martes, 17 de agosto de 2010

De los Arquetipos y otras ideas sociales primitivas



Según la estructura social patriarcal, los hombres deben ser fuertes, invencibles, no temer a nada, proveedores de recursos, en fin, una serie de habilidades, cualidades y calidades difíciles de mantener en lo social, familiar y en el tiempo. Pero resulta ser que así como todas las mujeres son diferentes, los hombres también lo son. Tal como señala Marcela Lagarde "ser diferentes no significa inevitablemente ser desiguales". Y es evidente que no todos los hombres poseen dichas características asignadas por el patriarcado a los llamados machos. De allí surgen las connotaciones peyorativas que se la han atribuido a los hombres.

Las caracterizaciones de lo femenino y lo masculino están sujetas todavía a estereotipos, aún cuando no seamos conscientes de ello, en el patriarcado surgido como dominación hacia la mujer actúa en contra de una masculinidad sana, así como en contra de una feminidad íntegra.

El proceso de formación de la identidad masculina en lo que se ha llamado el patriarcado, esta mediado por demostrar constantemente, que se es viril. Por lo tanto su comportamiento no puede ser nada sensible, por ser llamado éste por algunos, demostración de sospecha a la masculinidad.  Esta situación ha llevado a  una gran mayoría de hombres a no expresar sus emociones, y a competir por la hegemonía, entendida como dominación y subyugación.  En las prácticas culturales, muchos hombres se han visto privados de los afectos, por ser considerado terreno de lo femenino.

Por lo cual, la crianza es considerada una responsabilidad femenina. La intervención del padre es muy limitada, esta caracterización claro está se ha venido subvirtiendo y el patriarcado marcado de otrora se ha ido desvaneciendo.
 
Por otra parte las transformaciones de fin de siglo XX, las reivindicaciones de las mujeres, que ya no quieren más estar en un plano inferior, han llevado al hombre actual a una incertidumbre tal, que muchos se preguntan ¿qué significa ser hombre actualmente? ¿dónde está la verdadera masculinidad?  ¿Qué es ser un verdadero hombre?

En América Latina, los hombres viven una disminución del machismo, aunque ser fuertes todavía es parte de su identidad, algunos ostentan una menor rivalidad, se comportan menos como machos. Algunos desarrollan nuevas formas de afectividad prohibidas en la masculinidad dominante, y realizan labores domésticas, estos cambios han enriquecido la vida de los hombres que los han asumido, puesto que se han tomado el espacio de lo privado integrando otras partes a su identidad.

Este conjunto de hechos constituyen la deconstrucción de la masculinidad dominante, y es parte del nuevo salto social para la inclusión tanto de hombres como de mujeres, para construir una verdadera igualdad de oportunidades en la diferencia. 

En esta medida, los movimientos y las nuevas miradas subjetivas de la psicología logran además introducir y clarificar ”las dimensiones inconscientes de lo masculino y lo femenino como estructuras arquetipales profundas constituyentes de la identidad” .

La igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres no tiene por que anular las diferencias entre lo femenino y lo masculino, antes bien se hace necesario integrar los espacios que se piensan pertenecen a determinado género, lo cual es imperativo sea realizado por mujeres y hombres juntos.

Las sociedades configuran responsabilidades, actitudes, funciones, valores y una visión del mundo diferenciada entre mujeres y hombres.

Los hombres al ocupar posiciones de poder, como en nuestra cultura, la visión del mundo puede percibirse como de exclusión de la mujer, la cual tiene una serie de necesidades, oportunidades y limitaciones que son propias de la sociedad patriarcal dominante. Una manifestación clara de esta situación es el uso del lenguaje, generalmente en masculino, que pretende incluir a las mujeres, pero la generalidad no evidencia inclusión alguna.

El concepto de género, se convierte así en  la categoría central de la teoría feminista, construida en el centro de la sociedad patriarcal. La noción de género surge a partir de la idea de que lo femenino y lo masculino no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales. Tal vez la consecuencia más notoria del sistema sexo - género imperante sea la división artificial entre lo que se considera femenino y lo que se considera masculino. Esta división se sustenta en estereotipos, prejuicios y tabúes.

La división del trabajo y de los órdenes sociales entre lo femenino y lo masculino,  ha detentado en representaciones de exclusión de la mujer en diferentes aspectos y ámbitos, tales como las relaciones de poder, la salud, el derecho, el trabajo, la educación, la participación social, entre otros.

Existen múltiples manifestaciones que nos demuestran que, las relaciones entre hombres y mujeres son desiguales y excluyentes. Las mujeres están comenzando a tener control sobre sus propios cuerpos como con el descubrimiento y utilización de la “píldora”. 

Sin embargo lo desigual de la relación  entre hombres y mujeres, es reflejada además en el ámbito educativo, puesto que hasta hace casi un siglo, se consideraba que la mujer no tenía necesidad de instruirse más allá de las habilidades domésticas como en los inicios de las sociedades agrícolas.

En el siglo XX el acceso a la educación para las mujeres se convierte en una demanda y necesidad apremiante a nivel económico y cultural, lo que ha recaído en un aumento significativo del potencial femenino en el sistema educativo, aunque todavía la mayoría de los analfabetas alrededor del mundo son mujeres (60% del total).

Es decir, se mantiene una brecha entre hombres y mujeres al momento de acceder a la información. En el proceso de socialización a los hombres se les enseña a experimentar desde niños a construir roles activos, mientras a las niñas se les premia por la prudencia y la ternura.  Esta socialización diferenciada limita la capacidad autónoma de las niñas, y de las mujeres adultas.

En los estudios realizados en género se encuentra aún, diferencias en la educación entre los niños y las niñas, poniendo a las figuras masculinas como protagonistas, ellos son valientes, sabios, héroes. Estos factores condicionan el paso de las mujeres por el sistema educativo, que muchas veces reproduce los valores del patriarcado, la supremacía del hombre sobre la mujer. Es común leer en los textos frases como: La evolución del hombre, el hombre descubrió el fuego, el hombre llegó a América por el Estrecho de Bhering, el hombre llegó a La Luna, el hombre conquistó el espacio (sin embargo es necesario tener presente que el cambio de la palabra hombre por la de varón en los textos feministas sigue sustentando una posición peyorativa y excluyente en las relaciones entre hombres y mujeres).  Por eso se ha planteando la necesidad impostergable de construir nuevos espacios educativos donde no se fomente el sexismo (feminismo, machismo). Una “coeducabilidad” que promueva la igualdad de oportunidades y no la exclusión.

Por otra parte, si bien las mujeres siendo mayoría en el sistema educativo formal (estadísticamente), a la hora de acceder a becas internacionales u oportunidades de especialización en el extranjero, los mayores beneficiarios siguen siendo los varones (estadísticamente). Al momento de tomar estas decisiones las mujeres dan prioridad al cuidado del hogar (estadísticamente), antes que la realización en los ámbitos profesional y económico, producto de la cultura patriarcal dominante con una figura de mujer madre abnegada y sacrificada.  Los hombres por el contrario, se les consideran libres y autónomos y tienen menos posibilidades de dudar al tomar decisiones que se refieran a su futuro personal.

La desigual valoración social del hombre y la mujer también ha determinado un desigual acceso al tiempo libre, al ocio, al descanso, a la recreación, e inclusive al placer.  Hoy las múltiples funciones de la mujer , que cada vez desempeña nuevos y roles, sin abandonar ninguno, donde la mujer que trabaja llega a su casa, a continuar con labores domésticas, mientras el hombre se dedica a descansar, ver televisión, se reúne con los amigos,  la mujer no hace nada al respecto. 

Muchas mujeres que trabajan fuera dedican los fines de semana a poner al día los quehaceres de la casa, para cuando llega el Lunes, volver a empezar la semana laboral, sin haber dejado de trabajar, ni ha comenzado a construir una cultura familiar de solidaridad y apoyo colectivo. 

La desigualdad entre los hombres y las mujeres no es algo que solamente lo sustenta el hombre en los campos políticos, económicos y profesionales es una exclusión que la mujer sustenta en los espacios de lo íntimo y lo inmediato.

Es preciso abrir una reflexión en torno al discurso de género del siglo XXI que a pesar de su capacidad de adaptación a los cambios culturales aún no se asienta del todo en el principio de la igualdad. Y cabe otro debate sobre el peso de la lógica de la igualdad de género en nuestros valores culturales y prácticas sociales.

En la actualidad, también los hombres se han visto privados de espacios considerados femeninos, el llamado mundo de los afectos, que se considera ‘patrimonio’ femenino, la crianza ha sido  considerada tradicionalmente una responsabilidad femenina, sin embargo dada las transformaciones de la familia en sus sistemas de relación, el hombre ha logrado penetrar las ranuras del espacio doméstico y se ha involucrado mucho más en las practicas afectivas familiares.

La igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres no tiene por qué eclipsar y anular las diferencias entre lo femenino y lo masculino. El desafío parece ser la creación de nuevos espacios y rasgos diferenciales que no supongan desvalorizaciones por pertenecer a determinado género, y esta tarea debe ser realizada por mujeres y hombres de manera conjunta. De lo contrario cada vez será más grande la brecha que nos separa por caminos diferentes, y no es precisamente lo que se quiere y necesita para un desarrollo humano armónico e integral. 

La división de la realidad entre lo ‘femenino’ y lo ‘masculino’,  ha llevado a una serie de situaciones de discriminación hacia la mujer y el hombre en diferentes aspectos y ámbitos, tales como las relaciones de poder, la salud, el derecho, el trabajo, la educación, la participación social, el afecto, entre otros.

Las diferencias de los roles entre los hombres y las mujeres, se nominan no solo desde lo parental, sino además dentro de las objetivaciones entregadas por las instituciones entre ellas la iglesia, el estado y la que compete la escuela misma como marco social primordial entre los valores dominantes de una cultura en un momento y espacio determinado.

Dentro de los espacios socializadores para los seres humanos, es la escuela en su significación y resignificación de roles entre los que se media lo nuevo, lo menos nuevo y los medios de comunicación, tanto los niños como las niñas desde la infancia integran valores asignados por los adultos y profesores, quienes a su vez poseen todo un marco sobre el deber ser de los sujetos en una sociedad y su quehacer en la reconstrucción histórica y cultual de su mundo.
1.1.1    Lo Arquetípico del Género: Jung planteaba que el hombre y la mujer, poseía en su psiquis el anima y el animus respectivamente.

Para él, anima era el “aspecto femenino interno del hombre. El ánima es tanto un complejo personal como una imagen arquetípica de mujer en la psique masculina.  Es un factor inconsciente encarnado en cada niño, y es responsable del mecanismo de proyección.  Inicialmente identificada con la madre personal, el ánima se vivencia más adelante no sólo en otras mujeres, sino como una penetrante influencia en la vida de un hombre”.  Entonces el ánima “intensifica, exagera, falsea y mitologiza todas las relaciones emocionales – del hombre- con su trabajo y con otras personas de ambos sexos”.

El ánima se expresa en los hombres como proyección hacia las mujeres, por consiguiente las características de la misma se deducen en la ausencia de ellas en la personalidad de cada hombre.

Así mismo el animus es el “aspecto masculino interno de la mujer” e igualmente como con el ánima, el animus es un arquetipo e imagen arquetípica.

La mujer es compensada con un elemento masculino, y por lo tanto, su inconsciente tiene, como quien dice, un sello masculino.  Esto resulta de una considerable diferencia psicológica entre el hombre y la mujer, y por consiguiente, he llamado ánimus – que significa mente o espíritu – al factor proyectivo en la mujer.  El ánimus corresponde al Logos paterno, así como el ánima corresponde al Eros materno.

Mientras el ánima del hombre funciona como su alma, el ánimus de la mujer se parece más a una mente inconsciente.   De ésta manera el ánimus y el ánima actúan como mediadores entre el inconsciente y lo consciente” y para armonizarse con ellas tanto los hombres como las mujeres necesitan profundizar en ellas, comprenderlas e integrarlas.

De lo anterior, se desprende el planteamiento de la comprensión de los diferentes arquetipos anima y animus en los hombres y mujeres para lo cual se ha utilizado en la presente investigación, la psicología femenina y la psicología masculina mitológicas de Jean Shinoda Bolen.

Sin embargo es pertinente reiterar que para Jung los arquetipos son: “Elementos estructurales y primordiales de la psique humana”.

Los arquetipos son sistemas de aptitud para la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones.  Se heredan con la estructura cerebral – en verdad, son su aspecto psíquico.  Por un lado, representan un conservatismo instintivo muy fuerte, y por otro, constituyen el medio más eficaz concebible para la adaptación instintiva. Así que son, esencialmente, la parte infernal de la psique... aquella parte a través de la cual la psique se une a la naturaleza.

Igualmente Jung plantea que los arquetipos son “imágenes instintivas”, explicando que:...”Psicológicamente.... el arquetipo como imagen del instinto es una meta espiritual buscada por toda la naturaleza del hombre;  es el mar hacia el cual se encaminan todos los ríos, el premio que el héroe extrae de su lucha con el dragón.   Es evidente entonces que la comprensión y la integración consciente del arquetipo individual, construirá una identidad más armónica e integral, al menos a nivel psicológico como lo planteaba Jung.  Ya que la investigación apunta a integrar lo imaginario y lo subjetivo dentro de la construcción de las representaciones e identidades femeninas y masculinas.


Jean Shinoda Bolen profundiza en los arquetipos de los Dioses Griegos, en sus libros Los Dioses de Cada Hombre y Las Diosas de Cada Mujer;  siendo 8 arquetipos masculinos y 7 femeninos, entre los que se encuentran:  Zeús, Ares, Hermes, Poseidón, Hermes, Hefestos, Apolo, Hades y Dionisios; y en los femeninos:  Hera, Afrodita, Demeter, Perséfone, Hestia, Atenea y Artemisa.

Para Jean Shinoda:

 “En la Grecia antigua, las mujeres sabían que su vacación o su función en la vida las situaba bajo el dominio de una diosa concreta, a la cual veneraban; las tejedoras necesitan el patrocinio de Atenea;  las jóvenes se hallaban bajo la protección de Artemisa;  las mujeres casadas veneraban a Hera.  Las mujeres rendían culto y presentaban ofrendas ante los altares de las diosas cuya ayuda necesitaban.  Las mujeres que daban a luz rezaban a Artemisa para que las librase del dolor;  invitaban a Hestia a sus chimeneas para convertir sus casas en hogares.  Las diosas eran deidades poderosas, a las que se rendía homenaje con rituales, veneración, ofertas y sacrificios” …


Ahora, las diosas existen como arquetipos, solo que la mujer contemporánea no tiene en cuenta su imagen arquetípica y su mito personal ;  “dentro de las mujeres contemporáneas, las diosas existen como arquetipos y pueden – como en la antigua Grecia – conseguir lo que les corresponde y reclamar potestad sobre sus súbditos.  Incluso sin saber a qué diosa está sometido, una mujer puede, no obstante, “prestar” fidelidad a un arquetipo concreto durante un tiempo o durante toda su vida”,  es así que en la presente investigación se miran cuales son los arquetipos que ahora tanto los hombres como las mujeres expresan en sus prácticas sociales.

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