sábado, 6 de septiembre de 2014

Del vuelo de la memoria y otros sueños a medio recordar. Historias de brujería.





El cristal de la botellita brillaba con la luz de la tarde. Me alcé sobre la puntas de los pies para mirarlo mejor, asombrada por los pequeños filamentos de luz que se reflejaban en toda la biblioteca: parecía que la luz se había quedado atrapada en el cristal, suspendida para siempre en su pequeño cielo púrpura y verde. Extendí la mano para tocarlo. Estaba segura tendría la calidez de los rayos del sol, que quizás, los dedos se me llenarían de luz y...

- ¡Niña, baja de allí ahora mismo!

La voz de la tia P. me sobresaltó. Oscilé peligrosamente sobre la butaca y sacudí los brazos, intentando recuperar el equilibrio. Salté al suelo, con la respiración agitada. Tia P. me miró con los brazos en jarra, con el rostro enrojecido de furia.

- ¿Qué hacías en el anaquel?
- Quería ver la botellita de luz.


Le señalé la botellita en el peldaño más alto de anaquel de hierbas. Incluso a la distancia de mis pequeñas piernas de niña de diez años, tenía un aspecto señorial, con su cristal verde y púrpura radiante, la vela roja derretida sobre el cuello largo y esbelto, las hierbas misteriosas flotando en su interior. La tia soltó una risita y me dedicó una de sus miradas exasperadas.

- Se llama botella de los anhelos. Y sí, contiene un poco de luz.
- ¿Puedo verla?
- Solo si prometes no decirle a nadie te la mostré.

Le aseguré que jamás jamás le comentaría a nadie sobre la botella. Ella sonrío - una de sus sonrisas mínimas, un poco torcidas - y extendió el brazo para tomar el pequeño objeto. Entre sus dedos, pareció flotar frágil, como si tuviera un elemento ingrávido que yo no podía entender. En realidad era mucho más pequeña de lo que había imaginado: cabia con toda facilidad en la palma de la mano. Cuando me la extendió, la sostuve con dedos temblorosos, el corazón latiendome muy rápido.

No, no estaba hecha de luz - ni tampoco contenía rayo de sol alguno - pero continuaba teniendo un aspecto levemente desconcertante. El cristal a dos colores se confundía en una leve y sedosa curva que se elevaba en una curva elegante. El cuello estaba cubierto de cera de vela derretida, de un encendido color carmesí. Pero lo más singular eran las hierbas que flotaban en su interior: largas hojas de romero, de un color verde radiante, flotaban en una profundidad eterna y lenta, impulsada por un viento imposible. En medio de ese extraño paisaje silencioso, flotaba también una hoja de papel. Estaba cubierta de una caligrafía apretada y pequeñita, de color púrpura. Me llevé la botella a los ojos tratando de leer que decía pero no pude hacerlo.

- ¿Y esto? - pregunté boquiabierta. Mi tia P. se inclinó a mi lado, entrecerrando los ojos para mirar también el interior de la botellita.
- Se llaman Anhelos profundos. Cada bruja le confía a la Tierra y a los sueños sus deseos para que se cumplan muy rápido y en armonía con el Universo - me explicó - Es una manera de crear el futuro incluso antes que suceda, de aspirar y mirar lo que espera por ti, como una consecuencia de lo que creas y construyes cada día.

Dejé escapar un jadeo de emoción. ¡Aquello me parecía asombroso! Me pareció realmente mágico, ese gesto de escribir tus sueños, de hacerlo a mano, letra por letra y luego esconderlo en medio de ese pequeño Universo vegetal. Pensé en las esperanzas, en todos los sueños, contenidos en cada palabra palabra. Las historias que cada frase podría describir casi con esfuerzo. Las historias silenciosas que contendría aquel pequeño objeto. Acaricié el cristal con los dedos, casi  sintiéndole palpitar, vivo y radiante, bajo mi piel.

- ¿De quién es esta botella? ¿Tuya? - pregunté sin aliento. Tia P. la tomó de nuevo y la levantó hacia la luz para mirarla de nuevo. La habitación se llenó de fragmentos de luz tintineantes.
- No, no es mía. Tampoco recuerdo de quien es. Alguna de las primas debió dejarla aquí hace mucho tiempo - suspiró, como si pensara en la historia de esa botella solitaria, poderosa y discreta - quizás olvidó que está aquí.

¿Como alguien podría olvidar un objeto semejante? me pregunté cuando mi tia la devolvió a su lugar. Con la imaginación salvaje, imaginé a la botellita flotando en mares encrespados, viajando de un lado a otro en baules y maletas apretadas, olvidada entre cientos de otros objetos, protegiendo sus secretos con tenacidad. Y llegar aquí, quizás apretada entre las manos de alguien que no sabría el tesoro que sostenía, manos amables que le cuidaron hasta que encontró su lugar aquí, en el anaquel de las hierbas. ¿Desde cuando había guardado sus secretos la botellita? ¿Desde cuantos años atrás formaba parte de ese silencio discreto de carecer de nombre y sentido? El pensamiento me hizo sentir muy triste.

- ¿Y Como sabremos si se cumplieron los deseos?
- Nunca lo sabremos - dijo tia acariciándome el cabello con ternura - a veces hay preguntas que no tienen respuestas. No te obsesiones con eso.

Pero por supuesto, me obsesioné. Por días volví una y otra vez al anaquel de las hierbas, para mirar la botellita de anhelo, flotando en su plácido silencio. Imaginé muchas veces a la bruja que había escrito sus deseos y se los había confiado al cristal colorido, al Romero bonachón. La imaginé, una niña como yo, inclinada sobre una mesita de madera, escribiendo con el puñito apretado. "Querido Universo, te pido...." habría escrito seguramente y el mundo de los sueños se había abierto para ella, de las esperanzas. Vaya que era fabuloso, pensaba con los ojos muy abiertos. Una colección de sueños perdidos.

- Vamos, deja de mirar esa botella como si contuviera los secretos del mundo - me recriminó mi tia en la siguiente ocasión en que me encontró subida a un taburete para mirar la botella, intentando de nuevo mirar que había escrito dentro. Me tomó entre sus brazos y me dejó en el suelo - te lo dije: hay preguntas que no tienen respuestas.

Pues bien, ese pensamiento no me gustaba. Me irritaba de hecho. Y tanto así, que cuando decidí que quizás debía leer lo que llevaba escrito el papel de la botella, lo hacia por un gesto de amor, de profunda complicidad con la bruja desconocida que había escrito sus deseos en cristal y esencias.  Lo pensé durante días, debatiendome de angustia e incomodidad. También de curiosidad claro. ¿Qué tenía que ver conmigo esa botella? ¿Por qué estaba obsesionada con lo que alguien, décadas antes había escrito y que sólo tendría significado para su espíritu?

Quizás porque los sueños nunca mueren, me dije subiendome por enésima vez al taburete. Quizás porque los sueños siempre tienen algo que contar, me dije tomando la botellita. Quizás porque la magia es eterna. Quizás porque...

La botella se me resbaló entre las manos. No sé como ocurrió: en un momento la sostenía con facilidad entre los dedos y de pronto, el cristal se hizo resbaloso y liso y no pude sostenerle. Lo vi caer, casi con una lentitud de pesadilla, flotando en el aire, dando vueltas en el infinito y después, cayendo muy rápido en un abismo pequeño. El sonido del cristal al romperse me rompió el corazón.

Me arrojé con las manos abiertas sobre los trozos de cristal, papel y hierbas mojadas que había en el suelo. ¡Que doloroso, que abrumador! ¡Que terrible, que descorazonador! Intenté reunirlas, unirlas de nuevo. Pero los fragmentos de cristal yacieron mudos sobre el suelo. Y el papel, el tesoro que por tanto tiempo habían guardado en su interior, se confudió entre las hojas, el papel y la luz del sol, ilegible y destrozado, llevandose consigo sus secretos.

Mi tia me encontró llorando allí, entre los trozos de cristal. Me miró entre enfurecida y preocupada. Me tomó las manos y me revisó la piel con cuidado, un gesto firme y cariñoso que me hizo llorar aún con mayor fuerza.

- Tia, la rompí - balbuceé - abrí los secretos...
- ¿Estas herida? - me preguntó secandome las manos con un paño seco - ¿Te heriste con el cristal?


Sacudí la cabeza. Quise explicarle que había una herida más profunda, más secreta, que cualquiera que pudiera verse. Una herida lenta y triste que se parecía mucho a las hojas marchitas y rotas, al papel emborronado que yacia más allá. Pero ella pareció entenderlo. Recogió todo con delicadeza, lo envolvió en un trozo de tela seca y luego me dedicó una de sus miradas exasperadas.

- ¿Que deseabas hacer?
- Quería saber que ponía el papel. Saber quien era la bruja que lo escribió. Conocer su secreto - me limpié los ojos con el dorso de la mano - ahora lo liberé y no sé que hacer.

Tia no respondió. La vi caminar de un lado a otro por la cocina. Seguí mirando el pequeño trozo de madera humeda en el suelo, con una sensación de profunda tristeza que no podía explicar muy bien. Me sentí había traicionado un pequeño secreto muy valioso, que había roto un vinculo entre el tiempo y la luz que yo misma no podía comprender muy bien.

- Ven aquí.

La voz de mi tia me sobresaltó. Estaba en la mesa de la cocina, la que estaba junto a la ventana más luminosa, inclinada sobre un grupo de objetos que no distinguí muy bien entre los resplandores del sol. Me acerqué, desconcertaba y curiosa. Me sobresalté cuando reconocí sobre la mesa una botellita pequeña de color verde, una vela roja,  hojas de laurel y albahaca y una hoja de papel.

- ¿Que es eso?  - pregunté. Mi tia me dedicó una sonrisa amplia, casi amable.
- Pediremos un deseo.

Inclinada sobre la mesa escribí. Con los ojos llenos de lágrimas, los dedos tensos sobre el lápiz. Tomé una bocanada de ese aire luminoso, radiante de una tarde olvidada de una Caracas inolvidable e imaginé el infinito, esa cúpula azul que parecía abrirse no sólo sobre el mundo, sino incluso en los lugares más remotos de mi mente. Cuando comencé a escribir, sentí la magia, la poderosa, la real, la intima, palpitando en cada una de mis palabras.

"Querido Universo, te pido para mi que..."

Escribí, describiendo cientos de escenas que sólo vivían en mi imaginación, que sólo formaban parte de la oscuridad radiante de mis párpados cerrados. Cuando finalmente terminé, sonreí a tia, que me acarició las mejillas con ternura.

- Un pliego para los deseos, una hoja para evitar el olvido - invocó. Tomó mi hoja y con cuidado la dobló en cuatro partes. En el último pliego, incluyó un trozo del papel mojado e ilegible de la botellita rota - que la Tierra nos escuche, que el mar nos recuerde, que el viento nos cante en el idioma del tiempo y el fuego, nos recuerde el dolor.

Mis deseos y los de la bruja desconocida flotando en un Universo vegetal recién nacido. Las hojas de albahaca flotando en medio de esas ráfagas ciegas y silentes, conservando nuestros deseos. Cuando la tia encendió la vela para sellar el botella, sentí que una ráfaga de luz del jardín se quedaba a vivir para siempre entre la cera roja, entre ese chisporreteo extraordinario de los sueños y de la esperanza a punto de nacer.

- Ahora, sólo nos queda esperar - dijo Tia, colocando la botella en el lugar que ocupaba la otra. La nueva botella parecía un poco más alta, más dulce y juvenil, pero allí terminaban las diferencias: de nuevo, los secretos del corazón de las brujas estaban a salvo, pensé con una sonrisa, de pie junto a la tia. Un nuevo ciclo comienza - hasta que otra brujita curiosa decida encontrar una respuesta.

La miré asombrada. Ella sonrío, esta vez una sonrisa amplia, de todos los dientes. Y de pronto, sin que nadie me lo dijera, supe quien había colocado la vieja botella en su lugar, quien había mezclado sus deseos y sus lágrimas con los de alguien más. Tia soltó una carcajada, toda chispas de luz y humor en medio de la tarde cada vez más lenta.

- Tu secreto, que es mi secreto...
- Así sea - acepté.


La luz de la tarde pareció vibrar, llenarse de dulzura. Una promesa en el tiempo, un nuevo eslabón de una larga cadena de historias que nunca termina de contarse. Una palabra, por cada deseo. Un deseo por cada esperanza.

C'est la vie.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hermoso!!! gracias por este aporte, nunca es tarde para hacer una de esas botellitas.

Saludos Aglaia un gran abrazo.

Cecilia Rodriguez dijo...

Que historia tan linda, me atrapó de principio a fin.

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