jueves, 11 de octubre de 2018

Crónicas de la nerd entusiasta: Todas las razones por las que deberías ver la serie “The Haunting of Hill House” de Michael Flanagan en Netflix.






En la película El espinazo del diablo del director Guillermo del Toro, uno de los personajes describe a los fantasmas como «un instante de dolor, quizás». «Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar». Una percepción sobre la trascendencia de la tragedia como un fenómeno medible y temible. Pero, ¿qué ocurre cuando esa presencia insistente, misteriosa y en mayor parte amenazante habita un lugar? Para Shirley Jackson, autora de la novela fundacional La maldición de Hill House y quizás la historia famosa sobre construcciones envenenadas por un mal primigenio. «Una casa embrujada es el temor convertido en un espacio, en el magma mismo del horror».

Para Jackson, Hill House no era sólo una casa, era la raíz de mal y también, una entidad violenta y misteriosa por sí misma. La novela transcurre en medio de la percepción de la atmósfera que rodea a la casa como punto central de la narración, pero también, reflexiona sobre la identidad de la construcción — una casa solariega que es descrita por la autora como “una presencia maligna y penitente” — como un personaje central dentro de la escalofriante trama de la novela. Palabra a palabra, escena a escena, Jackson crea la noción del mal reconvertido en una concepción sobre lo desconocido. En una connotación de lo sombrío que elabora un nuevo rostro para el miedo. De hecho, en más de una ocasión, se ha dicho que Hill House es el alter ego de la escritora, convertida en una construcción pesarosa, doliente y malvada en medio de un paisaje rural aparentemente inofensivo. Jackson era mujer tenebrosa, rodeada de una extraña historia personal que la hacía tan desconcertante como cualquiera de sus personajes. Callada, distante, con un extraño y cínico sentido del humor, Jackson se alejaba por completo de la noción de la mujer sumisa de la década de los cincuenta, ella causaba sorpresa y sobre todo, una profunda incomodidad. Según sus propias palabras y los testimonios de quienes le frecuentaban — un selecto grupo de amistades que conservó durante toda su vida — Shirley era una mujer «siniestra». Lo decían sus compañeros de The New Yorker — en donde fue colaboradora por más de dos décadas — , y también quienes la conocieron en la revista Woman’s Day, que jamás sospecharon que la mujer que escribía divertidos artículos sobre su vida cotidiana — sus pequeños desastres hogareños, sus problemas para encontrar la casa ideal en North Bennington, en Vermont, e incluso lo raro que resultaba su matrimonio con otro escritor — también podía escribir sobre el horror, la muerte y lo desconocido con una prosa tan precisa como la que usaba para describir simpáticos dilemas provincianos. El contraste resultó casi aterrador para la mayoría de quienes le rodeaban. De súbito, la pálida mujer de antojos no parecía tan inofensiva ni tan corriente como la mayoría había supuesto. De modo que “Hill House”, maligna y sutilmente perversa, es el reflejo de su autora. Pero además de eso, la concepción del Mal tal y como Jackson lo comprendía.

Tal vez por ese motivo, la nueva reinvención de la novela — en esta ocasión convertida en una serie episódica por la cadena Netflix — sorprende por su buen hacer y solidez. La serie no se limita a elaborar una percepción sobre lo maligno que habita Hill House sino que lo lleva a otra dimensión, mucho más violenta, retorcida y basada enteramente en la noción de la atmósfera, más que en los hechos sobrenaturales que puedan o no ocurrir en la tétrica propiedad. Un acierto que aleja a la producción de los clichés habituales del género y reflexiona sobre el miedo desde una perspectiva poderosa. ¿Qué es lo que se esconde en Hill House y la hace un lugar en donde el mal en estado puro se manifiesta con enorme poder? ¿Que hace esta vieja casa, siniestra y silenciosa, que medita como ídolo roto en una colina desierta, un tótem de lo siniestro? El director Michael Flanagan (Oculus, Hush, Absentia) no sólo intenta responder el origen del terror en Hill House sino que dota a la ya clásica historia de Shirley Jackson en una meditada reflexión sobre lo terrorífico que elabora algo más profundo que el mero sobresalto. “The Haunting of Hill House” explora lo sobrenatural desde la premisa de la incredulidad y a la vez, de esa meditada óptica de lo cotidiano como telón de fondo que enarbola una versión sobre lo común como máscara de lo aterrador. Lo más inquietante de la obra de Flanagan es la forma en que aleja de sus referentes inmediatos — la británica “The Haunting” dirigida por Robert Wise y adaptada por Nelson Gidding en 1963 y la esperpéntica “The Haunting” de Jan de Bont estrenada en 1999 — y crea algo por completo nuevo. Con la historia dividida en diez episodios extraordinarios, la serie se sumerge por completo no sólo en el clima malsano y el rico subtexto psicológico con que Jackson dotó a su novela, sino que lo lleva a una nueva dimensión para construir una mirada original sobre lo terrorífico. En “The Haunting of Hill House” no hay sobresaltos de cartón ni tampoco espectros que atraviesan pasillos finamente decorados. Flanagan se decanta por la belleza de la puesta desde lo sencillo y lo lleva a una lenta reconstrucción del misterio que habita entre las paredes de la casa, hasta brindarle un sentido de notoria tensión que convierte a cada episodio en una extraordinaria historia individual. Salpicado de verdaderas amenazas y construida desde la ambiciosa percepción del Mal como un ente que transmigra y se esconde en las sombras de Hill House, la adaptación de Netflix construye un verdadero homenaje a la obra original. Hay citas enteras, detalles extraordinarios que remiten no sólo al conocido libro de Jackson sino incluso a su obra entera. El director cuidó de incluir no sólo pasajes enteros de la novela — adaptados y elaborados para la audiencia actual — sino pequeños fragmentos del icónico cuento “La Lotería” e incluso, algunos pasajes de la inquietante “Siempre hemos vivido en el castillo”, obra mucho menos conocida de Jackson pero que también, reflexiona sobre el mal originario desde una perspectiva pesarosa y ambiciosa.

Flanagan parece haberse sumergido en el Universo de Jackson y quizás por ese motivo, su adaptación tiene mucho de nueva versión, antes de revisión de un clásico que el público conocido al dedillo y que por tanto, tiene pocas sorpresas que ofrecer a la audiencia. No obstante, Flanagan acierta al crear toda una nueva estructura narrativa y avanza en medio de la historia, elaborando una nueva mirada al terror psicológico original: La premisa de Jackson de una casa maldita cuyo terror — y el terror que emerge de entre sus grietas misteriosas — no es casual, sino que se alimenta de tormentos psicológicos profundamente personales, se mantiene y se amplía. De pronto, los personajes son algo más que víctimas propiciatorias de lo sobrenatural y de la misma manera que en “La Lotería”, su destino parece unido de manera inexorable a los terrores que habitan en su pasado y en su mente. La combinación del pesar, el dolor y el sufrimiento dotan al terror de una pátina mucho más poderosa y es entonces cuando la serie alcanza sus momentos más altos. Flanagan juega con la percepción del horror desde los dolores psicológicos y lo hace de manera muy directa. En algunos puntos, la serie apela al psicodrama para elaborar una respuesta convincente acerca de lo terrorífico que se esconde entre los rincones más oscuros de la casa: El trauma es el tema principal del argumento y se extiende en todas direcciones como una onda expansiva que abre todo tipo de posibilidades para comprender el sentido último del poder que sostiene a Hill House en pie. Una y otra vez, director y guión meditan sobre las relaciones familiares traumáticas, los mecanismos que nuestra mente usa para ocultar el dolor y la forma en que las cicatrices del pasado elaboran un mapa de ruta hacia nuestra oscuridad interior. La acción, dividida en dos bloques concretos, muestra a la familia Crain (Padre, madre y sus cinco hijos) convertidos en víctimas de lo sobrenatural que habita la casa. Pero la mirada de la historia explora el antes y el después para comprender el sentido de lo fatídico y las consecuencias psicológicas de dolores insoportables que dotan a la casa — o al mal anónimo que la habita — de armas para crear el miedo a través de los espejismos del sufrimiento. La cronología de la serie — que va de la década de los ochenta hasta la actualidad — está bien manejada y sobre todo, tiene una coherencia visual que asombra por su pulso visual perfectamente construido. Los detalles de ambientación se sostienen sobre referencias inmediatas pero jamás obvias y Flanagan, asume la percepción del transcurrir del tiempo desde líneas fragmentadas en perfecto orden secuencial. El resultado es un angustioso recorrido por la historia familiar, a medida que los fenómenos sobrenaturales ocurren con mayor frecuencia. Flanagan — cuya experiencia con “Oculus” le permitió explorar en las historias familiares rotas — tiene enorme interés en las heridas mentales y espirituales de sus personajes. “The Haunting of Hill House” apela al horror basado en los mundos interiores de sus personajes. El argumento está mucho más interesado la culpa y los secretos, el dolor y el resentimiento afectan a las personas y sus relaciones, que en fenómenos extravagantes e inexplicables, que ocurren pero parecen directamente enlazados con las emociones del mundo de los Crain y sus personalísimos infiernos secretos.

Claro está, “The Haunting of Hill House” es la quintaesencia del género de casas embrujadas y Flanagan no lo olvida: la casa es una estructura surrealista, sin sentido, con una geografía interna la mayoría de las veces inexplicable y un peso arquitectónico opresivo y demencial. El carácter de la casa se manifiesta a través de todo tipo de excentricidades visuales y de espacio — esquinas rudimentarias, pasillos que se deslizan hacia el lado izquierdo de forma forzada, ángulos inexplicables en medio de columnas levemente torcidas — lo que permite al espectador comprender la inmediata sensación de claustrofobia que los Crain sufren casi desde las primeras escenas. Hill House no es un lugar sencillo de entender y Flanagan se asegura no lo olvides a medida que transcurre la historia.

Con su aire tétrico pero su poderoso trasfondo emocional, “The Haunting of Hill House” de Netflix no es sólo una adaptación sino una profunda búsqueda de la raíz del miedo pero sobre todo, un reflejo del terror convertido en algo mucho más humano, cercano y por tanto doloroso. Quizás, el espectro más aterrador que vaga por los pasillos de la vieja e inquietante casa, símbolo de lo maligno y el dolor espiritual.

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