domingo, 15 de noviembre de 2015

Danza en el viento y otras historias de brujería.





Una vez al año, tia J. venía desde Italia para quedarse en casa. Y siempre lo hacía por las fechas del equinoccio del Otoño, que coincidía con mi cumpleaños. Era quizás el peor obsequio que podía esperar recibir.

- Pero ¿Como no te puede caer bien tu tia? - solía escandalizarse mi amiga Flor cada vez que lo decía en voz alta. Me encogía de hombros, muy circunspecta y rígida.
- No lo hace. Es antipática y grosera. Y además, huele mal.

Bueno, eso último no era cierto. Pero tia J. era tan desagradable que a veces me parecía que su acritud despedía un olor casi insoportable. La miraba acercarse a donde me encontraba sentada y contenía la respiración, como si no deseara que ese hálito misterioso de mal carácter y peor humor pudiera contaminarme.

- Bueno, pero es tu tia.
- Lo es. Pero me cae malisimo.

Era una idea confusa. Tia J. era la hermana pequeña de mi abuela y me había sorprendido constatar que no sólo era por completo opuestas entre sí, sino que además, no parecían incluso pertenecer a la misma familia. Y es que mientras abuela era alta y robusta con ojos brillantes color miel,  tia J. era delgada y esbelta, de piel pálida y ojos tristes. Tenía una cualidad nerviosa que yo no entendía para nada y que me irritaba, sin que pudiera explicar exactamente por qué. Tal vez tenía mucho que ver con su hábito de reprenderme por la menor cosa. O su forma de arrugar la nariz como si todo a su alrededor le desagradara. Cual fuera el caso, tia J. carecía de esa dulzura que tanto apreciaba de mi abuela - la bruja, la sabía - y además,  tenía una cierta rigidez que me ponía nerviosa. Como si algo en mi le molestara su mirada fría, sus manos secas y su gesto permanente de asco.

- Que incómodo va a ser que se queda por tu cumpleaños - opinó sabiamente Flor. Suspiré, mirándome las manos de uñas cortadas.
- Creo que le desagrado.

Eso era lo otro. Tenía la impresión que tia J. me encontraba tan irritante como yo a ella. Jamás me dirigía la palabra para otra cosa que no fuera órdenes y parecía siempre de terrible humor, como a punto de estallar a la menor provocación. A tia parecía molestarle todo en mi: mi manos inquietas, mi afición a las preguntas, mi mirada curiosa y en ocasiones petulante. Y no lo disimulaba en absoluto.

- Te voy a pedir te calles un minuto - me había dicho esa mañana antes de ir a la Escuela, cuando me escuchó cantar en voz alta mi canción favorita. Apreté la mandíbula, furiosa.
- Sólo canto.
- No me interesa, deja de hacerlo ya.

Me dedicó una mirada rápida de ojos secos y siguió comiendo su desayuno. Me encogí de hombros y haciendo un supremo esfuerzo de paciencia, le obedecí. Ella siguió inclinada sobre su plato, llevándose la comida a la boca con lentos bocaditos discretos.

- ¿Y es bruja también? - preguntó Flor interesada. Suspiré.
- Todas las mujeres en mi familia lo son - le recordé. Flor asintió.
- ¿Y esta por qué salió así?
- No lo sé.

"Así" era sin duda una manera sobría de describir el comportamiento petulante y severo de tia. Lo pensé unas horas después, cuando me riñó por encontrarme saltando en la escalera.

- ¿Puedes dejar de hacer eso? - me increpó, en uno de sus raros estallidos. El rostro pálido se le llenó de manchas de color por la ira.
- ¿Por qué siempre me regañas? - estallé. Me quedé de pie en el último escalón con los brazos en jarra - ¡Solo estoy jugando!
- ¡Estas haciendo ruido! - dijo levantando mucho la voz - ¡Basta!

Salió del pasillo vociferando sobre las niñas maleducadas y sacudiendo las manos sobre la cabeza. Abuela apareció por la puerta de la cocina, mirándome preocupada.

- ¿Qué pasó aquí?
- Tia me regaña por todo lo que hago - me quejé. Me senté en el escalón y me desinflé tan rápido como había llegado mi arrebato de valor - creo que le caigo muy mal.

Abuela se quedó de pie, con las manos escondidas en los bolsillos de su delantal. Me miró con la cabeza ladeada, con el gesto serio que tanto me encantaba de ella. Abuela te tomaba en serio. Tanto, como para que cada cosa que dijeras resultara importante para ella. Eso me parecía sorprendente. Usualmente, las personas mayores suelen ignorar a los niños. Escuchar sus palabras como quien escucha el sonido monótono del viento contra las ventanas. Pero abuela, siempre mostraba respeto y cariño hacia todos. Y lo hacía de una manera espléndida y muy cálida.

- No creo que le caigas mal - me comentó. Lo hizo con toda seguridad y supe que de pensar lo contrario, me lo habría dicho. Resoplé, fastidiada.
- Y entonces ¿Qué ocurre con ella?
- Acércate.

Me pregunté si me reprendería por haber alzado la voz o haberle respondido de malos modos a la tia. Pero se limitó a mirarme, sus ojos color miel brillando con suavidad.

- No todo el mundo tiene que ser agradable, mi niña. No siempre tenemos que serlo, tampoco. Mucho menos, debemos asumir que siempre seremos recibidos con sonrisas y gentilezas. Tenemos derecho a ser irritantes, groseros y fastidiosos, tanto como a lo contrario.

Parpadeé. Me pregunté que opinaría mi mamá de eso, siendo que se esforzaba tanto por ser amable y distinguida. Mi abuela me hizo un guiño y sonrío divertida, como otras tantas veces, me pregunté si era capaz de leerme la mente. Tenía esa rara capacidad de adivinar los pensamientos de los demás y en ocasiones era tan certera que podía asustar. O al menos, conmigo lo hacía.

- ¿No? - pregunté un poco sorprendida.
- No. El buen trato, la educación y las buenas maneras son deseables pero no son imprescindibles. Al menos, yo no lo creo. Cada uno de nosotros expresa sus opiniones de la manera que quiere.

Pensé entonces si con eso quería decirme que podía contestar como prefiriera a las maestras e incluso a mis tías mayores, pero supuse que no. No podía ser tan sencillo como ser grosera por gusto ¿No?  Me quedé de pie en silencio, tratando de ordenar mis ideas con respecto a lo que acababa de decir.

- ¿La forma como te comportas expresa cómo te sientes? - pregunté muy sorprendida. Hasta entonces, tenía la idea un poco nebulosa, que a pesar de como pudieras encontrarte, siempre debías intentar ser amable, bien portado. Sonreír a pesar de todo. La mera posibilidad que no debería ser así me sorprendía.
- ¿Y como puedes contenerlo?

Esa era una buena pregunta. A mi me resultaba especialmente poner buena cara cuando estaba disgustada o cansada. Pero suponía a que se debía que era una niña. Pero ¿Que excusa tenía tia?

- No tiene excusa, tiene razones - dijo mi abuela con cierto retintín - lo que quiere decir que actúa según cree correcto. Y eso no siempre tiene que ver con portarse de manera agradable. En esta casa estamos convencidos que ser amable, no es una obligación.
- Por...¿eso de ser bruja? - pregunté. Abuela soltó una de sus atronadoras carcajadas.
- En parte. Una bruja es una mujer que no necesita fingir nada porque está en paz con todas las habitaciones de su mente. Pero también se trata que en esta casa, creemos que el mal humor es necesario.

Me quedé boquiabierta. Era la primera vez que escuchaba algo semejante. Quise opinar algo al respecto, mostrar mi asombro, pero entonces, tía J. apareció de nuevo caminando por el pasillo, con su paso desgarbado y un poco torpe.  Me dedicó una mirada fulminante.

- ¿Ya te dijo con la grosería que me ha respondido? - se quejó. Tenía una vocecita chirriante que de inmediato me hizo apretar las mandibulas de furia. Pero abuela sonrío, tan tranquila.
- Sí. Ya escuché todo. Y creo que debemos resolver este pequeño mal entendido ya.
- No hay ningún mal entendido - replicó al punto tia - la niña es grosera y maleducada...
- ¡No lo soy! - estallé. Abuela me dedicó una mirada rápida y firme que me hizo callar.
- La niña se comporta como siente que debe hacerlo. Como tu, pero creo que para que no sigan pasando este tipo de cosas, le pediré a Agla te ayude en la semana que te queda de estadia en casa. En lo que necesites y quieras.

Abrí mucho los ojos y tuve la sensación que el espíritu se me venía al piso por el ofrecimiento. Tia no pareció muy feliz tampoco.

- No tengo tiempo de cuidar niños - se quejó - solamente quiero...
- No la vas a cuidar, ella te va a ayudar en lo que necesites - explicó mi abuela con paciencia - Eso hará que se conozcan mejor.

Tia frunció los labios y no se dignó a mirarme. Fuiriosa, me pregunté por qué abuela insistía en aquello, cuando era obvio que tia no necesitaba que la cuidasen y mucho menos, que lo hiciera yo.

- ¿Es una orden? - dijo tia con enorme petulancia. Mi abuela soltó una carcajada.
- Una sugerencia nada más.

Debía ser un juego de palabras entre ellas que yo no entendí. Tia resopló pero relajó la expresión. Abuela le guiñó un ojo.

- Tu mira bien en que puede ayudarte la niña y estaremos bien - insistió abuela - ya veremos que ocurre.

Tia suspiró con un gesto teatral y se alejó por el pasillo, como una exhalación de cabello desordenado y gestos nerviosos. Cuando volví a mirar a la abuela, había vuelto a la cocina. Me quedé de pie, furiosa y preocupada, preguntándome en que me había metido.

***

Resultó que a pesar de mis temores, tia era menos quisquillosa de lo que había imaginado. Mi abuela me había pedido ayudarla pero tal parecía que tía no necesitaba la ayudaran en nada. En todas las ocasiones en que fui a su habitación, la encontré tendida en la cama, con las cortinas echadas y los ojos cubiertos con un trozo de tela húmeda.

- No, no tienes que hacer nada - me reprochó la quinta vez que fui por allá e insistí en que la abuela quería que la ayudara - basta de eso. Sólo quiero tranquilidad.

Se llevó las manos huesudas a la cara y se la restregó con un gesto duro. La miré, un poco desconcertada. No me moví de la puerta de la habitación.

- Tia ¿Te duele algo?

No sé de donde salió la pregunta o que me hizo tener el valor de hacérsela. Me arrepentí apenas despegué los labios y luego me quedé allí, de pie incómoda, mientras tia rodaba la cabeza sobre el almohadón y me miraba con sus enormes ojos duros.

- ¿Te importa? - me preguntó con brusquedad. Pero por algún motivo, no me pareció grosero. Asentí.
- Sí, quiero saber si te puedo ayudar con eso. O con lo que sea.

Tia suspiró. Volvió a llevarse las manos a la cara y esta vez, las deslizó sobre su melena castaña entrecana para rcogerse el cabello. Cuando me miró de nuevo, su rostro no era tan áspero.

- Sufro de migrañas.

Me quedé en blanco. Jamás había escuchado esa palabra. ¿Era una enfermedad? ¿Grave como la que sufrían las heroínas de los libros que siempre morían? Pero tia, a pesar de su aspecto flaco y enquencle no parecía al borde de la muerte. O al menos no como yo me lo imaginaba.

- ¿Que es eso?
- Dolores de cabeza, insoportables. Me ocurre cada cierto tiempo - explicó. Se pasó la lengua por los labios resecos - es insoportable la verdad.

La miré y luego, caí en cuenta de las ventanas cerradas y con las cortinas corridas, como si lo hubiese visto por primera vez. La cama llena de almohadones, la colección de frasquitos de medicina en la mesa de noche. Tuve una rara sensación de comprensión, como cuando encuentras una palabra que olvidaste por muchos días.

- ¿Te mueres entonces? - pregunté con un tono que a mi me pareció delicado, pero que por supuesto no lo fue. Tia me fulminó con la mirada.
- ¡Mocosa grosera! ¡Fuera de aquí! - gritó. Retrocedí asustada y corrí por el pasillo.

Pero no pude dejar de pensar en la palabra "migraña" por el resto de la tarde. La busqué en varios libros y para el atardecer, tenía una idea bastante clara sobre lo que padecía mi tia. Me asombró que algo tan vulgar como un dolor de cabeza pudiera ser tan complicado y sobre todo, doloroso. Según leí en varios libros, el dolor podía durar días enteros. Y lo acentuaban los sonidos fuertes y la luz. Era como un dolor que te dejaba a solas contigo misma, abrumado y un poco débil.

Comenzaba a comprender ciertas cosas.Me pregunté si por ese motivo siempre se encontraba de terrible humor o le molestaba los ruidos que yo hacía al jugar. A mi me habría molestado, pensé con cierto sobresalto. Y me sorprendió que por algún motivo, ya no sentía tanta antipatía por la tia. Claro, seguía pareciéndome una señora remilgada e irritante, pero ahora...podía ¿Comprenderla?

- ¿Que es eso? - preguntó cuando le extendí la taza humeante. Su tono impaciente y severo me molestó, pero intenté sonreír.
- Es té de Azahar, te hará sentir mejor - le expliqué. No se movió de su nido de almohadas.
- ¿Quién te dijo eso?
- Lo leí en un libro.

La verdad no lo había leído en ninguna parte y el gesto había sido pura inspiración mía. Pero sabía que de decirle algo así, la tia jamás se bebería el te muy cargado que con tanto cuidado había preparado. Me avergonzó mentir pero no tanto, cuando ella asintió y extendió las manos para tomar la taza.

- Está bueno - comentó paladeandolo. Sonreí.
- No le puse azúcar. Leí que eso te fastidia más la migraña.

Tia parpadeó, sorprendida y sigo tomando sorbidos de la taza. Y entonces, para mi sorpresa, sonrío.

- Eres una niña rara. ¿Te la pasas leyendo?
- Me gusta hacerlo.
- A mi también.

Eso si que me sorprendió. Jamás había visto a tia con un libro en las manos, pero si reconocí la sonrisa amplia y soñadora de los lectores. Me entusiasmó la idea. Siempre es bueno encontrar a los habitantes del mismo planeta de palabras que amas.

- Te puedo prestar algunos libros.
- Me lleva esfuerzo leer con el dolor de cabeza.
- Vamos despacito.

Tia sonrío. Y esta vez, fue una sonrisa desconocida. Aún agria, aún lenta. Pero amable. Una amplia sonrisa bonita. Me sorprendió me la obsequiara. Pero todo, su sinceridad. Pensé en lo que había dicho mi abuela que en casa, estaba bien sentirse mal. ¿Sería para obtener estas sonrisas hermosas? ¿Para saber que sólo existían si eran por completo francas? La idea me gustó.

- Si y no - dijo mi abuela cuando se lo pregunté. Nos encontrábamos sentadas en la terraza de su habitación, disfrutando de la brisa de montaña - la sinceridad es una decisión personal. Sea para el mal humor y la sonrisa. En esta familia, a nadie se le exige el buen humor ni tampoco, disimular el malestar. Y eso te permite sentir que eres parte de algo privado, bonito. Amoroso. Una experiencia familiar.

Era una idea curiosa. Siempre había creído que era necesario actuar de manera amable, sintiera como te sintieras, pero mucho más en familia. Ahora mi abuela me decía algo por completo distinto...y me parecía una bella idea. Una forma de demostrar amor tan simple como singular. Una gesto de confianza puro y personal.

- O sea que puedo sentirme como quiera...y nadie se disgustará - pregunté. Abuela sonrío.
- Puedes sentirte como quieras y también expresarlo como quieras. Pero también, deberás asumir las consecuencias que eso produzca - me explicó - en brujería, creemos en que cada acción construye otra. Que todo lo que hacemos o lo que no, se enlaza para crear una enorme experiencia vital. Y cada una de esas experiencias son parte de lo que aprendemos, cómo avanzamos.
- ¿Como si estuviéramos unidos unos con otros? - pregunté un poco asombrada. Abuela asintió, con un gesto lento y amable.
- Lo estamos. En infinitos hilos invisibles. No siempre buenos, no siempre malos. En ocasiones visibles, en otros no tanto. Somos parte de una historia enorme y que se escribe a diario, mi brujita. Y está hecha a partir de nuestras decisiones, de nuestras ideas, de nuestra comprensión del mundo y de quienes somos.

Me quedé pensando en eso hasta un poco después, mientras intentaba conciliar el sueño en mi cama, La imagen me parecía extraordinaria y singular: cientos de hilos brillantes, extendiéndose a través del mundo, conectando una vida con otra. ¿Hasta que punto somos conscientes de eso? ¿Hasta que punto lo pensamos? ¿Lo sabemos? ¿Lo asumimos  como real? Me dormí pensando en un viaje vertiginoso por las estrellas, sobre una tierra frutal y fertil. Y más allá, en una red de luz extendiéndose en todas direcciones a partir de mi.

***

El día de mi cumpleaños, celebré como solía hacerlo desde los siete  años, rodeada de mis tias y primas dentro del circulo del ritual de Equinoccio. Y como siempre, me sentí parte de una historia más vieja que yo misma, de un ciclo de estrellas silenciosas que me llevaban más allá de lo que podía imaginar. La idea me hizo sonreír. Y de nuevo, pensé en la enorme red de ideas, voluntades y pensamientos, que nos unían a todos. Una linea de conocimiento que formaba parte de mi manera de ver el mundo.

- Y son diez años ¿No?

La voz de mi tia me sorprendió. Como siempre, se mantuvo a cierta distancia de la celebración familiar. Me pregunté si padecer migrañas la había hecho más retraída e introspectiva o lo había sido siempre. De pronto, tia era la suma de sus pequeños defectos y complejidades, más allá de la mujer gruñona que solía reñirme. Eso me gustó.

- Ya casi soy una mujer - anuncié. Tia sonrío.
- Supongo que lo eres - extendió la mano. Se trataba de una pequeña caja envuelta en papel de regalo - esto es para ti.

Lo tomé, muy sorprendida. Ella río, como si le causara gracia la sorpresa.

- No es algo nuevo. De hecho, me pertenecía. Pero tengo mucho tiempo sin usarla. Y te gusta leer e imaginar cosas. Creo que eso te gustará.

Abrí la caja. Miré la cámara fotográfica en su interior con los ojos muy abiertos y asombrados. La tia sonrío, satisfecha.

- Creo que te ayudará a coleccionar historias.
- ¿Tu lo hacias?
- Aún lo hago - se tocó la sien - pero duelen a veces.

Volvió al interior de la casa. La vi alejarse, desgarbada y torpe y sentí un inesperado ramalazo de cariño por ella. Casi con reverencia, tomé la cámara entre las manos. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Por años, había deseado una. Por años había  imaginado como sería...me sorprendió el frío del metal en las manos, su peso y contextura. Una maquina para soñar.

Y volví a pensar en las líneas intricadas que nos unen. En las historias que vienen y van. Ahora, esta caja de sueños era mía, pensé. Como había sido de la tia. Y de pronto, tuve la sensación todo se unía, se entremezclaba. Se hacía una sola historia. La mía.

Lo sigo pensando, muchos años después. Imaginando la red de luz sobre el mundo. Que me une y me ata al futuro. Que es parte de mi vida y mi manera de crear. Un fragmento de cientos de percepciones y creencias. Una manera de continuar asombrándome por el mundo. Una manera de elevarme en la esperanza.

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