miércoles, 6 de marzo de 2013

Sobrevivientes de la historia reciente: La muerte del Presidente Hugo Chavez Frías.




Mi abuela - la bruja, la sabia - decía que hay noticias que nunca olvidarás como las recibiste: donde estabas y que hacias cuando la escuchaste por primera vez. Quizá aún era muy joven cuando me dijo eso, pero no podía imaginar como sería esa experiencia: el asombro, la incertidumbre, la conciencia no muy clara de estar viviendo algo inolvidable. Hasta que no viví ayer mi propio hito histórico, no podría decir que comprendía demasiado bien lo que era vivir la historia, la propia, la nuestra, la que marcará con tinta indeleble el futuro de nuestro país.

No podría decir que me sorprendió la noticia: La agonía Presidencial fue larga, dolorosa y angustiosa no solo para sus seguidores, sino para los ciudadanos de a pie que simplemente aguardamos como espectadores desconcertados una conclusión a una epoca turbulenta. No obstante, durante un largo instante la noticia me dejó sin palabras. Y no solo por su peso histórico - que aún no podría decir cual es - sino además, por la sensación inequívoca, que acabó una era. Porque para bien o para mal, Hugo Chavez fue la referencia pública, cultural y social de una Venezuela que se transformó en algo más, que atraviesa un proceso apenas comprensible de reestructuración de su propia identidad. Durante casi una década y media, la política tomó el lugar del juicio y la cordura. Por casi quince años, todos fuimos espectadores del nacimiento de una nueva realidad, de una nueva manera de comprendernos como pueblo y como ciudadanos. Entre el miedo y la desazón, la esperanza y el idealismo, Venezuela se transformó en un país distinto al que durante cuarenta años.

Durante ese largo instante, sin palabras, de puro asombro pensé en la primera vez que escuché sobre Hugo Chavez. Era una adolescente atemorizada, que escuchó a un militar de rostro cansado y voz elocuente dirigirse a una nación atemorizada. Era el mediodía del cuatro de febrero de 1992 y Chavez irrumpió en la historia Venezolana con tinta de violencia.  Era un hombre joven, entonces. Lo sería por mucho tiempo. O así me lo pareció. Una juventud ardiente, de la proclama, del puño en alto. De la retórica violenta ardiente. Ensordecedora. Atemorizante. Me hice adulta, bajo la violencia de un verbo pugnaz, bajo la política del odio. Crecí en una prolongada campaña electoral que parecía no terminar jamás: siempre había que "celebrar" esta democracia a pedazos, un rompecabezas mal encajado de una figura irreconocible. Me hice una mujer en un país irreconocible, extranjera por ideología, huérfana por convicción.

Porque el Gobierno del presidente Hugo Chavez, fue, más allá de un ejercicio de poder, una larga relación emocional dura y compleja. El Presidente se erigió no solo como el Simbolo politico de una nación sin liderazgo sino como el Padre ausente de una población ciega y necesitada de credo. Sí, no es casual que utilice la palabra credo para describir la diatriba, el fanatismo  el amor que Chavez despertó en sus seguidores, en los cientos de Venezolanos que confiaron su vida y su futuro a una ideología difusa, sin forma, que se creó a la medida de esta Venezuela convulsa que nos lega su muerte. Y es que este Chavez mesiánico, el hombre incansable que intentó construir una revolución arcaica en una nación niña, será recordado por despertar en el venezolano indiferente, en el humilde, en el descreído un fervor cercano a lo religioso. Durante los últimos meses y en medio su ausencia de la escena política Venezolana, esta creencia sin nombre, muda y construída a base del obsesivo culto al personalismo, pareció crecer, hacerse inmensa, apenas soportable. No hay una calle de Caracas donde Chavez no sonría desde una valla, una fotografía que le muestra eternamente joven, poderoso. Un coloso de la imaginería popular, de la confusion de una época futil, que se deshace en medio del temor y la desesperanza.

Sí, recordaré donde estuve y que pensé cuando supe de la muerte del Presidente Hugo Chavez Frías. En ese momento, me convertí en una testigo involuntaria de la historia que se contará, del futuro que construirá a partir de su muerte o quizá, debido a ella. Sobreviviente de la historia, viviendola a cada minuto, construyendola con mi experiencia.

C'est la vie.

1 comentarios:

Zailé Palacios dijo...

excelente como siempre Miss B, esperaba tu reseña acerca de este acontecimiento trascendental para nuestro país

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