viernes, 25 de noviembre de 2016

Proyecto "Un país cada mes" Noviembre: Brasil. Machado de Assis.




Al escritor brasileño Machado de Assis ya se le consideraba un autor “moderno” antes que el término pudiera definir cualquier cosa. Aunque nadie sabía muy bien el motivo por el cual las obras del escritor asombraban de la manera en lo que hacían, ese elemento original era parte de no sólo de sus obras literarias (prolíficas y admiradas) sino también de sus experimentos personales, que incluían colecciones de microcuentos basados en el dolor y la desesperanza. Como si el dolor — ese viejo tema occidental, que despierta obsesiones — tuviera un nuevo rostro. ¿Qué hizo que la obra de Machado de Assis fuera un planteamiento fresco sobre esa visión del sufrimiento íntimo? ¿Cómo logró reinventar una interpretación sobre la naturaleza humana tan antigua?

Nadie podría decirlo con exactitud. Después de todo, Machado de Assis fue un hombre que miró el mundo desde una multiplicidad de dimensiones que aún asombra. Nacido en un Río de Janeiro ultraburgués y decimonónico, el escritor retrató una ciudad desaparecida — la Rio sugerida, soñada, inventada, convertida en leyenda — a través de una inmensa capacidad narrativa que encontró una furiosa inspiración en la ciudad. En más de una ocasión, se ha dicho que ese dolor latente — macerado por años de tristeza profunda — que Machado de Assis describe con tanto tino en sus obras, no es otra cosa que una descripción de esa noción de la urbe que muere y se desploma en las ausencias. Las villas de Santa Teresa en Brasil, las particularidades decadentes de los antiguos barrios elegantes como Botafogo, son parte de la perspectiva del autor pero también un personaje que se mueve al fondo del paisaje de sus historias. Una doble visión no sólo de la época que le tocó vivir — y a todo lo que tuvo que enfrentar para escribir — sino también, esa percepción sobre la identidad referencial que define a un autor. Lo que le brinda sustancia y sentido a su obra. Lo que le permite reconocerse a través de las palabras.

Para Machado de Assis el trayecto no fue sencillo: Tuvo que enfrentarse a prejuicios racistas en un Brasil muy prejuicioso (era mulato) y escribir, a pesar que la mayoría de los críticos y el público, juzgaron su obra a través de una sutil discriminación. A pesar de eso, el escritor se tomó la escritura como un juego de resistencia en el cual triunfó no sólo gracias a su innegable talento, sino también un punto de vista muy claro sobre lo que narraba — y el motivo por el cual lo hacía — y además, una perseverancia que venció todo tipo de obstáculos invisibles. Para Machado de Assis escribir no era sólo la construcción de una realidad mediata, una crónica conjuntiva de una opinión sensorial sobre lo que le rodeaba, sino una profunda experiencia emocional.

¿Es esa conexión sincera y prolífica con la emoción lo que hizo de la obra del escritor una referencia en la literatura de su país? Quizás lo sea, pero también hay mucho de experiencia vivencial, una bien cuidada consideración a la vitalidad del Brasil real y matizado por una nostálgica belleza en todo lo que Machado de Assis escribe. Eso, a pesar que el escritor en más de una ocasión aseguró que “aspiraba a la obra Universal y no sólo a la mirada cercana”. Aún así, cada una de sus novelas, poemas y microrrelatos, hay una vivacidad empañada de una cierta tristeza palpable. Una búsqueda de la individualidad a través de cierto desconsuelo invisible. Para Machado de Assis la escritura se convirtió en una conversación elemental sobre el dolor espiritual.

Tal vez se debió a su durísima historia personal: Joaquim María Machado de Assis nació en Río de Janeiro, como el quinto de una pareja de mulatos libres. Corría el año 1839 y el racismo en Brasil era quizás uno de los elementos más reconocibles en una cultura mestiza y la mayoría de las veces, violenta. Machado de Assis se enfrentó no sólo al estigma de su piel morena sino también, al de ser huérfano a muy temprana edad: sus padres murieron con meses de diferencia cuando apenas había alcanzado los cinco años. Criado por su madrastra, pasó buena parte de su infancia y adolescencia luchando contra las restricciones de una sociedad donde el color de la piel era un obstáculo insalvable para las ambiciones intelectuales. Aún así, Machado de Assis no se detuvo en el largo periplo de su temprana vocación como escritor: Pasó por la escuela pública pero su natural talento despuntó de inmediato y casi por completo, desde la necesidad autodidacta de aprender. Ese impulso vital del conocimiento lo acompañó cada día de su vida: de muchacho se enfrentó a la alienación y la pobreza a través del concienzudo — y a menudo — secreto aprendizaje y de adulto, fue una de las tantas formas de expresión que el escritor utilizó para construir su discurso literario. El mismo Machado de Assis contó en una ocasión que la curiosidad le permitió remontar la empinadisima cuesta de aprender a escribir por sus propios medios: En uno de sus primeros trabajos — como ayudante de cocina en la panadería de Mme. Guillot — aprendió a leer y a traducir en francés. A pocos días de su muerte, había comentado a sus parientes y amigos que comenzaba a aprender griego. “La vida es una sucesión de conocimientos” llegó a decir.

Machado de Assis era epiléptico y tartamudo, condiciones contra la luchó durante buena parte de su vida. Aún así, la salud frágil jamás fue otra cosa que un aliciente para alcanzar el triunfo literario. Para el escritor, la palabra era algo más que un medio de expresión: era una casa oculta donde podía construir todo tipo de visiones sobre el mundo en el que transitaba a diario. El paisaje de las calles del colegio de barrio al que tuvo que renunciar para trabajar, la cuidad informe y hostil. La ciudadela de conocimiento que la pobreza y su condición de mulato le vedó por tanto tiempo. Pero el escritor persistió y a falta de formación reglada, comprendió que la palabra — el sueño de la escritura — era algo más que el aprendizaje académico con el que añoraba.

En 1855, el futuro escritor llevaba unos buenos años de escritura continúa: cuando entró en contacto el grupo de escritores que se reunían en la librería de Paula les mostró lo que era la estructura de un poemario. Se trataba del génesis de lo que sería su primera publicación, el poema “Um anjo”, que lo reveló como un poeta sensible, hábil pero sobre todo, con una natural capacidad para conmover. Desde entonces, nunca dejó de publicar: mantuvo una actividad ininterrumpida hasta su muerte en 1908. Para Machado de Assis, había una conexión directa entre su necesidad de contar el mundo — contarse el mundo — y a la vez, traducirlo al norte de la palabra, lo que hizo que muy pronto, toda su vida tuviera relación con su prolífica vida intelectual. En el año 1856 comienza a trabajar como aprendiz de tipógrafo en la Imprensa Nacional de Brasil, oficio que le permitió comprender los intríngulis de la edición y la publicación. Gracias a los conocimientos que adquirió entre los veteranos del gremio, en el 58 se desempeña como revisor de pruebas en la editorial de Paula Brito y un año después, en el periódico Correio Mercantil. Todo lo anterior sin dejar de publicar, luchando desde su parcela y con las armas a su disposición contra los vericuetos de una cultura obsesionada con la discriminación y el prejuicio racial. Una y otra vez, Machado de Assis demuestra debe demostrar que es un escritor consecuente y lo hace, a través de esa paciencia suya tan joven y a la vez tan acendrada que pronto, le permite sostener una carrera editorial basada en su experiencia. Colabora en Marmota, Paraíba, Espelho -revista efímera que funda con Eleuterio de Sousa en 1858- y continúa en paralelo, esa mirada poética y profunda sobre la Brasil en plena transformación industrial. Machado de Assis se obsesiona, se asume parte de la transformación, mira el futuro a través de la pluma.
Cuando llega su primera colaboración en prosa — una traducción de Lamartine y su primer estudio crítico de renombre «O pasado, o presente e o futuro da literatura» sobre la formación de una literatura nacional — Machado de Assis descubre — o mejor dicho, confirma — que su vocación es algo más que una incidental combinación de gusto y habilidad. Como si la pasión que no sólo le permitió superar las trabas de sociales de cultura mestiza y violenta, también le obsequiara la trascendencia. A partir de entonces Machado de Assis se transforma quizás en el “Hombre Moderno” que trascendió a la historia. En el excelente escritor, cronista y periodista que forjó un estilo inconfundible que aún hoy se recuerda por su particular inteligencia e ironía.

La década de 1860 es una buena década para el escritor: pública buena parte de su producción teatral — Hoje avantal, amanha luva (1860), Queda que as mulheres têm para os tolos (1861), que aparece como una supuesta traducción, Desencantos (1861), Caminho da porta (1863), O protocolo (1863), Quase ministro (1863) y Os deuses de casaca (1866) — que a pesar de llevarse a las tablas y cosechar un discreto éxito en crítica, no le trae reconocimiento alguno. De nuevo, el racismo del Brasil de la época le restringe, parece cercar las aspiraciones del joven escritor devenido en dramaturgo. Pero Machado de Assis se enfrenta, continúa la travesía: en 1964 publica su primer libro de poesía romántica “Crisálidas”, que le trae el reconocimiento inmediato. El joven mulato de las calles de Río encuentra su lugar en medio de la mirada intelectual de su país.

En el año 1970, se publica su segundo libro de poesías “Favelas” con el que logra la fama y también, el respeto de la durísima comunidad literaria brasileña. Para entonces, ya Machado de Assis había descubierto el amor por la prosa y lo desarrolló en su primera novela Resurreição (1872), en la que hace gala de una extraordinaria penetración sicológica. Para sorpresa de la crítica y el público, Machado de Assis no sólo narra sino que también analiza sobre el dolor y el sufrimiento de una manera desconocida para el conservador ambiente literario del país. De la misma forma que cuatro décadas después lo harían escritores como Coetzee y Paul Auster, Machado de Assis reflexiona sobre la angustia y la pesadumbre pero no desde el lamento, sino desde cierta dureza analítica que asombra por su precisión. El escritor parece decidido a contar el mundo y además de eso, mirarlo desde una dimensión por momentos lóbrega. Nada escapa de esa poderosa noción del hombre por el hombre. De la realidad convertida en una visión metafórica de sí misma.

En una ocasión, se le preguntó al escritor por el motivo de su inspiración, la forma en que encajaba las piezas más dispares en un paisaje intrincado sobre la emoción humana: “Se trata de la belleza. Lo privado de la ternura. Lo que ante todo se debe exigir del escritor es cierto sentimiento íntimo que lo torne hombre de su tiempo y de su país, incluso cuando trate asuntos remotos en el tiempo y en el espacio.” Un recorrido primigenio — y privilegiado — por ese hilo conductor que une toda historia con otra. Tal vez por ese motivo, sus novelas están llenas de pesares pero también, de crudas alusiones a una realidad mucho más práctica: medita sobre el abandono, la ambición de clases, el sacrificio afectivo. Y lo hace mientras avanza de buena gana en un escenario entre el romance y la tragedia. Para Machado de Assis no hay nada simple, mucho menos evidente. El dolor se crea como un mensaje secreto entre las palabras.

Machado de Assis escribió durante toda su vida. Lo hizo con el mismo ímpetu de la juventud y hasta la muerte. Siguió enfrentándose al prejuicio, siguió aprendiendo a través de un esfuerzo sostenido y recurrente. Siguió persistiendo en una visión poderosa sobre el dolor, la humanidad y los dolores humanos. Y quizás esa línea continúa de poderosa creación — de profunda maravilla por el poder de la palabra — sea su mayor legado. Una forma de eternidad.

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