domingo, 21 de junio de 2015

Danza de sueños y otras historias de brujería.



Sentada frente al escritorio de mi abuela, su biblioteca desordenada me parece muy grande y hasta un poco intimidante. Lo miro con todo con ojos muy redondos y asombrados, con la sensación que todos los libros que me devuelven la mirada se preguntan en silencio - y quizás con cierta irritación - quien es esa niña pálida y pecosa sentada en la vieja silla de madera, con la mano apretada sobre las páginas abiertas del cuaderno a medio escribir y un lápiz entre los dedos de la derecha. Mi abuela, de pie junto al enorme ventanal que da hacia su jardín desordenado, me dedica una de sus misteriosas miradas apreciativas.

- Entonces ¿Que escribirás primero? - me pregunta. Aprieto los labios, sacudo la cabeza.
- No sé - admito - o sea sí, pero no sé si será lo que debería escribir.

Mi abuela aguarda, con expresión seria. Para una bruja, la primera frase que escribirá en el Libro de Las Sombras, es cosa seria, pienso con cierta angustia. Tanto, como para que mi abuela me haya permitido leer el suyo en busca de alguna, la que mejor pueda resumir esa necesidad mía de aprender y de crear, esa primera frase que pueda hablar sobre lo que deseo construir a partir de esa primera página. Pero, a pesar de que me he esforzado, que por horas he leído todo lo que pone en su libro, que le he preguntado a todas mis tias y primas,  no sé muy bien que deseo decir o como comenzar. O al menos, no lo sé tan claro como se suponía. Miro la hoja tachonada de estrellas grises, donde mi abuela dibujo una pequeña ave con lapiz rojo. Un Fenix, me explicó. Símbolo del Renacimiento, del fuego creativo y del poder del soñar y de mantener la esperanza.

- Sólo debes escribir lo que consideres correcto, ni más ni menos - me insiste mi abuela. Ahora sonríe. Me gusta su sonrisa: es una gesto claro, amplio y franco. Mi abuela sólo sonríe por buenas razones y cuando lo hace, muestra todos los dientes. Se le llena la cara de arruguitas y los ojos de luz. Es como si la sonrisa fuera algo mucho más significativo que una simple expresión. Algo mucho más profundo y elemental que una mueca.
- Bueno...pero es que no sé que sería lo correcto.
- Nunca lo sabemos. Siempre hay que intentar descubrirlo.
- ¿Pero si daño el Libro de las Sombras con un error?
- No hay manera que eso suceda.
- ¿Pero si pasa?
- Un libro de las Sombras es una parte de ti. Por tanto no puede haber nada terrible o erróneo en él.

Para una Bruja, un libro de la Sombras es muy importante. En él, escribirá todo lo que aprende, lo que sueña, lo que espera, lo que aspira. Será su lugar privado, una parte de su memoria, una forma de expresión. Lo escribirá durante toda su vida, se transformará en algo vivo, lleno de su personalidad, creado a partir de sus deseos y experiencias. Un reflejo de si misma. Por ese motivo, me asusta tanto la primera frase que escribiré. Una vez, mi tia E. me dijo que esas primeras palabras, serás la que recuerdes por muchos años, las que definirán el camino a seguir. La que te permitirán comprenderte desde una perspectiva tan profunda como trascendental. ¿Que puede saber una niña de once años sobre algo tan poderoso, tan profundo como la importancia de la palabra? No lo pienso así, desde luego. En la infancia, todo es mucho más simple, esencial. Y quizás por eso, mucho más significativo. Sé que la palabra tiene valor. Y sé que la palabra de una bruja, es creación pura.

Me inclino sobre la hoja. Le he dicho la verdad a mi abuela: Tengo un miedo terrible de escribir algo equivocado, de no expresar con suficiente fuerza lo que ese momento significa para mi. No poder explicarle a mi cuaderno recién nacido, con las hojas que esperan escuchar mi voz, la emoción que me embarga, la profunda maravilla que me hace sentir poder llamarme Bruja. Lo hago, desde hace poco. Con prudencia, con enorme timidez. Pronuncio la palabra con cierto asombro, como si aún no me perteneciera. Bruja, como mi abuela, con su cabello cobrizo y su vestido de flores diminutas. Como tia E., que levanta las manos y canta en voz alta en las noches de Luna llena. Como tia M. que teje en silencio - inclinada sobre su regazo, el hilo y la aguja danzando - y suele decir, que así, comprende mejor su mente. Como mi prima M. que baila desnuda para La Luna, con el cabello suelto e impregnado del olor de las flores. Como tantas mujeres a quien sólo conozco de nombre. Con su sonrisa amable desde las viejas fotografías. Ellas y yo, unidas por un hilo de conocimiento. Una historia que compartimos, una forma de soñar.

Así que esta frase, deberá reflejar todo eso. Deberá tener el sabor del jazmin del Jardin que me enseñaron consuela los corazones rotos,  el lento baile del árbol de Mango donde bailamos a la luz del Sol de Junio, el cuchicheo de las fragantes y feas rosas del muro, que consuelan el dolor de las ausencias. Del aroma del polvo de los viejos libros de la Biblioteca. Del olor a café del primer rayo de sol de la mañana. Todos esos pequeños y grandes momentos, todas esa belleza contenida en un instante. La curva de la Montaña sobre el muro del jardin. Las estrellas con sabor a Caracas. La ciudad resplandeciente. Esa primera frase debe contar todas las historias, esa primera frase, debe crear un sueño.

- Cada bruja tiene un secreto - mi abuela se inclina a mi lado, me mira con sus grandes ojos color miel. Ojos de bruja sabia, suele decir mi abuelo, con una sonrisa amorosa. Ojos de mujer misteriosa, suele decir mi bisabuela, de quien los heredó. Pero para mi, son los ojos de mi abuela, la mujer que me educa, la que me obsequia libros que leer, la que me cuenta la más bellas historias. La mujer que me enseñó el valor de la esperanza. Del color del mar. De los secretos de las puertas entreabiertas, de la fuerza de la madera. Todo eso es ella, y mucho más.
- ¿Y cual es ese?
- Nadie lo sabe, sólo la bruja - me acaricia las mejillas, me mira con amor - ¿Que sueñas mi niña?¿Que esperas del mundo? ¿Que miras cuando ves el cielo?

Miro las estrellas pienso de inmediato. Es un pensamiento muy sincero en su simplicidad. Pero entonces, pienso que a veces, tendida con los brazos abiertos sobre el techo de tejas de la casa, siento que ese cielo estrellado habla idiomas desconocidos. Que habla y que canta, para hablarme de sueños apenas descubiertos. Que me habla sobre la historia de mujeres desconocidas, de épocas de tristeza y lágrimas. Pero también de sueños, encontrados y perdidos. De bosques abiertos, de árboles enormes. Y los imagino con gran claridad, elevándose hacia la cúpula color añil, hacia la luz que parpadea, hacia esa curva sin principio ni fin que crea el mundo. Y de pronto, soy todas esas historias, todas esas esperanzas. Todas esas palabras a medio recordar, perdidas entre las estrellas. Todos los silencios, ese leve vaivén del mundo bajo mis dedos. Soy ese sueño, esa aspiración. Esa luz que se derrama, esa plenitud que aborda. Ese sueño que existe en mi imaginación.

- Me veo...- suspiro. Cierro los ojos. Aprieto el lapiz entre los dedos - veo...
- Cuentale al Libro de las Sombras tus secretos.

Me veo a mi, me digo por fin. Me miro como la niña que soy, flacucha y fragil, con el cabello desordenado y las piel pálida. La niña que corre para encararmarse en el techo de la casa y mirar la inmensidad azul que se se alza en todas dirreciones a partir de su imaginación. Veo a la niña que tiene miedo, pero también curiosidad. La que se tambalea de un lado a otro, la que grita de pura felicidad. Y veo también a la mujer que seré, la mujer misteriosa que camina en mi mente, que se creo a cada paso. Esa figura misteriosa que lleva entre los brazos todas mis esperanzas, todos mis sueños. Los pasos perdidos del camino que recorreré. Y me pregunto quien seré, y quien soy. Cual es el sentido de todos los sueños. Cual es la belleza de ese paisaje a medio construir, que contemplo a la distancia. Y soy, y me sueño. Me miro, aguardo, me elevo. Soy la niña que mira los parajes indómitos de la hoja que recibe la palabra. Y la mujer que nacerá de ella, que será su historia y su futuro.

Entonces, sé que escribiré. Como si lo hubiese sabido todo el tiempo. Como si las dos palabras hubiesen estado allí, palpitando en la punta de los dedos. Como si estuvieran siempre en todas partes, revoloteando en mi mente. Creándose así misma. Siendo belleza, siendo esa aspiración de fe que es quizás, mi parte más intima. La más brillante, la más dolorosa. La más real. Aunque sólo tengo once años, sé el peso de cada palabra. Sé su importancia y belleza. Y sé que lo que escribiré, lo resume todo para mi. Para el futuro que aún no existe. Para el pasado que es parte de mi memoria de niña. Y este presente radiante, a punto de construirse. En mi.

Escribo, con los labios apretados, la sensación de intimo prodigio. Una palabra y después la otra. Una y otra juntas, como dos planetas orbitando una junto al otro, en medio de la música de la mecánica celeste de mi mente. Las delineo, las dibujo, las veo libres correr por la página y sé que la historia empieza, que todas las piezas encuentran su lugar. Siento el poder, la maravilla del asombro. La alegría de la sorpresa. La intima satisfacción de esa capacidad para crear.

- Infinito y crear - lee mi abuela en voz alta. Como si no la sorprendiera encontrarlas allí, como si lo hubiese sabido desde siempre. Entonces sonríe, toda luz y toda dulzura. Y me abraza, cálida y fragante. Con el olor de todas las cosas buenas. De todos los diminutos secretos - La bruja  aspira.
- Una bruja siempre sueña - digo y no sé donde de donde ha llegado esa frase. Cómo llegó flotando para encajar allí, en ese precioso instante. Pero lo hace y con tanta facilidad que me hace sonreír, con una de las sonrisas como las de mi abuela, amplia y radiante. Llena de significado y esa convicción profunda que parece nacer de un lugar desconocido en mi mente.
- Una bruja siempre crea - dice ella entonces. Y siento que de pronto, todas las palabras tienen sentido, todas las que vendrán y con las que soñaré. Todas las que aspiro, todas las que viven ahora en mi espíritu. Por cada palabra que flotan en mis esperanzas, las que aguardan las descubran. Y más allá de ellas, magia. Más allá de ellas, belleza. Más allá de ellas, paz.

Sonreímos ambas, bajo la luz del atardecer. Las palabras que escribí parecen mirarme desde la hoja que ahora, aguarda por todas mis historias. Pero ahora sé, que mi mente es infinita y mi deseo de crear perenne. Y que en entre ambas cosas, la vieja magia está presente. Es real y poderosa. Un recuerdo a punto de nacer.

Una forma de soñar.

***

Me inclino sobre el nuevo cuaderno recién abierto. Sonrío, con el lápiz apretado entre los dedos. Los tatuajes en mi muñecas de pronto son más visibles que nunca: la palabra Infinito en la derecha y crear en la izquierda. Y recuerdo que cada palabra tiene una historia, y cada Libro de las Sombras una esperanza. Lo aprendí de la niña que fui y ahora, lo celebro como la mujer que soy.


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