viernes, 30 de noviembre de 2012

El día de las Librerias: Un sueño que no termina jamás.





Cuando intento hacer memoria y encontrar mi primer recuerdo de una librería  lo que veo, no sé si es real o imaginario: Hay una puerta llena de luz, un hombre muy alto que me sonríe, y de pronto, el mundo desaparece en libros. Muchísimos, en sus anaqueles, impecables, hermosos, brillando bajo la luz de la ventana que parece flotar en medio del silencio. Y yo me quedo allí, con el corazón latiendome muy rápido, con las manos apretadas en el pecho y una sonrisa asombrada. La niña bajita y pálida que fui, siente que va a entrar en el bosque de los Misterios, en un templo de amor y de magia real, que pica en los dedos y hace sonreír  Que sonrisa es esa, la de las maravillas, las de encontrar los regalos del niño Jesús debajo del arbolito, la de la primera vez que manejas bicicleta, el primero beso. Esa magia de todo lo bueno y lo dulce, en ese lugar que parece creado para mi, porque lo he soñado, porque me palpita el corazón muy rápido de felicidad cuando doy el primer paso y todos esos libros extraordinarios parecen pertenecerme, nacer, crecer, elevarse más allá de mis ojos de niña para levantar un mundo, como el Atlas de los sueños, como el tiempo que corre y se eleva, entre mis dedos, como la esperanza más hermosa y más intima del mundo.

Soñar.

No debió ser así por supuesto, pero mi yo-niña, lo recuerda así y eso es suficiente. Ya lo decía Gabriel Garcia Marques, la vida no es lo que se vive, si no lo que se recuerda de ella. Y yo quiero recordar esa primera vez, con la fábula de mi mente. Quiero recordar las mariposas amarillas que no existieron y volaron a mi alrededor cuando corrí por los pasillos, con los brazos abiertos. Quiero recordar haberme tropezado con Bastian Bux en algún rincón y que él levantara el libro con el Aurin para mostrármelo. Quiero recordar asustarme porque allí, en algún rincón oscuro, Gregor Samsa acaba de despertar convertido en un enorme insecto de muchas patas. Y recorro ese reino mágico, riendo, las manitas de mi yo- niña levantadas, mientras rio, mientras imagino todos esos libros que leeré y que construyen mi futuro. Imagino lo que vendrá: las tardes de silencio, con el libro en las rodillas. El libro apretado en el pecho, corriendo por una calle de mi Caracas amada, esa que a veces creo que se fue. El libro que compré para reír  el libro que compré para llorar. Los libros perdidos, los libros amados, los libros adoptados. Los libros que consuelan lágrimas y que crean mundos enteros. Y allí estará, en ese futuro de la puerta abierta: la mujer que seré. La mujer que vivirá para amar a los libros, para llevarlos en cada momento de su vida, para secarse las lágrimas con palabras, para sentarse en la oscuridad abrazando un libro y creer  Y la niña que fui se sorprenderá de la mujer de ojos soñadores que seré, porque serán los mismos suyos, porque tendremos el mismo asombro, porque será el mismo corazón que lata muy rápido cuando lea esa primera linea que abre un Universo por descubrir. Y seré yo, y ella, y todas las mujeres que habitan en mi, las que bailarán, entre risas, los dedos elevándose hacia el cielo, para cantar los sueños que un libro me enseño, para encontrar la respuesta a las preguntas que nunca me he hecho, para pensar y soñar. Siempre soñar. En un mundo que es página y voz. Que es tiempo y es amor.

Parpadeo. El librero, un anciano de anteojos, me mira sorprendido. Vaya, ¿Cuando tiempo tendré de pie frente a la puerta de esta nueva librería  con las manos heladas de emoción, imaginando y viviendo, y soñando y viendo el mundo que me espera detrás de la puerta? No lo sé, pero sonrío. El librero me devuelve la sonrisa y abre la puerta por completo, de par en par. Y allí están mis libros, los amados, los de siempre. Esperando. El librero aguarda y luego se inclina hacia mi.

- ¿Va a entrar Señorita?
- Claro que sí.

C'est la vie.

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