domingo, 22 de marzo de 2015

La luna entre los dedos y otras historias de brujería.



Mi prima M. era una chica muy hermosa, con su rostro ovalado de pómulos altos, sonrisa de dientes blancos y cabello rizado y brillante cayendole sobre los hombros. Por eso cuando comenzó a sufrir de un visible brote de acné, se horrorizó.  Un tipo de miedo que muy pronto, fue tan notorio en ella como el padecimiento que sufría. O como si ambas cosas tuvieran una estrecha relación la una con la otra.

Al principio, sólo fueron algunos granitos en la piel de la frente. Luego, unos nudos enrojecidos y tumefactos en la mejilla. Por última, una erupción de aspecto doloroso que le subía por las sienes y rodeaba su rostro. En más de una ocasión, la vi mirándose al espejo, con los ojos muy abiertos, por el medio, palpándose la piel con cuidado, temblorosa y angustiada. Otras veces, la escuché llorar en su habitación.

Yo no le hacía ni caso. Prima siempre se había reído y burlado de mi, por razones poco claras que tenían que ver con que era la más chica de la familia y también, la más revoltosa y torpe Solía gastarme bromas pesadas, reírse de mi cabello salvaje y alborotado, de mis rodillas huesudas y cubiertas de raspones. De manera que cuando la vi sufrir, no me preocupé. Me pareció se trataba de un castigo de la naturaleza por su impertinencia o algo parecido. Mi abuela se horrorizó cuando me escuchó decir aquellas cosas.

- La naturaleza, el Dios o la Diosa o como sea que se le llame a la energía creativa del Universo, no castiga - me reprendió - todo lo que ocurre es consecuencia de algo más, lo sepas o no. Es cruel creer que tu prima sufre miedo y angustia sólo por hacerte bromas.

Vamos, "hacerte bromas" es una forma muy delicada de explicar lo incómoda que prima me hacia sentir, pensé desafiante. Pero no dije nada. Tomé un sorbo de café con leche, guardandome mi opinión. Mi abuela me miró con el ceño fruncido.

- ¿Crees que se lo merece?
- Un poco, sí - admití. Mi abuela apretó los labios, como solía hacer cuando se disgustaba. Me encogí de hombros - no te puedo mentir.

Abuela no dijo nada. Siguió cortando las legumbres para la sopa del mediodía. La tensión se extendió por la cocina como un mal olor. Solté una dramática bocanada de humo.

- Oye, pero si no es un castigo ¿Qué es? - pregunté por último, incapaz de soportar el silencio de mi abuela - es una chica muy coqueta que se cuida la piel, come cosas buenas para la salud y le pasa esto. ¿No será que...?

Abuela levantó el rostro. Me escuchó expectante, con la ceja enarcada.

- Bueno, no sé - dije por último - creo que se lo merece.
- Nadie se merece sufrir - dijo mi abuela - nos merecemos aprender y comprender que todo lo que vivimos obedece a cierta coherencia natural. Incluso lo que nos parece obra de la casualidad, de lo temible y lo desconocido.

Sacudí la cabeza. No entendía nada de aquello. Abuela tomó las verduras cortadas en cubitos y las arrojó al fondo de la olla. Seguía disgustada, se lo notaba y comencé a lamentar haber expresado aquellos pensamientos extraños en voz alta.

¡Pero eran ciertos! me dije. Era exactamente lo que pensaba. El llanto y la tristeza de M. se parecía mucho a mi angustia, al temor y verguenza que me producían las burlas de prima, la manera como siempre me hacia quedar en ridículo. Parecía haber cierta simetría en que sufriera un tipo de enfermedad que la hiciera lucir menos maravillosa, que la llevara justo a la esquina de las niñas feas, como solía llamar el lugar del patio donde yo solía jugar con Flor. Realmente me llevaba esfuerzos mirarla con amabilidad e incluso perdonar sus hirientes risotadas y palabras.

- ¿Sabes lo que es empatía?
- No.
- Es nuestra capacidad para ponernos en los zapatos de otro - explicó mi abuela - para comprender que sienten y poder asumir el poder de nuestro conocimiento como algo bueno. En Brujería se le llama ciclo.

En Brujería había una palabra para todo, pensé con la malcriadez diáfana de mis ocho años. Mi abuela pareció notarlo y me dedicó una mirada de ojos entrecerrados. Vaya que la estaba provocando hoy.

- ¿Como es un ciclo?
- Se dice que cada bruja tiene su camino, que lo encuentra a medida que aprende y crece en conocimientos - me explicó - el ciclo es la manera como la bruja siempre regresa al lugar del retorno. Eres lo que juzgas y lo que juzgas serás. Eres lo que temes y lo que temes te representa. Cada pieza que encaja en ese sistema de ideas, es una forma de aprender.

Parpadeé. La verdad es que no entendía nada de eso, pero la abuela se veía tan rigida y furiosa que preferí no comentarlo. Pensé en M., que ahora pasaba los días pálida y en pijama, cuando no estaba en la Escuela y su tristeza. ¿Me comprendía ahora ella? muchas veces se había reído de lo que llamaba "mi melancolía". ¿De eso se trataba el ciclo?

- Quiero que cuides a tu prima.

La frase me tomó por sorpresa. La miré boca abierta, con la taza de la café entre las manos. Mi abuela me miraba junto al fogón con los puños apoyados en las caderas.

- ¿Que la cuide? M. no necesitan que la cuiden.
- Sí lo necesita. Y te estoy pidiendo lo hagas tu.

Solté un gemido dramático, me revolví sobre la silla, sacudí la cabeza. Mi abuela me observó sin decir nada, pero le temblaron la comisura de los labios, como siempre ocurría cuando estaba a punto de echarse a reír. Pero a mi aquello no me provocaba ninguna risa. ¿Cuidar de prima? ¿Yo? ¿Tener que complacerla y mimarla cuando sabía lo cruel que podía ser? ¡No me lo imaginaba!

- Te lo estoy pidiendo nada más. Hazle compañía. Escuchala. Si en una semana te sigue pareciendo muy terrible todo, no te insistiré.

Bueno, sólo una semana, pensé. Eso estaba bien. Me encogí de hombros.

- ¿Una semana?
- Una semanita nada más.

Me terminé el último sorbo de café con un suspiro.

- Será una semana muy larga - comenté. Mi abuela finalmente, se echó a reir.

***

Prima M. tampoco parecía especialmente feliz de que me presentara como si tal cosa en su habitación declarando debía "cuidarla". Me echó una mirada perpleja y dura.

- Yo no quiero que me cuiden.
- Oye, sólo te ayudo. Una semana y no pasa nada.
- ¿Esto es cosa de la abuela?
- Es cosa de la abuela.

Gruñó y se tapó la cabeza con el sueter que llevaba. Sacudió la mano sobre la cabeza.

- Una semana nada más.

No sabía como comenzar la "ayuda" para prima, pero si tenía algunas ideas. Para empezar, ayudarla a ordenar su habitación. Había una confusión de tazas, vasos, ropa sucia y tubos vacios de cremas medicinales por todas partes. Ella se encogió de hombros cuando se lo sugerí.

- No me importa el desorden.
- Te puede empeorar...la piel.

Ese día llevaba la cara llena de una crema blanca y untosa. Me miró con un puchero.

- ¿Tu crees?
- Mi mamá dice que tus cosas siempre tienen que estar limpias y ordenadas para que te sientas bien - le comenté. Comencé a apilar platos, vasos, cubiertos, papeles sobre su escritorio. Ella suspiró.
- Nunca volveré a sentirme bien.
- ¿Te duelen?

Me señalé la mejilla, para hacerle entender de qué hablaba. Ella se llevó la mano a cara y se cubrió los nudos protuberantes que tenía en la piel.

- No - tomó aire - pero es horrible...sentirse así.

Sentirse así ¿Como? le quise preguntar. ¿Sentirse como tu me hacias sentir? ¿De la manera como tu me hacias sentir pequeña, torpe y fea? Pero no dije nada claro. Simplemente la miré. Prima tenía un aspecto frágil y pálido, cubierta por las sábanas. Los ojos muy grandes y asustados. A pesar de lo terrible que nos llevábamos, prima también podía ser simpática...a veces. En mi anterior cumpleaños me había regalado varios rollos de película para mi cámara que yo no podía pagar. Y después se había emocionado al ver las fotografías que había tomado con ellos. Seguí limpiando, con una sensación agridulce en la garganta.

- Bueno, pero te vas a curar - comenté. Ella soltó un jadeo.
- ¿Y si no se curan?

La miré. Había pensado en términos parecidos...pero sobre mi misma. ¿Y si nunca me hago bonita? ¿Y si jamás me hago elegante como tia E., talentosa como tia L. o dulce como tia M lo era? ¿Y si me quedo flaca y enclenque? ¿Torpe y timida? Sacudí la cabeza.

- Se van a curar. Eres muy sana.
- ¿Y si me quedan cicatrices?
- Hay medicina para eso.
- ¿Y si me quedo fea para siempre?

Terminé de recoger el estropicio de la habitación. Me acerqué a su cama y le eché una mirada sincera. Estaba pálida y ojerosa, con el cabello largo sobre los hombros. Pero aún así, se veía linda. Con su rostro ovalado de líneas delicadas y su boca amplia y fuerte. Me encogí de hombros.

- Nunca serás fea.
- ¿Como lo sabes?
- Porque no lo eres.

Parpadeó. Me miró desconfiada.

- Me estás mintiendo.
- Oye, de ser fea te lo diría. Y lo sabes.

Lo sabía. Quizás por eso entrecerró los ojos de manera pensativa.

- Lo crees en serio.
- Sí, eres bonita - suspiré - con granos o no.

No respondió. Cuando me fui de la habitación, ella se quedó sentada en la cama, inmovil en la oscuridad.

***

Al día siguiente, encontré la habitación limpia y ordenada. Y a ella, sentada frente al espejo del tocador, pasandose el cepillo por el cabello. Me dedicó una de sus miradas desconfiadas cuando entré.

 - ¿En serio la abuela te obligó a hacer esto?
- Pero no eres tan desagradable.

Río. Me senté a su lado. Su rostro lastimado tenía un aspecto un poco más saludable. Había alguna ropa colgada de su closet: una bella blusa verde, un jean muy ajustado. Lo miré con cierta envidia. Siempre había admirado el mundo adulto en que se movía Prima. Me parecía inalcanzable, sobre todo cuando ella parecía ser todo lo que yo no era aún. A pesar del acné y tal como le había dicho, era hermosa y también era libre. Un tipo de libertad que yo no podía soñar. Ella iba y venía de un lado a otro, disfrutaba de su cantar y bailar. No era timida como yo, o asustadiza como yo. Tampoco callada y mucho menos torpe. Era una mujer joven segura de su papel en el mundo. Me pregunté como se sentiría eso.

- Oye ¿Vas a salir?
- Sólo un rato.

Eso era una novedad. Hacia meses que había estado encerrada en su habitación. Sólo salía de ella para ir a la Escuela o conversar con algunas amigas en el salón. De resto se pasaba el día mirando televisión o hablando por teléfono con gesto ceñudo. Me pareció que esto tenía que ser alguna mejoría ¿No?

- Te sientes bien entonces.
- Me siento igual que siempre - comentó. Dejó de peinarse y me miró. Llevaba un poco de maquillaje en los ojos y su vistosa erupción carmesí era más notoria que nunca - pero...

Sacudió la cabeza. Permanecí sentada, expectante. Me sorprendió el interés que me despertaba lo que sea tuviera que decir.

- ¿Pero qué?
- Oye no es el fin del mundo - me dijo entonces. Sonrío. Era casi la misma chica de siempre, despreocupada y radiante - no es...es decir...

Silencio. Tomó un mechón de cabello. Comenzó a trenzarse el cabello.

- Ayer vi como me miras - comenzó - se que no te caigo bien. Que no me soportas.
- No tanto - dije, pero sin mucho convencimiento. Ella río. Al final, yo también - sí, un poco.
- Y estás aquí. Además que porque la abuela te lo pidió. Viniste. Me miraste con cariño. El mundo sigue avanzado. Las cosas...todo, es parte de nuestra vida ¿No?
- ¿Que quieres decir?
- Que solo es...unos cuantos granos - dijo. La trenza avanzaba, brillante y hermosa entre sus dedos - que estás aquí y eres mi familia. Que la abuela te envío. Que todas me apoyan como pueden, a pesar de que deben pensar es una gran tontería mi angustia por un brote de acné.

Yo sí, pensé. Pero abuela, no. Para abuela, tenía valor su tristeza, sus largas horas de encierro. Sus lágrimas malcriadas. Comenzaba a comprenderla.

- Y pienso que estoy aqui, sana. Y que hay un mundo afuera. Te veo crecer, te veo hacerte preguntas y pienso en el tiempo que trascurre, en todas las cosas que me estoy perdiendo por temor. Porque es temor ¿sabes?
- ¿A que le tienes miedo?
- A lo que los demás puedan decir - admitió - a no verme...como siempre. A que me critiquen.

Me miró. Y de pronto hubo un portentoso momento de intimidad entre ambas. Una profunda sensación de reconocimiento. Pensé en lo que mi abuela me había hablado del ciclo, del inevitable devenir de las cosas. De encontrarte en los zapatos del otro. De pronto, Prima me comprendía con absoluta claridad y yo también a ella. Ambas eramos como partes de un mismo mecanismo enorme y extraño. Ambas nos comprendíamos más allá de lo que pensábamos, de la idea simple de nuestra identidad. Eramos amigas, a pesar de todo. Y también familia. Sonreí.

- Que lo hagan. Lo haran porque eres más fuerte y bella que todas. Y que lo eres a pesar de los granitos.

Prima río. Sacudió la cabeza. Terminó de hacerse la trenza. Se puso en pie. Me pareció alta y hermosa, delicada. Y también muy joven, con su piel lastimada y sus enormes ojos chispeantes.

- ¡Que vengan pues! - dijo y soltó una carcajada - soy yo contra el mundo.

Reímos a carcajadas. En mi mente, imaginé la pieza de un rompecabezas encajar en su lugar.

***

Abuela me miró curiosa mientras tomaba un paquete de galletas y unos cuantos refrescos del refrigerador. Sonrío cuando me incliné hacia ella para darle un beso de buenas noches.

- ¿Y a que se debe toda esta agitación? - preguntó. Sonreí.
- Prima M. y yo vamos a ver una película de miedo. ¡De esas que asustan de verdad! Y me quedo con ella por si acaso realmente me asusta.

Reímos juntas. Abuela siguió mirándome por encima de sus anteojos de lectura.

- Ya pasó una semana.
- Hace mucho tiempo.

Abuela ensanchó su sonrisa. Yo también.

Un lugar para cosa, una idea para cada sueño. Una pieza de conocimiento para cada momento de nuestra vida.

C'est la vie.

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