viernes, 17 de marzo de 2017

Una recomendación cada viernes: La Vegetariana de Han Kang.






Por años, se ha insistido que la literatura de horror, fantasía y ciencia ficción encontró una frontera que le está llevando esfuerzos superar. Una de las escritoras que insiste en el particular es la celebérrima Anne Rice, que en más de una ocasión ha declarado que la “censura” presiona a las historias que llegan a publicarse y no permite que todo tipo de narraciones transgresoras, durísimas y en ocasiones sorprendentes, lleguen a los estanquillos de la librería. Rice llegó a decir en una oportunidad que vivimos en una época que olvidó “la verdadera fuerza de una historia que incomode y aterrorice” y que eso se debe a cierta tendencia a infravalorar a los que llamó “escritores despreciados”. Esa pléyade de autores dispuestos a correr riesgos y a enfrentar el límite de lo permisible y lo aceptable. De crear una nueva naturaleza del terror.

La novela “La Vegetariana” de la autora Han Kang vino a reivindicar justo el derecho de toda una nueva generación de escritores de romper tabúes y construir toda una percepción novedosa sobre la novela de género. Hay algo retorcido, doloroso pero sobre todo, intrigante en esta novela corta que intenta resumir el miedo y la depravación a un conjunto de imágenes desconcertantes y poderosas. Una historia feroz, que elabora un nuevo concepto — quizás casi por accidente — de lo que puede ser la percepción sobre los pequeños monstruos privados que se asimilan a través de la conciencia. El resultado es una eficaz recreación de lo temible a través de lo privado, lo inverosímil y cierto cinismo sutil que convierte la historia en un símbolo alegórico de enorme profundidad.

Detrás de su título inofensivo, Han Kang analiza los pormenores y recoquevos del miedo a través de una intrigante percepción sobre sus alcances e implicaciones. La escritora reflexiona sobre la muerte y la destrucción de la identidad renunciando a los clichés más habituales y avanzando hacia todo tipo de conceptos sobre la codicia, el deseo y la violencia. La prosa impecable permite a la autora sostener un ritmo rápido y ágil: La narración está llena de descripciones brillantes pero también, de un incesante diálogo introspectivo, que brinda a sus personajes una rara humanidad. Con su brillo cotidiano y sutil, la narración es una parábola sobre la transformación, el odio pero también, sobre la violencia sugerida. Una mirada implacable acerca de lo que se esconde bajo la pátina de la obsesión cultural por la normalidad.

No obstante, Han Kang no se atiene a límites ni tampoco a lugares comunes para contar una historia plagada de todo tipo de símbolos sobre los horrores ocultos en la imaginación. Desde incómodas escenas sobre purgas, agresiones sexuales y el uso de la metáfora de los trastornos alimenticios como una forma de violación, la autora crea una mirada inusual sobre las relaciones de poder, los vínculos fraternos pero sobre todo, el miedo escondido en pequeños rituales cotidianos. Las sangrientas escenas — algunas tan duras que lleva esfuerzos leerlas — meditan desde la periferia sobre la vida, la redención frustrada y una singular perspectiva sobre el miedo y la brutalidad. Pero no se trata de una revisión meditada sobre la crueldad o el horror: la escritora parece mucho más interesada en revelar los monstruos internos de sus personajes y construir a través de ellos símbolos sobre lo inanimado e invisible en cada uno de nosotros. Y lo logra, por momentos con tanta precisión que resulta angustioso en su durísima belleza.

Sensorial y llena de detalles profundamente sensuales, la novela humaniza el miedo y además, lo dota de un lustre atractivo que hace aún más compleja su lectura. El lector se encuentra en la desconcertante disyuntiva de comprender la ultraviolencia y además, admirar sus límites como una forma de expresión de perpetúa vitalidad. Y es justo esa improbable combinación lo que hace que “La Vegetariana” un complejo mecanismo de relojería que se sostiene sobre sus virtudes y momentos bajos con un precario equilibrio. Desde las breves secuencias en cursivas que describen los pensamientos del personaje principal — monólogos inquietantes sobre la metamorfosis invisible hasta las afanosas descripciones de puños cerrados, la carne herida y la sangre, Han Kang logra una perfecta sincronía entre lo sugerido y lo evidente. Y entre ambas cosas, una historia tan retorcida que parece subvertir el orden de esa persistente sensación de urgencia y desazón que provoca la historia entera.

La novela es fruto de la insistente obsesión de su autora por el dolor, el sufrimiento, el placer y la belleza que se esconde bajo la crueldad, que ya había esbozado en el cuento “The Fruit of My Woman” publicado en su natal Corea en el 2007. No obstante, “La vegetariana” alcanza un nuevo nivel en la comprensión de las aristas del miedo y ese elemento indefinible entre la angustia existencial y la amargura que dotan a la narración de una personalidad única. En ambas narraciones, la escritora hace gala de una prosa distante y un horror glacial que lleva esfuerzos comprender de inmediato pero que resultan hipnóticos una vez que la lectura avanza y se profundiza. Con enorme inteligencia, Han Kang evade las trampas obvias del género y toma decisiones de gran valor estético para reflexionar sobre temas universales. Y lo hace además, sin perder el norte que su novela es un tapiz terrorífico sobre lo que el ser humano puede hacer. Los pequeños secretos temibles escondidos en las palabras que jamás se pronuncian en voz altas y los deseos inconfesables.

Han Kang además, utiliza el idioma como un puente entre lo notorio y lo invisible: el hecho que la novela original haya sido escrita en Coreano y traducida al inglés, crea una tensión inmediata. Las frases y el ritmo no son los anglosajones — y llega a ser notoria la tensión que se adivina bajo la percepción del idioma como una frontera que cruzar — pero la eventualidad no afecta el ritmo de la novela. En lugar de eso, hay una inmediata percepción de la diferencia pero sobre todo, de las grietas que sostienen este extraño híbrido entre lo que se lee y se imagina. Se trata además de una forma de rebeldía: Han Kang se involucró directamente en la traducción, de manera que los golpes de efecto y extraños cambios de valor y forma en lo que narra, son del todo intencionados. El resultado es chocante y por momentos enervante, pero también tan sustancioso que se convierte en un elemento indispensable para comprender no sólo la novela como entidad sino a la historia que narra cómo evento creativo.

No hay un sólo elemento que no resulte sorprendente en este extraño experimento verbal, lingüístico y estilístico. La percepción sobre cómo vivimos — y lo que se esconde en ese ritmo tardío y elocuente de la vida como una sucesión de escenas — sirve de perfecto telón de fondo para una aproximación temible sobre lo que no queremos mirar o solemos esconder con cierta urgencia. Así que la novela está llena de trampas de efectos, momentos de enorme tensión psicológica y también, una meditada capacidad para aterrorizar. Han Kang logró no sólo escribir una novela sobre terror sino también, un mosaico de elementos narrativos que convierten su obra en algo original, osado y brillante.

La novela sorprende por su corta extensión: 188 páginas divididas en tres partes narradas por diferentes personajes. Una experiencia coral que permite no sólo aglutinar la atención del lector sino además, enhebrar los hilos argumentales en una variación inmediata de lo que se percibe como un todo conceptual. De hecho, en Corea la novela fue publicada en tres partes independientes, que permitieron que la autora demostrara que su historia tiene la fuerza suficiente como para mostrarse como un todo creativo pero también, una especulación independiente de enorme poder alegórico.

Han Kang logró que la historia resulte adictiva a pesar de sus durísimas descripciones sangrientas, las escenas de insoportable violencia y el comportamiento maníaco de sus personajes. Con todo, la percepción sobre el horror es una equilibrada combinación de lo onírico — por momentos la narración parece ser parte de un conjunto de sueños lúcidos de dudosa veracidad — para después, transformarse en algo más sórdido, espantoso y brutal. La escritora avanza entre todos los aspectos del registro y se sume en una serie de puntillosas visiones sobre lo temible que incomodan pero también seducen, una combinación asombrosa que se convierte quizás en el mayor triunfo del libro.

Sorprende que para la escritora el abuso, mutilaciones y la muerte violenta sean situaciones tan corrientes como insistentes. ¿Se trata de una crítica sociológica a una cultura tan comedida y contenida como la coreana? ¿O quizás de una parábola brutal sobre lo que se esconde bajo la imagen idílica de lo cotidiano? Cualquiera sea la respuesta, la novela lo explora de una manera nueva y sobre todo, provocativa. No se detiene en pequeños pesares y dolores sino que paladea la ultraviolencia como una forma de comunicación válida. No tiene embragues en paladear la maldad aparente que subyace en todo ser humano. Y lo hace con un pulso magistral y preciosista que convierte a “La Vegetariana” en una ventana abierta hacia el mal en el trasfondo. Una aproximación directa a un tipo de horror sin nombre.

En Coreano, “Hola” se traduce de manera literal como ¿Estás en Paz? y es esa simple salvedad semántica — esa generosidad aparente — es la que mejor describe esa lucha ambivalente y dura que se desarrolla al fondo de “La Vegetariana”. La palabra aparece y desaparece en incontables ocasiones en medio de la lectura y resulta obvio que escritora la usa como un señuelo para algo más profundo. Es entonces, cuando resulta obvio que lo que se esconde debajo de la narración es incluso más inquietante que su escalofriante superficie de muerte y violencia sexual: la novela cuestiona el estricto sistema de valores que exige un tipo de conformismo y la castración emocional hasta transformarlo en algo brutal. Una guerra habitual y cotidiana en la que la paz es sólo una forma de hipocresía y cuya liberación se asume como una batalla singular e incluso, desgarradora. Una imagen que Han Kang maneja hasta la última página y que resulta abrumadora. Quizás un enrevesado juego de percepciones y dolores que la escritora supo resumir desde una perspectiva única y fugaz.

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