viernes, 8 de febrero de 2019

Crónicas de la lectora devota: “Black Leopard, Red Wolf” de Marlon James




Durante la última década la ficción, ciencia ficción y fantasía africana ha disfrutado de un merecido y tardío reconocimiento. Desde el éxito de la recopilación “Afrofuturism: Black Sci Fi and Fantasy Culture o AfroSF: Science Fiction by African Writers” del 2015, la literatura de género del continente ha encontrado un lugar apropiado para desarrollarse a profundidad. Tal vez por eso, el anuncio de la trilogía “Dark Star” de Marlon James sorprendió a público y crítica literaria: después de todo, el escritor se encontraba en un año sabático luego de ganar el premio Man Booker en el 2015. Lo anunció como una mezcla de fantasía y la mitología africana, pero la expectación que suscitó el anunció no se debió precisamente a esa descripción. Después de todo, no es la primera vez que ocurren tales combinaciones: buena parte de la literatura Fantástica occidental está emparentada directamente con la percepción de lo fantástico y lo maravilloso de antiguas tradiciones, creencias y por supuesto, leyendas. La diferencia radica en que la obra de James avanza a través de los caminos poco transitados de la superstición en combinación con una audaz concepción del héroe y la correlación del valor, con su forma de expresar la acción y la aventura. Lo curioso es que “Black Leopard, Red Wolf”, el primer libro de la futura trilogía, comienza con un tránsito entre la vida y muerte, construido a través de lo literal: “El niño está muerto. No hay nada que más saber al respecto”. La frase parece englobar la sensación de lo funesto y lo inevitable, pero a la vez, abrir una puerta que pocas veces se toca en la literatura: La capacidad de la historia para asumir la carga simbólica de sus personajes, incluso antes que sean parte de su propia historia. ¿Quién es el niño? ¿Por qué murió? ¿Hacia dónde se dirige el miedo y la desolación que se percibe en esa única frase?

Seiscientas veinte páginas después, el lector encuentra la respuesta a todas las preguntas, pero para entonces, ya no importan demasiado. La novela avanza con pie ligero por África, pero también, a través del subtexto de la violencia, lo metafórico y un tipo de compresión de lo absurdo, que evita cualquier intento de brindar sentido a la narración completa sin el auspicio de la fantasía. se lee como un trepidante cuento de Hadas, pero también como una épica extraordinaria con raíces en las creencias más antiguas de una África intocada, voluptuosa y por completo redescubierta por el escritor, que se esfuerza por alejarse de la colonización, el dolor negro y la versión sobre el continente sufriente. Los personajes y el África de James son de una potencia asombrosa, una reflexión poderosa sobre los entresijos de la historia y la herencia como parte de una concepción dual sobre lo moral, lo trágico y lo portentoso. Claro está, el nivel experimental de James brinda a la novela un ritmo alucinante que deslumbra: todos los capítulos cierran con un Cliffhanger y de hecho, tal pareciera que cada página es una trepidante carrera de obstáculos hacia el objetivo final de la trilogía, que aún permanece oculto y además, se encuentra ligado estrechamente a la visión del autor sobre la narración como telón de fondo de una historia poderosa. Por ese motivo, “Black Leopard, Red Wolf” no sólo es la conclusión de una historia en extremo compleja, sino también la catarsis del lector que ha seguido con fidelidad las aventuras de los personajes de James. Entre ambas cosas, la percepción sobre la aventura, las tierras imaginadas por el autor y la síntesis de la mitología como telón de fondo, encuentran el lugar ideal para apuntalar la historia.

En esta ocasión, James renuncia a sus guiños habituales de sus obras anteriores (personajes controvertidos e imposibles de definir, tan cerca del bien como del mal), para crear un rostro nuclear que sostenga la historia: Tracker, un cazador con el extraño don de encontrar “lo que debería quedarse perdido”, es el centro de la trama y también, el hilo que atraviesa toda la narración de un extremo a otro. Como héroe de la novela (y también, sostén principal de la acción que se desarrolla) Tracker pasea por el continente Africano, con la sobria convicción de un depredador en busca de su presa. Como mercenario, su privilegiado sentido del olfato, está al servicio del mejor postor y a la vez, es una posesión valiosa y personalísima del personaje, que perdió apellido e identidad familiar al abandonar la casa de su niñez. “Mi nombre le pertenecía a mi padre, así que lo dejé en su puerta al partir” cuenta en su tono seco y casi desabrido al hablar sobre su niñez. Tracker es un vagabundo pero también un nómada con una culpa insoportable a cuestas. Por única vez, el olfato de Tracker falló y esa falla es la que desencadena la acción completa del libro que comienza.

El libro comienza entre la incertidumbre, lo que permite a James sentar las bases de un viaje casi místico que atraviesa parajes encantados, valles tenebrosos y sobre todo, la vida y las emociones de sus personajes. Como cada una de las novelas de James, lo realmente importante en sus historias es la capacidad de lo que cuenta por elaborar una percepción sobre lo fantástico tan elocuente como frágil. A la manera de Tolkien — que pobló la Tierra Media de criaturas mitológicas envueltas en conflictos muy humanos — James retoma su viaje por el África que imagina con paso firme y la perenne sensación que se acerca al núcleo mismo de todas las historias del mundo. Hay un rasgo universal en “Black Leopard, Red Wolf” que James logra llevar a una dimensión por completo nueva, ajena en los libros precedentes. En cada lugar que Tracker visita, hay una persistente memoria de la belleza, una notoria consideración al poder como una capacidad que supera a la mera existencia humana y a la vez, une todas sus partes. Por supuesto y como en todos los libros de James, la magia está en todas partes. Lo está a la manera de Gabriel García Márquez, entre los detalles sutiles, en la forma en que lo extraordinario se manifiesta en matices mínimos. Desde los árboles que cantan viejas leyendas, el viento que sostiene el conocimiento como una memoria colectiva, hasta la tierra misma convertida en asidero medular de toda la historia, James transforma cada escenario en una búsqueda de símbolos, como si la travesía de Tracker fuera en realidad un camino del héroe que evade toda explicación simple.

James ama la fantasía y es notorio en su trilogía. Pero en especial en “Black Leopard, Red Wolf”, la narración alcanza las fronteras del género, para crear algo distinto y mucho más emocional que asombroso. Fresca y realista, a pesar de lo maravilloso que la circunda, la historia es un devenir entre todo tipo de circunstancias que podrían desconcertar, de no ser por la mano firme de James para mantener su historia entre las fronteras de una travesía hacia la redención. Con la densidad de la mitología de un continente pero también, la inteligente elocuencia de la narración contemporánea, “Black Leopard, Red Wolf” tiene la particularidad de vincular sus diferentes capas como un mapa de ruta hacia algo más imperecedero y primitivo. Y es África, cuna del mundo y de la misma existencia humana, el escenario espléndido que sostiene toda la historia y que acumula la percepción de lo Universal que la trilogía “Dark Star” guarda.

A pesar de eso, “Black Leopard, Red Wolf” no es un cuento de Hadas, aunque en ocasiones lo parezca y se acerque tanto a la oralidad que la voz de Tracker parece mezclarse con los cánticos de las aldeas y tribus que recorre. Tampoco pretende serlo: La narración es sangrienta, salvaje, esotérica. También tiene un ritmo tan frenético que por momentos, James parece caer en cierto caos argumental que sin embargo, evita con enorme facilidad. En realidad “Black Leopard, Red Wolf” es una búsqueda de significado y de sentido, en medio de un camino del héroe que se sostiene sobre extrañas correspondencias de valor y de coraje. Pero también hay sangre — el escenario completo de la novela es muy sangriento — y una percepción de la violencia como inevitable. El punto medio entre ambos extremos, construye un puente entre lo fantástico y también, esa violencia meridiana, fruto de la capacidad de James para dotar a su universo de una ferocidad inaudita.

El libro, además, juega en paralelo con la idea de la vida y de la muerte. Tracker debe avanzar a través de la llanura para encontrar a un niño perdido que debe llevar con vida pero a la vez, es un heraldo de la muerte. O en eso insiste en el grupo de rastreadores que acompaña a Tracker, atemorizados por las leyendas que aseguran que todo el que ha ido tras el niño perdido, encuentra la muerte. Pero en realidad, el juego superpuesto de la realidad y la fantasía de James, logra crear una visión dual y ambigua sobre la conexión de las supuestas muertes y la supervivencia del niño que sorprende por su audacia. James experimenta con su narración y crea un recorrido siniestro entre mundos aparentes y nociones de la realidad distorsionada. Al cabo “Black Leopard, Red Wolf”, toma la sustancia de una visión onírica, sólo para precipitarse a la lucha violenta, la concepción de la libertad a través del enfrentamiento y un tipo de agresión directa tan singular, que la novela entera pendula entre la sensación de desastre inminente y laberinto tenebroso que conduce a algún lugar primigenio.

Como en toda su obra, James descubre las personalidades de sus personajes con cuidado. Jamás se prodiga en exceso y poco a poco, los nombres y personalidades emergen con la lentitud de un descubrimiento tardío. En “Black Leopard, Red Wolf” no es diferente y de hecho, el truco se alarga hasta crear una singular sensación de colectivo unido por un objetivo en común. Como si se tratara de un anonimato impulsado por la acción, James utiliza los verbos para crear la sensación que todos los personajes atraviesan el mismo lugar con el mismo objetivo. Sólo para luego dejar claro a la siguiente página, que cada uno es una entidad independiente, poderosa y por completo autónoma.

James es un gran estratega de sus propias historias. Por eso, se ha comparado su trilogía con la Saga Río “Canción de Hielo y Fuego” de George R.R Martin. Ambas historias comparten la tensión interna, la audacia en la reflexión sobre el poder y sus aristas, pero sobre todo, la belleza profundamente sentida de una historia que avanza a través de la profunda identidad de una cultura mágica y llena de una singular vivacidad. Y aunque James después insistió en que su historia no tiene ninguna relación con la de George y admitió que la comparación había sido “una broma”, es imposible no comparar ambos escenarios violentos y repletos de una capacidad para la evocación que deslumbra al lector. Sea cual sea el camino que escoja seguir Tracker para encontrar al niño sin nombre cuya vida debe preservar, James logra que su travesía se convierta en una reflexión sobre la identidad, el deber, el poder de la sangre y el individuo, la fantasía y la capacidad de evocación de un continente extraordinario y misteriosa. Una historia dentro de otra historia.

“El cuento popular africano no está hecho para el escepticismo y tampoco, para ser comprendido con facilidad. Tampoco para que sea parte de una estructura que no reafirme la identidad” afirmó Marlon James en una entrevista a finales del año pasado al periódico The New Yorker. Y es esa frase la que parece resumir la travesía de sus personajes a través de las llanuras desnudas, el sol metálico y al final, el dolor complejo y casi irracional con el que deberán lidiar. Un juego de espejos en que el que la fantasía es sólo el puente hacia algo más profundo y personal.

0 comentarios:

Publicar un comentario