viernes, 1 de septiembre de 2017

Una recomendación cada viernes: Una recomendación cada viernes: “La casa de Hojas” de Mark Danielewski.




En una ocasión Borges soñó con un tipo de ficción caleidoscópica que contenía historias imposibles de escribir. En una entrevista, comentó que con frecuencia tenía idea sobre historias extravagantes y esotéricas, pero que eran tan asombrosas, que resultaba casi imposibles sostenerlas como imágenes únicas. De manera que, soñaba con esas historias ya eran reales — cien veces contadas — y se dedicaba a escribir ficciones a su alrededor. El resultado eran misterios inacabados e incompletos, extraordinarios y temibles. Un enigma dentro de un enigma.

El escritor Mark Danielewski parece haber tomado al pie de la letra la visión de Borges sobre la maravilla tétrica y las historias imposibles al escribir el libro “La casa de Hojas”, una versión terrorífica acerca de lo sobrenatural que sorprende por su complejidad, belleza y dureza. Se trata una reinvención del mito de la casa embrujada, pero llevada a una nueva dimensión por completo desconcertante. Como si se tratara un recorrido subterráneo a través de los horrores colectivos, Danielewski construye la apoteosis de un tipo de temor que se esconde bajo la apariencia de una normalidad a fragmentos. No hay sencillo en la propuesta de esta novela monumental, por momentos incomprensible, construida bajo la premisa del miedo — y lo que tememos — como un sustrato original sobre la incertidumbre. Una enorme ficción gótica con tintes contemporáneos que se sostiene sobre una narración atípica y desigual.

Para Danielewski, el problema del mal y lo sobrenatural parece más relacionado con lo inasible e imposible de describir, que con la naturaleza humana. De manera que toda la novela es un recorrido por un tipo de retorcida versión de la realidad, mucho más intrincado y complejo que la simple concepción de lo que puede aterrorizar. Para el escritor, el miedo es una percepción distorsionada de la realidad y se manifiesta en una concepción del absurdo que se hace cada vez más dura de comprender en su totalidad. La historia (que avanza a través de información compartimentada en planos narrativos en ocasiones incoherentes pero que finalmente, crean un todo reactivo) tiene poco de línea y sí, mucho de superestructura que se sostiene sobre cierta percepción del caos. De allí, que Danielewski parezca obsesionado con los pequeños trozos de información dispersa que poco a poco, estructuran una monumental visión sobre el tiempo, la circunstancia humana y el miedo como elemento primitivo de la conducta. Además, Danielewski sabe que el entramado se sostiene sobre el truco de contar lo invisible (una película imaginaria, un libro que nadie ve) y lo hace con una inteligentísima combinación de ritmos y arcos narrativos que se entrecruzan entre sí para sostener la tensión de la historia.

Danielewski crea una distorsión del espacio y el tiempo alrededor de una historia compleja con una eficiencia que sorprende por sus múltiples interpretaciones. No sólo convierte a la narración en una travesía de capas tras capas de análisis sobre el miedo y lo que se esconde en el terror especulativo, sino que elabora una eficiente y directa comprensión sobre los espacios ocultos y siniestros de la mente humano. O los que en todo caso, podrían existir. El esfuerzo convierte al libro mismo en una novela objeto a la que atribuye todo tipo de valores y percepciones sensoriales: “La casa de Hojas” no solamente se lee — al nivel rasante de cualquier novela — sino también se analiza y se contrapone desde la comprensión del libro como mapa de ruta a través de las circunstancias que narra. La historia se convierte entonces en una visión yuxtapuesta sobre la inquietud existencial, el terror ciego e incluso, se toma el atrevimiento — con magníficos resultados — de combinar estilos, tipografía, páginas en blanco y nociones sobre pequeños acertijos visuales para crear una experiencia conjuntiva que corra en paralelo la historia central. Además, el libro es en sí mismo un compendio de todo el conocimiento que el lector puede necesitar, no sólo para comprender la multitud de referencias y conceptos mitológicos que el autor usa como símbolos en medio de su elaborado mundo sino también, la usual doble referencia entre los diferentes planos de lectura. Danielewski crea un conocimiento colosal en el cual todo está previsto dentro de la historia, que abarca desde las interpretaciones posibles a las pistas que la narración ofrece al lector hasta los arcos narrativos que se entrecruzan para sostener la ilusión de tres dimensiones que ofrece la historia.

De hecho, “La casa de Hojas” parece funcionar a varios niveles concretos, entrelazados entre sí, entrelazados no sólo por el tronco de la historia principal sino también, la forma en que Danielewski anuda los puntos más bajos de un experimento narrativo semejante para sostener su perspectiva del terror. Es entonces cuando la novela alcanza su punto más alto y se sustrae de toda línea evidente para asumir una insólita mirada sobre lo que se cuenta: El punto de vista del narrador cambia y se transforma de acuerdo a la visión de la historia sobre sus espacios más enrevesados — el libro inexistente, una película que nadie ha visto jamás y la historia central — y sostiene el terror que subyace con un pulso hábil y firme. Para la novela, lo que se cuenta no es tan importante como la manera en que se hace y por ese motivo, el único punto en el cual se sostiene la coherencia narrativa, es en la casa. La construcción maligna, inexplicable y mutable que parece ser el núcleo de todo las visiones sobre el miedo y el desamparo que la novela propone. Una arquitectura de dimensiones diabólicas que se eleva en todas direcciones como un monstruo silencioso y lleno de posibilidades. Eso, a pesar que Danielewski nunca explica lo suficiente el motivo por el que las paredes parecen cambiar de lugar o las puertas aparecer en los lugares más inesperados. No obstante, la casa como estructura — y como elemento central — de la narración adquiere poder propio y una personalidad devastadora, que Danielewski elabora como una respuesta a cierta intuición sobre lo inexplicable. La casa perturba por su topografía relativa — el lector nunca puede deducir en realidad como es su estructura y apariencia — y el juego de espejos que sostiene la incógnita es también, el secreto más extraño de una novela plagada de intenciones ocultas y a medio descubrir. A la manera de Shirley Jackson en “Haunting Hill” es la casa y no otra cosa, la que sostiene la tensión y el ambiente claustrofóbico de la narración. No hay monstruos aguardando detrás de las paredes como tampoco anuncios de criaturas imposibles y temibles. La verdadera irracionalidad del espejismo de la casa como un “lugar” (que podría serlo o no) avanza a través de la noción que la casa no es racionalmente comprensible y por tanto, está destinada a transformarse hasta asumir su propio peso existencial. La casa al final, es el peor de todos los monstruos, el más temible de todos los lugares ocultos. Y también, el secreto más tenebroso de todos los que Danielewski insinúa.

En su meditado análisis sobre la fragilidad de los espacios y construcciones temporales, la novela vuelve utilizar su propio diseño para dejar claro que nada existe o al menos, nada es plausible o comprensible de manera inmediata. Cada desorden de espacio se mimetiza y a la vez, se muestra en una página específica. Es esa ruptura del juego temporal y espacial lo que sostiene la percepción dinámica sobre la novela — al libro hay que darle la vuelta, enderezarlo y pasar de página en página para entender su contenido — en un desorden que recuerda no sólo a lo que narra, sino el núcleo esencial de lo que esconde. El autor utiliza todo tipo de recursos para asumir la noción de la existencia que va y viene, la percepción mutable del mal y sobre todo, el horror invisible. Desde trozos de texto de inexplicable tipografía hasta el hecho que la palabra “casa” (ya sea en inglés, alemán o francés) siempre se imprime en un gris desvaído y desde cierta distorsión. La casa temible existe y es parte de una idea escabrosa que nunca termina de dibujarse jamás.
Aún así, la historia de “La casa de Hojas” parece ser sencilla o lo suficiente como para sostener la complejidad visual y argumentativa con habilidad. Danielewski crea la típica historia de terror basada en dos personajes únicos pero además avanza hacia una noción tangencial del miedo que se oculta. No hay criaturas pero sí, una comprensión ideal sobre la belleza, el terror y los pequeños rebordes irracionales. La casa existe en la medida que el libro lo muestra. Los personajes cuentan la historia en la medida que el lector interactúa con la visión del autor sobre su obra. El resultado es una extrañísima mezcla de trozos y fragmentos de información, visiones e imágenes que crean una experiencia terrorífica y novedosa.

En una ocasión se le preguntó a Danielewski por qué había corrido el riesgo de escribir un libro semejante en mitad de una mirada temible sobre el bien y el mal. Para el autor, traumatizado por viejas experiencias de la infancia — desde secuestros hasta desapariciones en la España Franquista — pero sobre todo, cautivado por la idea del horror como una idea única e invisible, la cosa estaba clara: “Es lo que te digo: puedes no girar el pomo o no abrir el libro, pero si lo haces, algo vendrá hacia ti, y puede que entonces tengas que echar a correr”. Una percepción del miedo creada a partir de los pequeños espacios sin nombre, de la curiosidad inevitable pero sobre todo, de las angustias y terrores que se esconden bajo ideas elementales y primitivas sobre la soledad, el desarraigo y el monstruo que habita en la oscuridad de la metne humana. Quizás el más temible de todos.

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