lunes, 15 de enero de 2018

Crónicas de la Nerd entusiasta: Todo lo que debes saber sobre la serie “The End of the F***ing World” y su alegoría al existencialismo moderno.





En plena era dorada de la televisión, la oferta de producción de series comienza a convertirse en una reñida competencia de calidad, propuesta, pero sobre todo, una interpretación novedosa sobre un medio que parece renovarse a una velocidad vertiginosa. Para la cadena de Televisión Netflix, la apuesta incluso es más alta: innovar es un asunto de supervivencia y por ese motivo, la necesidad de competir con material no sólo de alta calidad sino con la capacidad de sorprender al público, resulta imprescindible. De modo, que cada nuevo producto inédito parece tener el inmediato objetivo de desconcertar, cautivar e incluso conmover mucho más que el anterior.

Algo parecido podría decirse ocurre con la serie “The End of the Fu*** world”, que llega precedida por el éxito inmediato y mundial de “Stranger Things” y la que se ha llamado su versión alemana “Dark”. No obstante, la serie es mucho más que la respuesta inmediata a una fórmula comprobada para captar la atención del público y de hecho, resulta definir a la serie bajo una único concepto, con su extraña combinación de drama adolescente, dolor postmoderno y algo más amargo entre ambas cosas. El concepto de “The End of the Fu*** world, juega con la posibilidad del desastre, una mirada inteligente sobre el desarraigo y la exclusión y finalmente, sostiene el argumento entero sobre la posibilidad de una redención pesimista que desconcierta por su sinceridad conmovedora. A primera vista, la serie parece una combinación de romance al uso y una interpretación sobre la exclusión contemporánea, cercana al cliché: con la improbable y extravagante relación entre un psicópata en ciernes y una adolescente angustiada y herida, el argumento analiza de manera multidimensional la noción del yo moderno desde una óptica refrescante pero a la vez melancólica. Con su humor negro y el ritmo de una película indie británica, la serie encuentra una forma de elaborar un discurso coherente sobre la desazón y el temor, la ternura y el amor que sorprende por su efectividad. En ocho capítulos de alrededor 20 minutos, la serie juega con todo tipo de ideas tradicionales sobre el romance, la pasión, la vida y la muerte y las trastoca hasta convertirlas en algo más duro de comprender, pero sobre todo, más profundas de lo que podría suponerse en un formato semejante. Con su estructura tensa y concisa — a diferencia de “13 reason Why”, la serie parece muy consciente de la efectividad en contraposición a la duración episódica — “The end of the Fu*** world” tiene un aire fresco e irreverente lo suficientemente logrado como para escapar de las inevitables comparaciones con propuestas parecidas.

El mayor peso de la trama recae, como es previsible, sobre sus extraños y en ocasiones, inquietantes personajes. James (Alex Lawther) es un psicópata de 17 años que intenta construir una vida normal sin lograrlo. A pesar de su juventud, ha matado una gran cantidad de animales y parece convencido, que el siguiente paso, es por supuesto algo más duro, cruel y violento que la simple satisfacción de una matanza casi simbólica. James, con toda su carga aparejada de simbolismo alegórico sobre la soledad moderna y el desarraigo, representa y refleja la sentida visión de la serie sobre el bien y el mal, la fría cualidad de una época en la que las sensaciones y las emociones parecen cifradas y transformadas en una idea más superficial y en ocasiones, dolorosa de lo que puede suponerse a primera vista. El personaje — interpretado con fría y analística contención por Lawther — tiene mucho del John Cleaver del escritor Dan Wells, con su carga de moralidad retorcida y durísima visión de la realidad. Pero James es mucho más que el anuncio de futuro criminal despiadado. Es un alma torturada y angustiada, creada a la medida de una generación pesarosa.

Por su lado, Alyssa ( Jessica Barden) tiene una enorme sensibilidad dispareja y construida a la medida de un dolor existencialista que la supera con creces. Abatida, pequeña, frágil, angustiada pero sobre todo, perversamente convencida del poder del dolor y el sufrimiento. Alyssa además, crea toda una visión del mundo a través de su íntima angustia. Se tiende para “ver el azul o el gris o el negro, y siento que me derrito en él, y por una fracción de segundo me siento libre y feliz, como un perro o un extraterrestre o un bebé”. Como si se tratara de una reflexión filosófica sobre el miedo colectivo que aqueja nuestra época, Elyssa se debate entre la posibilidad de la incertidumbre y una noción sobre si misma fragmentada y cercana a la vulnerabilidad. Pero por supuesto, Alyssa no es frágil: a su manera es casi tan peligrosa como James y juntos — la posibilidad del amor entre ambos — crean una perspectiva novedosa sobre lo moral, el bien y el mal, los pequeños dolores culturales.

Alyssa cree que James es asombroso y en contraposición, él piensa que podría asesinarla y de alguna forma, culminar su largo trayecto en medio de la curiosidad morbosa y la emoción que le produce la muerte. Ambos, son una percepción caricaturizada sobre lo moral y lo maligno en nuestra época. No es casualidad que lo sean: La serie se basa en el cómic del mismo nombre del autor Charles Forsman, una controvertida combinación de crítica, cinismo y dolor que se convirtió de inmediato en objeto de culto. En la pantalla chica, la historia conserva su comicidad cruel y dura pero sobre todo, la meditada y convincente noción sobre lo absurdo, todo sostenido a través de una narración rápida e inteligente. “The end of the F*** world” reflexiona sobre el temor, los pequeños dolores privados pero también, acerca del mundo convertido en paisaje inhóspito, violento y desalentador. No hay nada sencillo en esta propuesta agil, efervescente pero a final de cuentas, dolorosamente cínica, en el que los conceptos sobre la vida y la muerte se mezclan con una sencillez exquisita y casi cruel.

Hace unos meses, su director Jonathan Entwistle confesó que la serie nació de su constante obsesión con la muerte, pero que además, la serie era fruto de lo que llamó “un inevitable necesidad de mostrar el joven dolor de nuestra época”. Según cuenta Entwistle, casi por pura casualidad encontró una página del cómic original en Londres, con la que se obsesionó casi de inmediato. Lo demás se desarrolló muy rápido: escribió el guión para la serie combinando el humor tétrico y duro del cómic, con cierta noción sobre el road trip adolescente hasta lograr una historia convincente sobre el amor y el dolor joven. En su propuesta para Netflix, Entwistle añadió una profunda mirada filosófica sobre la identidad colectiva que convierte a James y a Alyssa, en símbolos de un tipo de existencialismo frágil y mórbido de enorme belleza visual. Desde las tenebrosas escenas retrospectivas de James — que le muestran matando animales y metiendo la mano en una freidora para sentir “algo” — hasta la reflexión del sufrimiento de Alyssa, la serie tiene como evidente intención remontar la cuesta de la adaptación con una puesta en escena sólida y oscura, pero además, con la evidente intención de llevar a la narración original a un nuevo nivel.

Entwistle dota a la serie de un atmósfera confusamente retro y atemporal. La serie está ambientada en Inglaterra, pero el guión no específica la ciudad ni tampoco la región exacta del país en que transcurre la trama, por lo que la historia avanza en un paraje geográficamente indistinto. En su viaje, James y Elyssa atraviesan parajes oscuros y depresivos, lo que además, acentua el aire definitivamente abrumador que la serie alcanza en sus momentos más logrados. Como si se tratara de una versión adolescente de Natural Born Killers (Oliver Stone — 1984), los personajes recorren autopistas y caminos vecinales en medio de un aire contenido y angustiado, fuera de la ley del tiempo. A medida que los capítulos avanzan, la conexión entre James y Alyssa comienza a sostenerse sobre la percepción de un fatalismo melancólico que encuentra un eficiente reflejo en el ambiente aprensivo y duro que le rodea.

Por supuesto, la serie es una metáfora a fenómenos tan Universales como la despersonalización, la angustia y el dolor de la pertenencia y el miedo al futuro. Pero además, la serie parece muy interesada en reflexionar sobre tales ideas a través de pequeños guiños y giros argumentales que convierten la travesía de los personajes en un retorcido viaje iniciático el mundo alrededor de ellos absurdo, pero extrañamente encantador. Cada personaje con tropiezan en el viaje muestran todo el espectro de debilidades humanas. Entre una cosa y otra, “The End of the Fu*** world” contempla la posibilidad del miedo, el amor y la ternura en medio de algo tan en apariencia temible como la vida corriente. Una propuesta subversiva como pocas.

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