martes, 19 de febrero de 2019

Crónicas de la Nerd Entusiasta: Todas las razones por las que “The Favourite” de Yorgos Lanthimos debería ganar el Oscar a mejor película.






Un día del mes de enero de 1711, la Reina Ana de Inglaterra despertó de un inusual buen humor: para entonces, la última Monarca Estuardo era considerada no sólo de un carácter imprevisible sino con toda seguridad, la reina más impredecible de una larga sucesión de cabezas coronadas de dudosa cordura. La corte entera conocía el impulso de Ana por la extravagancia y las decisiones sin sentido, pero ese día, terminó por desconcertar incluso a sus consejeros más antiguos y curtidos. Sin que nadie supiera el motivo, la Reina nombró a una antigua camarera y además, parte del personal de cocina del palacio como la encargada del Monedero Privado de su majestad, lo que la convertía en la tercera persona más importante del reino, sólo por detrás del Chambelán y del consejero de cama de la Reina. Con ese golpe del destino, Abigail Hill entraba a la historia y su prima, Sarah Churchill, la duquesa de Marlborough, caía en desgracia. Lo demás, es una narración confusa sobre los entuertos del poder que terminó con destierros, asesinatos e incluso, con una que otra decapitación.

El director Yorgo Lanthimos toma este pequeño revés histórico de personajes no del todo conocidos y lo convierte en el germen de una de las mejores películas del año 2018: “The Favourite” no sólo es un compendio de inteligencia argumental, un sólido guión de giros brillantes, sino una rareza escénica que sorprende por su buen gusto. De la misma forma que Shakespeare en su oportunidad, Lanthimos asume los asuntos de estado y los entresijos del poder como una poderosa variación de todo tipo de identidades y elaboradas contraposiciones de las diferentes facetas de la manipulación en las alturas de la jerarquía social. Con su relato blasfemo, intelectual y perverso sobre las luchas de poder entre encajes, pelucas y corset, Lanthimos alcanza un nuevo nivel en su noción sobre la belleza, la especulación histórica y la recreación profana sobre los pecados espirituales que llenan su obra cinematográfica.

Los dramas de época suelen enfrentarse a la extraña paradoja de construir una historia comprensible dentro de su contexto y que además, resulte de interés para un público que quizás no se encuentre del todo familiarizado con los hechos históricos que cuenta. Un ejemplo ideal de esa dicotomía, es la película “Anne of the Thousand Days” (1969) de Charles Jarrott, en la cual los conflictos de la Corona Británica atraviesan cierta percepción sobre lo extravagante que raya en lo monstruoso. Versión libre sobre la historia de amor, dolor y muerte entre Anna Bolena y Enrique VIII, el argumento debe lidiar con los inevitables estereotipos sobre ambos personajes pero sobretodo, con el hecho que protagonizaron sucesos históricos de enorme importancia Universal. De modo que el director se toma una considerable cantidad de tiempo para analizar el contexto y también, para redundar en largos diálogos explicativos para mostrar al público la Inglaterra bajo el puño del libertino más conocido y contumaz de la historia del país. Con todo, la película equilibra la versión sobre lo ocurrido entre Enrique y la más famosa — y quizás trágica — de sus esposas, con una mirada cínica que responde no sólo a la perspectiva del guión sino también, la concepción de la época sobre las relaciones entre hombres y mujeres.

El director Yorgos Lanthimos parece haber analizado la obra de Jarrot al momento de crear el mundo en que se mueven los personajes de su película “The Favourite", un fresco sobre la corte de la Reina Ana de Inglaterra de impecable factura histórica pero con un profundo trasfondo cínico que la convierte en una obra difícil de clasificar a priori. La película — que podría ser tanto un drama como una comedia o algo en mitad de ambas cosas — reflexiona sobre las intrigas políticas, celos, envidias y rivalidades en la corte Inglesa del siglo XVIII desde cierto aire de parodia, que sin embargo tiene un evidente trasfondo oscuro. Lanthimos, especialista en crear situaciones límites y cuya obra está llena de elementos angustiosos sobre el bien y el mal como una correlación de valores, toma la vida palaciega de la Reina Ana para construir una percepción sobre lo absoluto y el juego de poder, que supera con creces cualquier análisis más formal o enfocado al realismo histórico en estado puro. Lanthimos es cruel con sus personajes, pero también, mantiene una tensión elemental que los dota de todo tipo de matices: Olivia Colman, Rachel Weisz y Emma Stone brillan bajo una dirección que les permite experimentar con todo un juego de luces y sombras morales, que a la vez reconstruye la percepción sobre la capacidad del poder para crear espacios seguros.

De ser un libro, “The Favourite” podría considerarse parte del género inmortal de la picaresca. En la pantalla grande, los encuentros y desencuentros de la última soberana británica de la casa de los Estuardo tiene algo de drama, mucho de comedia involuntaria y un grupo de extrañas secuencias sexuales, que tiene la cualidad de convertir la película en un fresco inclasificable sobre la ambición femenina, el deseo sexual y la violencia. Pero Lanthimos avanza más allá y añade a la película el ingrediente de la provocación en mitad de una época como la nuestra, en la que lo políticamente correcto parece inevitable e incluso, imprescindible. De manera que el director junto con los guionistas Deborah Davis y Tony McNamara, convierten a “The Favourite” en una extraña combinación de extremos: Emma Stone ríe a carcajadas mientras bromea sobre la violencia sexual, al tiempo que la mayor parte de la corte se horroriza por lo que está ocurriendo justo bajo las narices de la Reina Ana, a saber una traición de alto nivel, todo tipo de intrigas y una sutil trama de corrupción que atraviesa los lujosos vestidos de los cortesanos entre sobornos y traiciones. Entre mujeres poderosas, otras fatales y algunas decididamente violentas, The Favourite es la obra más accesible de su director pero también, la más corrosiva sobre los peligros del poder y la ambición.

Claro que para Lanthimos, el hecho del poder tiene una inmediata relación con una furia existencial no resuelta que se manifiesta a través de sus personajes, como fragmentos de una historia en suspenso que no se muestra del todo clara. Olivia Colman interpreta a la Reina Ana y lo hace desde dos perspectivas distintas: Por un lado, es la mujer gorda y profundamente abatida, que debe mantener el poder a pesar de sus dolencias, angustias existenciales y una clara necesidad de comprenderse fuera del trono. Pero también es una soberana de temer, con un refinado sentido de la venganza y una concepción de la violencia más que peligrosa. Ana es una gobernante que no está del todos segura sobre sus habilidades y quizás, ese es su rasgo más amenazante. Sin planes ni referencias intelectuales, la Ana de Coldman va de un lado a otro de su enorme y tenebroso castillo, asediada por las dudas pero también con la convicción que necesita reafirmar su figura y poder. A su lado, se encuentra Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz), quien además de confidente y amiga, es la amante de la Reina. La combinación resulta explosiva, porque Lady Sarah es una mujer violenta con una inteligencia sutil y despiadada que no dudará en utilizar el poder a su conveniencia. En el telón de fondo de la historia, Lady Sarah es el reflejo de un tipo de manipulación certera y consecuente, que convierte a la idea entre el bien y lo temible, como una concepción de la voluntad soterrada y misteriosa. Weisz crea el que es quizás el mejor personaje de la película, con una extraña concepción de la oscuridad interior de quienes gravitan alrededor del poder y sus recovecos. La actriz, que domina el arte de una mesurada y casi contemplativa malicia, dota a su Lady Sarah de una profunda capacidad para convertir toda circunstancia en un puente para su beneficio personal: de modo que mientras acaricia los doloridos pies de la Reina Ana — y complace algunos apetitos menos inocentes de la soberana — Sarah deja correr la idea que se deberían duplicar el coste de los impuestos para financiar la interminable guerra con Francia. Ana, desosegada y enfurecida, la escucha, pero no sospecha que las cuidadas reflexiones políticas de su amante tienen relación con el que hecho que el duque de Marlborough (Mark Gatiss) marido de Sarah, se encuentra al frente del ejército y está logrando una serie de resonantes victorias. La línea argumental parece enriquecerse a medida que Lanthimos hace más compleja las relaciones de poder, pero además, elabora un mapa de ruta entre negociaciones, temores y sobresaltos que acaecen en una corte que languidece en medio de las decisiones impulsivas de la Reina.

En medio de este tenso paisaje, llega Abigail (Emma Stone), un pariente pobre de Lady Sarah que intenta disfrutar de las encumbradas relaciones de su familia con la corona británica. Abigail es en apariencia inocente, aplastada por el dolor y la angustia, una versión tragicómica de la Cenicienta. Stone, con su habitual capacidad para enfocar su gestualidad en una forma de elaborada concepción de la identidad, transforma los sentimientos invisibles de su personaje en una singular colección de matices de la maldad. Abigail — la verdadera — se esconde bajo la frágil apariencia de una mujer torpe. Pero en realidad, la inteligencia casi diabólica que se esconde bajo su etérea belleza, tiene una relación directa con la connotación concreta de algo más obvio: Abigail es peligrosa. Emma crea Stone dota su personaje de una delicadeza que es pura amenaza: su personaje recuerda a la May Welland de Winona Ryder en The Age of Innocence (Scorsese — 1993) con su intuición diabólica y su frialdad interior inquietante. Con cuidado, la actriz sustenta un personaje que tiene mayor valor por lo que esconde que con lo que muestra: cuando Lady Sarah le envía a la cocina del Palacio, no sospecha que Abigail, con su aspecto apesadumbrado y pesaroso, es en realidad una sofisticada bomba de relojería a punto de estallar. Abigail no tarda en descubrir que la Reina Ana necesita un tipo de “atenciones” que harán su vida en el palacio más sencilla y se las prodiga con toda su experta experiencia de una vida misteriosa que apenas podemos sospechar. Para el segundo tramo de la película, Sarah y Abigail sostienen una lucha por el interés de la Reina, que Ana no sólo disfruta sino también alienta. Para entonces Lanthimos construye el hilo conductor de la película que se sostiene por completo en una cierta maldad interior apenas sugerida. Los personajes batallan, luchas, se alían entre sí, intrigan. Su visión de la crueldad es por completo contemporánea y se basa en la concepción del director sobre el hecho de la soberbia y el odio como motores de batallas intelectuales de altos vuelos. Con su espectacular puesta en escena y lujosa cinematografía, “The Favourite” es un discurso en paralelo sobre el poder y los peligros de la manipulación torpe, a mitad de camino entre el peso de una reflexión sobre la historia como reflejo del miedo social y algo más irreverente. Lanthimos no teme añadir perspicacia, malicia y una violencia soterrada a la historia, a la que sus personajes responden reflejando con enorme vitalidad la batalla por la preeminencia por el control de un tipo de influencia sobre el poder que tiene mucho de contemporáneo.

La tónica sobre lo mecanismos del poder y la influencia política se ha tocado a profundidad durante este año: Adam McKay elaboró una concepción sobre la manipulación en las altas esferas de poder en tono casi cruel en “Vice”, en la que la figura del Vicepresidente Dick Cheney encarna un tipo de voluble y pendenciera asimilación del actor político como una herramienta de voluntad deformada por la ambición. Pero Lanthimos no se toma tanto en serio el escenario: Su puesta en escena tiene la brillante escenografía de Sandy Powell pero la maliciosa crudeza de Peter Greenaway. Nadie es inocente, en medio de esta extrañísima reflexión sobre el bien y el mal, la alegoría trágica y la búsqueda del sentido profano en el norte político. Al contrario de otras películas de época, Lanthimos no se molesta en dotar de reflexiones sesudas o de contexto a su obra. La crueldad contemporánea está allí y también, la convicción sobre las pequeñas rarezas del espíritu humano convertido en lucha de valores. Para Lanthimos — alejado de las fórmulas de Hollywood acerca del tema — lo político es un potente instrumento de voluntad, un reflejo de penumbras y virtudes. Una mirada casi jubilosa sobre el mal.

No es la primera vez que un director se atreve a utilizar el ámbito sustancial de lo político como telón de fondo para tratar temas más emocionales. La película “Elizabeth” (1998) de Shekhar Kapur, es una combinación entre un thriller político de alta factura, un drama con motor histórico conmovedor pero también un retrato más o menos fidedigno de una mujer poderosa. Para la ocasión, el director resumió la figura de Elizabeth en varios puntos esenciales pero además, construyó un discurso a su alrededor que enlazó los detalles históricos hasta crear algo más poderoso que la única imagen de la Reina Virgen, encarnada con una asombrosa fuerza por la debutante Cate Blanchett. La Elizabeth de Kapur no sólo es poderosa sino también, creíble. Eso, a pesar de su gran cantidad de problemas de fondo y forma, en especial las muy criticadas salvedades históricas que durante buena parte de la promoción de la película se señalaron con insistencia despiadada. Enfundada en espléndidos trajes plagados de errores históricos — como el uso de telas, colores y joyas — y en medio de escenarios rutilantes, Kapur se enfrentó con el reto de hacer creíble una producción parcialmente verídica. Y lo hizo, gracias a su sabía combinación de buena dirección y a la vez, sensibilidad hacia su personaje. Kapur optó por sostener una versión casi trágica de Elizabeth, además de añadir una profunda mirada a su mundo interior, desde la infalible versión de “lo que pudiera haber sucedido sí…”, un recurso ucrónico que en la ficción del director, ensambla las piezas del argumento con una facilidad casi engañosa. Kapur admitió en más de una ocasión estar más interesado en la verdad emocional que en la histórica: “ Tome una decisión entre si quería que mostrar los detalles de la historia o las emociones de la Reina, no importa si eso significara alejarme de la esencia de la historia”, admitió Kapur durante la promoción del film. Y aunque grupos de historiadores tacharon a la película de falaz, poco convincente y por momento maniquea, Kapur esquivó los obstáculos con enorme elegancia: El resultado fue una película en la que Elizabeth existe como entidad, que se sostiene sobre una base histórica firme y construye una idea brillante sobre las implicaciones del poder.

Lanthimos toma el testigo de Kapur pero se aleja por completo de la lóbrega y severa belleza de “Elizabeth” para crear un trasfondo juguetón y perverso. Hay un elemento absurdo en toda la concepción de la película, como si las escenas pasaran por un extraño filtro deformado. El trabajo visual de Robbie Ryan logra crear un efecto realista y a la vez levemente onírico: el contraste crea momentos de extrema belleza y otros, tan singularmente caóticos que la película parece discurrir en dos realidades distintas. El lente de gran angular deforma la imagen y el espectador tiene la oportunidad de mirar el mundo a través de los ojos angustiados de la Reina Ana — que según crónicas de la época sufría de gota y una severa miopía — y a la vez, desde la nitidez furiosa de Lady Sarah, que analiza la realidad con severa impaciencia. La rareza de comprensión de Lanthimos sobre la realidad avanza y se congrega sobre lo evidente hasta crear un lugar claustrofóbico en el que de una manera u otra, todos los personajes convergen.

La película es una pieza de arte en movimiento: desde los largos escenarios de belleza pulcra — e iluminados con luz natural — hasta los amplios paisajes angulares, Lanthimos va de un lado a otro creando una percepción de la realidad que pespuntea con elaboradísima precisión. Los momentos más extraños del guión, vienen acompañados por la música de Handel, Purcell y Vivaldi, para luego retomar el ritmo de ese contemporáneo misterioso que subsiste bajo la trama e incluir algunas tonadas de Elton John. Con mucho mejor tino de lo que en su oportunidad intentó Sofía Coppola en “Marie Antoinette” (2006), los cambios de planos temporales calzan con la precisión de una pieza exuberante en un rompecabezas de colores radiantes. El resultado de semejante combinación, es que permitir que la trama se mantenga llena de brillo y conmovedora gracia: Lanthimos quiso dotar a su película de un peculiar encanto y no sólo lo logra, sino que además elabora un sentido del absurdo que sostiene con firmeza la convicción del arte y la perversa noción del poder con buen pulso.

Al final, es evidente que Lanthimos disfruta de sujetar y sacudir el estatus e influencia de sus personajes con reveses de fortuna, crueldad inusitada y el despertar inclemente de la noción de la fragilidad de sus posiciones en el mundo. Desde la Reina Ana -centro motriz de un nuevo tipo de maldad convertida en reflejo casi lascivo de la debilidad moral — hasta la desgraciada Lady Sarah, el juego de la historia tiene un componente patético y desigual que la historia de Lanthimos capta de manera magistral. Una página oscura de una cronología doliente, una versión de la sombría de la naturaleza humana. Quizás, la más verídica posible.

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