domingo, 22 de febrero de 2015

Fragmentos en rojo carmesí y otras historias de brujería.




Tia L. me dedicó una de sus mirada burlonas. Parecía encontrar muy divertido mi incomodidad, mi torpeza. Me encogí de hombros.

- Bueno, ya sabes que soy una gran timida.
- Lo sé.

Nos encontrábamos en su pequeño taller del alfarería, rodeada de sus pequeñas esculturas. Tia era una artista obsesiva, meticulosa, ritualista. Cada una de sus diminutas creaciones - todas mujeres voluptuosas, con los brazos levantados hacia un cielo imaginario, sin rostro - parecían cantar una canción secreta. O al menos, así me gustaba imaginarlo. Lo cierto era que tia jamás me había dicho realmente por qué le gustaba esculpir sus pequeñas mujeres o si incluso, alguna tenía un verdadero significado. Era como una obsesión silenciosa, inquietante, muy bella. Una especie de poema misterioso que sólo ella conocía.

- A veces me pregunto como puedes ser tan fuerte y tan frágil a la vez - me preguntó. Las mejillas me ardieron de pura vergüenza.
- No soy fuerte.
- Claro que lo eres. A tu manera distraída y un tanto desconcertada, lo eres.

Tia no era en realidad mi pariente. Era la mejor amiga de mi madre y durante mi infancia, me había acostumbrado a llamarla tia, en una especie de costumbre tan vieja en mi vida que no podía recordar cuando había empezado a hacerlo. Pero al crecer, había descubierto que en realidad, era mucho más cercana a mi que algunos miembros de mi familia. Como si nuestra capacidad para comprendernos, para mirarnos con atención, una complicidad lenta y amable, fuera un vinculo más fuerte que cualquier otro. Me intrigaba su mente afilada y profunda, su singular manera de comprender el mundo. Su capacidad para brindar a cada palabra y experiencia una especie de significado misterioso.

- Enamorarse es lo más natural del mundo - continuó - incluso para una bruja malcriada.

Sacudí la cabeza, divertida y sonrojada. Con dieciséis años, me encontraba todo lo enamorada que podía estarlo cualquiera  a mi edad . Ese amor luminoso, radiante, doloroso que tanto recordamos después.  Los primeros besos, el descubrimiento,  los brazos abiertos hacia la nueva experiencia. No obstante, por algún motivo, estaba convencida que sólo tia L. podía comprenderme. Que solo tia podría entender la emoción abrumadora que me sofocaba con tanta fuerza que comenzaba a preocuparme. Tia soltó una carcajada al escucharme.

- Mucha poesía y poca realidad. Estás enamorada de un muchacho, deseosa de experimentar. Y lo harás. Y sufrirás un poco, avanzarás un paso en la vida. Es natural y hermoso. Pero también un riesgo.

La escuché sin saber que decir. Tia caminó por su taller con su acostumbrado paso firme. Su larga falda de tela ondulo a sus pies, calzados en zandalias. Todo en ella tenía un toque salvaje, un poco extravagante. Tia tomó una de sus esculturas y la colocó sobre la mesa de trabajo.

- ¿A que llamas riesgo? - pregunté. Pero claro que sabía a que se refería. Lo había sabido desde los primeros besos, asombrada por la sensación, por la emoción, el deseo. El cabello de él cayéndome sobre las mejillas, sus brazos apretándome con torpeza, su muslo entre los míos, tan imperioso, delicioso. Todo en mi vida parecía haberse vuelto más intenso, más sentido. Pero también más inestable, a punto de derrumbarse. ¿Eso era el amor? me pregunté más de una vez, confusa, desconcertada. Miraba al chico del que me había enamorado entre sorprendida e irritada. Apenas un mes antes había sido un desconocido. Ahora era una sensación cruda, pura piel, el olor de su sudor, el sabor de su saliva. La sensación de su piel contra la mía. Y esta esperanza, venida de ninguna parte, esta sofocante y deliciosa sensación de caída en el desastre, en medio del caos. ¿Esto era el amor?

- Querer siempre te lleva al límite de lo que deseas aceptar y creer, confiar y aspirar - me respondió. Tomó un pequeño trozo de tela y comenzó a pulir la cabeza de la escultura con movimientos rápidos, firmes - enamorarte es algo más frágil, fugaz, inmediato. Lo necesitas, tu cuerpo, tu mente. Necesitas sentir. Necesitas poseer. El beso, las manos abiertas. El sexo. Todo a la vez. Y que confuso resulta, que ambicioso. Al final, sólo era una decepción o un recuerdo. Nada es tan perdurable como eso.

Siguió puliendo la cabeza elegante de la diminuta mujer. Sus palabras me golpearon como bofetadas. Me quedé inmovil, con las manos apretadas en las caderas. ¿Tan predecible resultaba todo? me pregunté un poco inquieta. ¿Tan evidente? A diario, tenía la impresión que descubría espacios nuevos en mi mente y en mi cuerpo. Que ese renacer en piel y espiritu, tenía algo de místico, único. Mío. Pero al parecer no lo era tanto, al parecer era una idea mucho más frágil y común de lo que había supuesto. Sacudí la cabeza, aturdida.

- ¿Es amor esto? - le pregunté. La pregunta que no dejaba de formularme. Los besos desesperados, la sensación de perdida. Y el miedo, siempre el miedo. Esa intimidad, que el sexo hacia parecer floreciente, siempre radiante. Tia suspiró y se detuvo. La muñeca de brazos alzados pareció devolverle la mirada desde su rostro hueco.

- Por supuesto que es amor. Y lo será después, cuando sólo sea un recuerdo, cuando únicamente sea un fragmento de una historia. El sabor de un beso, la lujuria joven. El amor es una idea constante, que nunca se transforma, siempre es inocente.

Con cuidado, continuó puliendo la escultura. El olor de la arcilla pareció confundirse con el de los candentes rayos del sol que entraban por la ventana. El calor flotó a mi alrededor, como una presencia viva y casi incómoda. Pero había algo bello, en esa sensación de vitalidad de las paredes de la pequeña habitación ardiendo, el viento fresco de la montaña entrando por las ventanas abiertas. Vida, la capacidad de crear y comprender nuestra mente, nuestro pequeño mundo. Sentí que el amor que sentía en ese momento se hacia poderoso, muy cercano a la superficie de mi mente.

- Cuando estoy con él...es como si todo comenzara en mi vida. Nunca me había gustado tanto un libro como cuando lo leemos juntos. Nunca sabe mejor la comida. Esa sensación que mi cuerpo es un misterioso por construir, por recorrer - sonreí, sentí que una vitalidad libre y poderosa me subía por los hombros - es...

- Es un ciclo - dijo mi tia. Me miro entre los rizos desordenados que le caían en la frente, húmedos de sudor. Siempre había pensado que había algo salvaje en tia. Una especie de profunda belleza que nacia de esa necesidad suya  de siempre asumirse distinta, poderosa, creativa. Por ese motivo le llamaba bruja, a pesar de que ella solía reírse cada vez que lo hacia. Pero lo era, claro que sí. Una bruja poderosa de nacimiento y por necesidad de su espíritu independiente.

- ¿Un ciclo vital? - pregunté.
- Un ciclo como cualquier otro. Pero este te transforma cada vez - Deslizó la mano sobre las curvas de la escultura que había creado, como si cada pequeña sinuosidad le brindara un significado a sus palabras - el amor es nuestra capacidad creativa al pleno, esa curiosidad incesante del ser humano. No es humano, no es poético. Es crudo, es doloroso. Es vivificante.

"Lo debes saber: en muchisimas religiones paganas, el espiral es un simbolo de poder y de vida. Pero también de amor. También de capacidad creativa, de construcciones de la memoria. De ideas poderosas que atraviesan cambios. Eso es el amor. Ese es el descubrimiento. Ese es el poder de la vida y de la muerte. Del cuerpo que se renueva, del espiritu que nace".

No respondí. Un breve recuerdo amargo. Hacia un par de años, uno de mis amigos más queridos de la infancia había muerto. Cuando visité su tumba por primera vez, dibujé un espiral para despedirme de él. Era desconcertante ahora imaginar el otro extremo de esa idea, de esa poderosa convicción de tiempo y conocimiento que el espiral simbolizaba. Pero tenía sentido, me dije un poco desconcertada. Una cierta correspondencia, una secuencia de valor. ¿No decía la brujería que toda fuerza tenía un exacto contrario? ¿No se trataba la magia de encontrar un equilibrio entre todas las cosas? ¿Y que otra cosa era la magia que nuestra capacidad para crear, construir y soñar? Suspiré. El aire caliente de la tarde me llenó los pulmones.

- Es un poco...duro pensar que el amor terminará - dije entonces. Tia sonrío, con cierta ternura.
- ¿Y que comenzará otra vez con otro rostro no te intriga?

No supe que responder a eso. Recordé mi primera vez, ese despertar del deseo y la lujuria que tanto me habría sorprendido. El placer convirtiendose en algo más que una idea para convertirse en un todo, una sensación confusa, salvaje, fuera de control. Mi cuerpo reaccionando, palpitando, sacudiendose, tan vivo, tan radiante como nunca pensé podía estarlo. El dolor y la belleza. La carne, el deseo, la sensación de redescubrir incluso mi propia identidad. Después, él se había quedado dormido abrazándome y yo me había sentido lejana a todo, incluso a esa dulzura del abrazo, del miedo, de la alegría, de la confusión. Mi mente rota y luego, llena de significado. De poder. Me había levantado en silencio, en medio del calor de la tarde. Desde la ventana de su habitación podía contemplar a Caracas, recién nacida, desconocida y tan mia. Todo era nuevo y bello. Más tarde, había caminado por la calle a solas, sintiendome fuerte y frágil a la vez. Audaz, torpe. Una idea llena de pequeñas grietas, elevándose en todas direcciones a partir de mi.

- No lo sé. Es decir...no sé aún si pueda comprender lo que siento o si incluso, llegaré a hacerlo - respondí - siento que hay una especie de ruptura entre esa necesidad de mirarme y simplemente...ser libre de todo pensamiento. Lo dijiste: no hay poesía, es solo piel. Y es verdad. La sensación es enorme, devastadora. ¿Es real? ¿O solo estoy abrumada por la novedad, por el descubrimiento? ¿Qué ocurrirá después?

Tia soltó una carcajada. Sostuvo la muñeca entre los dedos, la miro. Luego hizo algo muy extraño. Con un gesto grácil de sus dedos largos y elegantes, le rompió la cabeza. El sonido de la arcilla al romperse llenó el mundo, me sobresaltó. Parpadeé, desconcertada, mientras ella sostenía la cabeza de la escultura en la mano abierta.

- Los Celtas estaban convencidos que los espirales eran símbolos de dolor y de placer. De la vida que brota incluso en medio de la aridez - dijo entonces - incluso más allá, el transcurrir del tiempo. Una vez leí que durante sus rituales de cosecha, asesinaban a una victima propiciatoria para alimentar al tiempo, para construir una idea profundamente poderosa sobre lo que consideraban la transición entre la vida y la muerte. La sangre sobre la tierra recién sesgada, los árboles creciendo sobre los muertos bajo la tierra.

La imagen me estremeció. Imaginé la escena con tanta claridad que me estremecí: los bosques llenos de siluetas altas, de cabello rubio y rostros pálidos. La victima mirando al verdugo con los ojos muy abiertos y asombrados, incrédulos sobre su propia vulnerabilidad. El cuchillo cortando la garganta, la sangre salpicando. La tribu entera mirando, cantando quizás. El ciclo de la vida y de la muerte satisfecho. La belleza de lo terrible entre sus manos manchadas de tierra y sangre. Sacudí la cabeza, con un sobresalto.

- Ahora nos parece una idea bárbara desde luego - dijo entonces tia  - pero más allá de eso, la vida y la muerte, el amor y el dolor, todas las ideas que consideramos valiosas, son graduaciones de la misma idea, fragmentos de historias a medio completar. Formas inconclusas de nuestra vida. Ahora mismo el amor te parece todo, desde el resplandor del sol a tu despertar sexual. Pero luego será aprendizaje, asombro. Maravilla. Ternura. Será todas las ideas que crees puedan darle sentido a lo hermoso y a lo feo. A lo doloroso y a lo importante. Serás tu misma.

Un ciclo, pensé. Miré a mi alrededor, las estatuillas de brazos levantados mirando hacia un infinito secreto. Pensé en la sencillez del corazón humano, en la ternura de los labios entreabiertos, en la inocencia como comprendemos el amor, la dureza cruda de la muerte. Todas las ideas que crean la vida y lo que somos. Y sobre todo, quienes aspiramos a ser. Una idea desconcertante, dura de asimilar pero tan real como un anuncio de nuestra propia identidad futura. ¿Quienes somos? ¿Hacia donde caminamos con torpeza? Los brazos extendidos. El temor en todas partes. ¿Quienes somos más allá de lo que creemos real y lo que no lo es?

- Entonces, ¿el amor es sólo un tránsito? ¿Siempre habrá otro tipo de amor? - pregunté con un ligero sobresalto. La tia sonrío con esa malicia suya que la hacia tan hermosa, tan profundamente dura. Se encogió de hombros.

- No lo sé.

Recordaría sus palabras, muchos años después. De pie, frente al espejo. Desnuda, la sensación de libertad en la sangre, en el cabello desordenado, la piel despierta. La respiración exquisita de un hombre de rostro como de niño llenando la habitación. Esa sensación de posibilidades, del ciclo que comienza y termina. De una idea formidable que se crea así misma.

C'est la vie.

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