lunes, 11 de febrero de 2019

Crónicas de la Nerd entusiasta: La maravillosa mirada a la distopía y el cyberpunk “Alita: Battle Angel” de Robert Rodriguez.





Cualquier fanático lo sabe y sin duda, a través de la decepción: Hollywood continúa sin hallar la fórmula adecuada para adaptar videojuegos, series de manga o anime. Se trata de un equilibrio complicado entre lo esencial de la historia y además, conservar ese hálito inconfundible que define a cualquier producto exitoso. O ese parece ser el gran dilema al que se enfrenta cualquier adaptación que deba no sólo satisfacer a los fanáticos acérrimos sino además, incluir al gran público al Universo del juego del producto. Parte del problema radica que no hay una manera sencilla de adaptar sin problemas argumentales de fondo, la forma en que el videojuego, anime o el manga construyen sus historias y argumentos. Se trata de una disonancia que afecta desde la forma de contar la historia hasta la manera en que se asimila la percepción del conjunto de elementos que sostienen el contexto. Para bien o para mal, el cine tiene muy poco tiempo — y en ocasiones, muy poca habilidad — para analizar de manera clara las complejas capas que forman una historia destinada a contarse de manera episódica, a través de la interacción con el usuario de diversas consolas o el peso de una simbología que la adaptación a la pantalla grande no suele manejar. De modo que la aventura de llevar al cine cualquier obra al uso, suele ser una apuesta arriesgada: ¿podrá resultar final garantizar no sólo una traducción acertada del material original sino además, una obra que pueda mantenerse de manera independiente?

La adaptación de “Alita: Battle Angel” dirigida por Robert Rodriguez y basada en el manga “Battle Angel Alita” de Yukito Kishiro, es una clara demostración que las adaptaciones sobre historias que requieren una cierta profundidad argumental y el desempeño de una plataforma en particular para funcionar, pueden resultar exitosas. Al menos “Alita: Battle Angel”, dialoga con su naturaleza híbrida entre una historia original basada en la estética y los códigos del manga y el cine, de una forma lo suficientemente fluida para resultar atractiva. Además, hay una percepción directa y contundente, sobre el Universo creado por Kishiro que la película conserva de manera casi intacta. Tal vez se deba a que el director Robert Rodríguez (que ya había adaptado con inteligencia el cómic de Frank Miller “Sin City” en el 2005) sabe estructurar la percepción de lo sustancial de lo que cuenta, sobre una versión de la realidad ligeramente aumentada. El resultado es atractivo pero también, no depende por completo del material de Kishiro para funcionar de manera eficiente. También es notorio que el productor James Cameron tuvo una enorme influencia en la selección de la estética y el discurso de “Alita: Battle Angel”: la historia llega casi de manera literal a la pantalla grande y lo hace, porque tanto el argumento como la batería de recursos especiales, recrean el mundo de manga punto a punto, un logro visual que sorprende por su sutileza. A pesar que buena parte de la película es una evidente puesta en escena digital, el film conserva la suficiente emoción humana como sostenerse y elaborar un atractiva visión de una historia que no es del todo sencilla de digerir. Después de todo, el manga reflexiona sobre la identidad, el olvido y el futuro, a través de una convicción pesimista que atraviesa diversos estadios de profundidad, hasta encontrar una gran redención. Como si se tratara de una versión de la ya clásica “Memento” de Christopher Nolan, en “Alita: Battle Angel” la memoria lo es todo, pero todo representa en esencia la forma en que nos comprendemos como individuos y la manera en que creamos el entorno al que pertenecemos.

Sin duda, tanto Rodríguez como Cameron tomaron la decisión correcta al tomar los puntos más altos del manga y llevarlos a un espectacular contexto que abraza la historia entera como una historia que se cuenta a la periferia. De la misma manera que en el material original, la acción transcurre en medio de una Guerra interplanetaria y también, hay todo tipo de segmentos de una cultura elaborada y reconstruida sobre la base del auto reconocimiento. La película podría ser un producto de ciberpunk en estado puro que juega por momentos con los mejores símbolos de la distopía. Pero en realidad no es una cosa o la otra. La película medita sobre la inutilidad de la existencia, pero el tono filosófico se enlaza directamente con lo esencial: Alita, como personaje, es toda una alegoría. También una convicción profunda y vehemente del derecho a vivir y el poder de la voluntad. Todo en el emocionante empaque de un androide que tiene la inocencia de un niño humano y el poder de una máquina destructiva. De la manera que lo hizo Jeff Vandermeer en “Borne” (2017), el guión transforma a Alita — como personaje — es una interrogante que se transforma a medida que sabemos más de ella y también, evolucionamos junto a ella hasta encontrar un significado al misterio de su pasado y las posibilidades de su futuro. Mientras tanto, Alita es sólo presente. Uno que se torna dicotómica y se abre en vórtices enigmáticos que vinculan la naturaleza del personaje con algo más complejo: la capacidad de Alita para reconstruir su propia identidad y crear la noción del yo y del encuentro con sus partes intelectuales esenciales. El personaje — interpretado por la actriz Rosa Salazar de “Bird Box” — se cuestiona la naturaleza de su propia vida pero también, el miedo que sostiene ese recorrido hacia un núcleo persistente de lo que pudo ser y ahora no recuerda.

El paso del tiempo lo es todo en “Alita: Battle Angel”. Desde el inicio de los créditos hasta el primer recorrido de la cámara, es evidente que Rodríguez desea brindar espectacularidad al paisaje destruido y decadente de un futuro destartalado y pesimista. Claro está, el director juega con ventaja: la historia se basa esencialmente en el autodescubrimiento y esa concepción de lo que nace y de lo que se hace real, lo que conducirá la película a través de todos los arcos argumentales que debe recorrer. Alita deberá rescatarse a sí misma y también, recorrer el pedregoso camino de construir una noción sobre su peso como ideal — “pienso que entiendo lo que soy, pero sigo sin saber a dónde pertenezco” dice el personaje — y algo más profundo. Desde que el Dr. Dyson Ido (Christoph Waltz) le encuentra en un cerro de chatarra y decide reconstruirla, Alita atraviesa diversas etapas que enlazan su nueva “vida” con la que ya ha vivido, un recorrido que el guión elabora con pulcra precisión. Como si despertara de la muerte — o algo muy cercano — Alita comienza a recuperar fragmentos de su vida — como moverse o controlar sus capacidades — y Rodríguez lo hace todo tan real y tan sutil, que la evolución de Alita resulta un recorrido inteligente por lo que consideramos es una forma de belleza. Mientras todo lo anterior ocurre, Alita debe aprender — o recordar — como vivir en una ciudad deshecha por la pobreza, en la que debe aprender a luchar contra carroñeros y lidiar con el hecho que tiene sentimientos complejos — ¿Es real lo que siento o algún otro artificio? pregunta Alita a Ido, como si de una fantasía de Philip K. Dick se tratara — por el atractivo y misterioso Hugo (Keean Johnson). No obstante, este renacimiento tiene mucho de estructura mecánica y poco de poesía: Alita es de hecho una máquina de Guerra con un propósito muy específico y el recorrido hacia esa idea, tiene mucho de transitorio y espectacular.

Rodriguez además (y es evidente que también James Cameron) utiliza el CGI con una precisión asombrosa que permite crear una creíble versión de lo que Alita puede hacer. En “Alita: Battle Angel” casi todo el escenario pertenece al ámbito de lo digital, pero no se trata de una mezcolanza de texturas y colores de aspecto irreal, sino una versión perdurable de un tipo de acercamiento estético bien estructurado que brinda a la película sus mejores momentos. Sobre todo Alita — como personaje — tiene un aspecto realista que sorprende, a pesar de sus ojos enormes y su cuerpo extrañamente desproporcionado. Pero Alita está viva y es tan vital, que por momentos lleva esfuerzos creer que se trata de una criatura creada por ICG, una ventaja quizás, del hecho de utilizar una actriz para sostener el cascarón digital.

La influencia de James Cameron es notoria: la película entera tiene un aspecto pulcro y el uso de los efectos especiales se enlaza con el guión, traduciendo los mejores momentos del manga en prodigiosas escenas llenas de colorido y buen hacer cinematográfico. Iron City, y Zalem — la ciudad que nuclea toda la acción y el mundo que lo circunda — son hervideros de vida, tanto como para que sus brillantes paisajes sean por momentos, verdaderos puentes argumentales entre escena y escena. Para el segundo tramo de la película, Alita alcanzó su madurez — tanto física como mental — y de ser un androide torpe y aturdido, se transforma en un arma de batalla tan precisa, tan violenta y a la vez tan real, que condensa los mejores momento del icónico Manga que versiona. Además, Robert Rodríguez analiza la historia de Alita como conjunto y la modula con la suficiente firmeza como para dotarla de una serie de matices que rememoran la trepidante capacidad del comic para hacer converger varias líneas argumentales a la vez. El guión logra abarcar los primeros cuatro volúmenes del manga y hacerlo de manera sólida: la película recorre todo tipo de hilos y matices. Desde la investigadora deductiva hasta que descubre la verdad sobre su identidad, Alita es un compendio de matices que sorprende por su sinceridad y coherencia.

Para los amantes del Cyberpunk, pero sobre todo, para los que esperan una película que sepa combinar con inteligencia la historia de uno de los mangas más icónicos: “Alita: Battle Angel” será toda una sorpresa. El desierto post- apocalíptico que Alita recorre de un lado a otro tiene tanto de metáfora como de una evidente declaración de intenciones: A medida que el personaje avanza a través del paisaje desolado, encuentra piezas perdidas de viejas civilizaciones, historias y quizás, seres perdidos en medio de la destrucción olvidada. Quizás, como su propia mente y más allá, su propia existencia.

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