martes, 30 de agosto de 2011

De lo cotidiano y otros delirios madrugadores





A veces pienso que existe un orden sutil pero evidente en todas las cosas cotidianas. Una idea que se transforma en si misma a cada nueva acción que la completa. De hecho,  he llegado a pensar que la vida de cualquiera puede dar origen a una de esas extravagantes, bellas e intensas historias corales, inconexas por definición pero significativas por poder de evocación. Y no hablo de una simple biografia anecdótica, sino una creación concreta que exprese tanto sentido, esperanza y desazón como las grandes obras de la literatura. Uhmmm, ¿quién podría decirlo? Hay un sentido fatalista en la espera y ligeramente bondadoso en la ignorancia más disiplente.


Todo lo bueno resulta de algo que parece malo. Reunir en una sola cara todos los pedazos de mi rostro (esos que hace mucho tiempo había guardado en el fondo del baúl; cada una de las nuevas marcas que han surgido; lo que parece que vendrá). Tomar consciencia. Aceptarme tal como soy. Responder a la pregunta: ¿qué harías si fueras invisible?

Bastó sentirme invisible, inaudible, imperceptible, para proceder. Para dar un aleteo de mariposa que seguramente provocará un tifón en algún lugar del mundo —de mi mundo. No me basta la felicidad aparente: sigo buscando la verdadera, la profunda, la real y profunda y estremecedora razón del todo. Y disfruto la búsqueda. Me reúno, me condenso, espero como un resorte al fondo de la caja, y al abrir la tapa broto y genero la fusión, la confusión, el caos y la reorganización.

Dos principios sublimes: Shiva y Ganesha. Después de destruirlo todo para refundarlo, se necesita más que nunca la sabiduría para organizarlo.

Todo se mezcla, todo se reúne, todo tiene que empezar y terminar en el mismo lugar, el eterno retorno, ser de todas partes y de ninguna.

¿Qué tan difícil estás dispuesto a estar para ser feliz? (un despropósito que se escribió solo. Se queda)

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