papel en semejante hazaña histórica — haya que remontarse no sólo a la forma como norteamérica se analiza como colectivo, sino también, la manera como la identidad del país se manifiesta a través de un logro tecnológico que apuntala cierta percepción sobre la personalidad estadounidense. Además, Chazelle intentó — y casi logra hacerlo — llevar el cine de autor a la tecnología, usando cierto acento poética que elabora a través de una cuidada puesta en escena y largos silencios hasta lograr una extraña distancia emocional, que engloba cada personaje de “First Man” en un visión sobre el desarraigo y la soledad de especial belleza.

Por supuesto, Damien Chazelle no fue el primero en traer el cine de autor a la tecnología: En 1968 Stanley Kubrick convirtió a “2001 Odisea en el Espacio” en una obra de ruptura dentro del cine de Ciencia Ficción pero también, el uso de la alegoría del espacio profundo como fuente de sabiduría, conocimiento o simplemente el reflejo de la condición humana. El autor encontró una depuración creativa de objetivos y metáforas que brindó una enorme madurez al hecho de la tecnología al servicio del arte. Lo mismo podría decirse de Andrei Tarkovski, a quien le interesaba muy poco la ciencia ficción o las propuestas de cine fantástico, pero que logró con “Solaris” una mirada asombrada sobre la perpetuidad y el poder del hombre como creador de su propio entorno. “Solaris” es una obra meditada y profunda sobre la naturaleza de la sabiduría, además plasmar sus obsesiones más profundas, como su durísima visión sobre el vacío existencial del hombre e incluso su relación con la Divinidad. Chazelle intenta la misma mirada sobre el hombre y su circunstancia en “The First Man” creando un escenario espartano en donde los personajes se mueven con una lentitud casi onírica, evolucionando en un viaje introspectivo de consecuencias imprevisibles. Los problemas de comunicación del ser humano, el miedo hacia lo desconocido, los vericuetos de la realidad que no puede comprenderse de inmediato, hacen de los conflictos argumentales una vuelta de tuerca evidente a la mirada del Chazelle sobre la naturaleza humana. Todo la historia parece girar alrededor de esa necesidad del director por comprender al individuo desde un viaje interior gradual hacia algo mucho más complejo e inquietante. Y es que todo ser subjetivo, en esta travesía que avanza despacio hacia el núcleo y razón del comportamiento de los personajes, su mirada tardía y angustiada sobre su propias vicisitudes. El proceso interno de reflexión parece hacerse cada vez más intrincado, con innumerables ramificaciones que crean un metamensaje sobre la historia que se muestra — este pequeño acercamiento del director al plano tecnológico — a la que se sugiere, mucho más dura y rica en matices. La fuerza poética, la atmósfera melancólica, la soledad y el silencio parecen construir una idea extrañísima sobre la experiencia humana, historia y lo que es aún más desconcertante, la propia y compleja visión del hombre sobre sí mismo.

Damien Chazelle además, añade un elemento deslumbrante a la visión de Neil Armstrong — encarnado por un hierático Ryan Gosling — y crea una percepción sobre la idea de los misterios interiores del espíritu humano, reflejados sobre la grandeza de un Infinito dibujado desde la percepción de lo atípico y lo complejo. A pesar del muy conservador guión de Josh Singer — basada en la biografía de James R Hansen — Chazelle encuentra un vínculo entre la concepción del hombre como pionero de su propia historia y convierte a Armstrong encarnación viva del siglo americano. No obstante, la obsesión de Chazelle con Armstrong resulta por momentos excesiva: El astronauta que dibuja Chazelle representa el modo de vida norteamericano, sus valores y su noción sobre el futuro, una especie de Adán que abre una nueva manera de comprender el tiempo y el progreso de un país en plena evolución. Pero el retrato resulta incompleto: Este Adán carece de Eva y también de un Edén, por lo que Armstrong tiende a mirarse desde una soledad absoluta y enigmática. Una especie de anacronismo tecnológico desconcertante: Por una breve época Armstrong encarnó al ideal del estilo de vida de un país obsesionado por sus avances tecnológicos, pero después se volvió parte de toda una serie de supuestos adelantos y progresos que cayeron en desuso y terminaron convirtiéndose en un pasado casi arcaico. De la misma manera que el Concord, los viajes espaciales se convirtieron en sueños nunca realizados del todo por una sociedad que perdió el interés por sus grandes logros muy pronto.

Pero Chazelle parece muy consciente de esta pequeña salvedad histórica, de forma que construye la película no desde un exhaustivo análisis de la vida de Armstrong sino desde el hecho que marcó un antes y un después en su vida y en la historia de su país. El alunizaje es de hecho, el clímax glorioso de una película metódica, de extraordinaria puesta en escena y sobre todo, una contenida fuerza visual que asombra por su sutileza. Chazelle parece decidido a homenajear el coraje de los aventureros y pioneros de una hazaña técnica que llevó al país de la cúspide de sus esperanzas, pero lo hace a través de una personalidad artística extraordinaria y acomete la idea del heroísmo desde una versión de la realidad levemente aumentada. El rostro de Armstrong (usualmente tenso y rígido) se llena de un asombro estupefacto al mirar el planeta que deja más atrás y es entonces cuando la película descubre el verdadero sentido: la admiración por un logro extraordinario e irrepetible dándose cuenta de lo que eso representa.

Por supuesto, la película debe apelar — quizás sin querer — al fervor patriótico que trajo consigo un hecho semejante, lo cual la convierte en un elocuente vehículo — inevitable e involuntario — para algún tipo de nacionalismo y conservadurismo que endurece el argumento de la película, sobre todo hacia el tramo final. No obstante, Chazelle logra luchar con el peso del orgullo país que sostiene un hecho de monumental simbolismo y prefiere escudriñar el misterio de Armstrong, lo mira con una reverencia atónita y casi misteriosa. El Armstrong de Chazelle (interpretado por Ryan Gosling desde una frialdad distante y quebradiza) es un hombre calmado y moderado, que parece incapaz de conectarse con quienes le rodean pero que a la vez, conserva la virtud de usar esa mirada helada para asumir el reto de una aventura única con mano de hierro. Entre toda este retrato de un héroe imperturbable, Chazelle incluye un aspecto crucial de la vida del astronauta: la muerte de su hija Karen de un tumor cerebral a los dos años de edad. De modo que de manera progresiva, el hombre silencioso se abre a una dimensión nueva: la del hombre que sufre en secreto o que el espectador presume que lo hace, como una extraña muesca en medio de ideas que se entrecruzan entre sí para elaborar algo más complejo sobre la personalidad del astronauta.

Pero Chazelle logra algo más: convierte la llegada del hombre a la luna en una especie de ritual de paso para toda una generación, incluso para la historia contemporánea. Una depuración de dolores y estratagemas para construir un paso raquídeo hacia una comprensión singular sobre la naturaleza del hombre. Para Chazelle parece de primordial importancia analizar el hecho del hombre como testigo de la historia Universal con cuidado y lo hace además utilizando cierto esfuerzo tiránico sobre la percepción del alunizaje como un gran momento de éxtasis y extraordinaria belleza.

Durante los últimos décadas, la carrera espacial ha sido analizada de diversas formas: desde “El Apollo 13”del director Ron Howard que narró las implicaciones luego del triunfo de Armstrong hasta “Las figuras Ocultas” de Theodore Melfi con toda su carga elaborada y poderosa de reivindicación, la noción sobre el triunfo país ha sido comprendido desde casi todos los puntos de vista. No obstante, “First Man” mira hacia lo silencioso y extraordinario de una ruptura histórica de enorme envergadura desde un enorme silencio cósmico que el director utiliza como un espléndido contexto. Todo un triunfo de imaginación y buen gusto.

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