martes, 7 de febrero de 2012

Creador de Grandes Esperanzas







Querido Mister Dickens:

Imagino el Londres que lo vio nacer un día como hoy: Probablemente fue un día frío, con ese resplandor plomizo del Invierno que parece reflejarse en las piedras. Un escenario bendito y perenne que se repitió cientos veces en sus novelas. Y lo imagino, por supuesto, gracias a sus palabras, a su capacidad para transcender y conquistar ese limite imperecedero de la eternidad en las palabras. Sonrío, mientras escribo esto, porque de alguna manera, sé que a usted le parecería casi mágico que alguien de ese futuro distante, pudiera imaginar y danzar en el Paraíso Perdutto, entristecerse por la melancolía agria de la Ebenezer Scrooge,  inquietarse con las locuras de Fagin y Mrs. Gamp, amar quizá a Charles Darnay y Oliver Twist, recordar como si realmente hubiesen existido a Micawber, Pecksniff, Miss Havisham, Wackford Squeers. La vida y la muerte en las palabras, el tiempo que se crea así mismo párrafo a párrafo.

Y es que Usted Señor Dickens, nos regaló esa capacidad bendita de comprender nuestro tiempo a través de la vida de personajes tan tangibles como cercanos. Pura vida que se derrama en esas escenas que simplemente, forman parte de nuestra memoria compartida, gracias a usted. Porque en mis momentos más íntimos,  visito ese Paradiso Perdutto de sus sueños, tal vez para intentar comprender a una Stella angustiada y pesarosa, para sentarme junto a Miss Havisham y recordar mis propios terrores como telarañas de amargura. Pero también, río a carcajadas con Oliver Twist o me enfurezco a la manera casi triste de Scrooge, a solas, siempre a solas, gritando pamplinas con el puño levantando, un diminuto rebelde pesaroso. Gracias a Usted Señor Dickens, puedo recorrer esa Londres idealizada, de los edificios de piedra, de las calles soñadas, de la nieve tan blanca como el encaje olvidado, de esos pequeños temores y dolores tan eternos como sus palabras. Y que hermoso, sin duda, es esa sensación de comprender, no solo mi propio mundo sino otros tantos, a través de una puerta que se abre en sus palabras, en sus historias que parecen repetirse una y otra vez, porque simplemente son siempre las mismas. Una y otra vez el miedo, esa soledad de los pequeños pasillos de la mente, esas ventanas abiertas al amor más puro, esa furia insoportable que dibuja cárceles de pura belleza. Ah, mi queridisimo Señor Dickens, que ternura poder recrear pequeños salones olvidados de mi espíritu gracias a usted.

Y sigo sonriendo. Imagino a una rolliza mujer, llevando delantal blanco impecable, cofia y las mejillas rollizas, levantando al bebé que será el gran escritor muchos años después. Lo lleva junto a la ventana, para mirar la Londres señorial, brillante en piedra y elegancia. La nieve de enero la cubre aun, pero comienza a derretirse un poco, dándole un lustre nuevo a esta maravillosa ciudad que le verá crecer, a quién brindará una voz y una identidad. Un momento mágico, ese silencio de ese primer momento, ese primer reconocimiento del lugar de los sueños que será para usted un mundo promisorio y para nosotros, sus lectores, los hijos de las palabras que tendrá después, un lugar para soñar.

Gracias Mister Dickens, por crear un mundo diminuto a donde acudir, en tiempos de Grandes Esperanzas.

Con amor,

A.

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