miércoles, 24 de enero de 2018

Panegírico para la eterna extranjera: Para Úrsula, con Amor.




El género de Ciencia Ficción suele ser menospreciado y la mayoría de las veces despreciado, dentro del mundo literario. Una percepción prejuiciada sobre su valor como elemento cultural, pero sobre todo, como reflejo de nuestra sociedad, la forma en cómo comprendemos nuestra cultura y más allá de eso, nuestras relaciones y conclusiones sobre la incertidumbre, esa noción tan humana sobre el peso de la existencia, sus razones e implicaciones. Ursula K. Le Guin lo sabía y por ese motivo, pasó buena parte de su vida, luchando contra el prejuicio con la mejor arma a su disposición: una maravillosa prosa y una imaginación inabarcable, que creó mundos alternos y análisis sobre la realidad que dieron un vuelco al género. A la altura de nombres consagrados como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov o Ray Bradbury, LeGuin logró crear Universos de enorme valor social, cultural y antropológico. Para la autora, la Ciencia Ficción era algo más space opera de aventura e incluso, la percepción de lo maravilloso a través de la tecnología, por lo que dotó a sus historias de un considerable trasfondo humanista y moral. Con su muerte, el mundo de la literatura pierde no sólo a una prolífica autora sino también, a una libre pensadora convencida del valor de la palabra como experiencia liberadora.

El hombre siempre ha mirado el cielo en busca de respuestas. Esa vastedad inimaginable que parece resumir el misterio y el temor hacia lo desconocido. Por ese motivo, quizás no sea en absoluto casual, que casi todos los personajes de Ursula K. Le Guin también levanten la mirada asombrada hacia la bóveda celeste, para hacerse preguntas, para cuestionar y sobre todo, para intentar comprender la Grandeza — así, en mayúsculas — de ese enigma que se extiende más allá de las estrellas. Porque para Le Guin, la búsqueda de respuestas lo era todo. Y esa es justamente el sentido de mirar esa vastedad del Universo, el secreto del mundo, lo que hay más allá de lo ordinario, lo asombroso y lo portentoso. Para la escritora, la palabra era una forma de creación asombrosa, vasta como el infinito y con toda probabilidad, tan poderosa y temible como los misterios del infinito.

La literatura de género aún se considera menor, se asume como una curiosidad en esa interpretación de la Literatura lapidaria que no admite grietas de puro colorido imaginario. Muy poca gente duda del genio creativo de Virginia Woolf, ni tampoco del de una Doris Lessing en estado de Gracia. Mucho menos de una profunda Susan Sontag, tan cercana a la grandeza. No obstante, a Ursula K. Le Guin se le negó el reconocimiento mayoritario por las mismas razones arrogantes y quizás puramente académicas que se minimizó su trabajo: la literatura que crea en estado puro siempre produce desconfianza. Y no obstante, los Universos de Ursula K. Le Guin no son sólo inspiradas reinterpretaciones de la realidad, lo místico, el dolor y el poder, sino verdaderos tratados sobre la naturaleza humana, sobre la fragilidad del espíritu del hombre y algo más sutil: su poder para soñar. Más allá de la Ciencia Ficción, LeGuin pondera sobre las debilidades y las virtudes de nuestra mente y espíritu, con tanta profundidad y agudeza de lo que se suele llamar con tanta pomposidad “literatura Universal”.

Un viaje infinito a través del asombro:
La primera vez que leí a Ursula K. LeGuin, era una adolescente obsesionada por los clásicos literarios. Me tomaba la literatura en serio — lo que sea que pueda significar ese término — de manera que leer, era una forma de comunión con las grandes mentes de la humanidad y la cultura. Así que saborear La mano izquierda de la Oscuridad — esa búsqueda de la grandeza que comienza también mirando al cielo nocturno — fue todo una revelación. Lo hice a escondidas, como si leer un relato de pura fantasia pudiera menoscabar las grandes historias que se suponía formaban la columna vertebral de la literatura de verdad, otro término confuso que de inmediato y gracias a Le Guin desdeñé por completo. Le Guin me demostró que un libro es una aventura, un viaje, una travesía. Me lo mostró con un pulso firme y sincero que me cautivó, como lo haría cualquier otro libro de LeGuin de allí en adelante. Me abrumó no sólo la complejidad de la historia sino la capacidad de la escritora para entretejer el conocimiento con una prosa exquisita que me sorprendió por su fluidez. En los libros de LeGuin, la palabra no sólo describe, puntualiza, narra, sino que además construye. Universos radiantes que pueden sorprenderte y confundirte. Páramos desiguales que página a página crean una experiencia por completo nueva para el lector. Sin duda, Ursula K. LeGuin no era solo una extraordinaria escritora, sino una visionaria de lo que puede significar asumir el rol de contar el mundo, de desmenuzarlo palabra a palabra, de imaginarlo mucho más intrincado de lo que es y con toda seguridad, más rico en matices. Y aún así, continúa siendo el mundo, el nuestro, el de nuestra mente, el reconocible. Transformado, eso sí, por la imaginación ilimitada de una mujer que está convencida que crear es una aspiración al valor de la realidad.

Los libros de Ursula K. Le Guin jamás terminan de leerse. Fue algo que descubrí muy pronto. Porque una vez que cierras la solapa, que degustas la última palabra, el verdadero libro comienza en tu mente, en esa obsesiva necesidad de comprender lo que has leído y más allá, del efecto que produjo en tu mente. Cada una de sus novelas, es un prodigio de pensamiento y emoción, una combinación casi perfecta de innumerables niveles y dimensiones de expresión, que llevan al lector de la mano por parajes recién descubiertos. Te convierten en explorador, te hacen preguntarte y cuestionarte. Te brindan esa oportunidad única de reconstruir los límites de tu mente para alcanzar el de las palabras de la autora. La magnitud y poder de la perspectiva de LeGuin hace que cada uno de sus libros sea una experiencia única e irrepetible. Una empresa casi mítica, que te lleva de la mano hacia un tipo de asombro que te recuerda — si alguna vez lo habías olvidado — el poder de la palabra que crea.

Con frecuencia, he pensado que Le Guin posee una comprensión de la noción de infinito mucha más profunda que cualquiera. Pareciera que hay un Universo entero en ese conocimiento suyo tan real y vasto, sobre la identidad del hombre, el espíritu de la cultura en la que creció y sobre todo, en la necesidad de romper esa noción de la limites que el ser humano teme y construye a través de su vida. Pero para Le Guin, quién está convencida que no existe una frontera para la capacidad humana, la palabra es capaz de subvertir ese orden natural de lo pequeño y transformarlo en grandeza. En cientos de dimensiones distintas de una misma percepción. Por ese motivo, varias de sus novelas suceden en distintos mundo, una especie de gran república misteriosa compuesta por más de ochenta planetas. Son relatos independientes, contextualizados en un único Universo común, pero que forman, por separado, relatos autónomos de enorme valor individual. Cada novela es una narración única, que muestra un matiz del gran Universo único de manera distinta. Y es allí, donde Le Guin muestra su magnifica capacidad para construir y reconstruir la narrativa moderna. Porque sus mundos — sus expresiones de Infinito — tienen una personalidad reconocible, se complementan entre sí. Una metáfora literaria de las Mecánicas Celestes de Galileo, inolvidables por fecundas y poderosas.

Asombra que todos los personajes de Le Guin siempre tengan un elemento melancólico. Un extranjero solitario y extraño en mitad de extraordinarios viajes literarios. Cabe preguntarse si no es la mejor metáfora que la escritora encontró para escribir esa travesía suya de escribir a contra corriente, contra la evidencia, contra el temor, contra el deber ser. Porque Ursula K. Le Guin jamás se conformó con lo obvio y quizás por eso, asumió esa titánica empresa de crear lo inexplorado. Mundo a mundo, palabra a palabra, aborda de manera apasionante temas universales como la diferencia de sexo, los prejuicios, temores, los peligros de poder, siempre bajo el cariz de la fantasía que sana, que crea un simbolismo purísimo para transmitir un mensaje muy viejo. Para Le Guin, nada es ajeno. Para su imaginación, nada es desconocido.

En una ocasión, un periodista le preguntó a Ursula K. Le Guin cual era la imagen más perdurable que tenía sobre el mundo real, siendo como lo es, una prolífica creadora de mundos imaginarios. Le Guin, sonrío y cuenta el periodista que le llevó junto a una gran ventana de la habitación donde conversaban. Los rayos del sol entraban a raudales por los cristales, creando pequeñas franjas de luz y sombra. La escritora tomó las manos del periodista y las hizo moverse entre las franjas resplandecientes entre la penumbra. Un equilibrio pequeño, fugaz, pero perceptible entre dos fuerzas antagónicas “La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz; las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes”. Le explicó Le Guin, con una sonrisa. Quizás esa sea la manera más profunda de describir esa búsqueda de la escritora de una visión mucho más compleja de la realidad que la aparente, de esa lucha palabra a palabra contra lo evidente. “Somos creadores esenciales” concluyó después y el periodista diría después que nunca olvidó la imagen, la sonrisa y la frase con la escritora culminó la entrevista “siempre mirando el tiempo desde una perspectiva totalmente nueva”.

Hasta el último día de su muerte, Ursula K. Le Guin continuó viajando. Hacia el interior de su mente, más allá de los límites. Guiando a sus devotos lectores a nuevas fronteras, insistiendoles en explorar con invencible curiosidad su propio espíritu. Y sobre todo, permitiéndonos viajar en su compañía. Pionera del feminismo moderno, intelectual — aunque ella jamás se llamaría de esa forma — , polémica y poderosa, siguió escribiendo, porque es lo que mejor sabía hacer para describir el infinito que mira con tanta atención. Y que extraordinario que lo hizo, que tuviera la perseverancia para intentar definir quienes somos, esa noción de existir tan brumosa como elemental. Ursula siguió mirando desde una perspectiva lejana, pero jamás altiva. Comprendiendo, creciendo, describiendo ese mundo que sueña y que crea con tanta precisión. Y es que la realidad no es sólo lo evidente, lo que nos rodea en formas y colores, lo que nos sentidos pueden captar. Nuestra vida, nuestra visión del pasado y el futuro está llena de mitos, de sueños, de aspiraciones, de esperanzas. Tal vez allí radique el éxito de Le Guin, quien insistió más de una vez que “La Ciencia Ficción es una metáfora de la vida”. Una visión asombrada de quienes somos pero sobre todo, de quienes podemos ser.

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