sábado, 28 de febrero de 2015

Sonrisas y pequeños secretos. Historias de brujería.




Una vez, una de mis maestras del colegio de monjas bigotonas donde estudié me llamó "preguntona". Lo hizo en un tono duro insultante que no comprendí muy bien. Recuerdo que permanecí de pie, con las manos apretadas contra las caderas, pensando por qué debería sentirme ofendida por esa palabra, cuando de hecho disfrutaba mucho de preguntar y cuestionar. Tenía diez años y claro está, no lo analicé en términos tan complejos. Sólo sabía que preguntar era mi manera de recorrer el conocimiento, de tomarlo entre mis manos. De asumirlo como parte de mi mente, de mi vida y de forma de crear. Una profunda satisfacción personal.

- ¿Es malo ser preguntona? - pregunté entonces con toda franqueza. La maestra me dedicó una mirada de ojos entrecerrados y brillantes, boca apretada de furia, mejillas llameantes. Se inclinó hacia mí y la vaharada de su perfume dulzón me sofocó.
- Es irrespetuoso provocar con preguntas.

No entendí aquello. Toda su molestia parecía provenir del hecho que yo continuara sin entender muy bien por qué le parecía correcto que apenas se nombrara  al Virgen María en las escrituras de la Biblia. Una y otra vez, le había preguntado en voz alta, por qué las Santas escrituras Cristianas no mencionaban con más frecuencia a la Madre de Jesús, por qué no se describía su vida, sus sentimientos, incluso la extraordinaria experiencia que debió ser educar a un niño tan extraordinario como misterioso. Pero para la maestra, mis preguntas no eran fruto de mi curiosidad, sino una manera irrespetuosa de asumir lo que intentaba enseñarme.

- La Virgen María seguramente tenía muchas interesantes que contar - insistí - ¿Por qué..?
- ¡A la dirección! - estalló entonces la maestra, con la voz temblorosa y contenida - veamos si así, se te quitan las ganas de molestar.

Sentada en la silla del pequeño salón junto a la dirección donde cumplía mi castigo, me pregunté - de nuevo - por qué a la maestra le parecía tan irritante mi curiosidad. No era la primera vez que algo así sucedía, por supuesto: más de una vez, algún que otro adulto parecía incapaz de soportar mi intrépida necesidad de aprender, mi habito de preguntar y preguntar hasta haber comprendido todo lo que necesitaba o deseaba sobre algún tema. Era una especie de compulsión que no podía contener: preguntar era una forma de mirar el mundo, de tocarlo con suavidad desde mi mente. Me gustaba la sensación que me producía obtener respuestas e incluso no obtenerlas. Lo realmente emocionante era que se me ocurrieran ideas, que pudiera siempre encontrar algo nuevo en medio de la normalidad. Claro que, para una niña, esas ideas complejas podían resumirse de forma mucho más sencilla: me gustaba aprender. Hacerlo como podía y siempre que pudiera. Imaginaba que mi mente eran dos grandes manos de dedos finos y ágiles, y las preguntas, sus gestos suaves y precisos sobre las cosas y las personas que formaban el mundo. Me gustaba palparnos con mi imaginación, aprender sus formas y sinuosidades. Asumir su misterio.

Pero nadie entendía bien eso. O mejor dicho, nadie parecía tener paciencia con ese singular entusiasmo mio por el conocimiento. Al menos en la Escuela, mis maestras consideraban mis preguntas irritantes, insolentes o en el peor de los casos directamente groseras. Mi amiga Flor sorprender de la manera como hacia disgustar a las monjas y profesoras y sobre todo, la frecuencia como eso ocurría.

- Deberías dejar de preguntar tantas cosas - me dijo una vez con cierta timidez. La miré asombrada.
- ¿Pero que es lo que molesta tanto de preguntar? - me enfurecí - ¡No entiendo nada!

Flor mordisqueó con lentitud un pedazo de la galleta que comía. Después me dedicó una de sus luminosas miradas de niña inquieta.

- Porque seguro no saben que decirte. ¿No lo piensas?

No, no lo había pensado. Hasta que Flor lo mencioné, no había creído que los adultos no fueran fuente de toda sabiduría y conocimiento. En realidad, tenía unas extrañas ideas al respecto: creía que los adultos a mi alrededor debían saber todo lo que yo quería aprender. ¿No eran ellos lo que escribían los libros que yo disfrutaba tanto? ¿Los que habían estudiado lo que yo apenas comenzaba a comprender? ¿No tenían la capacidad para responder mis inquietudes? Parpadeé, un poco abrumada.

- No había pensado en eso - admití. Flor se encogió de hombros.
- Preguntas cosas que no saben. Seguramente eso es lo que les fastidia.

Recordé esa conversación mientras cumplia mi castigo y escribía cansonamente una composición sobre "el respeto y las buenas costumbres" que la maestra me había pedido entregar en un par de horas. Mordisqueando la punta del lápiz, me pregunté si su expresión irritada, si su evidente incomodidad tenía mucho que ver que realmente no sabía como contestarme. Y de ser así ¿Por qué no se hacía las mismas preguntas? ¿Por qué no me ayudaba a buscar las respuestas?

La puerta del salón se abrió despacito. Un rayo de luz polvoriento entró como un suspiro y la figura enorme y rolliza del Padre Antolin se dibujó en la puerta. Sonreí.

- Me han mandado a cuidaros, Chaval - comentó - De nuevo habeís hecho una de las vuestras ¿Eh?

Solté una risita divertida. El Padre Antolin, catalán, deslenguado y muy inteligente, era el sacerdote encargado de cuidar de las almas del grupo de monjas que dirigian el colegio. Era un hombre de proporciones fabulosas, con su enorme panza redonda y sus mejlllas mofletudas, las manos enormes y blancas, sus paso firme y siempre seguro. Pero lo que más me gustaba de él eran sus ojos azules, brillantes y redondos, como de niño. Era un hombre singular, un espíritu festivo y para horror de la congregación, un hombre que le gustaba debatir y reir en voz alta.

- Pues ya sabemos que vos siempre andareis por aquí con frecuencia - dijo. Se sentó con esfuerzo detrás del escritorio del salón, que al parecer le veía pequeño. Su enorme humanidad parecía flotar sobre la madera- ¿Que habeis hecho hoy?
- Preguntar - dije con toda sencillez. Antolin levantó una de sus cejas canosas.
- ¿Sólo eso?
- Otra vez.

Nos quedamos en silencio. Antolin resopló e inclinándose abrió una de las ventanas del salón. Una ráfaga de aire brillante y cálido entró por la ventana y sólo entonces, noté que había estado muy acalorada e incómoda todo el rato. Así era Antolin; siempre parecía saber cosas muy pequeñas e inusales del resto de las personas. Cosas, que poca gente notaba. Me entusiasmé.

- Me castigaron porque hice preguntas sobre la Virgen María - dije - pregunté por qué nadie habla de ella, por qué...
- Pero la Biblia si habla sobre ella - dijo Antolin. Pero sonreía cuando lo dijo, una sonrisa que yo comprendía muy bien - la menciona varias veces ¿No es eso suficiente?
- No - dije muy segura - No menciona lo más interesante ¿Cómo se sintió ella cuando supo que esperaba un bebé Santo? ¿Sintió miedo, angustia, se alegró? ¿Cómo fue verlo crecer? ¿Como fue descubrir que podía hacer cosas extraordinarias? ¿Le preocupó?

Antolin escuchó la bateria de preguntas con admirable paciencia. Luego fruncio los labios como si meditara en todo lo que le había dicho. Me dedicó una de sus miradas inteligentes y perspiscaces.

- De verdad que eres preguntona - pero lo dijo sin malicia - ¿Por qué te preocupan esas cosas sobre una mujer que no conociste? ¿Qué deseas saber en realidad?

Sacudí la cabeza. No había pensado en eso. Suspiré, mirandome los dedos las uñas rotas y sucias. Me hice la misma pregunta que me hacia Antolin y la analicé con detenimiento. ¿Por qué me intrigaba la historia sobre la Virgen María? ¿Por qué quería saberlo todo sobre ella? ¿Por qué no me llamaba la atención José, su esposo o Isabel, su prima, quien también había concebido un niño milagroso? Contuve la respiración, intentando ordenar mis pensamientos.

En una ocasión, mi abuela me había dicho que preguntar es una práctica constante. Me lo dijo mientras me enseñaba que debía o no escribir en mi Libro de las Sombras, el diario donde las brujas apuntamos todos nuestros conocimientos y aprendizajes. Me explicó que además de rituales, cánticos e invocaciones, una bruja debe incluir sus preguntas, porque eso refleja las formas de paisaje de su mente.

- ¿El paisaje de su mente? - repetí sin entender. Ella sonrío con su habitual malicia e inteligencia.
- ¿Alguna vez has visto un mapa? ¿De nuestro país o de cualquier otro? - me apresuré a asentir - Te muestran como es la tierra donde vives o lo que hay más allá de ella ¿Verdad? te muestra sus contornos, límites, fronteras. Te explica como es su mirada sobre el futuro, como fue construida a partir de su historia geográfica, de lo que la hace singular y única. Las preguntas de una bruja son también mapas, pero de su mente. Le permiten comprender el poder de su imaginación y la firmeza de su corazón, de la belleza que aspira y de la esperanza que anima cada cosa que haces. Toda bruja es una mujer poderosa en conocimiento pero también perseverante e insistente al conseguirlo. Es un alma libre, espléndida, en una busqueda constante sobre sí misma, sobre el placer de mirar al mundo, lo que le rodea y aprender todo lo que puede sobre eso. Así que anotar tu pregunta, te permite comprender hacia donde te diriges, cual es el camino que toma tu mente, hacia donde caminan tus pensamientos.

Miré las sombras alargadas del salón de castigo. ¿Qué deseaba saber sobre la Virgen María? o en realidad ¿Por qué me atraía tanto su figura? ¿Se debía quizás a que me intriga su infinita nobleza y bondad? ¿Su fuerza? ¿Que sabía había una historia interesante y profunda que contar? ¿O había algo en su historia que me parecía profundamente dulce y sentido? Solté una larga bocanada de aire.

- No comprendo porque la Biblia no le parece importante lo que ella tuvo que pensar o decir, o así lo parece - dije - Me recuerda a lo que mi abuela dice sobre la Diosa, que fue olvidada por los hombres pero que aún así, vivió en el corazón de sus hijas y en el brillo de la Luna. ¿Es lo mismo? ¿Le olvidaron?

- No es lo mismo - contestó Antolin - aunque si, proviene de la misma idea. La Biblia hija, es un libro de hombres, a pesar de contener la palabra divina. Y los hombres toman decisiones de su tiempo y según el mundo que les tocó vivir. La Biblia habla sobre Jesús como un hombre Divino que mostró al hombre el camino hacia Dios. Pero a nadie le pareció necesario mostrar que hubo una mujer que le cuidó, le educó, le quiso y sobre todo, le brindó el amor suficiente para ser el hombre que fue.

La idea me recorrió como un escalofrío. Una vez, tia E. me había leído un pasaje de un viejo libro de poesía que hablaba sobre la Diosa como una Dama triste perdida en el bosque de los hombres, abrumada de tristeza porque su nombre se había olvidado en los oceános del tiempo y de lo que asumimos bello. Me pareció una historia muy triste y angustiosa. Porque la tia me había explicado que cuando el hombre perdió a la Diosa, cuando la historia dejó de venerar a la Mujer Sagrada, también perdió un sentido único y espléndido de la belleza, de la sensibilidad y de la comprensión del mundo. ¿Había ocurrido de la misma manera con María? ¿La historia la había dejado sin palabras? ¿Le había arrebatado la historia?

- No es nada tan simple. Aún Veneramos a la Santa Madre, la comprendemos como parte de la Religión, pero si, algo tuvo que ver esa visión del Hombre y de la Mujer en la manera como se cuentan la historia que conocemos - suspiró - hay tanto que no se dice, que se esconde, que se encuentra lamentablemente perdido. Hay tantas pequeñas escenas que harian de la historia mucho más completa y hermosa. Pero recordad, hija: la historia la cuenta los triunfadores. Y la mujer, antes o después, siempre ha sido sólo la compañera, la figura servicial detrás de la palabra de la historia Universal.

Recordé la historia de la Diosa perdida. Me dolió esa idea de la caída en el desastre, como mi tia le había llamado. En las páginas del libro, la imagen de la Diosa se representaba como una espléndida Dama vestida en túnicas blancas, flotando sobre la noche, entre la oscuridad. Tan semejante a María, con las manos abiertas, brindado amor y consuelo al hombre. Había tantas Diosas misericordiosas y amables, de corazón amante, de la misma manera que advocaciones de la Virgen, que la imaginaban Espléndida, llena de la Gloria de la Santidad. ¿Que las unía? ¿Era una misma historia contada mil veces? ¿Interpretada en cientos de formas? No lo sabía y cada vez que me hacia más preguntas, comprendía que sólo había visto una parte de toda la historia, de todo lo que deseaba saber y aprender sobre el tema.

- La Virgen María sí, probablemente tuvo extraordinarias que decir, pero la Biblia de los Hombres era para Hombres - dijo Antolin - Y fue escrita para hablar de hechos y grandes portentos, de maravillas que despertaran la admiración de los incrédulos, como tantas veces se había hecho en el pasado. De manera que se silenció lo esencial, esa historia humana del Jesús desconocido. Lo que su Madre seguramente miró de él y aprendió de él. Un pensamiento triste.

"Y si miras más atrás, siempre ha ocurrido de la misma manera. La historia habla de guerras, de enfrentamientos, de conquistas y batallas, pero pocas veces de conocimiento. De la plenitud de ese amor y devoción discretos. O incluso del poder de esa Diosa femenina, nacida de la mente asombrada del hombre por las maravillas, como un niño que eleva los ojos hacia la Tormenta y espera comprenderla a través de una figura que pudiera resumir todo lo que era desconocido y temible. Porque la Diosa existió como consuelo y también como temor. Como simbolo de lo desconocido y también como lo que deseabamos conocer".

Lo miré boquiabierta. Aquello bien podía haberlo dicho mi abuela. Antolin soltó una de sus carcajadas estruendosas, sofocadas que tanto me gustaban. Me hizo un guiño amable y malicioso.

- Todos nos hacemos preguntas, hija - comentó - y todas las preguntas te llevan a investigar.

Sonreí. Recordé mi Libro de las Sombras, llenó de preguntas, de cientos de ellas. De las pequeñas y sin importancia, de las cada vez más adultas que había comenzado a formularme desde hacia unos cuantos años. De las simples y poéticas, de las cientificas. Cientos de preguntas que parecían anunciar mi necesidad de autodescubrirme, de cuestionarme, de comprender que el aprendizaje es un eterno descubrir, de ordenar las piezas de mi mente para asumir el poder de lo que somos y lo que deseamos ser. De desafiar mis limites y encontrar más allá de ellos una respuesta, una idea o quizás otra pregunta. Otra idea a punto de nacer.

Más tarde, Antolin me acompañó hasta la salida de la Escuela. Caminamos en silencio por el Jardin verde y silencioso, quizás el lugar que más agradaba del edificio. En medio del cesped verde y la enorme Ceiba anciana, había una escultura de la Virgen María. Tenía un rostro sereno y amable, las manos abiertas en un además amable y delicado. Me acerqué a mirarla con renovado interés.

- Debió ser una mujer extraordinaria - dije en voz baja, casi para mi misma. De pie a mi lado, Antolin levantó su augusta cabeza hirsuta y miró la escultura con un gesto de respeto y cariño que me sorprendió - debió estar tan asustada o quizás, tan asombrada. Quien sabe sí...

Sacudí la cabeza. Antolin me apoyó la mano en el hombro con delicadeza.

- Quizás todos los estamos - dijo entonces - y Ella, ese Sagrado Femenino, nos recuerda siempre el poder de crear y aspirar a la bondad.

Sabias palabras, pensé con cierto optimismo. Pero aún más, una manera poética de comprender nuestra propia ignorancia y fe en aprender. Muchos años después, pensaría que fue un raro pensamiento para una niña tan pequeña. Uno de los primeras ideas adultas que tuve alguna vez.

A veces, de adulta, siento que en ocasiones el cinismo y la desesperanza me vencen. Esa necesidad torva quizás de abandonar esa búsqueda de conocimiento y fe. Pero entonces, recuerdo que todo secreto tiene una manera de crear una respuesta. Y que todas las respuestas son maneras de aprender. Y continúo cuestionandome, buscando respuestas, creando y construyendo el mundo que deseo comprender. Una idea mucho más poderosa que el silencio. Una mirada hacia la esperanza. Una forma de magia, quizás.

C'est la vie.

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