lunes, 5 de diciembre de 2016

Todos los rostros del terror: Cuando el miedo habita en lo inasible




La criatura de la película Alien de Ridley Scott no tiene nombre. Tampoco raza o planeta de origen. No uno que la historia nos cuente, al menos. De manera que la historia se plantea —y se crea— desde un misterio absoluto, venenoso y sin posible respuesta. Un elemento que incrementa el miedo y la claustrofobia que provoca su mera existencia. ¿De dónde proviene este monstruo de pesadilla? ¿Por qué ataca de la manera que lo hace? ¿Cuál es su historia? Entre las sombras, el monstruo de Alien transforma los temores y la común incertidumbre que a todos nos provoca lo desconocido en algo nuevo. En una amenaza que resume lo más refinado y sutil de nuestro terror a lo que no podemos ver o al menos, comprender.

Hay algo misterioso y profano en el miedo que evoca el largo cráneo pulido y puntiagudo, la doble quijada de lentes metalizados, los movimientos sinuosos. Un tipo de terror que parece inmune al hecho de los casi treinta años transcurridos desde su primera aparición en pantalla, a que su figura forma parte de la imaginería popular. A pesar de eso, la criatura de Alien no llega a desacralizarse. Sigue siendo un enigma, fruto de una eficaz mezcla entre la ciencia ficción y el horror. La visión tenebrosa y pesimista del optimismo galáctico encarnado por Star Wars. Decadente y oscura, la obra de Ridley Scott no sólo nos recuerda que más allá de los confines de lo conocido, subsiste el miedo en su forma más pura sino que además, es algo mucho más retorcido de lo que podemos imaginar en nuestras gloriosas idealizaciones de lo estelar. Como un eco a las fantasías morbosas de Lovecraft, la criatura de Alien encarna el horror como una fuente inagotable de preguntas. Una grieta conceptual en lo que asumimos real.

El terror sin rostro: Una mirada al silencio.
El miedo a lo que pueda ocultarse en las estrellas no es reciente. Durante buena parte del medioevo, la religión y la imaginación popular se encargaron de convertir todo fenómeno celeste en fuente de superstición, estigma y condena. Luego de siglos de estudio e interés por la astronomía —e incluso, su pariente bastarda, la astrología— el oscurantismo sepultó en el miedo cualquier investigación que pudiera cuestionar la visión de la Iglesia sobre la Creación y la identidad divina. El resultado fue la persecución de científicos que ya por entonces comenzaban a plantearse hipótesis científicas sobre los misterios estelares. Todo lo relativo al conocimiento de las estrellas se sumió entonces en un velo de misterio que perduró hasta bien entrado el positivismo, casi cinco después.

Hay algo de ese temor supersticioso en la película Alien, el octavo pasajero o al menos como su director lo plantea. Deudora inmediata de Terror en el espacio de Mario Bava (1964), el film se plantea preguntas levemente existencialistas sobre la supervivencia, el horror más allá de lo que la mente humana puede imaginar y, sobre todo, un amargo pesimismo científico. Todo en el guión conspira para sostener un discurso difuso sobre el terror como reflejo de lo que no podemos entender o incluso describir. La negrura infinita del espacio golpea las pequeñas escotillas del U.S.C.S.S. Nostromo y de pronto, su tripulación parece perdida en medio de un silencio que se cuela por los cuatro costados y les arrebata la capacidad para la razón, para luchar contra el monstruo silente que les ataca o incluso, la mera desazón de su posibilidad como amenaza. El resultado es un escenario terrorífico donde nada es lo que parece y la criatura —este gigantesco insectoide antropomórfico creado para la ocasión— es el símbolo de un tipo de miedo tan primitivo como general.

No obstante, buena parte del mérito en el uso efectivo de la amenaza anónima y violenta venida de un lugar indeterminado, proviene del buen hacer de los guionistas Dan O’Bannon y Ronald Shusett, que construyeron una atmósfera opresiva y tensa a través de escenas bien medidas y la noción del monstruo como reflejo de algo mucho más inquietante. Las grandes productoras de Hollywood no comprendieron esa vuelta de tuerca al miedo y rechazaron el guión más de seis veces, espantadas por su crueldad explícita. No sólo se trataba del hecho que una criatura inexplicable atacara a una indefensa tripulación de colonos espaciales, sino además del hecho que se tratara de una amenaza imparable. Una criatura que no podía ser detenida ni tampoco contenida. Mucho más rápida, letal y violenta que cualquier monstruo espacial conocido hasta entonces, la criatura Alien simboliza el pánico pero también, un tipo de agresión difícil de definir. Es peligrosa por el simple hecho de existir: Desde su nacimiento debe destruir. Incluso su sangre —un compuesto químico desconocido con las propiedades del ácido— es capaz de matar. ¿Cómo asumir el duelo entre un ser humano y un monstruo semejante?

Por supuesto, la historia nunca estuvo concebida desde la concepción de la tradicional redención y la lucha entre especies. Incluso en los storyboard diseñados por Ridley Scott es bastante claro que el monstruo es algo más que una excusa para un festivales de horrores espaciales. La criatura es el centro neurálgico de una serie de planteamientos e ideas que sostienen algo más enrevesado y profundo. De allí lo aterrador y por completo original de su aspecto, autoría del artista suizo Hans Ruedi Giger, a quien Scott conoció gracias a sus obras Necronomicón IV y V. Sin parangón con cualquier otro monstruo tradicional, la criatura es la concreción de todas las influencias de Giger pero también, algo mucho más intrincado: el xenomorfo es un planteamiento a mitad de camino entre la figura humana y una interpretación irracional sobre lo desconocido. Para Giger además, era una criatura orgánica pero a la vez, una sobreviviente a la violencia del espacio exterior. La piel impenetrable, el cuerpo delgado y monumental. Todo un prodigio de intuición física para enfrentarse a lo innombrable.

No se trata de una expresión estética —y física— casual: Giger estaba por completo convencido que el futuro de la especie humana estaba en la combinación de elementos biológicos y tecnológicos. Por ese motivo, su criatura en Alien es algo más que un concepción biológica sobre lo desconocido. Es la depuración de esa máxima insistente acerca de la mezcla entre lo biológico y esa refinada crueldad que supone la lucha evolutiva. Construyó la cabeza de la criatura usando el molde un cráneo humano al que agregó una porción metálica pulida y que debía sostener un cerebro alargado y sensorialmente avanzado. Con una clara reminiscencias fálicas, la criatura de Giger empuja su alargada cabeza para nacer, matar y para impulsarse en medio de la gravedad cero. Una especie de arma y herramienta viva que coexiste con la imposible delicadeza que resulta tan terrorífica: el cuerpo ágil y esbelto lleno de piezas en apariencia cromadas, los tendones dobles que muestra el alienígena al abrir sus fauces —y que no eran otra cosa que preservativos desgarrados— y la doble dentición metálica, brillando al fondo de una negrura infinita.
Giger se aseguró que espléndido diseño fuera algo más que la descripción de una bestia extraterrestre: se trata de un enemigo invencible que metaforiza el miedo como una meta estructura de diseño alegórico, algo recurrente en las novelas distópicas preferidas del autor y sobre todo en Crash (del escritor J. G. Ballard) que Giger aseguró era una fuente continua de inspiración para su trabajo. Con su organismo refinado para enfrentarse a condiciones extremas —y triunfar— la criatura de Alien es un sobreviviente que avanza para avasallar todo lo que encuentra a su paso. Hay algo de primitivo y bestial en su ataque incesante, que no puede ser detenido, reprimido o incluso contenerse. Se alimenta, se reproduce, lucha. A ciegas, guiado más por un instinto primigenio que por otra cosa, el miedo que representa la criatura es ese que subyace al fondo de nuestra conciencia, que es imposible de definir o consolar. Un híbrido monstruoso de nuestros dolores persistentes más íntimos.

El monstruo y la belleza: Una mirada a la angustia existencial.
El director Ridley Scott concibió la película Alien como un planteamiento a mitad de camino entre el terror y algo mucho más sutil: una revisión sobre el miedo ancestral hacia lo desconocido. Ese espacio sin nombre y sin definición que bordea la realidad que consideramos única y con frecuencia, absoluta. Para ello, Scott se aplicó a fondo a la búsqueda de una visión estética que sostuviera no sólo a la existencia de una criatura imposible que además no pudiera definirse en estándares humanos, sino que además, desafiara toda noción física. Hizo tomas de la criatura desde ángulos imposibles. Insistió en mostrar lo mínimo, aunque la estructura de la criatura estuvo completa en el set de grabación desde el primer día. Pero para Scott sugerir la existencia de la criatura era mucho más complejo y duro de asimilar que mostrarla completa. A la manera en que lo hizo Tobe Hooper con La matanza en Texas el miedo es una combinación nihilista de símbolos universales. Una macabra conceptualización del terror que lleva a la criatura a un nivel alterno de belleza y sobre todo, lo hace parte de una superestructura de elementos intelectuales que le brindan forma y fondo. Además, Scott asumió el hecho del terror como parte de un juego de visiones sobre lo que lo provoca: Al mismo tiempo que se esforzaba por crear una estética minimalista sobre lo terrorífico, también mostraba escenas muy explicitas que demostraban que lo que se escondía entre las sombras del Nostromo era una monstruosidad inconcebible. Paso a paso, Scott creó una puesta en escena donde el terror podía ser evidente —como la memorable escena de John Hurt— o la simple imagen borrosa de una criatura monumental que abría con lentitud sus fauces viscosas. Hasta entonces, el terror espacial nunca había sido tan sensorial y duro de asimilar. Hasta entonces, el miedo nunca había invadido con pulso tan impecable los espacios vacíos e interminables del Universo inexplorado. Como si de pronto ese silencio devastador del espacio exterior se poblara de todo tipo de terrores ocultos.

Para las secuelas de la película original, la criatura ganó en movilidad y agilidad pero perdió en misterio. James Cameron, director de la anunciada y largamente postergada segunda parte, se decantó por mostrar a la criatura en todas las oportunidades que pudo y además, celebrar su magnífica anatomía con toda una serie de piruetas físicas que demostraron su poder pero dejaron a un lado la enigmática coreografía de movimientos y economía de gestos que crearon una temible visión sobre lo terrorífico. A cambio, la criatura se hizo un furioso depredador capaz de perseguir a sus víctimas, de avanzar a la carrera por pasillos muy iluminados y sobre todo, de expresar cierto grado de conciencia. Ya la criatura no sólo una fuerza de la naturaleza, sino un silencioso cazador que se adivina entre escenario de un enfrentamiento hiper tecnológico. Pero el terror se mantuvo en esa capacidad de la criatura para ser un misterio, para desafiar toda explicación. Para ser el monstruo de las pesadillas de un grupo de veteranos soldados que de pronto, tuvieron que enfrentarse a lo impensable en forma de un voraz depredador ciego.

Las manos extendidas a la oscuridad.
Según algunas teorías biológicas, los ojos humanizan a las criaturas, les permiten demostrar hostilidad y furia pero también comunicarse. La dirección de la mirada suele indicar las intenciones y de hecho, hay una hipótesis evolutiva que sostiene que la esclerótica humana surgió justamente a medida que el hombre comenzó a socializar en tribus más o menos organizadas. Una forma de expresión cultural.
El Xenomorfo de Giger carece de ojos. Al parecer los tuvo en un boceto previo que fue rechazado por la producción. Después Giger aprobaría la decisión y por años, meditó en sus obras siguientes sobre la despersonalización y deshumanización a través de rostros blancos y planos, sin otra cosa que enormes fauces voraces abriéndose y cerrándose en silencio.

Más allá de eso, Giger y Scott crearon una criatura que tuviera peso y una personalidad propia, lo que viene a significar que a pesar de su insólito aspecto —y lo poco que sabemos sobre él— la criatura de Alien pertenece a algún lugar y a una raza definida. Sólo que no lo sabemos, un giro de guión que en la primera película acentuó el clima irracional y terrible del grupo humano enfrentándose por primera vez a una criatura que no podía comprender. Giger además, se tomó el tiempo de describir punto a punto la naturaleza temible de su monstruo. Definió su exoesqueleto como una mezcla de «polisacárido mutado de silicón polarizado», que por supuesto tiene poco o ningún significado científico pero que parece definir esa naturaleza esquiva de la criatura. Otro tanto sucede con la sangre, una de las características del monstruo que resultan más incómodas e inquietantes: un «ácido molecular» de enorme poder de corrosión que hace que incluso matar a la criatura suponga un riesgo impensable. Una y otra vez, Giger insistió en el hecho que su monstruo favorito fuera una expresión radical sobre el temor y algo más intangible. El horror convertido en una maquinaria perfecta contra cualquiera de nuestras tentativas para enfrentarlo o luchar contra él.

Por supuesto, para Scott el caudal de información resultó invaluable: la película avanza en medio de la descripción del ciclo vital del monstruo. Desde su concepción —en la caja torácica de John Hurt— pasando por su sangriento nacimiento hasta su plenitud física en medio de las sombras, todo el proceso parece encarnar la forma como terror surge de terrenos inexplorados de nuestra mente a alcanzar su tenebroso cenit fuera de nosotros. Una amenaza real que proviene de algún punto misterioso de la mente humana y nuestra capacidad para comprenderla.

Pero había otro detalle que dotaba a esta película de una personalidad única. Se trataba de su minuciosa descripción del ciclo vital del monstruo, como si de un documental de animales se tratase. Lo más parecido que se había mostrado en los cines hasta entonces en cuanto a ese detallismo biológico estaba en La invasión de los ladrones de cuerpos. Otra obra maestra del cine de terror y ciencia ficción, que precisamente por enseñarnos ese proceso de crianza y desarrollo de los alienígenas en vainas era capaz de provocar tanto desasosiego. Así parecía una amenaza más real, semejante a cualquiera de esos bichos que vemos habitualmente en el campo. Ya no era solo aterrador, sino también asqueroso. Pasaba a ser algo tan viscosamente orgánico que daba grima. Pues bien, en Alien se iba un paso más allá, al mostrarnos la fecundación, el parto y la transformación en un ser adulto.

Quizás la mejor descripción de este nuevo terror sofísticado y durísimo de asumir, este el mismo guión de la primera película. Y la hace Ash, el androide científico que acompaña a la tripulación del Nostromo: «Aún no comprenden a lo que se enfrentan. Un perfecto organismo. Su perfección estructural sólo es igualada por su hostilidad. Admiro su pureza, es un superviviente al que no afectan la conciencia, los remordimientos, ni las fantasías de moralidad». En otras palabras, el terror más allá de toda descripción. Nacido de la negrura infinita del espacio… o de nuestra mente, en plena ebullición.

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