domingo, 3 de abril de 2016

Sangre de fuego y otras historias de brujería.




Mi familia tiene por costumbre - o la tenía, al menos durante mi niñez - de celebrar el solsticio de Verano con una enorme fogata donde todos los parientes y amigos se reunían para comer y beber. Juntos, celebrando el cambio de ciclo Solar con una saludable sensación de esperanza y alegría que el fuego parecía simbolizar mejor que cualquier otra cosa.

Era una ocasión importante. Mi abuela - la sabia, la bruja - dedicaba buena parte de los días previos a preparar una opípara cena que disfrutaríamos al calor de las brasas: Pan de miel y pasas, legumbres frescas, carne de pavo dorada en mantequilla.  Mis tias y primas decoraban el jardín antipático con guirnaldas de colores y se peinaban con trenzas elaboradísimas que tenían por objeto representar el poder de los pensamientos en pleno renacimiento. Llevaban vestidos blancos y joyas de plata. También el viejo caserón recibía su cuota de mimos: todo parecía brillante y recién pulido luego que un ejército de parientes bien intencionados se ocupara de limpiar, lustrar y remozar cada habitación y mueble. Al final, un ambiente festivo llenaba a todos, entre risas y un contagioso jolgorio general.

Pero en realidad, todo tenía relación con el fuego. Con su simbología, con lo que significaba como elemento real y metáfora del espíritu de las brujas. El fuego en el rojo de las cintas que colgaban de los árboles, el fuego en la cinta roja que ceñía los inmaculados vestidos blancos de las mujeres de mi familia. El fuego en los pasadores y peinetas que decoraban las trenzas que caían sobre nuestros hombros. El fuego en todas partes, una alegoría radiante de un tipo de renacimiento, no entendí muy bien.

- El fuego quema y da calor, no sé como lo consideran bello - pregunté en una de esas solemnes ocasiones, mientras mi abuelo y mi abuela se dedicaban a encender la fogata en el jardín - no sé por qué no les asusta. Además, muchas brujas murieron así ¿No?

Lo había leído por alguna parte y la imagen me obsesionaba desde entonces. Las brujas colgadas de estacas, atadas a enormes columnas talladas, siendo quemadas vivas entre gritos de miedo, mientras la muchedumbre a su alrededor lo celebraba. No era una imagen agradable y mucho menos que pudiera vincular con algo tan hermoso como un ritual familiar, así que no entendía por qué se encendía aquellas enormes brasas en mitad del jardín, que lanzaban lenguas de fuego a metros de altura y bailaban como espíritus resplandecientes en la oscuridad.

Mi abuelo y mi abuela intercambiaron una mirada que no comprendí. Una especie de paciencia enorme y bien asimilada. Fue mi abuelo quien se acercó a donde me encontraba de pie a considerable distancia del fuego,  mientras mi abuela seguía arrojando trozos de madera y carbón a las llamas.

- El fuego, en sí mismo, es una fuerza natural mi amor, no tiene nada de bueno o de malo. El ser humano, en su infinita capacidad para imaginar y crear lo utiliza como desea y como le conviene - me explicó. Una ráfaga de viento cruzó el jardín y me acarició el rostro, caliente e impregnada de cenizas incandescentes. Retrocedí, asustada - Pero el fuego es una manifestación de poder y de cambio no sólo para las creencias de esta casa sino para muchísimas culturas.

Abuelo era oriundo de las Islas Canarias en España y había atravesado medio mundo para llegar a Venezuela, país del que siempre insistía se había enamorado nada más pisar. Aún así, esa vena errante y nómada suya lo siguió acompañando buena parte de su vida y sabía que le apasionaban las costumbres de otros países y culturas. A pesar de mi miedo, lo miré con interés.

- ¿De verdad? - asintió - Pero abuelo, siempre que en una película quieren mostrar un desastre, aparece el fuego destrozandolo todo. Es...como el miedo convertido en algo real.

Tragué saliva. En algún lugar de mi mente, vi la imagen de una mujer atada que gritaba enloquecida de miedo, mientras el fuego se elevaba a su alrededor como olas carmesí. Me obligué a concentrarme en lo que decía mi abuelo.

- El fuego es quizás el elemento natural más devastador de todos, por donde pasa nada vuelve a ser igual. Nada queda intacto - reconoció mi abuelo - pero ese es su poder. Es su forma de manifestarse. Ahora bien, el fuego también puede purificar: puede destruir lo nocivo, lo contaminado y dejar sólo lo puro y esencial de un objeto. Los médicos de antaño curaban las heridas cauterizándolas, que no es otra cosa que quemarlas un poco para desinfectar y ayudar a su cicatrización. El fuego no sólo destruye, sino que también renueva: Con frecuencia, la tierra se quema para hacerla más fértil y mucho más provechosa para los cultivos.

Me sorprendió todo lo que mi abuelo me decía. Miré de nuevo la fogata cada vez más alta, elevándose desde su lecho de piedras planas hacia el cielo despejado. Tenía un aspecto salvaje, precioso. Sentí el antiguo miedo recorriendome, impregnado del denso olor a canela y a humo que lo llenaba todo.

-  El fuego ha formado parte de la vida del hombre desde hace el principio de la historia - continuó mi abuelo, con el rostro enrojecido por las rachas de calor que comenzaban a golpearnos el rostro - Los Romanos por ejemplo, creían que el fuego era una forma de expresión de los Dioses, justamente por su poder destructivo y creativo. Los griegos le veneraban como un poder primigenio y vital. Incluso los Egipcios, tan obsesionados con la muerte, creían que el fuego era el brillo de la vida, el origen de todo lo bueno y poderoso del mundo de los Misterioso.

El fuego, siempre el fuego. Con once años, había aprendido lo suficiente sobre el Arte de la Brujería cómo para saber que las brujas también consideraban al fuego poder puro. No sólo era el símbolo del espíritu de la bruja, sino también el poder real de sus pensamientos. Audaces, voraces, imparables. La fuerza brillante de su voluntad. Su indómita capacidad para hacerse cada vez más fuerte y avanzar, destruyendo y construyendo a su paso. Por supuesto, la imagen mental de todo eso era algo muy hermoso y profundo. Pero el fuego real era algo más: salvaje y violento, era no sólo un elemento, sino la capacidad misma de la naturaleza para destruirse y convertirse en algo más.

Quizás por eso, me dolía tanto que las brujas hubiesen sido quemadas. Que el odio hubiese transformado el fuego que amaban y veneraban en una herramienta de asesinato. Que la muerte llegara en la forma de las largas llamas infinitas que por siglos, habían representado lo más profundo y hermosos de sus creencias. Era un pensamiento desagradable y uno que me hacía analizar las quemas de brujas bajo un cariz incluso más temible: No sólo estaban asesinando a las mujeres que representaban la creencia, sino la creencia misma.

Mi abuelo regresó a su lugar junto a la fogata y siguió alimentándola con gestos precisos y firmes. No le tenía miedo, a pesar de los lentos estallidos de chispas y la forma como las llamas ondulaban mecidas por el viento. Lo miré todo, aún abrumada por la idea que el fuego podía destruir no sólo algo material sino las ideas. Por eso, se quemaban libros, se destruían bibliotecas quemándose. Como si el poder del fuego - primigenio y primitivo - tuviera la capacidad de volver cenizas no sólo lo que vemos sino también esa otra parte intangible que se sostiene en lo que creemos y aspiramos. Una idea inquietante.

- ¿Qué haces aquí y no comiendo manzanas horneadas hasta morir?

La voz de mi bisabuela me sobresaltó. La miré acercarse desde la casa apoyada en su bastón. También ella se había vestido para la ocasión: el cabello cobrizo veteado de canas le caía sobre el hombro y llevaba una toga blanca muy elegante, ajustada con un cinturón rojo. Me dedicó una de sus miradas brillantes y maliciosas.

- Pensaba sobre el fuego - dije. Tragué saliva -  Bisca, ¿El fuego puede crear el olvido?

La pregunta nació en algún lugar de mi mente y me asombró escucharla allí, convertida en palabras.  Pero quería escuchar lo que la bisabuela tenía que decir al respecto. Era una de las personas más inteligentes que conocía: amaba su mente audaz y llena de vericuetos.  Aguardé impaciente hasta que  detuvo a mi lado, con un gesto lento y elegante. Contempló el fuego en silencio.

- Es un medio, claro - dijo en voz baja, salpicada de los pequeños estallidos de la madera al quemarse - El hombre aprendió bien pronto que algo que se quema, ya no regresa. Que la ceniza se esparce y que los escombros se vuelven trozos irreconocibles. Y por supuesto, intentó usar el fuego para hacer precisamente lo que dices: destruir lo que podría molestarle, lo que deseaba quedara sepultado en la destrucción. El fuego es sin duda, una herramienta para el silencio, para los tiempos destruidos, para el silencio histórico.

Sus palabras me provocaron escalofríos, a pesar del calor cada vez más fuerte de la fogata. Sacudí la cabeza, con desaliento.

- ¿Y funciona?
- ¿Como me preguntas algo semejante? - soltó una carcajada - Ni tu ni yo estaríamos aquí esta noche si el fuego sólo invocara el olvido.

No supe que responder a eso. Miré como mis primitas corrían alrededor del fuego, lanzandole piedras y gritando para hacerse escuchar sobre el tronar de las llamas. Tuve el deseo casi instintivo de protegerles...y me pregunté de qué. ¿Las quemaduras? ¿Algo más?


- El fuego destruye lo que puede destruir, pero también purifica lo que puede purificar - dijo bisabuela en tono reposado - Puedes intentar quemar y destruir un altar, un templo, un edificio. Pero lo verdaderamente valioso que lo sostiene sobrevivirá de inmediato. Se hará más fuerte y poderoso. Porque habrá triunfado sobre la expiación, sobre el horror y la muerte. Por eso el Ave Fenix Egipcia debe morir quemándose para revivir gloriosa. Del fuego sólo sobrevive lo verdadero.

La frase me sacudió. Quise decir algo, invocar la imagen de la mujer ardiendo que tanto me atormentaba pero no lo logré. De pronto, en mi mente sólo había lugar para una extraña sensación de portento, como si las palabras de mi bisabuela iluminaran mis ideas como llamas reales.

- El acero se forja en fuego para lograr el metal purísimo. El oro se hace moldeable y preciado en fuego. La humanidad está llena de ejemplos que el fuego sólo es el paso previo de la purificación, de algo más grande y fuerte - me explicó entonces - por ese motivo también, el fuego permitió a la Brujería sobrevivir a pesar de los asesinatos y el miedo. Por ese motivo, la Brujería pudo enfrentarse a la ignorancia. El fuego quemó y lastimo, el fuego arrasó con siglos de conocimiento y tradiciones. Pero también, forjó el Arte para los milenios, para la trascendencia. Morir para renacer. Morir para ser primavera eterna.

Sentí lágrimas al fondo de los ojos, como si el escozor que me producía la ceniza se confundiera con la emoción que me embargó. Me sequé las mejillas con el dorso de la mano y mi abuela me dedicó una mirada ardiente, reflejo de la fogata unos metros más allá.

- ¿Por qué crees que se dice que una bruja tiene espíritu de fuego? - dijo - ¿Por qué una bruja invoca al fuego para recordarse su poder? Porque la voluntad del osado es invencible, imparable, furiosa. Como la llama que crece, como las olas flameantes que nacen del deseo. Una bruja es puro fuego recién nacido, siempre creciente. El poder de la pasión, de la sabiduría, la libertad de las ideas. El sueño creador.

Bisabuela suspiró, como si sus palabras le despertaran viejos recuerdos. Pero no me dijo cuales podrían ser. En lugar de eso, me pasó un brazo por los hombros, un gesto muy poco habitual en ella y me obligó a caminar a su lado hacia la mesa familiar. Mis tias y primas comenzaban a servir la cena y aquí y allá, el brillo del fuego sacaba resplandores a copas de cristal y cubiertos de plata.

- El fuego es el poder del conocimiento que nace y muere - dijo por último - y siempre sobrevive lo mejor. Cuando tengas dudas, recuerda esta mesa.

Hizo un gesto lento, señandolando a mis primas que reían y bromeaban entre sí, a mis tías que caminaban de un lado a otro, con sus largas melenas trenzadas rozándoles la espalda. Y de pronto, comprendí que la mujer que moría en mi mente, no estaba muerta en realidad. Que a pesar de su suplicio, aquí estaba otra vez, con docenas de rostros nuevos, renacida en el fuego de las Brujas que aún celebraban su creencia, que aún bailaban en nombre de la Luna Llena, hijas de la Diosa todas. Una familia interminable, antigua y venerable.

- Una bruja jamás muere del todo - mi bisabuela me dedicó una de sus firmes miradas verdes - le sobrevive siempre lo mejor de si misma: Ese hilo de fuego puro que le une a las mujeres que le precedieron y a las que están por nacer.

Sus palabras me sacudieron. Como si no sólo pudiera escucharlas, sino además las sintiera vibrar al fondo de mi espíritu, en ese lugar antiguo donde habita la bruja que era y en la que quería convertirme. Y sonreí disfrutando por primera vez de las ráfagas calientes del fuego golpeándome las mejillas. Los ojos llenos de lágrimas y fragmentos de luz. Parte de un fuego bendito, enorme, cada vez más fuerte. Ese que colorea el espíritu, que entibia el dolor y construye la sabiduría.

Una forma de soñar y crear.
Una forma de mirar el Infinito diáfano.
En el fuego que danza en el firmamento extraordinario del espíritu de una bruja.


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