viernes, 29 de diciembre de 2017

Entre hojas y anaqueles: Mis libros de terror favoritos durante el año 2017.





Este año leí mucho más del género del terror que de cualquier otro género. No sólo porque son mis favoritos, sino también, porque encontré en muchas de las historias una mirada simbólica sobre los cambios y transformaciones que definen a nuestra época. La fantasía, el miedo y sobre todo, las especulaciones científicas, siempre parecen tener la capacidad de reflexionar con muchísima más claridad que cualquier otra propuesta sobre los dolores y temores de la cultura que nos tocó vivir y sobre todo, la época incompleta y en ocasiones caótica que atravesamos. Con frecuencia, me pregunto sobre lo que hace a un libro extraordinario, inolvidable o simplemente imprescindible por encima de otro. Y llegué a la conclusión que no hay una respuesta para eso: después de todo, lo que leemos es un reflejo de nuestro mundo personal, el recorrido intelectual que llevamos a cabo y sobre todo, esa expectativa espiritual que nos hace encontrar nuestro un lugar — emocional, privado — entre las páginas de un libro. Con todo, creo que estas pequeñas retrospectivas nos permiten comprender nuestro trayecto como lectores y sobre todo, la manera como asumimos nuestra relación con la literatura. Un hábito — espejo que nos muestra lo mejor — y quizás, lo más privado — de nuestra forma de mirar al mundo.

De manera que estas pequeñas listas recopilan esa mirada asombrada de la literatura sobre el mundo y sus vicisitudes. Ese complejo devenir entre lo que somos y lo que la imaginación puede construir a partir de esa identidad difusa que consideramos nuestra. No están todos los que son y mucho menos, todos los que me gustaría incluir, pero siempre me será complicado llevar a cabo una recopilación de mis lecturas favoritas. Para mí, la lectura siempre ha sido el viaje, el renacimiento, el poder de evocación, la compañía, la alegría, la sabiduría, la ignorancia, el poder de creer. De manera que recopilar mis libros favoritos — y sobre todo, de mis géneros favoritos — siempre resulta en listas incompletas, en amigos injustamente olvidados, en pequeños silencios de libros perdidos en la memoria. Igualmente, quise llevar a cabo esta pequeña selección, para celebrar no solo el hábito — la pasión — por la fantasía, el miedo, lo grotesco y lo sublime, sino también mirarme a través de todos los rostros que nacen en las páginas, comprender quién soy y a donde voy a través de ellas.

Así que sin orden particular y por supuesto terriblemente incompleta, estas son un par de lista pequeñitas y muy sucintas de lo mejor del Género de terror que leí durante el año 2017:


The Changeling de Víctor LaValle
Para LaValle, el terror no es sólo un sustrato de la realidad sino la realidad misma y quizás, eso convierte a su novela “The Changeling” en un asombroso mecanismo argumental que se sostiene sobre una prodigiosa atmósfera sombría y la noción sobre la incertidumbre llevada a una nueva dimensión narrativa. La Valle juega no sólo con la posibilidad de lo corriente convertido en herramienta para el horror, sino que además, con la idea del miedo como sustrato oculto de la realidad. “The Changeling” cuestiona el origen de lo que tememos — y sobre todo, de la forma en que lo percibimos — desde lo originario y lo hace además, con una prosa fluída, profunda e inteligente que sorprende por su efectividad.

Pero además, DelValle se toma el atrevimiento de subvertir la noción sobre el bien y el mal para transformarlo en algo más asombroso, doloroso e inexacto. “Creo que odio esos cuentos de hadas”, declara un personaje al principio de la novela y la frase parece establecer el sentido más profundo del que se sostendrá esta historia macabra con toques de fantasías de extraordinario valor. Para DelValle, la presunción sobre la realidad y lo que no lo es, se acuña desde una percepción filosófica del miedo. Lo que tememos es parte de nuestros sueños más profundos, lo inquietante y lo que cambia a medida que se sostiene sobre el terror como un clima de absoluta belleza. Porque “The Changeling” de hecho, es un cuento de Hadas, pero sin final feliz y mucho menos, una noción sobre la esperanza plausible sino todo lo contrario. Su estructura argumental se sostiene sobre el valor del miedo como elemento indispensable (y esa conciencia de su existencia) pero también, de todos los tópicos y arquetipos que sostienen las viejas narraciones de fantasía. Y es allí, donde DelValle asume el riesgo de convertir a Nueva York en un personaje más de una tétrica percepción sobre lo Urbano como espejo de algo mucho más espeluznante y duro de asimilar.

“The Changeling” trasciende la narración específica para transformarse en algo más complejo: es un tipo particular de cuento de hadas basado en lo hórrido y lo temible, pero además conserva esa siniestra concepción de las viejas historias que según el narrador omnisciente, “cuando tales historias estaban destinadas a adultos, no a niños”. Una definición sobre lo extraordinario que se sostiene sobre un tipo de temor invisible que DelValle lleva a un nivel más doloroso y conmovedor.


Her Body and Other Parties: Stories de Carmen Maria Machado
En la novela Haunting of Hill House de Shirley Jackson, el terror tiene un cariz levemente mitológico: la casa es un útero maligno e inquietante que envuelve a los personajes hasta la despersonalización y la distancia emocional, que termina destruyendo a cada uno de ellos o simplemente, sumiéndolos en un tipo de horror inquietante e invisible. La visión de la protagonista evade cualquier explicación sencilla y analiza, desde la periferia, el miedo a las pequeñas cosas y a los sucesos inexplicables desde cierta angustia existencial latente. Al final, Eleanor está perdida en sí misma, convertida en una rehén de sus propios dolores y transformada en un símbolo de todos los temibles y espectrales sufrimientos de quienes le rodean. El miedo convertido en un vehículo de expresión de pulsiones invisibles.

Con el libro Her Body and Other Parties de Carmen María Machado, ocurre algo semejante. Su colección de cuentos — basados en historias orales tradicionales infantiles — hay todo tipo de alegorías sobre grandes y pequeños horrores, narrados desde una óptica sencilla y desconcertante. Plagas, terrores indecibles, temores nocturnos, la locura en estado craso, enfermedades crónicas, nada parece estar fuera de la lúcida percepción de Machado para analizar la identidad femenina. Pero además lo hace, con una ternura conmovedora que convierte a los momentos más duros y elementales, en una comprensión profunda y compleja sobre el rol y los sufrimientos que se esconden bajo capas de significado y metáfora. Con una intimidad emocional que sorprende por su efectividad, Machado analiza la visión sobre lo que nos aterra, nos conmueve, nos asusta y nos construye desde la misma perspectiva de Jackson, la misma comprensión de la personalidad de sus personajes como fragmentos a punto de derrumbarse desde la visión del bien y del mal pero sobre todo, la lógica comprensión de su dimensión como noción intelectual. Los personajes de Machado no solo existen como entidad literaria sino además, son capaces de interactuar con el lector de maneras sensoriales imprevisibles. Para Machado, no es suficiente contar la historia desde la noción del útero creativo — la noción de lo que envuelve, crea y sustenta una historia — sino que además, la dota de una poderosa visión sobre el reflejo de los símbolos que utiliza. El resultado son historias de asombroso poder metafórico, que se analizan desde lo extravagante, lo osado y lo desconcertante. Desde el miedo a la inocencia, para Machado la naturaleza humana es un crisol de experiencias que se construyen a través de cierta pulsión existencial poderosa.

Todos los cuentos de Machado, carecen de orden y sentido: se construyen entre sí como una gran maraña de singulares reflexiones y quizás, ese es su mayor mérito. Intrincadas, siniestras, dolorosas, las historias de Machado elaboran una visión sobre lo femenino que atraviesa lo tradicional y encuentra asidero en cierta recreación de lo anecdótico y el rol de género, sin llegar a ninguna opinión ideológica. Es evidente que a la escritora no le importa ponderar ni tampoco pontificar sobre la percepción y la profundidad de sus personajes, sino que busca construir un diorama intelectual sobre el complejo universo emocional de la mujer y lo hace, a través de un ligero matiz siniestro que se agradece por su contundencia. Las protagonistas de Machado son poderosas, sucumben a la lujuria, el erotismo, la violencia, el horror, pero jamás lo hacen de manera sencilla o por razones evidentes. Hay una persistente disposición de la autora en crear un ámbito casi invisible para la voluntad de sus personajes, una percepción sobre el motor y propósito de sus acciones que se expresa a través de ideas complejas sobre lo tópico. Desde el amor a la maternidad, para Machado no hay un solo tema sencillo ni mucho menos, una versión de la realidad cierta. Sus personajes elucubran sobre los dolores existenciales a través de ciertos extremos tan dolorosos como viscerales. Sus acciones parpadean fuera y dentro del presente, del futuro, en una percepción del tiempo errática, que se sustrae de todo significado simple. Para Machado, lo verdaderamente importante es la capacidad de sus personajes para los matices, para la realidad construida a través de pequeños horrores y asombros que se perciben entre líneas. Con una habilidad sorprendente, Machado dosifica las dosis de horror, terror y lo sobrenatural para crear un panorama casi irreal que se expresa en escenas por momentos surreales que se sustentan sobre una noción persistente sobre el horror. Obliga a sus personajes a dudar de sus propias mentes, a analizar los entornos desde el miedo y la fragilidad. Y de vuelta, les permite retomar su fortaleza, asumir sus errores, construir una belleza lírica que conmueve en ocasiones hasta las lágrimas.


The Twilight Pariah de Jeffrey Ford
Ford reinventa el género de las casas embrujadas y lo hace a través de una comprensión de asombrosa eficacia sobre los espacios convertidos en alegorías del miedo. La novela “The Twilight Pariah” no sólo explora la visión del miedo como algo externo, inhumano y dolorosamente cercano, sino que además lo dota de una tridimensionalidad que asombra por su poder para conmover. No hay nada casual en esta novela, que medita de manera profundamente existencialista sobre las razones del temor pero también, sobre lo que hace al temor una parte inevitable de nuestra concepción de lo que somos o deseamos ser. Toda la novela tiene el mismo elemento coloquial de dura alegoría sobre la realidad que le rodea y se sostiene sobre un elemento mágico que se hace cada vez tenebroso a medida que la narración se hace más compleja pero también humana. Para el autor, la fuente de inspiración primaria no era lo sobrenatural sino las pequeñas vicisitudes que le rodeaban, convertidas en pequeñas escenas cotidianas con un reborde maligno. Lo tétrico no es el motivo ni el objetivo central de su obra, sino algo más cercano a la amargura y al miedo. Al horror reconvertido en algo más abrumador y doloroso. Una mezcla de frustración, apatía y angustia que transforma la novela en una percepción hórrida sobre los dilemas existenciales corrientes. La prosa del escritor convierte en paisajes anómalos y deformados de lo cotidiano. Una mirada a los infiernos invisibles poblados de rostros comunes.


“Las cosas que perdimos en el fuego” de Mariana Enríquez.
El género del terror literario suele ser menospreciado por en ocasiones, tratarse de una colección de efectivos clichés que sostienen historias tópicas y la mayoría de las veces poco originales. No obstante, el miedo como reflejo cultural es mucho complejo y sobre todo, profundo de lo que puede suponer un análisis superficial. Capa tras capa, esconde el insistente cuestionamiento de la sociedad sobre sus terrores y mezquindades, una rara reflexión sobre las puertas cerradas de nuestra imaginación. Es entonces cuando el terror toma verdadero sentido, se hace más elocuente que cualquier otra metáfora sobre la existencia humana. Más poderoso.

Es el caso del libro “Las cosas que perdimos en el fuego” de Mariana Enríquez, una meditada mirada sobre el terror como excusa para analizar los lugares más oscuros de la mente humana, sus miserias y pérdidas. Doce cuentos que analizan desde la periferia tópicos tan duros y humanos que por momentos, las narraciones resultan insoportables. La escritora abarca no sólo el terror como mensaje — que por supuesto, está presente en cada uno de los cuidados escenarios que construye con un pulso firme e impecable — sino también como reflejo de situaciones en apariencia vulgares, que la red de historias convierte en un escenario tétrico. Desde niñas que se arrancan las uñas sin sentir dolor hasta el terror cósmico convertido en una dimensión cotidiana de la urbe rota e imprevisible, “Las cosas que perdimos en el fuego” es una combinación de melodrama, dolor, humor negro pero también, una durísima comprensión sobre la naturaleza del espíritu humano, sus grietas y oscuridades. Enríquez no sólo analiza el miedo como una forma de expresión de la identidad del hombre, sino también como un fin en sí mismo, un objetivo complejo sobre una frágil noción de normalidad.

Ese es quizás el elemento más original en un libro sorprendente: Enríquez no varía la fórmula del relato de miedo tradicional pero le agrega un giro inesperado que lo dota un lustre inesperado y poderoso. En sus cuentos hay casas encantadas, fantasmas, brujas, criaturas innombrables e incluso, brillantes insinuaciones al más puro terror Lovecraftiano, pero también hay una rara sensibilidad al contexto. Una poderosa reflexión política y social que dota a cada narración de un enorme valor anecdótico. En cada cuento de “Lo que perdimos en el Fuego” palpita una siniestra conciencia sobre los lugares innombrables de lo cotidiano, las pequeñas grietas hórridas de lo evidente. Y es justo en ese juego de sombras que Enríquez encuentra su mayor fortaleza, lo que distingue a su colección de relatos de cualquier otro. La percepción salvaje, dúctil y mutable de la humanidad que se transforma, que se afianza sobre la percepción de la identidad y la individualidad. La comprensión de quiénes somos y sobre todo, quienes podemos ser. El monstruo que habita al margen de lo monótono y que acecha desde el miedo como una amenaza tácita, silenciosa y persistente.

Tal vez por ese motivo, Mariana Enríquez analiza el terror como un mosaico tenebroso en el que las piezas encajan por su capacidad para mostrar algo más complejo que un instinto primitivo y visceral. Su libro explora a profundidad los entresijos de las relaciones humanas y los dota de una crueldad refinada y desoladora que termina por arrasar cualquier percepción del miedo como un elemento simple. En “Las cosas que perdimos en el Fuego” el terror es un preludio para una filosofía sobre lo barato, lo insignificante y lo habitual, todo revestido de una percepción sobre lo maligno que asombra por su consistencia. La escritora enfrenta lo enfermizo y lo pesadillesco con una elegancia que se denota un pulso firme para reconocer los recovecos de la ferocidad del hombre contra el hombre. Esa pulsión de lo inmediato que oculta un instinto mucho más elemental del que se muestra a simple vista.


“The Long Drop” de Denise Mina.
Peter Manuel tiene el dudoso honor de ser el primer asesino serial de Escocia, un país con una tasa de homicidios lo suficientemente baja como para sorprender al resto de Europa. La historia de Manuel, desconcierta justo por su cualidad espontánea: el 1 de enero de 1958 se dirigió a un Bungalow de Uddingston — localidad a una siete millas de Glasgow — y a asesinó a balazos a una familia de tres miembros. Lo hizo sin mediar palabra, sin motivo conocido y sin que le uniera algún vínculo con cualquiera de las víctimas. Durante los diez días siguientes, repitió el escenario a lo largo y ancho del país, siempre con el mismo método brutal y sobre todo, el ataque certero y sorpresivo. El pánico cundió y de pronto, Escocia parecía a merced no sólo de la violencia sino de la incertidumbre, un fenómeno desconocido que marcó por años no sólo a las poblaciones en las que Manuel atacó, sino también dejó una cicatriz visible en el rostro cultural de la región.

La escritora Denise Mina no sólo captó el clima de paranoia de la época sino también, llevó a cabo una fidedigna investigación sobre el caso para la magnífica novela “The Long Drop”, en la que cuenta la historia de Manuel y también, el horror cultural que el caso provocó en una Escocia rural y pacífica. Como obra semi ficcional, la novela logra sostener una narración que elude los clichés del género de la novela negra y que asombra por su cualidad casi documental. En realidad, Mina parece más interesada en el entorno del asesino y las circunstancias que rodearon a los crímenes, que a las escenas de horror que Manuel dejó a su paso. La narración avanza entre pequeños hilos argumentales inesperados y se centra en la investigación que el empresario William Watt realizó casi de manera independiente sobre los asesinatos cometidos por la llamada “la bestia de Birkenshaw”. Watt había sido por el asesinato de su familia — esposa, hija y hermana — pero posteriormente recobró la libertad, por falta de pruebas en su contra. Ansioso por limpiar su nombre, dedica esfuerzos y horas de trabajo en investigar a Peter Manuel, quien por entonces sólo era un sospechoso circunstancial en medio de la serie de asesinatos que sacudió a Glasgow. Watt sospechaba que el aparentemente inofensivo Manuel era un asesino violento incluso antes de la estela de crímenes que le hizo famoso y además , estaba convencido que había actuado mucho antes de lo que la policía suponía. Hermético y persistente, Watt consiguió rastrear el paso de Manuel en una rara combinación de intuición y conocimiento deductivo. No obstante, poco después su figura se ensombreció por las acusaciones de una posible complicidad con Manuel, lo que le convirtió en un personaje ambiguo que aún hoy provoca suspicacia.

El relato de Mina alterna entre el largo juicio por asesinato de Manuel y su extraña relación con Watts — con quien llegó a sostener una extraña amistad que nadie llegó a comprender a cabalidad — y las extrañas circunstancias que rodearon el caso. “The Long Drop” es una reconstrucción fidedigna de la ola de terror que provocó los asesinatos de Manuel, pero también, las que sospechas recayeron sobre Watts y que le señalaron como cómplice de los múltiples asesinatos de Manuel. De la especulación a la mirada ética sobre la investigación policial, Mina recorre con mirada analítica no sólo los hechos, sino también, las circunstancias que le rodearon, para crear una narración sorprendente y llena de originalidad que analiza un crimen emblemático sobre el que pesan versiones encontradas. Pero Mina va más allá y medita sobre la culpa, la violencia y la naturaleza humana en una cuidadosa combinación de análisis metódico y búsqueda existencialista. El resultado es una historia compacta, profunda y extraña que avanza entre las nociones sobre la violencia y algo mucho más complejo.

Por supuesto, Denise Mina es una experta en la ficción policial, pero esta vez trasciende sus cuidadosas narraciones criminales anterior y entra en el terreno del crimen real. Lo hace además con una horrorizada fascinación, que parece reflejar el morbo inquietante que el caso de Manuel despertó en Glasgow. A mitad de camino entre el relato policiaco y la ficción, Mina crea un mapa de ruta a través del miedo colectivo y sobre todo, la percepción del crimen como parte de la historia de su natal Glasgow. La escritora rememora para la ocasión una ciudad fatalista y de cierto aire melancólico, que envuelve la narración en un sustrato simbólico de enorme efectividad. Cada calle y avenida está cubierta de sombras alargadas, de la huella de la lluvia y una inevitable sensación de desesperanza. Y es medio de este escenario bucólico, en el que los crímenes de Peter Manuel encuentran un lugar en la imaginería popular. No sólo se trata de la mirada perversa del ciudadano común sobre el hecho de violencia, sino la percepción del crimen como un suceso ajeno al tedio habitual. En esta “ciudad sombras” los personajes reales se mueven de un lado a otro con cierta pereza. Y no obstante, hay una vitalidad imaginativa y repleta de detalles en cada una de las escenas.


La Vegetariana de Han Kang.
Por años, se ha insistido que la literatura de horror, fantasía y ciencia ficción encontró una frontera que le está llevando esfuerzos superar. Una de las escritoras que insiste en el particular es la celebérrima Anne Rice, que en más de una ocasión ha declarado que la “censura” presiona a las historias que llegan a publicarse y no permite que todo tipo de narraciones transgresoras, durísimas y en ocasiones sorprendentes, lleguen a los estanquillos de la librería. Rice llegó a decir en una oportunidad que vivimos en una época que olvidó “la verdadera fuerza de una historia que incomode y aterrorice” y que eso se debe a cierta tendencia a infravalorar a los que llamó “escritores despreciados”. Esa pléyade de autores dispuestos a correr riesgos y a enfrentar el límite de lo permisible y lo aceptable. De crear una nueva naturaleza del terror.

La novela “La Vegetariana” de la autora Han Kang vino a reivindicar justo el derecho de toda una nueva generación de escritores de romper tabúes y construir toda una percepción novedosa sobre la novela de género. Hay algo retorcido, doloroso pero sobre todo, intrigante en esta novela corta que intenta resumir el miedo y la depravación a un conjunto de imágenes desconcertantes y poderosas. Una historia feroz, que elabora un nuevo concepto — quizás casi por accidente — de lo que puede ser la percepción sobre los pequeños monstruos privados que se asimilan a través de la conciencia. El resultado es una eficaz recreación de lo temible a través de lo privado, lo inverosímil y cierto cinismo sutil que convierte la historia en un símbolo alegórico de enorme profundidad.

Detrás de su título inofensivo, Han Kang analiza los pormenores y recoquevos del miedo a través de una intrigante percepción sobre sus alcances e implicaciones. La escritora reflexiona sobre la muerte y la destrucción de la identidad renunciando a los clichés más habituales y avanzando hacia todo tipo de conceptos sobre la codicia, el deseo y la violencia. La prosa impecable permite a la autora sostener un ritmo rápido y ágil: La narración está llena de descripciones brillantes pero también, de un incesante diálogo introspectivo, que brinda a sus personajes una rara humanidad. Con su brillo cotidiano y sutil, la narración es una parábola sobre la transformación, el odio pero también, sobre la violencia sugerida. Una mirada implacable acerca de lo que se esconde bajo la pátina de la obsesión cultural por la normalidad.

No obstante, Han Kang no se atiene a límites ni tampoco a lugares comunes para contar una historia plagada de todo tipo de símbolos sobre los horrores ocultos en la imaginación. Desde incómodas escenas sobre purgas, agresiones sexuales y el uso de la metáfora de los trastornos alimenticios como una forma de violación, la autora crea una mirada inusual sobre las relaciones de poder, los vínculos fraternos pero sobre todo, el miedo escondido en pequeños rituales cotidianos. Las sangrientas escenas — algunas tan duras que lleva esfuerzos leerlas — meditan desde la periferia sobre la vida, la redención frustrada y una singular perspectiva sobre el miedo y la brutalidad. Pero no se trata de una revisión meditada sobre la crueldad o el horror: la escritora parece mucho más interesada en revelar los monstruos internos de sus personajes y construir a través de ellos símbolos sobre lo inanimado e invisible en cada uno de nosotros. Y lo logra, por momentos con tanta precisión que resulta angustioso en su durísima belleza.

Sensorial y llena de detalles profundamente sensuales, la novela humaniza el miedo y además, lo dota de un lustre atractivo que hace aún más compleja su lectura. El lector se encuentra en la desconcertante disyuntiva de comprender la ultraviolencia y además, admirar sus límites como una forma de expresión de perpetúa vitalidad. Y es justo esa improbable combinación lo que hace que “La Vegetariana” un complejo mecanismo de relojería que se sostiene sobre sus virtudes y momentos bajos con un precario equilibrio. Desde las breves secuencias en cursivas que describen los pensamientos del personaje principal — monólogos inquietantes sobre la metamorfosis invisible hasta las afanosas descripciones de puños cerrados, la carne herida y la sangre, Han Kang logra una perfecta sincronía entre lo sugerido y lo evidente. Y entre ambas cosas, una historia tan retorcida que parece subvertir el orden de esa persistente sensación de urgencia y desazón que provoca la historia entera.

Sin duda, se trata de una recopilación que tiene una enorme deuda intelectual con la abundante literatura de género publicada durante un prolífico 2017. Y no obstante, creo que quizás esa sea la ventaja de estas pequeñas retrospectivas personales: la oportunidad de reencontrarte con viejos conocidos, algunos tesoros olvidados y comenzar otra vez, ese recorrido anecdótico hacia esa pasión invisible y poderosa que sólo puede satisfacer la página de un libro. Una forma de comprender esos espacios inexplorados de nuestra mente.


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