domingo, 14 de febrero de 2016

Danza al viento y otras historias de brujería.





- ¿Quién te dijo que no existen los hechizos de amor?

Miré a mi bisabuela boquiabierta. Ella puso su mejor expresión de serena malicia, con sus grandes ojos verdes chispeando de sentido del humor. Como siempre, tuve la impresión que estaba a punto de reír para burlarse de mí, aunque en realidad solo estaba allí, sentada muy cómoda en su sillón favorito de orejas.

- ¡Tú! - le recordé escandalizada - ¡Tú me lo dijiste cuando te lo pregunté!

Esta vez, bisabuela si sonrió. Una sonrisa lenta, exquisita, como si su rostro pálido se llenara poco a poco de luz. Como siempre que conversábamos, recordé lo que ella solía decir sobre sí misma: sí las brujas malignas  existieran, sin duda ella sería una. ¿Y quién podía dudarlo? Con su humor profano, su agudísima inteligencia y su don para decir cosas totalmente inesperadas en los momentos más inoportunos, siempre me había provocado un poco de miedo. Como si ella simbolizara todas las cosas de la brujería tentadoras, misteriosas e inciertas de la brujería que yo aún no sabía.

- ¿Te dije eso?
- ¡Claro que sí!
- ¿Y de qué hablábamos para que te dijera tal cosa? - preguntó casi con inocencia. Crucé los brazos sobre el pecho, muy ofendida.
- ¡Que el amor no se puede forzar, ni tampoco imitar! ¡Que el amor es veleidoso y salvaje...!
- Como el corazón de una bruja - completó.

Ah, entonces ¡Si que recordaba la conversación! Habíamos hablado sobre eso cuando teniendo flamantes ocho años, me había enamorado desesperadamente - o eso decía yo -  de mi vecino Juan, de diez y que por entonces, era mi amigo más querido. Nunca supe como lo había descubierto con exactitud, pero un día, mientras ambos nos gritabamos uno al otro intentando decidir quién se quedaba con la Perinola y el carro a control remoto, pensé que Juan era inteligente, me caia muy mal...y que me gustaba mucho. Así, sin más. Me gustaba su cabello en punta, sus nariz llena de pecas y sus orejas de soplillo. De manera que concluí de inmediato que me había ocurrido lo que a las grandes heroínas de las novelas y las chicas de los melodramas televisivos.

Pero había un problema: Juan no sentía lo mismo, o eso concluí de inmediato. Mi amigo parecía más interesado en jugar con su pandilla haciendo escándalo en la calle, jugar juegos de video, que hacer las cosas que suponía debía hacer un hombre enamorado: pasearse conmigo por la calle mientras comíamos helados, alabarme el cabello - aunque jamás me peinaba - y todas esas cosas que hace la gente que se enamora de verdad verdad. O eso concluí enfurruñada y ofendida, cuando prefirió ir a una carrera de bicicletas en lugar de quedarse a leer conmigo. Me pregunté como podía hacer que Juan me quisiera tanto como yo lo quería a él.  No se me ocurrió otra cosa que preguntarle a mi bisabuela su consejo al respecto.

Había sido una de esas raras ocasiones en que bisabuela me había escuchado sin su habitual sonrisa, sino con una cálida expresión que me llevó a los comprender. Como si por primera vez en su larga y afanosa vida comenzara a notar en realidad el paso del tiempo y la vejez. Me miró dar saltos de un lado a otro, explicando con grandes gestos mi "gran amor" por Juan y lo mucho que me dolía que ni siquiera me dedicara una mirada. Abuela asintió con un gesto leve y divertido, como si ya hubiese escuchado todo aquel minusculo melodrama muchas veces en el pasado.

- Entonces...estás enamorada - me dijo ladeando la cabeza, enternecida. Suspiré ruidosamente.
- Sí, como es las novelas. Ya quiero ser mayor para que Juan y yo nos podamos ir por el mundo a ser bomberos y a cuidar de animales de la selva.

Juan quería ser veterinario y yo, hacer algo emocionante como ser bombero, esquiadora o algo así de  como reportera. También quería ser médico, egiptóloga o trapecista. No lo tenía muy claro, la verdad. El caso es que entre ambos, habíamos decidido que cuando una vez que nos hiciéramos adultos, haríamos juntos todas esas cosas divertidas con las que aún sólo podíamos soñar. Y por supuesto,  asumía que parte del amor era precisamente eso: avanzar por el mundo juntos, disfrutando de todas esas grandes cosas que esperábamos disfrutar en unos pocos años. Bisabuela asintió, como si toda aquella disparatada idea no la sorprendiera en absoluto.

- Bueno, se escucha bien ¿Qué te preocupa entonces?
- ¡Que Juan no me ama! - declaré sacudiendo los brazos con gran melodrama. Mi bisabuela apretó la comisura de los labios como siempre hacia cuando estaba a punto de reír.
- Vaya, sí. Eso puede ser un problema.
- Entonces quería saber si tu me podrías hacer un hechizo de amor para que si me quiera.

Bisabuela era la persona justa para preguntar ese tipo de cosas no demasiado honestas, filosóficas e íntegras sobre la brujería. A diferencia de mi abuela - la sabia, la bruja - y mis tías, Bisabuela tenía una visión sobre el bien y el mal muy extraña, emocionante y casi siempre mucho más complicada que simplemente señalar que podíamos hacer o que no. A pesar de ser una niña pequeña, ya sabía que mi bisabuela no veía las cosas como el resto de la gente y eso precisamente, era lo que me encantaba de ella. Además,  Ni soñar hablarle a mi abuela  de mi intención de intentar hacer algo mágico - o lo que yo suponía era la magia - para que Juan me quisiera como yo a él. Ya me imaginaba la mirada un poco dura que pondría y luego seguramente, me diría muchas cosas hermosas y poéticas para explicarme por qué no podía aspirar a algo semejante. Pero yo no quería saber nada de lecciones. Quería que Juan me amara y ya.

- ¿Un hechizo para el amor? - repitió bisabuela, como si no hubiese escuchado bien. Pero yo sabía que había escuchado con toda claridad. La miré impaciente.
- ¿Se puede?
- No - respondió y esta vez no hubo risas, ni tampoco bromas. Me miró tan seria que se me fue el corazón al suelo y allí se quedó - no hay una sola manera en la que nadie pueda forzar el amor. El real, el que no se entiende, el que nadie sabe de donde proviene...
- Pero la brujería dice que el amor es la magia más antigua de todas.
- Y lo es - dijo bisabuela. Cerró el libro que estaba leyendo y se levantó de su sillón - es una fuerza natural, brutal y descarnada. Veleidoso y salvaje, sin freno ni mácula. Sin bien ni mal. El amor es creatividad, es poder, es belleza, es miedo, es piel, es espíritu. El amor es salvaje, incontrolable, como el corazón de una bruja.

Aunque no entendí la mayoría de las palabras que dijo, me quedé muy asombrada por su belleza. Había algo primitivo, abrumador en su manera de describir el amor que incluso a mi, una niña de ocho años, sorprendieron. Mi bisabuela sacudió la cabeza y su melena de rizos cobrizos le cayó sobre los hombros.

- No hay nada que pueda influir sobre el amor. Esa es la gran desgracia y la esperanza de la humanidad. Y la brujería lo sabe. Apréndelo tu también.

No lo olvidé. Seguí repitiendo sus palabras en voz baja los días siguientes. Las escribí por todas partes, de tanto que me impresionaron. Unas semanas más tarde, cuando mi pasión desbordante por Juan había desaparecido con la misma velocidad radical con que había llegado, me encontré aún maravillada por esa visión del amor. Esa noción de algo más poderoso de lo que pudiera imaginar jamás.

De manera que ahora no entendía como bisabuela me decía justo lo contrario. La seguí a la carrera mientras ella avanzaba por el pasillo de la casa con dificultad, apoyada en su bastón. Ella se negó a mirarme, con los labios apretados en una curiosa sonrisa que no supe muy bien como interpretar.

- ¿Existen los hechizos de amor? - pregunté de nuevo. Ella finalmente se detuvo y me dedicó una mirada larga y apreciativa.
- Sí, sí existen.
- Me dijiste que no hace tiempo.
- Tenías ocho años.
- Ahora tengo catorce ¿Y si me lo vas a contar?

Bisabuela no dijo nada. Siguió mirándome, deteniéndose en mi cuerpo flaco y desgarbado que comenzaba a crecer, mi cabello revuelto y oscuro, en mi rostro pálido y pecoso. No sé por qué, tuve la impresión que me leía de una manera misteriosa y que me provocaba profunda inquietud. Comenzaba a ser muy consciente de mi aspecto físico y pasaba buena parte del tiempo preocupándome por él. Ese lento gesto de mi bisabuela me hizo sentir muy incómoda y angustiada.

- ¿Qué ocurre? - pregunté por último, en voz baja. Ella se apoyó en su bastón con un suspiro.
- Eres casi una mujer. Una bruja joven.

Era la forma de llamar a las mujeres de la casa que como yo, aún no habíamos completado nuestro aprendizaje en el Arte de la Brujería. No se trataba específicamente que fuera una niña aún, sino que me encontraba en el umbral de tomar decisiones y analizar ideas por completo nuevas. El cambio en mi interior era un proceso misterioso, largo y casi doloroso. En momentos como aquel, era más obvio que nunca. No sólo se trataba de la adolescencia, sino de algo más significativo. Me hacía mayor y más fuerte en sabiduría, aunque aún no lo supiera de claro. Una evolución lenta y silenciosa hacia un lugar de mi mente por completo nuevo.

- Sí, lo soy - le respondí - y...quiero saber sobre el amor.

Las mejillas se me enrojecieron de puro pánico, suplicando en silencio que bisabuela no me hiciera preguntas sobre el tema. Me había sucedido unas semanas antes y el mundo había cambiado para siempre: el primer beso, esa sensación abrumadora y dolorosa que todos los misterios de la Tierra, se abrían a mis pies.  O así me lo parecía, con todo el apasionado drama de esos primeros años donde todo parece recién nacido y doloroso, el cuerpo entero a punto de estallar en una primavera frutal.

- Y entonces, quieres un hechizo de amor.

En realidad no sabía qué quería. Él era pura incertidumbre, emoción, la encarnación de todos mis miedos y preocupaciones silenciosas. Eso a pesar de que sólo era un muchacho común - el hermano mayor de una de mis amigas del colegio - pero en realidad, era una idea que sobrepasaba, que me abrumada a todas horas. De pronto, me sentí deseada, querida. Tambaleandome entre la sensación de existir para besar, acariciar, reír, llorar. Como si mi cuerpo fuera sólo esa sensación gigantesca de descubrimientos, de felicidad atolondrada. Y el miedo claro. ¿Y si termina muy pronto? ¿Y si deja de quererme? ¿Me quiere en realidad? No podía soportar la duda, ese vaivén de un lado a otro. Así que recurrí otra vez a la fuente de sabiduría en mi vida: la brujería. A la bruja furiosa y poderosa que deseaba ser.

- Quiero no tener miedo que un día todo se acabe - confesé avergonzada - que no tenga que pensar...si...

No quería sufrir lo que había sufrido Flor, mi amiga más querida, pero por alguna razón, no quería decirle eso a bisabuela. Flor que me llevaba un par de años y que se había enamorado mucho antes que yo, había llorado semanas enteras cuando su primer novio la había abandonado. Aún recordaba su dolor, su angustia. Los días enteros de preguntarse en voz alta que podría haber ocurrido. Como era que todo había terminado tan pronto y de manera tan dolorosa. La había escuchado sin entenderla a cabalidad, consolandola un poco distraída e incluso irritada por todo aquel desborde emocional. A la distancia, lamenté mi poca sensibilidad para con su angustia, esa terrible desazón que finalmente la dejó reducida a una nostálgica tristeza.

- Entonces, te quieres asegurar que no sólo el amor, sino que dure para siempre - completo bisabuela. Asentí, entre avergonzada y un poco triste.
- ¿Eso es posible?
- Sí, lo es.
- ¿Hay un amor que dure para siempre?
- Claro que sí - dijo mi bisabuela y siguió caminando por el pasillo. El sonoro toc toc toc de su bastón pareció imitar el nervioso palpitar de mi corazón - toda bruja sabe de amor más que de cualquier otra cosa.

Llegamos a su habitación, abrió a puerta y me hizo un rápido gesto con la cabeza. Sus ojos verdes brillaban con una malicia que me sobresaltó. ¿Estábamos a punto de compartir un secreto doloroso o algo semejante? Me señaló el sillón pequeño junto a la ventana y ella se dejó caer en su sofá de orejas, su favorito. Me quedé muy quieta, sentada muy rígida en el mueble. ¿Qué ocurriría a continuación? Pero bisabuela no parecía tener prisa. Dejó a un lado su bastón, se repantigó entre los cojines y finalmente, volvió a mirarme, con los ojos entrecerrados de alguna emoción distante. Siguió sin decirme nada.

- ¿Qué debo hacer? - pregunté bajito, por último.
- ¿Que es el amor para ti muchacha?

Oh, eso era una pregunta con truco, dije desalentada. ¿El amor? pues para empezar no tenía mucha idea de lo que mi bisabuela me preguntaba. Lo sentía - ¡claro que lo sentía - pero era dificil de explicar la mezcla de emoción, deseo, profundo terror y esperanza que parecía contener un único sentimiento. Esa sensación obsesiva de necesidad. La soledad y el deseo intensos. Todo mezclado con momentos tan vulgares y comunes que me rompían el corazón de ternura. ¿Eso era el amor? Sin duda. ¿O No?

- Es...una sensación insólita, preciosa, brillante pero también una enorme llanura vacía - dije. Bisabuela esbozó su mejor sonrisa cruel.
- Deja la poesía. Te mueres de amor, de deseo, de ganas de besar y de tocar. De ser tocada, de sentir ese calor por todo el cuerpo. De las mejillas rojas, de las manos sudorosas. Y los besos ¿Por qué no lo dices? El sabor de la lengua, su cadera apretada contra la suya. Y después más deseo, más asombro. Todo a la vez.

Parpadeé, avergonzada y sintiendome muy ridícula. Asentí, con las manos convertidas en nudos nerviosos sobre el vientre.

- Sí, eso es...pero también...
- Sentirte bella, deseada, resplandeciente - continuó - sentir que existes, que alguien te mira. Que te presta atención. Qué alguien necesita verte para sonreír ¿No es eso?

Sonreí. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso también era! Sentí el conocido nerviosismo recorriendome, la boca llena de saliva fragante, la necesidad...

- Pues eso no es amor - dijo mi bisabuela con dureza - eso es cualquier otra cosa, menos amor.

Me quedé de una pieza, haciendo un gran esfuerzo por no estallar en furia y tristeza. Bisabuela me sostuvo la mirada, como si paladeara mi disgusto y miedo.

- ¿Por qué dices eso?
- Porque es la verdad.
- Pero...¿Qué quieres decir?
- Muchacha, el amor es mucho más que autoreafirmación, insatisfacción, miedo e inseguridad. Que deseo, que maravilla, que complicidad. El amor es una fuerza sin nombre, violenta y borrascosa. Profundamente dura y cruel. Hermosísima como un sueño y venenosa como una herida abierta.

No dije nada, enfurecida. ¿Como se atrevía a menospreciar lo que sentía? ¿Esta sensación...? Pensé en el momento justo en que él me besaba, en esa sensación enfurecida y furiosa que nacía de un lugar desconocido de mi cuerpo. En ese despertar brillante y a fragmentos que me hacia sentir profundamente viva. ¿Como podía decir que eso no era amor?

- ¿Que es el amor, según tu? - la reté. Bisabuela apoyó la barbilla sobre las manos cruzadas en el bastón.
- El amor es fuerza, es creación. Es cólera, es ese hilo incandescente que te hace gritar de puro gozo y dolor. Lo que te despierta por las mañanas, lo que te vence de sueños en las noches. Lo que te hace única, impenitente, libre, tan libre que te duelen las manos de llevar el control de tu vida. El amor te hace pionera, sagaz, única, tentadora, provocativa. Lo que te hace sentir miedo, que te lleva por impulsos. Que te une a la vida y a la muerte, lo que te une a todo lo que creas y abandonas. ¿Como puedes suponer que el amor es sólo romántico?

Contuve la respiración. De pronto, mi furia y la dolorosa humillación que venía sintiendo parecieron transformarse lentamente en otra cosa. Como si las palabras de bisabuela me rodearan, me sujetaran con una fuerza tan insoportable que apenas podía respirar. En una idea tan dura, tan extraña y ajena, que me costó reconocerla como mía. Tan abrumadora que me sacudió de arriba a abajo y luego, simplemente me dejó vulnerable y expuesta.

- El amor, bruja, está en todas partes. Está en cada una de las pequeñas decisiones y terrores que te animan a crear. Esta en la esperanza, en la belleza, en los momentos de reposo. En los grandes dolores, en el sufrimiento que te rompe el pecho. Y por eso la bruja lo conoce, lo siente, lo respeta, lo disfruta, lo goza a plenitud. El amor no está aquí o allá, ni tampoco en un rostro o en una mirada. El amor está en todas partes, en todas las formas. El amor que te quema como magia de la Tierra, el amor que te sostiene y te eleva. El amor que te empuja a desafiarte. Una bruja conoce el amor porque es ella misma, porque es todas las infinitas palabras misteriosas y profundas que la unen al fuego en sus manos y en su espíritu. El amor bruja, es cien veces el dolor y cien veces la alegría. El amor es todas las cosas creadas para satisfacer y para lastimarte. La plenitud y la soledad. El terror y el consuelo.

Se levantó y caminó hacia su aparador de libro. Era un mueble precioso, hecho de palo de rosa y pintado con cientos de símbolos extraños que bisabuela solía decir escribían el mapa de su vida. Estrellas de cinco puntas, criaturas mitológicas, constelaciones enteras, salpicones de color. Un universo metafórico que yo amaba especialmente. Alargó la mano y tomó un espejo de plata. Lo sostuvo entre las manos y se contempló en él. Luego lo levantó y lo colocó de tal manera que de pronto, encontré mi rostro pálido y tenso en él. Volví la mirada.

- ¿Qué ocurre? - preguntó en voz alta. Me mordí los labios.
- No me siento...como para mirarme en el espejo - contesté a regañadientes. Bisabuela se acercó con su paso renqueante.
- Mirate.
- ¿Por qué?
- Porque este es el único hechizo de amor que te enseñaré.

Me recorrió un escalofrío. Finalmente, me armé de valor y miré mi reflejo. Y allí estaba yo, pálida, trémula, el cabello desordenado. Toda fragilidad y timidez. Odié verme así, tan de cerca, notar todas mis imperfecciones, todos mis dolores, todos los rasgos que detestaba. Odié mis ojos grandes, mi naríz un poco larga. Mis labios gruesos. Odié no ser bella como aspiraba. Odié pensar que quizás él, ese amor que tanto anhelaba complacer, quizás me miraba de la misma forma. Bisabuela se inclinó hacia mí.

- Eres una bruja, una mujer que crea, que se enfurece. Una mujer toda fuego, toda Tierra nueva. Toda viento que canta, toda belleza que se recuerda - murmuró. Se inclinó y percibí el olor dulzón de su perfume rodeándome. Tenía un toque añejo, casi metálico - Una bruja sabe del amor porque es su piel son sus recuerdos. Es el desafío, es la promesa. Una bruja busca la pasión, el placer el deseo. Lo encuentra y crea experiencia. Crea una historia. Una bruja se ama así misma, a ese infinito en su interior. Al firmamento brillante y eterno que lleva entre los dedos. Una bruja teme, una bruja sueña. Una bruja abre los brazos y se eleva, se eleva más allá de todas sus limitaciones y dolores. Una bruja sabe que el amor nace dentro de sí misma, con la fuerza de mil palabras privadas, de interminables sueños e historias a medio completar. Una bruja sabe que el amor es fecundo mientras nazca de su deseo, de su aspiración por crear y aprender. El amor es todo, bruja. El amor se engendra así mismo. Se alimenta en belleza y dolor. De esa fértil capacidad de la bruja para construir lo que desea. Esa necesidad impenitente de atreverse  todo, de enfrentarse a todo. De rebelarse a todo.

No sé por qué comencé a llorar. Me miré en el espejo y de pronto, no reconocí a la niña mujer asustada que me contemplaba desde el reflejo. Esa mujer a medio crearse, entre la inseguridad y la incertidumbre, la esperanza y un profundo deseo de reconocerse así misma en alguien más. Bisabuela se inclinó y me miró de frente, sus grandes ojos llenos de una luz insólita.

- No puedes amar a nadie si primero no te amas a ti misma. Y no puedes limitar el amor a lo que alguien más te puede dar - murmuró - una bruja sabe que el trayecto misterioso es hacia su propio corazón, hacia el lugar más extraño y peligroso de todos. Hacia esa capacidad para ser su propia dueña, su amor más profundo, el valle de todos los secretos. La brujería siempre te alentará que ames, tantas veces como puedas y de todas las maneras que te satisfaga. Pero sobre todo, que seas tu el centro de todos los deseos, de todas las aspiraciones y esperanzas. Más allá de ti, el mundo es el reflejo de lo que amas.

Mi bisabuela se alejó, dejándome el espejo entre las manos. Seguí mirándome, abrumada, desconcertada, hasta que la chica del espejo dejó de llorar y se limitó a mirarse, con un ligero sobresalto. De pronto, volví a ser sólo yo, con los ojos muy abiertos y las mejillas contraídas por la tensión.

- No es tan sencillo - respondí. Bisabuela, de pie junto a su ventana favorita, la que daba al jardín y a la montaña, sonrío entre las primeras sombras de la tarde.
- ¿Dije que lo fuera? La magia nunca lo es.

***

Aquel amor primaveral no prosperó, pero a pesar del dolor del primer corazón roto, de la nostalgia que vino después, logré encontrar un cierto espacio para mirarme en ese espejo imaginario donde me esperaba mi rostro. El origen de todos los dolores y esperanzas que construí y atesoré en adelante. Esa puerta abierta a esa otra parte de mi mente, tan salvaje como cercana, tan real como poderosa. A ese amor de bruja, despiadado y voraz como la naturaleza, profundo y conmovedor como el silencio. Una y otra vez.

A veces, el amor parece cercano. En el sabor de un beso, en la piel que arde, las manos entrelazadas, el olor del sudor y la intimidad. Otras lejano e inaccesible, una promesa rota. Pero entre ambas cosas, prospera un tipo de magia muy antigua y profunda, un ardor iniciático, casi primitivo más allá de toda sofisticación. El amor, mezclado con la esperanza, todos los viejos y nuevos placeres, dolores y el simple asombro. Una manera soñar.

El amor como una forma de esperanza.
Una magia audaz, salvaje e inverosímil.
Como el corazón de una bruja.

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