viernes, 22 de febrero de 2019

Crónicas de la lectora devota: Territory of Light de Yuko Tsushima




Escribir es un arte de liberación y catarsis. Un ritual íntimo que transforma la emoción en un reflejo simbólico y algo mucho trascendental que lo evidente. Tal vez, por eso Yuko Tsushima admitió en más de una oportunidad estar obsesionada con la muerte. Para Tsushima (fallecida en el año 2016), la muerte y la vida era un hilo de conductor de fuerzas idénticas pero en polos opuestos, que la escritora describía como “descubrimientos de la nada y el absurdo.Para la escritora, no se trataba sólo de imaginar y redimensionar la incertidumbre sino crear una idea a través de ella. Una reflexión sobre la ausencia y el dolor que desborda los clichés más habituales sobre el temor y el sufrimiento emocional. Yuko Tsushima, con su estilo reposado e íntimo trasciende cierta dimensión de lo obvio — en sus libros pocas veces los personajes lloran o expresan la tristeza en voz alta — para meditar sobre lo invisible y lo sutil. A sus personajes los rodea el sufrimiento y la ausencia, pero la escritora redimensiona el dolor desde lo espiritual hasta lograr una conclusión existencialista que sorprende por su belleza y delicadeza.

Por supuesto, la visión sobre la mortalidad y la redención como expresiones del espíritu humano paralelas pero nunca concluyentes, son quizás temas en los que la escritora meditó buena parte de su vida. Como hija del novelista Osamu Dazai — quien se suicidó en el 1948 — la connotación sobre el absurdo de la muerte y la destrucción de la memoria fue parte de sus planteamientos intelectuales desde la primera niñez. Para Tsushima, la pérdida, el desarraigo y la devastación de la identidad tienen una directa relación con la forma en que se comprende la mente del hombre. Todos sus libros, fueron recorridos por la vida atormentada de hijos abandonados, madres rotas, parejas al borde de un sufrimiento inconfesable. También eran historias silenciosas. Muy pocas veces, los personajes de Tsushima hacían otra cosa que recorrer sus propios pensamientos en medio de un mutismo pausado y doloroso. Ninguno de los hombres y mujeres de Tsushima — todos rotos y golpeados por una angustia moral con la que apenas pueden lidiar — lloran de manera apacible, sin lágrimas. Muchos de ellos mueren en medio de la noche, aferrados a almohadas y sábanas, sin que nadie escuche el momento en que su respiración se detiene. Por eso, a los libros de Tsushima se le han han tildado de “exploraciones hacia el misterio”: todos sus relatos tienen un orden excéntrico y voluble, como si la escritora necesitara reconstruir el bien y mal a través de visiones caleidoscópicas levemente surreales. Pero a diferencia de Murakami — padre tutelar de la literatura japonesa contemporánea — o su discípula Banana Yoshimoto, Tsushima crea una percepción sobre lo invisible que tiene mucho de sentido de lo privado. El mundo de Tsushima atraviesa la noción sobre lo personal, lo enigmático bajo el silencio del otro y el miedo como creación inherente de un mundo caótico.

En su libro póstumo “Territory of Light”, Tsushima convierte sus principales obsesiones en algo más duro de confrontar. Ya no se trata de los silencios sedosos de sus historias — aunque también, sus personajes pasan gran parte de la narración en una profunda meditación sobre sus vidas — sino del hecho, de esa derrota plausible y elegante que parece tan propia del temperamento japonés. Como en la mayoría de sus libros anteriores, en esta ocasión, el mundo que se plasma en la historia, es de una dureza sorprendente. Una gran guerra que jamás comienza en realidad. Resulta evidente que Tsushima buscaba crear un tipo de tensión que sostuviera la noción del dolor como un elemento inherente a la condición humana. Lo logra a partir de breves pinceladas de la realidad: hay un claro reflejo de la vida de la autora en esta historia de mujeres, escrita para mujeres por una mujer. Como si se tratara de los viejos relatos japoneses de hace casi un milenio, la sensación de claustrofobia de “Territory of Light” es parte de la naturaleza femenina. Un acuerdo tácito en medio de un violento e invisible juego por la permanencia y la condición del espíritu como territorio inexplorado. Hay algo fatalista en el tono de Tsushima, un dejo de melancolía triste que se desborda de cabo a rabo a través de una condición desgraciada y disonante en la vida de los personajes y las historias que viven. Atrapados en sus vidas, complejos, puertas cerradas y la inevitable sensación de ruptura con la realidad que provoca el dolor y el sufrimiento emocional, Tsushima crea una reflexión caótica pero existencialmente rica sobre el ámbito marginal de lo cotidiano. Lo hace además en un tono afectuoso y amable, que dota a su narrador de una singular complejidad. ¿Se trata de la mente del personaje en plena creación o los pequeños vestigios de un mundo desconocido y estratificado? Para Tsushima no parece haber diferencia o no tanto, como para elaborar una condición pertinente sobre la mente como un último reducto de paz.

Toda la novela está impregnada de una lucha a brazo partido contra el fracaso, un tema que obsesionó a Tsushima durante su vida. En “Territory of Light” se inspira en sus complicados años de juventud para crear doce relatos que juntos, narran la vida de una madre soltera en Tokio. Con un aire atemporal, engañosamente frágil y dulce, “Territory of Light” crea una mirada multidimensional sobre un hecho único: la insistente decisión del personaje principal por sobrevivir. Con una honestidad en ocasiones brutal, Tsushima observa a su personaje sin contemplaciones. La madre y la hija son dos náufragas en una ciudad implacable que las ignora y somete a un tipo de marginalidad difícil de entender para la cultura occidental. Tan una como otra podrían no existir en medio de las luces radiantes de las calles bien iluminadas y pulcras, las tiendas lujosas y las duras miradas de los hombres y mujeres que intentan no mirar la anormalidad de una madre muy joven con una niña en brazos que no deja de llorar. “Territory of Light” es muy duro como retrato de la sociedad japonesa, pero también, sincero.

Pero Tsushima no llega a la crítica social ni tampoco le interesa: atraviesa con pie de plomo la concepción del miedo sobre la realidad concreta y describe los problemas de su personaje con cierto aire de feroz ternura. El amor, el matrimonio y al final el divorcio, crean entre los personajes estaciones de paso entre el miedo y la perdurable sensación de ausencia. Como feminista que fue, Tsushima vincula la búsqueda del peso de la identidad femenina como una necesidad que sus relatos no satisfacen del todo, pero que permiten la posibilidad de contemplar la percepción de la realidad de la autora. A pesar de la evidente melancolía, las obras de Tsushima están llenas de una rara vitalidad que sorprende por su capacidad para cautivar. La escritora asume su labor como narradora a partir de la observación — “miro a quienes me rodean como expresiones de belleza e inspiración”, admitió en una ocasión — pero también, como una forma de comunicación secreta. “En el corazón de las personas ocurren muchas cosas de las que no nos damos cuenta. Y en la realidad no se muestran porque el ser humano sabe muy bien qué se puede mostrar y qué no” insiste para justificar esa obsesión suya por los silencios y la fugacidad de la conciencia humana. De esa percepción sensitiva sobre el vasto e íntimo mundo interior, nace la capacidad de cada una de sus novelas para escudriñar las emociones como una extraordinaria visión del miedo y del absurdo. Sueños dentro de la palabra que ocurren en un espacio confuso y por momentos indescifrable.

En las novelas de Tsushima, los personajes están vinculados unos a otros por el silencio y el sufrimiento. Un hilo conductor que avanza a través de las escenas para crear una estructura de enorme valor emocional que sostiene la narración con exquisita habilidad. Para la escritora, la ausencia crea inesperadas visiones sobre el amor y sobre todo, los pequeños elementos que sostienen esa comunicación invisible y profundamente significativa entre quienes sufren. Y la muerte, por supuesto, ocupa un lugar significativo en la reflexión sobre nuestra capacidad para comprender al otro, para asumir el peso y la consistencia de las emociones de alguien más.

Como japonesa, Tsushima fue educada para la discreción y quizás, por eso sus cuentos, relatos y novelas resulten siempre sorprendentes en su franqueza. Hay algo subversivo y provocador al fondo de todas sus narraciones, un rechazo evidente a cualquier forma de disimulo hacia la raíz del dolor. Tsushima analiza los sentimientos y lo hace con una sinceridad que devasta pero que también, es un recurso narrativo de intencionada complejidad. A pesar de su pausado desarrollo, las novelas de Tsushima poseen la fuerza necesaria para sorprender, por momentos escandalizar e incluso, resultar levemente perturbadoras. Lo hace además, desde la belleza simple de una aparente displicencia. Las escenas que describe comienzan con pequeños golpes de efecto que terminan convertidas en algo mucho más duro de asimilar: como la conversación de la Madre que sueña con la muerte de la hija — para recobrar su libertad, se dice con los labios apretados — pero que también, la ama con tanta ferocidad que tiene la sensación que algo está roto en su interior por el mero hecho de tener semejante impulso. Pero Tsushima no recurre a la complejidad para contar la profundidad y de hecho, “Territory of Light”es un prodigio de aparente sencillez: No obstante a medida que avanza, Tsushima convierte la historia en un escenario en el que la búsqueda de identidad, la comprensión sobre la diferencia y el duelo como una forma de comunión entre los personajes. Ya no se trata de la madre que busca la redención en el amor que profesa a su hija o a su inusitada mirada sobre la maternidad, sino también, a una búsqueda sincera y elocuente sobre la belleza espiritual que sin duda, Tsushima relaciona con el poder de la imaginación. Con su estilo delicado, lento y por momentos desconcertante, la escritora desgrana un duro tránsito interior de enorme significado. Construye una elaborada comprensión desde el ahora y el mágico relativo que es mucho más consistente que cualquiera del resto de los escritores que siguen la estela del escritor Nipón más conocido de la actualidad. La narración de Tsushima crea un tipo de comprensión sobre las llanuras de las emociones humanas que conmueve tanto como su maestro emocional y que trasciende a la mera anécdota.

Es esa mezcla de ternura, desconcierto y sobre todo, perenne juventud lo que hace de “Territory of Light" la mejor expresión de su búsqueda del valor argumental sobre lo misterioso del espíritu humano. Tsushima avanza con paciencia a través de un cotidiano lleno de sutilezas. Avanza a través de la pérdida de la fe una cultura que se contempla a sí misma desde cierta distancia. Avanza a través de cierto tedio cotidiano que describe esa tensa relación de amor — odio entre la comprensión de nuestra naturaleza — tardía, elemental y fragmentada — hacia algo más denso y doloroso. Y más allá de eso, Tsushima se encuentra así misma. Se analiza como parte integral del paisaje y crea algo nuevo a partir de lo conocido, de esa comprensión de la sustancia que sostienen sus historias. Porque Tsushima es una experta en el arte de lo invisible y no pierde de vista el intrincado paisaje entre escenas: Sus personajes comen, bostezan, sonríen y miran al cielo con una inercia de lo corriente que en ocasiones desconcierta. Pero en medio de todo eso pasan de estados de extrema tensión a un toque humano extraordinario. Un momento álgido de pura humanidad que de pronto, cobra magia y sentido. Seres anónimos que de pronto, simbolizan una humanidad heroica y universal que conmueve.

Tsushima encuentra en lo emocional su mayor mensaje. Además lo logra con una convencida interpretación de la realidad a través de todo tipo de pequeños golpes de efectos. En sus novelas una puerta jamás será una puerta, como tampoco el amor será sólo amor. Y esa combinación de ideas donde la escritora encuentra no sólo su mayor fortaleza, sino esa identificación elemental del espíritu creativo que la hacen única.

En una de sus escasisimas entrevistas, la escritora comentó que consideraba a la vida “Invisible, enlazada con el absurdo”. Toda una declaración de intenciones que sustenta esa mirada de la autora que parece abarcarlo todo. En cada una de sus obras, hay esa búsqueda inclemente y franca sobre los dolores y temores cotidianos, esa percepción del hombre como parte de su circunstancia y más allá de eso, como un reflejo del devenir — incesante e indetenible — de cada elemento que forma su identidad. Una especie de mecanismo en ocasiones fallido donde la vida y la muerte lo es todo.


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