viernes, 23 de noviembre de 2012

En el día del escritor: Felicitaciones al escritor anónimo.




Y en una efemérides diaria, como suelo comentar en Twitter, hoy se celebra el día del escritor. En Caracas, al menos, con varios eventos culturales bastante interesantes y un movimiento de nuestro excelso grupo de vacas sagradas literarias para homenajearse unos a otros. Es una cosa un poco extraña, esa de autofelicitarte, autobesarte y autoalabarte, pero en el Potrero místico de los "Consagrados" hay mucho de eso. Y lo he visto desde hace Quince años. Pertenecer al mundo editorial - directa o de manera tangencial - te da una visión un tanto inquietante de esa gran vanidad del escritor que se dice burlón pero que en realidad es un atributo temible. Porque es de temer sí, esa idolatría hacía sí mismo, ese amor que soy escritor y tu no. Pero lo que quiero hablar hoy en este, su blog de confianza, es de otro tema. Juro tocar ese en algún momento. Y será interesante, sin duda.

Ahora bien, sobre los escritores. Tengo una opinión muy clara sobre eso. Un escritor es el que ama la palabra. Un escritor es aquel, que se va a la cama llevándose una historia y se levanta con los dedos palpitándole por contarla. Un escritor es el que se deleita por la palabra, el que la paladea como el buen vino, el que sabe su valor. El que modula la idea, poco a poco, para crear un mundo en el que habitarán sus pensamientos. Un escritor es el que ríe y llora con sus propias letras, el que las acaricia con la mente, el que las lleva en el espíritu. Un escritor, en suma, es un apasionado por la creación.

De manera que mi felicitación no va para las vacas sagradas, los consagrados, los que llevan su libro bajo el brazo, los que te sueltan frases cultas y muy doctas en cada conversación. Mi felicitación va para ese que sueña y delira por las palabras, por todo aquel que se despierta, delirante por la necesidad de escribir. Por el que escribe poemas, a llanto y gritos privados, a solas, en un papel, temblando de dolor y de ira. Por el que se sienta y sueña con mundos imposibles, con el que se eleva de la mano de su capacidad de soñar. Felicito a todos los que aprecian el don de la palabra, los que cantan, ríen y viven el mundo a través de sus ideas, para los que incansablemente escriben. Porque eso hace un escritor: escribe. Escribe para vivir, escribe porque no puede dejar de hacerlo, escribe por dolor, escribe por una necesidad tan insatisfecha, tan quemante y tan tremenda, que le ahoga, le roba, el aliento y la paz. No importa que no haya libro por delante, no importa que no sepa que hacer con tanto amor por la palabra, tanto amor que te desborda, tanta necesidad que te golpea y te aturde. Porque ese amor proviene de ti, de nada más y nadie puede ponerle nombre, de las noches de infancia con las palabras entre los dedos, de la juventud creandose con letras. Palabras y palabras bañando el mundo. Soñando siempre, tan amplia y tan infinita, esa aspiración por contar historias, todas las que brotan en tu mente, las que te rodean, las que te susurran de a poco, las que sonríen para ti, las que caminan de un lado a otro, las que se esconden en las esquinas, las que vuelan en el cielo, las que duermen en el mar y el espiritu.

A esos escritores, a los de verdad, a los que no conciben su vida sin una palabra por delante, son los que felicito. A esos escritores, a los que los consume el fuego divino y maldito de amar la palabra cada día y para siempre. A ellos, que el sueño nunca termine y la palabra, siempre sea el infinito.

Que la palabra siempre esté en las estrellas.

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