viernes, 22 de diciembre de 2017

Una recomendación cada viernes: Los cinco mejores libros del año (y mi favorito indiscutible)





Leer es sin duda un placer solitario y también, una forma de reconstruir espacios personales que rara vez tienen un reflejo real más allá de nuestras opiniones y visiones del mundo. De manera que hablar sobre los mejores libros publicados en un año siempre será un tema de debate, no solo porque el mundo literario está lleno de opiniones encontradas sino porque además, forma parte de esa idea contra la que me rebelo, de la visión editorial elitista. Un buen libro siempre tendrá su publico, sea alabado o no por las vacas sagradas del mundo editorial: una buena historia sobrevive a cualquier prejuicio que pueda achacarsele. Así que nunca he confiado demasiado en las selecciones, un poco arbitrarias que intentan resumir la vastedad literaria en los libros favoritos de crítica y editoriales. Aún así, de vez en cuando y casi siempre por curiosidad, hago mi propia selección, tomando ideas de una propuesta u otra, y sobre todo, intentando mostrar ese criterio del lector devoto que mira un libro abierto como una nueva oportunidad.

De manera que decidí que la penultima entrada de este proyecto “Un recomendación cada Viernes” sería una lista, pequeña, incompleta y probablemente deudora de muchas otras propuestas, de lo que considero son los mejores libros que leí en el año. Lo hago, con esa inocencia del que lee por placer y del que paladea las palabras con fervor. Y más aún, asume su idea del tiempo literario como informal y extraordinario. Como digo, es una lista que seguramente admite revisiones y se perfeccionará quizás durante los últimos días que restan del año, pero aún así, es una aproximación a esa aventura extraordinaria, en perpetua transformación, que ha significado para mi, redescubrir el mundo, una vez más, a través de una historia que nace entre mis manos.

Y ¿Cuales serían mis libros favoritos de un año especialmente fecundo en historia y profundidad literaria? Los siguientes:


“Norse Mythology” de Neil Gaiman.
En su más reciente libro “Norse Mythology” Gaiman regresa a sus obsesiones primarias: esa búsqueda de la identidad del hombre a través de lo originario. Como en novela gráfica Sandman — en la que personifica abstracciones como sueño, muerte y deseo en magníficos personales — el nuevo libro de escritor reflexiona sobre la identidad primaria del hombre moderno a través de su pasado. El resultado es una mezcla extraña y sentida sobre el ciclo mitológico nórdico y algo mucho más enrevesado, a mitad de camino entre lo contemporáneo y la inevitable influencia de la cultura pop. Después de todo, las generaciones más jóvenes conocen los nombres de los Dioses nórdicos gracias a Marvel y están convencidos que Thor tiene el rostro agraciado del actor Chris Hemsworth. Así que Gaiman parece cuestionarse sobre el método de cómo mostrar una cosmología tan familiar como ambigua ¿por qué no usar esa noción moderna para contar una historia muy vieja?

“Norse Mythology” es la respuesta a esa pregunta. Un acercamiento contemporáneo y casi didáctico al ciclo mitológico nórdico que asombra por su capacidad para cautivar. “Hice mi mejor esfuerzo para volver a contar estos mitos e historias con la mayor precisión posible, y lo más interesante que puedo” explicó Gaiman al periódico The Guardian. Y no sólo lo hace, sino que añade un ingrediente juguetón que convierte la lectura en una experiencia sensorial. Desde su manera de presentar a los personajes — en ese prólogo extraordinario en lo que los describe como “jugadores” — hasta cómo humaniza el fiero mundo nórdico, “Norse Mythology” demuestra la habilidad de Gaiman para narrar historias complejas. Como si de un trovador medieval se tratase — y más de una vez se ha descrito a sí mismo de esa manera — el escritor avanza entre las vicisitudes de Dioses y Diosas con una alegría y malicia contagiosas. Crea un Macro Universo en el que desde Odín, padre de todo lo Creado, tiene tanta importancia como Ratatosk, la chismosa ardilla mítica que vive en Yggdrasil, el árbol más perfecto de Asgard. Entre ambos personajes, Gaiman establece similitudes, narraciones paralelas y descripciones que poco a poco van creando y sosteniendo la historia central. Con un pulso firme e inteligente, la obra evoluciona a través de esa sinfonía de voces que se complementan entre sí y que además, brindan un singular brillo a esa noción de la mitología como una historia Universal común. Hay pequeñas trampas lingüísticas, guiños a todo tipo de referencias a culturas disímiles. Y Gaiman lo hace con un ojo impecable para encontrar los giros argumentales perfectos, la forma idónea de mostrar estas viejas leyendas con un cariz entrañable.


“La Memoria secreta de las hojas” de Hope Jahren.
En apariencia “La memoria secreta de las Hojas” es una historia sencilla que se enaltece por la pasión de su autora por el mundo natural. El libro cuenta la lucha de la autora por establecer y financiar su propio laboratorio de investigación. No obstante, la mirada literaria de Jahren convierte la travesía en algo más que un monólogo de recuerdos y fragmentos de pequeños logros personales y crea una visión sobre la belleza, la fe y la naturaleza que se mezcla en un híbrido que desconcierta por su belleza. No hay nada sencillo en la amable mirada científica de la escritora, en su profunda convicción sobre el poder de lo invisible. Y es esa mesurada comprensión sobre los pequeñas cosas lo que hace del libro un viaje fascinante hacia la naturaleza como elemento extraordinario y fuente de toda sabiduría.

Claro está, para Jahren se trata de un viaje existencial en estado puro: como cualquier otro científico, ha pasado buena parte de su carrera científica buscando financiación para sus proyectos, lo que le ha permitido asumir el riesgo de la investigación científica como una forma de fe. Para Jahren ha sido una apuesta complicada, entre ser lo suficientemente flexible para crear su propia manera de ver el mundo y sobre todo, expresar esa sencilla convicción ideal sobre la naturaleza como centro común de todo conocimiento y el trabajo de laboratorio. La combinación de ambas cosas, crea una experiencia humana que se eleva más allá de las preguntas y cuestionamientos de la científica pragmática — porque Jahren lo es, sin duda — y la convierte en algo más misterioso, un núcleo de pura maravilla que rodea cada parte de la historia como un enigma a medio descubrir.

La vida de Jahren ha transcurrido entre el laboratorio y esa búsqueda de una justificación casi filosófica a su amor por la naturaleza. Hay un elemento de genuina emoción en sus deliciosas descripciones sobre hojas impregnadas de la luz del sol, de troncos de árboles robustos abriéndose paso hacia la simetría del cielo, de las semillas como una promesa de vida de enorme valor alegórico. Jahren logra transformar cada pequeña vivencia en algo mucho más potente que una simple comprensión objetiva: no importa si se trata de extraer información de las condiciones ambientales o una mirada arrobada a las primeras lluvias del mes de Abril. Para la científica el asombro casi infantil es el mismo y es esa concepción inocente sobre la realidad lo que convierte a su historia en un extraordinario recorrido emocional.


“The Obelisk Gate” de N.K Jemisin.
Para la escritora N. K. Jemisin el dilema sobre la ficción especulativa se basa justamente en esa noción perpetúa sobre la individualidad que se transforma. En su novela “La Quinta Temporada” del 2015, la autora reflexiona sobre las esperanzas y temores universales desde cierta distancia emocional. Aún así la novela, es un triunfo de la imaginación, con una propuesta compleja que se sostiene sobre la visión del hombre como promotor de cambios y transformaciones complejas en una dimensión casi maravillosa sobre la realidad. No obstante, en “The Obelisk Gate”, inmediata continuación de la novela anterior y ganadora del premio Hugo como mejor obra de Ciencia ficción del año 2017, la escritora alcanza un nuevo nivel de percepción y especulación sobre el yo colectivo que sorprende por su impecable poder para cautivar. Para Jemisin, la comprensión sobre la naturaleza del hombre y su circunstancia va más allá de sus dolores y tragedias, por lo que convierte a cada una de sus historias en un extraño recorrido a través del tiempo y el concepto del individuo como ente transformador. En medio de un paisaje perpetuamente apocalíptico — que puede o no ser nuestro planeta, para Jemisin no parece ser de real importancia el extremo — hay una idea consecuente y poderosa sobre el propósito de la existencia. Una forma de asumir el peso de la historia, de la versión del tiempo y los espacios que se entremezclan entre sí, para asumir una idea sobre quién somos y cómo nos comprendemos a través de nuestras pequeñas decisiones invisibles. Para la escritora parece ser de enorme importancia la percepción de la individualidad — y como aspiramos a ser comprendidos — para construir una idea más profunda sobre la sociedad y la cultura. Un insistente recorrido por la psiquis colectiva como forma de expresión y de análisis de nuestros dolores y terrores sociales.

Los mundos de Jamisin son lugares inhóspitos, repletos de personajes duros y hostiles llevados por el odio, el miedo y la decepción. Cada uno de sus libros, pondera sobre la capacidad del bien y del mal para moldear la conducta humana, pero bajo el dilema ético, parece más interesada en analizar las formas y sustratos de las grandes preguntas existenciales a través de la fantasía. Y lo logra, a través de una mirada perenne de puro asombro sobre la condición humana — todos sus personajes están llenos de amor pero también, de violencia, odio y un profundo temor al desarraigo — que crea un mapa de ruta hacia un profundo sufrimiento privado que une al cúmulo de historias como hilos subyacentes de pura alegoría. Con su ritmo lento y comedido, Jemisin avanza entre dimensiones de la naturaleza de hombre por el hombre. Lo hace además con una convicción evidente y profunda sobre lo moral y lo doloroso que asombra por su precisión y buen hacer. Para la escritora, los mundos distantes y anónimos son tan importantes como los complicados paisajes de la mente y el comportamiento humano. Y ese quizás es su mayor triunfo.

Para su Trilogía de la Tierra Fragmentada — aún incompleta — Jemisin imagino un mundo en el que ocurren periódicamente colosales catástrofes medioambientales que devastan hasta los cimientos de la civilización, por lo que cada cierto tiempo, la tierra y la cultura de “Quietud” — el planeta desconocido escenario de todas las líneas narrativas — debe reinventar su propia identidad cada cierto tiempo. Se trata de una visión sobre la épica y las transformaciones, asumida desde la distancia del dolor y la angustia existencial. Pero sobre todo, Jemisin concibe el futuro como una amenaza plausible: Tanto en la “La Quinta Temporada” como en “The Obelisk Gate” los personajes deben enfrentarse a un planeta capaz de convertirse en un peligro latente y real a la menor provocación. Un ciclo destructor que no sólo parece amenazar la supervivencia de la especie — en ambos libros se plantea la posibilidad que una definitiva debacle que destruya cualquier vestigio de vida — sino también, la percepción misma de la permanencia. ¿Quienes somos cuando la fugacidad de nuestra existencia sobre cual se sostiene toda nuestra visión del futuro? ¿Cómo nos comprendemos desde la vulnerabilidad como toda respuesta a la incertidumbre?

Por supuesto, también se trata de una percepción más compleja sobre la noción del individuo como elemento sustancial de la sociedad: Los habitantes de “Quietud” se dividen en razas y castas. Entre ellos, “oregenes” son quizás los que cargan con una responsabilidad mayor que cualquier otra: tienen la capacidad de sentir, anticipar e incluso detener los desastres naturales que anteceden a la gran devastación. No obstante, no es un don fácilmente comprensible y mucho menos controlable, lo que hace que los oregenes deban enfrentarse a la desconfianza general de sus vecinos y el resto de los sustratos sociales que habitan “Quietud”. No obstante, más allá de la noción sobre la responsabilidad del poder y la percepción del miedo como una forma de restricción moral, la escritora parece más interesada en lidiar con los prolegómenos del poder y los mecanismos de control de las relaciones sociales, que otra cosa. Además, crea una interpretación general sobre la discriminación y el racismo tan perturbadora como dolorosa. Contradiciendo la percepción popular que tacha a la Ciencia ficción como una evasión a los conflictos reales de la época a la que pertenece, Jemisin juega con el concepto de la diferencia para crear una inquietante visión sobre el prejuicio de enorme efectividad. Para Jemisin, la idea de la fantasía como una forma de expresión sobre debates de enorme envergadura social, plantea la dimensión y la profundidad de la imaginación como un reflejo eventual de conflictos reales y de considerable complejidad.


“The Power” de Naomi Alderman.
La novela “The Power” de la novela Naomi Alderman comienza en el mundo adolescente. Pero también acaba justo en la inocencia de los primeros escarceos sexuales y sensuales. De pronto, adolescentes de todas partes del mundo de entre catorce y quince años, descubren que sus cuerpos pueden emitir una carga eléctrica mortal no sólo capaz de mutilar sino además, de mutilar. Y esa arma biológica, tiene una inmediata relación con el despertar de una sexualidad casi primaveral. Pero en lugar de los temores y percepciones del deseo, Alderman construye una alegoría sobre el poder en estado puro: mujeres jóvenes a través del mundo comienzan a comprender que no sólo pueden lastimar, sino que no hay culpa ni responsabilidad añadida en ese deseo perpendicular de causar daño. El poder se manifiesta con mayor fuerza y de pronto, es evidente que todas las mujeres del mundo son capaces de asesinar con un tipo arma imposible de detener, contener o distorsionar más allá de la voluntad. “Algo está pasando. La sangre está latiendo en sus oídos. Una sensación de hormigueo se extiende a lo largo de su espalda, sobre sus hombros, a lo largo de su clavícula. Está diciendo: puedes hacerlo. Está diciendo: eres fuerte” escribe Alderman y de evidente que para la escritora el meollo de la historia que cuenta no es el asombro o el temor por el poder recién adquirido — o descubierto — sino su furiosa capacidad para la acción, la ejecución, la venganza e incluso una rudimentaria forma de justifica. Alderman escribe sobre los subterfugios del poder, del miedo pero sobre todo, sobre la búsqueda incesante de significado del colectivo convertido en una masa peligrosa y amenazante. Con un pulso que asombra por su precisión, Alderman describe no sólo la lenta tensión que comienza a percibirse en todos los lugares del mundo en los que el fenómeno es visible, sino que además, crea una percepción sobre la agresión, el miedo y la violencia por completo desconcertante. La escritora logra recrear una fantasía distópica toda regla pero también, un terrorífico escenario hipotético en el que el equilibrio de subyugación histórico se modifica para crear algo más temible: Una retaliación colectiva que asombra por su contundencia.

El mundo que narra Alderman se hace cada vez más claustrofóbico y temible: Imágenes de mujeres electrocutando hombres llenan internet. Luego, el fenómeno local se hace mundial y el conocimiento colectivo de la capacidad, construye una visión sobre la violencia y el terror que atraviesa una noción sobre la violencia inquietante. Alderman describe cómo de pronto, niñas se convierten en pequeñas armas asesinan. En poco tiempo, cada mujer del mundo es capaz de matar y hacerlo a conciencia. De elaborar una idea violenta y directa sobre el asesinato, que no obedece a ley alguna ni a consideración legal comprensible. Al principio, los hombres se toman el fenómeno desde el asombro — Alderman describe los chistes, los grupos de chicos alejándose de las chicas con cierta angustia — pero poco a poco, el miedo se masifica. El escenario que Alderman narra, no sólo incluye un terror ciego y anónimo, sino una impotencia profunda. Los hombres terminan por huir de las mujeres, por esconderse en medio de un clima de horror cada vez más estratificado y doloroso. Cuando el estamento militar y gubernamental reacciona, ya la destrucción de las bases del sistema cultural sostenido sobre cierto equilibrio entre lo sexos, ha desaparecido. Mujeres del todo del mundo y de todas las edades, atacan a hombres, les segregan en guetos e incluso, les convierten en presas. Para entonces, una histeria violenta y casi mercenaria cunde a través del mundo: hombres disparando a mujeres por “defensa” propia, que terminan siendo torturados y asesinados. Las imágenes de lo que las “mujeres pueden hacer” difundiendose a través del mundo, creando un clima de zozobra desconcertante. Y mientras el fenómeno se atribuye todo tipo de motivos — desde gas nervioso, la brujería hasta una conspiración anti-masculina afianzada en un un virus misterioso- se continúa insistiendo en que se encontrará un “antídoto” y se restablecerá “la normalidad”. Pero el proceso sólo parece hacerse más rápido. Aldeman transforma su novela en una meticulosa comprensión sobre el horror, el temor y el género. Pero más allá de eso, de la concepción de lo que consideramos “poder” como una forma de justicia primitiva y desconcertante.


“4321” de Paul Auster.
Sin duda, Paul Auster es uno de esos escritores infaltables. Sus libros parecen siempre formar parte de las lista de los imperdibles, los infaltables y los necesarios a leer. No obstante, nada es tan superficial como un de boca en boca en medio de la cultura del consumo lineal. Paul Auster es un escritor sólido, un hombre con cicatrices espirituales profundamente que crea un Universo de palabras consistente y denso. Sí, probablemente buena parte de su literatura sea una vuelta de tuerca al egocentrismo literario, una búsqueda de recorrer una y otra vez el análisis de su propia circunstancia, pero aún lo hace con tal elegancia y con una conciencia tan firme de la trascendencia de la frase que construye, que probablemente así revindique. Porque para Auster, la belleza de lo que se escribe — y por consecuencia, se crea — tiene una relación directa con su capacidad para evocar. Como en “La invención de la soledad” donde el autor intenta encontrar su propia sombra, reconstruye episodios biográficos y crea un híbrido entre realidad y fantasía que termina sublimando la historia, dotándola de un borde de realidad asombroso. ¿Y no es lo que todo escritor hace? se preguntará algún descreído y la respuesta es obvia: el escritor escribe de lo que sabe, pero para Auster, la creación incluye también esa decisión de auto analizarse con el tono fluctuante de su obra. Una y otra vez, reflejos de un espejo de melancolía inspirada en recuerdos preciados, en ideas íntimas que se reconstruyen sin que perder lo esencial: La impronta del que escribe y la obra que se levanta sobre la idea.

Autor de una obra amplia y variada, la ficción juega un papel fundamental en la manera como Auster comprende el mundo literario. Como propuesta narrativa, sus novelas tienen una visión extraordinaria sobre el bien, el mal, el desarraigo moderno y la profunda soledad existencialista de nuestra época, elementos que Auster utiliza como telón de fondo en una mirada incisiva sobre la identidad. Su más reciente publicación, la enigmática novela “4321” no sólo mezcla las percepciones favoritas de Auster sobre la modernidad y el terror a la incertidumbre sino que además, pondera sobre la ficción como una relación intrincada con la realidad. Todo bajo la cuidada prosa de Auster y su obsesión por la belleza narrativa. No obstante, en “4321” Auster alcanza un nuevo nivel de precisión lingüística y también, de comprensión de la naturaleza mutable de su talento narrativo. Abandona sus habituales obsesiones, por una mirada costumbrista, a la que sin embargo agrega una eventualidad argumental desconcertante: La novela consta de cuatro finales alternativos, que convierten la historia en un rompecabezas y un duelo imaginario contra la percepción de lo inevitable y cierto absurdo existencial. Auster además, redimensiona el recurso de la autorreferencia y lo lleva a un nivel por completo nuevo, al narrar desde cuatro perspectivas distintas los supuestos motivos — el libro flota sobre la incertidumbre — que le llevaron a ser escritor. La percepción de Auster sobre los entresijos de la labor creativa, la belleza de la concepción del arte como reflejo íntimo y además, la búsqueda de objetivo y significado, hace den “4321” una mirada alternativa y poderosa sobre todas las nociones especulativas sobre el hecho de escribir. Las escenas se suceden unas a otras, en una visión significativa sobre lo que supone la creación como método de observación de la realidad pero también, de las íntimas vivencias que construyen una comprensión sobre el mundo privado del autor.

Las dimensiones que alcanza la narración, evaden cualquier explicación sencilla: va desde la infancia del protagonista (muy semejante a la del propio Auster) hasta su plácida adultez, lo que convierte a las cuatro narraciones — que avanzan en paralelo y desde la noción de la observación crítica de la existencia — en avatares del propio Auster. El escritor parece genuinamente fascinado por el acto especulativo de novelar su vida — y encontrar nociones alternativas sobre lo que pudo ser o no — y crear una especie de doloroso recorrido por sus pulsiones internas. Un ejercicio que Auster ha llevado a cabo en varias oportunidades, sólo que en esta ocasión, es mucho más firme y sosegado. Por supuesto, que Auster no abandona su hábito de contar historias dentro de historias, un hilo que en ocasiones sostiene no sólo la tensión, sino también la personalidad de lo que narra. Pero en “4321” el hábito se hace incluso más depurado, más simple. Una vuelta de tuerca sobre sucinto y esa proverbial belleza que convierte a cada una de sus obras en espléndidas visiones sobre lo rutinario y una aparente cotidianidad construida a partir de hecho fortuitos de enorme poder simbólico.

La novela, ambientada en una onírica e idealizada visión sobre los años cincuenta, es un cuidadoso compendio de los principales estereotipos que pueblan la memoria histórica estadounidense. Pero Auster convierte en trasfondo en un metódico análisis sobre la circunstancia de la vida del país, en una reflexión argumental sobre las motivaciones culturales que sostienen el impulso creativo.

El Favorito del año:

“Borne” de Jeff VanderMeer.
“Borne” La más reciente novela del escritor Jeff Vandermeer medita justamente sobre las grietas sobre el paisaje de la mente humana y lo que la identifica. Y lo hace además a través de un rarísima conjetura sobre la realidad que asombra por su eficacia. Vandermeer no sólo pondera sobre la persistencia de la memoria — la incertidumbre sobre la existencia humana y la versión del futuro que asumimos inevitable — y algo más elaborado que logra recrear a partir de una concepción de “yo” brillante y enajenada. El resultado es una de las novelas más intrigantes de la última década y también una hipótesis insólita sobre la incertidumbre de la capacidad del hombre — como raza — para la autodestrucción. El escritor profetiza sobre lo que puede esperar a nuestra sociedad a siglos de distancia y a mitad de camino entre la fábula existencialista y la distopía en estado puro, logra una conclusión radical sobre lo que no espera. No se trata de la promesa de la destrucción o la redención, sino un tipo de catástrofe impensable: la raza humana convertida en un experimento sin norte que desdibuja los límites de la realidad y la fantasía.

Lo que sorprende de VanderMeer es el riesgo que toma el escritor al momento de imaginar un futuro posible: no se trata de una brillante alegoría al desastre biológica, una meditada creación sobre lo que espera a una sociedad hipertecnificada ni mucho menos, una búsqueda filosófica. Para Vandermeer, la noción sobre los siglos venideros es mucho más dura de digerir y por tanto describir y asume el futuro post apocalíptico desde una radiante concepción del miedo. En el mundo que el escritor imagina no hay un sólo lugar que no haya sido devastado por la experimentación científica y que a su vez, no se haya transformado en una versión hiperrealista de nuestros temores y esperanzas. El lienzo sobre el que trabaja la imaginación de Vandermeer es tan amplio que por momentos resulta ilimitado y esa ausencia de reglas, lo que hace a “Borne” no sólo una propuesta que sorprende por su frescura — hay fragmentos enteros de la historia que parecen inéditos en la literatura de la Ciencia Ficción, un fenómeno muy poco usual — sino además, logra estructurar su perspectiva sobre el miedo y la desazón en algo mucho más amplio y desconcertante que el mero anuncio de la premisa que propone. Porque “Borne” cuenta el futuro — y lo hace asombrosamente bien — y también, asume el peso de mirarlo como una serie de líneas interconectadas y profundamente significativas. Vandermeer medita sobre lo humano a través un misterioso existencialismo para lograr algo más duro y amargo: el temor a ese rostro oculto de la historia. De lo que es esconde en la ambición de nuestra cultura y sobre todo, esa mirada arrogante y desapasionada sobre nuestros propios terrores colectivos.

Para VanderMeer el futuro no sólo es el resultado de una serie de trágicas decisiones culturales, sino también un reflejo de la pasividad del hombre. La narradora de “Borne” lo deja claro a las primeras de cambio y pondera sobre el vacío en el que debe luchar por su propia subsistencia. Habita una ciudad destrozada y devastada por un apocalipsis cuyo motivo jamás se relatan pero que están presentes en cada parte de la narración. La urbe se sacude bajo lo que parecen ser los últimos coletazos de una tragedia biológica de extraordinarias proporciones, envenenada y sin sentido. Rachel, la criatura híbrida de origen desconocido a la que Vandermeer dota de una profunda ternura e inocencia, subsiste a base de encontrar restos de comida y otros trozos de la civilización destruida que puedan ser comercializada con la industria Todopoderosa que sobrevive sobre los escombros de la civilización. Wick, su amante, mezcla de terrorista tecnológico y sobreviviente al terror de la manipulación biológica y genética que la novela insinúa en todo momento, se esconde en un antiquísimo edificio, junto al resto de la población que intenta escapar de la verdadera amenaza que los acecha: Una criatura voraz y gigantesca con un apetito infinito y violento que no llega a saciarse jamás.

En medio de este visión imposible e impensable, la novela alcanza un tono brillante y duro de enorme eficacia. Porque al contrario de la mayoría de las distopías y otras aseveraciones futuristas, “Borne” se niega a seguir los caminos habituales de la nostalgia por el pasado o incluso, la aseveración sobre las ruinas de un recuerdo cultural al que recordar con cierta premura. No hay nada en la narración de VanderMeer que refleje una percepción del pasado como deseable, ausente o perdido, sino más bien, relata una transformación progresiva del horror en algo más agudo y temerario. Su premisa no sustituye a la civilización que conocimos por una versión decadente y mucho menos, reflexiona sobre la perdida desde lo sensible. El panorama devastado de VanderMeer es mucho más elemental, coherente y por ese motivo, creíble. Un mito concebido sobre un mundo irreconocible que aún así, conserva las pautas y el sentido general de una sociedad funcional. El escritor supo encontrar en el hecho de la destrucción cultural algo más objetivo y duro de comprender que la mera melancolía que los deseos incumplidos o los terrores aparentes de una sociedad que implosiona sobre sus cimientos. Y ese quizás, es su mayor triunfo.

Sin duda, se trata de una recopilación que tiene una enorme deuda intelectual con la abundante literatura de género publicada durante un prolífico 2017. Y no obstante, creo que quizás esa sea la ventaja de estas pequeñas retrospectivas personales: la oportunidad de reencontrarte con viejos conocidos, algunos tesoros olvidados y comenzar otra vez, ese recorrido anecdótico hacia esa pasión invisible y poderosa que sólo puede satisfacer la página de un libro. Una forma de comprender esos espacios inexplorados de nuestra mente.

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