lunes, 10 de junio de 2013

Del amor y otros demonios Urbanos: El amor, la Pizza, la Mujer que mata hormigas y otros temores





Esta historia comienza así: Un amigo me envía por correo electrónico un "inspiradísimo" texto, donde según me comenta, se celebra a la "mujer real". Entusiasmada, comienzo a leer y me encuentro que lo que me envió es algo así como el manual de instrucciones del tipo de mujer de la que todo hombre debe enamorarse. Ah, que bonito...pienso con cierta cautela, mientras leo las palabras del autor, que con tintes poéticos comienza a enumerar cosas como: "Enamórate de una mujer que no mate hormiguitas sólo porque puede, enamórate de la que agarra la hormiguita en la uña y la devuelve a su filita. Eso significa que es buena y capaz de apiadarse de los que no tienen las mismas herramientas que ella". Ah bueno, pienso, un poco incómoda. Punto menos para mi cualidad de deseable: No solo no las rescato con la uñita sino que además las pisoteo, le echo insecticida, y por si eso fuera poco, cuando era niña, las amenazaba con una lupa gigantesca y luz solar. ¿Soy demoníaca? Me pregunto tomándome un sorbo de café. ¿Soy del tipo de mujer que hay que tener cuidado si te la tropiezas? ¿Estoy loca por tener un lado no-tan-amable y disfrutarlo? ¿Soy la mujer temible, la que preocupa a los padres solo por matar hormiguitas? Estoy exagerando, es eso. Siempre mi imaginación se desboca a la mejor provocación. Bueno, veamos que más dice esto.

Continuo leyendo: "Enamórate de una mujer que sepa cocinar, que le guste lavar platos o que tenga real como para comprar un lavaplatos. Trust me on this one". ¿Y que ocurre como la que como yo no tiene remota idea de lo que se hace en la cocina? Recuerdo en una imagen casi cinematográfica, las quince veces - sí, quince - que durante el año he quemado ollas y sartenes intentando cocinar algo medianamente comestible. También recuerdo la pila de platos sucios que justamente está en la cocina ahora mismo - y lo va  a estar un rato más - y me pregunto porque motivo eso puede hacerme que me quieran menos. ¿Alguna vez se le exige a un hombre que sepa cocinar? ¿Que quiera lavar platos? Esta bien, hagamoslo menos "feminista" - aja, ya sé lo que está pensando algún lector -, hagámoslo real. ¿Por qué esperar enamorarnos de alguien que pueda satisfacer exigencias? ¿Por qué exigir características a esa emoción tan abstracta, personal y carente de sentido como lo es el amor? ¿Por qué es necesario que el amor tenga algo que complacer? ¿No puede ser el amor libre, un juego de dos, un experimento destinado a triunfar, una manera de comprenderte a través de las diferencias? ¿Por qué debes enamorarte de alguien que te complazca? ¿No es como muy sencillo eso? ¿No es muy fácil amar al que te lo hace sencillo? ¿Al hombre que siempre sonríe? ¿A la mujer que no te contradice? ¿Al hombre que es muy parecido al estereotipo del "principe azul" que te enseñaron a creer que existía? ¿La mujer que te dice que si porque tiene miedo de perderte? ¿Cuanto tarda la realidad en escapar por las rendijas? ¿Por cuanto tiempo puedes fingir siempre decir que sí cuando quieres decir que no? ¿Por cuanto tiempo necesitarás lavar platos para que te sigan queriendo? ¿Y cuando no quieras hacerlo? ¿Cuando te provoque simplemente flojear, en pijama y café en mano, mirando hacia otro lado el orden, las buenas costumbres? ¿El amor no sobrevive a las sobras del almuerzo? ¿El amor no sobrevive a las grietas pequeñitas de la realidad?

Pero sigamos leyendo. A estas alturas, me he tomado tres tazas de café y estoy muy exaltada, casi de mal humor. Ah, seguramente ya no me merezco el amor del esforzado autor del artículo, que insiste: "Enamórate de una mujer que hable bastante, para que tú no tengas que hacerlo. La parte fácil es tuya: asiente y sonríe como si tuvieras idea de lo que está hablando". Algo así como "enamorate de alguien que no te interese como piensa, ni sus opiniones. Tu mueve la cabeza y mirale las tetas". ¿Exagero verdad? Claro, seguramente es eso. Y además exagero en esperar enamorarme - y que se enamore de mi - alguien que le guste escucharme, que se ria a de mis chistes - malos - o no se tome a mal cuando me quedo callada, mirando fijamente a mi interlocutor, solo por gusto. Hablo que según esta cuidadosa lista, quien se debe enamorar de mi, debe ignorar que me gusta pensar, que hablar para mi es un instrumento de valiosa comunicación, que me gusta escuchar, que disfruto haciéndolo. Que me gusta interrumpir, que las discusiones entre risas y con voz muy alta son mis favoritas. Que el amor nace de esas largas tardes de complicidad, de los secretos que se dicen por accidente, de las contradicciones, de las anécdotas de la niñez, de las lágrimas que empapan las palabras, de los temores que se esconden a veces en ellas. Ese es el amor de las largas conversaciones, de las que se cortan con besos, de las culminan en orgasmos. No el amor del sigueme-la-corriente. No el amor del te-digo-que-si-porque-no-me-interesas-tanto-para-decirte-que-no.

Ya estoy estoy francamente disgustada. Pero sigo leyendo. Mira que soy terca, pienso comiendome las uñas de furia, insistiendo en terminar aquel texto pendejo solo por entender esa visión facilista, necia y agrietada sobre el amor, la mujer, las relaciones y el tiempo que las crea. Pero tengo que leer dos veces cada párrafo: estoy pensando en la realidad, en las veces que me he enamorado. De mi primer amor, que era músico y peludo y que le encantaba leer mis cuentos de terror. A cambio yo le escuchaba tocar su guitarra eléctrica y en mis enfurecidos diesiseis, me sentía enloquecer de amor. Una conversación de pasiones. O de aquel rebelde con causa del que me enamoré en la Universidad: era socialista y yo algo así como descreída y teníamos demenciales discusiones que terminaban en besos y jadeos. Los amores fugaces, los atormentados, los extravagantes, los discretos. El amor ha sido generoso conmigo: siempre he sido muy querida y a cambio, yo he querido mucho también. Y me han querido con mi aficción a matar hormigas, mis platos sucios, mis largos silencios o mis crisis parlanchinas. Y yo he querido a pesar de las discusiones, de las rarezas, de las locuras. Porque el amor es eso: una especie de comunión sin sentido, una especie de creación de pura y profunda fe.

Pero sigo leyendo, esto lo tengo que terminar, pienso furiosa. Lo hago, con el último sorbo de la cuarta taza de café y repitiendo en voz alta la frase que cierra aquella lista de caprichos, esa extraña visión de la mujer que complace y el hombre que recibe y nada más: "Enamórate de una mujer que ame y deje amar. Que sea y deje ser. Enamórate de mí o de alguien como yo, para que no me duela tanto." Ah, una idea lógica, pienso con una sonrisa casi maligna, de esa que esbozo cuando mato a las hormigas o no lavo los platos. ¿Quieren que se enamoren de ti, ilustre desconocido? ¿Quieres a alguien que te ame siendo y dejándote ser? Te comprendo, claro. Es el sueño de todo el que aspira a ser querido. De manera que te daré un consejo, que nadie me ha pedido: Si quieres que alguien se enamore de ti, empieza por romper esta lista. Así de sencillo es. Toma tus aspiraciones, tus exigencias, tus delirios y tu visión limitada de la mujer y comienza a mirar a la que ríe a carcajadas, a la callada, a la que tropieza, a la que es terrible ama de casa, a la confusa, a la que no es abnegada, a la que le gusta gritar, a la que no quiere escuchar. La libre, la furiosa, la inspirada, la que dice groserias, la que vive intensamente.

En suma, enamorate, ahora sí, de una mujer de verdad.






1 comentarios:

Cristal Palacios dijo...

Me he reído tanto, como siempre Aglaia, con este cuento de las hormigas.
Toda mi adolescencia, una fila de hormigas caminaba por la pared pegadita a mi cama y me entretenía aplastándolas una a una. No sin algo de culpa, lo confieso, siempre con algo de moralidad cristiana inyectada en ese ritual íntimo y hasta ahora, secreto. Que los dioses me perdonen. Ahora, como dice Hildemara -la señora que me ayuda en casa: algún día se la van a comer las hormigas. Quizás en venganza por todas las que maté (y sigo matando), ellas invaden todos los espacios del Olimpo: mi cama, mi mesa de noche, mis libros, mi laptop... y que no se me ocurrar descuidar algún plato de comida.

También me quedé pensando en las miles de cadenas de email (que ya ni abro), todos los memes de Facebook e imágenes que rondan nuestra vida que pretenden resumir el amor, la pareja, el encuentro con otro en una pendeja lista de "cualidades". Y no los culpo, todos tenemos nuestras lista: To Do lists, Bucket list, Príncipe Azul list... sin hablar de las otras listas menos inofensivas que hemos conocido en nuestra historia reciente. Tanto se nos dijo en el colegio, como si de un método de estudio se tratara, organízate, haz tu ficha, tu mapa mental, "pídele al universo", etc. ¿Quién puede culparlos por, desde sus recursos, sus vivencias, querer organizar el deseo?

¿Quién soy para juzgarlos? Solo me alegra cumplir con unos pocos requisitos de esos, porque sí cocino, pero lo hago porque los disfruto, porque es una herencia alquímica que llevo con orgullo y como muchas otras cosas, esperadas o no de mí, me causa mucho placer.

Hablando de placer, ¿el señor de la carta lo habrá sentido alguna vez?

Yo solo deliro los lunes.

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