lunes, 30 de agosto de 2010

De Caravaggio y otros Dioses del altar de mi memoria



Tenía razón Walter Benjamin, y tiene razón Robert Hughes: la presencia de un cuadro - como representación pictórica y perdurable de la realidad - es insustituible; solo llegándose ante él es posible conocerlo en un modo que no se consigue ni examinando una ilustración ni leyendo una retahíla crítica. Detenerse ante un lienzo, admirarlo, saborear cada linea y color, suspirar el misterio y tal vez la banalidad entre las lineas, la conjeturas deliciosas e inevitables, es un placer secreto que creo es insustituible. Sedoso y lírico, conceptual y determinante, simplemente anodino.  Es cierto: hay un momento de acogimiento en la mirada, y luego esa comprensión repentina, que remueve lecturas, por supuesto, y trabaja con todos los posos que han dejado los libros y las telas, pero que viene de todo lo que el ojo recibe en la contemplación y que extrañamente, al final, se convierte en palabras. 

Siempre me sucede asi cuando miro un cuadro de Caravaggio. Me dejo caer en la eterea abstracción, en una felicidad hedonista que es casi dolorosa. Retozo en medio del color y el trazo con el corazón latiendome muy de prisa, un nudo de llanto ignoto apretandome la garganta. ¿Somos niños cuando el arte nos devuelve la humildad con cierta violencia? Quizá, o solamente, adoradores vacuos de un concepto espléndido y casi inalcanzable. Miro y no logro sino recordar que allí solo existe lugar para mis sentidos - palpitantes, angustiados, obnubilados por el placer de la belleza - y ver que aquí solo me quedan unas palabras resecas.  Para no olvidar, sin embargo, habrá que echar mano de ellas: esa oscuridad de la que salen los hombres tan solo porque la pintura los ilumina, porque su voluntad es iluminarlos, e iluminar lo que quiere hacer que exista ante los ojos.  Ese es su poder y su límite: sacar las cosas de la oscuridad, revelarlas.  Por eso la luz de Caravaggio es intencionada, y por eso se ceba con arbitrariedad y con cálculo sobre el torso de Cristo, central, impuesto a la vista, rotundo, revolviendo así todo el sentido del misterio cristiano (y con ello, todos los modos de percepción que la cultura occidental ha construido hasta llegar aquí): "Señoras, señores: no existe otra revelación que la de la carne".

2 comentarios:

Meny dijo...

wow!! cómo he deseado que mis profesores se expresen así en mis clases!! pero todos son tan metódicos y hasta intentan ser objetivos ¡todo tan aburrido y frustrante par mí! No quieres irte a dar clases a mi escuela Aglaia? y ese final!! ese final!! es una cita? por qué está en comillas? bueno, me encantó!! y Caravaggio ciertamente el padre del clroscuro, de la luz!!
Yo no sé, a mí se me hace tan difícil poder explicar las sencaiones que me producen ciertos cuadros, sobre todo al verlos en las galerías y/o museos, pero tú lo has hecho infinitamente maravilloso!

Miss B dijo...

ajajajaaj Meny, lo que ocurre es que creo que tanto tu como yo vemos el arte como una forma de pasión, una manera de ver el mundo tremendamente poderosa. Un profesor desea mostrarte la técnica, pero nosotros, los amantes del arte, vemos la historia escrita en belleza y poder en ella.

Un besote mi cielo, gracias por leer y comentar!

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