martes, 14 de julio de 2015

Un debate entre fotógrafos: ¿Por qué se menosprecia la educación fotográfica?




Hace unos meses, leía que Leonardo Da Vinci era un autodidacta entusiasta de todas las ramas de las ciencias y de las artes. Que para el gran artista renacentista, aprender era un oficio que se construía a través de la experiencia personal, lo cual claro, es muy válido y con un enorme ingrediente de lógica. No obstante, Leonardo Da Vinci, también enseñaba. Con frecuencia, recibía en su taller diez o doce aprendices que aprendían de él lo básico del oficio como artista, lo cual podría resumirse en una variada cantidad de técnicas artísticas, conocimientos comerciales y todo lo que la experiencia de Leonardo Da Vinci — como artista y sobre todo, como proto ingeniero — podía brindarles. Un sistema que se repetía no sólo en el taller del genio Florentino, sino en todos los de los abundantes y extraordinarios genios del Renacimiento a lo largo de Europa.

Casi seiscientos años después, un jovencísimo dibujante llamado Henri Cartier-Bresson entraría al estudio del artista André Lhote en Montparnasse para aprender las nociones básicas sobre la pintura, con un método muy parecido quizás con el que aprendieron los anónimos aprendices de Da Vinci. Sentado a la mesa, en largas tardes tediosas alergatadas por el calor del verano Parísino, Cartier-Bresson no sólo aprendió los rudimentos de la técnica pictórica, sino esos elementos abstractos que brindan a una obra visual su belleza y profundidad. Aprendió sobre composición, el poder de crear escenas a través de decisiones estéticas y conceptuales muy específicas. Como lograr que una pieza artística pudiera no sólo asombrar sino conmover al espectador. En suma, el estudiante Henri Cartier-Bresson aprendió a pensar de manera artística, a utilizar sus recuerdos intelectuales y emocionales para crear obras que aspiraban fueran trascendentes. Y lo hizo a través de la experiencia de un respetado artista que le enseñó por todas las razones concretas por las cuales se educa a un artista en crecimiento: La necesidad de brindar los conocimientos necesarios para que el aprendiz no sólo pueda madurar como artista sino también, como creador de un lenguaje visual personal.

Unos años después, el joven dibujante abandonaría los lápices y tomaría una vieja cámara Krauss para inmortalizar escenas Costa de Marfil. Entusiasmado y asombrado, Cartier-Bresson descubriría esa idea básica sobre la fotografía que seduciría a muchos de los fotógrafos que le sucedieron: la capacidad de la imagen para inmortalizar, pero más allá, para crear y construir ideas profundas a través de lo inmediato.


Recuerdo ambas anécdotas mientras veo un caricatura en Facebook que se burla sobre lo que llama “los fotógrafos de academia”. La viñeta muestra a un sujeto irritante, con boina de artista y camisa a rayas, vociferando y exigiendo que una fotografía tenga una “composición, que me diga algo”. Lo hace, luego que una madre que sujeta un niño de la mano, insista en “no lo mires, es una mala influencia”. La caricatura, no sólo resume los habituales tópicos sobre los fotógrafos que educan en Escuelas y academias, sino que además, le brinda un cariz burlón, una interpretación sobre lo académico cercano en lo irritante y más allá de eso, innecesario. Según la imagen, tal pareciera que la fotografía — la de verdad — no necesita de otra cosa que talento para mostrarse, lo cual es una idea tan ambigua como insostenible. Que esas ideas burguesas y académicas como los principios técnicos, la composición, el uso de la luz y otras al estilo, son únicamente accesorias para crear una imagen perdurable. Más allá de eso, la caricatura, con toda su carga mordaz y sobre todo de aparente “crítica” hacia lo que parece ser un intelectualismo “innecesario” parece dejar muy claro que la fotografía no se aprende. Es algo intuitivo, elemental. Que brota de manera espontánea desde la cámara hacia la imagen que se capta.

La idea me desconcierta, porque no sólo se trata de un menosprecio muy claro y evidente hacia lo que es la fotografía como arte y técnica, sino para quienes la asumen como una experiencia vivencial y sobre todo, creativa que merece una cuota de esfuerzo y dedicación. Durante casi cinco años he trabajado como profesora de fotografía y la gran lección que la experiencia me ha brindado es un profundo respeto por la herencia y la continuidad del conocimiento fotográfico que crea el corpus de la fotografía. Un trayecto que me ha permitido asumir la importancia de comprender la fotografía como una disciplina que requiere esfuerzo, dedicación y sobre todo, una consecuente necesidad de madurar como artista visual. ¿Se trata de una percepción arrogante, innecesariamente intelectual o incluso sin valor real sobre lo que la fotografía supone como documento y expresión artística? ¿Por qué esa insistencia en infravalorar la necesidad de elaborar una idea fotográfica concluyente y consistente?

Resulta además preocupante que no sólo que se considere a la fotografía como una disciplina que no necesita — ni tampoco contiene — un tipo de conocimiento muy específico, sino que no merezca un determinado tipo de aprendizaje académico que admita método y estructura. ¿Cómo se interpreta entonces la fotografía? ¿Cómo mera técnica que no requiere ningún tipo de sensibilidad artística? ¿O cómo sólo una visión estética que no necesita ser profundizada ni tampoco analizada desde una perspectiva mucho más sustanciosa que la mecánica? Se trata de un pensamiento no sólo preocupante sino con una serie de implicaciones que afectan no sólo a la fotografía como arte y técnica sino como expresión formal de las ideas.

¿Exagerado? No lo es tanto. O al menos, no parece serlo cuando la fotografía se asume sólo como el resultado de un buen equipo fotográfico o como una serie de decisiones casuales donde la perspectiva del fotógrafo interviene muy poco. Lo es mucho más, cuando la fotografía se analiza como una serie de ideas que se repiten, como una búsqueda informal sobre patrones estéticos de dudoso valor conceptual. ¿Qué es entonces la fotografía? Podría preguntarse cualquiera. ¿En qué consiste la serie de ideas y fundamentos que la sostienen como lenguaje creativo? ¿Cuáles son las percepciones que no sólo elaboran una visión mucho más esencial de lo que la imagen como documento puede ser y sobre todo puede significar? ¿Y en cuánto de todas esas reflexiones interviene la educación, el aprendizaje metódico?

Son cuestionamientos básicos sobre el hecho fotográfico que parecen definir a la fotografía como algo más que un mero accidente de variables creativas. Lo que me hace preguntarme de nuevo ¿Por qué se menosprecia con tanta frecuencia el aprendizaje académico fotográfico? ¿Por qué suele desdeñarse lo que una Escuela de fotografía puede brindar? ¿Qué hace que aún se continúe considerando a la fotografía como un arte/técnica que no necesita de manera imprescindible un tipo de aprendizaje metódico y formal? Quizás, las razones podrían ser las siguientes:

* La fotografía y la cámara, el eterno dilema.
Decía Vilem Flusser en su magnifico ensayo “Hacia una filosofía de la fotografía” que el hecho fotográfico suele percibirse desde la óptica de lo necesario que es la cámara para lograr un resultado concreto. En otras palabras, el fotógrafo depende de la cámara para lograr expresar sus ideas, lo que limita — y en ocasiones distorsiona — su capacidad para construir ideas concluyentes sobre su opinión en imágenes. La cámara además, no sólo es el vehículo a través del cual se comunica el fotógrafo sino también, un elemento imprescindible para que la fotografía exista o eso es la conclusión básica a primera vista. Y esa perspectiva lo que ha hecho que la fotografía — como arte y concepto estético — se menosprecie y se considere un mero hecho técnico. Una idea que sugiere que el uso de la cámara — o el buen uso que se hace de ella, en todo caso — es suficiente para crear una imagen perdurable o lo suficientemente profunda para trascender.

De manera que se discute, si la cámara es el elemento básico en el lenguaje fotográfico de cualquier fotógrafo. Si una mejor cámara — o al contrario, una no tan tecnológicamente avanzada — podrá influir en el resultado de una propuesta artística visual. ¿Una gran cámara es el elemento preponderante en una gran imagen? ¿Una cámara por si sola representa un elemento concreto para hacer fotografía? Los razonamientos sobre este punto parecen extenderse hasta tocar puntos menos sutiles: ¿Sólo se necesita aprender el uso de una cámara para crear una buena fotográfica? ¿Es únicamente necesario la pericia técnica? Una y otra vez, la fotografía debe enfrentarse a esa simplificación, a esa idea básica que parece no sólo resumirla sino que menospreciar el sentido más profundo de lo que la creación visual puede ser.

La fotografía es algo más que el uso de la cámara y la educación fotográfica lo pone en perspectiva: No sólo te enseña el uso de la cámara como herramienta visual, sino como lograr que ese conocimiento facilite la capacidad de expresión artística del fotógrafo. Y aunque es indudable que la fotografía depende enteramente de la cámara para obtener un resultado final, el uso tecnológico de la herramienta debe tener una considerable sensibilidad artística para lograr un resultado creativo profundo. De la misma que la imagen no sólo es lo evidente, la fotografía no es sólo las herramientas que se usan para crear. Es quizás una combinación de ambas cosas y mucho más.

* La técnica básica versus el arte visual:
La fotografía nació por el ensayo y experimentación. Durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, la fotografía fue una combinación de errores y aciertos mecánicos que brindaron sentido a una serie de inquietudes artísticas, pero nada más. Finalmente y con toda probabilidad, gracias al trabajo sostenido de artistas de diversa índole y preparación, la fotografía se convirtió en una expresión estética y conceptual por derecho propio. Creaciones artísticas como las de Julia Margaret Cameron, Oscar Gustav Rejlander, Henry Peach Robinson, Man Ray y otros tantos, lograron brindar a la fotografía una percepción real como obra de arte. En su magnifica obra “Estética de la fotografía” André Adolphe Eugène Disdéri insiste en que la imagen fotográfica no sólo es un reflejo de la realidad, sino también una visión profunda y conceptual sobre la visión y la capacidad del fotógrafo para crear. Una percepción que convirtió a la fotografía de técnica química, en arte.

No obstante, la percepción de la fotografía como mero planteamiento técnico, continuó siendo parte de la comprensión sobre la imagen inmediata durante buena parte del siglo XX. No sólo se menospreció el posible lenguaje artístico de la fotografía, sino que el importante papel de la técnica solía utilizarse como argumento para asegurar que la fotografía sólo se resumía a sus elementos químicos. Tendrían que transcurrir unas seis décadas de encendido debate para que la fotografía lograra deslastrarse de esa idea sobre lo técnico en detrimento de lo artístico para lograr el equilibrio de percepción sobre la cual disfruta.

Y como cualquier otro arte — sobre todo uno tan relacionado con otras disciplinas artísticas mucho más antiguas — la fotografía puede y debe aprenderse. Puede y debe pulirse bajo la experiencia, la dedicación y el esfuerzo. Puede y debe comprenderse como una propuesta académica que implique procesos de aprendizaje. Puede y debe comprenderse como una estructura de conocimientos que enriquecen la propuesta y brindan al fotógrafos las herramientas para construir una idea fotográfica. Una visión sobre la fotografía que no sólo resume su indudable necesidad de asumir la importancia de la técnica, sino también el mundo privado del fotógrafo, su capacidad para la expresión artística y la comprensión de la fotografía como idea estética.

* Lo autodidacta: la única respuesta.
Hace cuatro o cinco décadas, aprender fotografía era un camino brumoso, genérico y a menudo privado que el fotógrafo realizaba a través de decisiones personales más o menos acertadas. La mayoría aprendía por el método directo de tomar una cámara y comenzar a fotografiar — lo cual es muy válido — o por el sucedáneo a ese, que consistía en asistir y acompañar a un fotógrafo de probados conocimientos para aprender con el ejemplo. Por años, la fotografía se limitó a un grupo de iniciados que aprendían fotografía por medio del ensayo y error, de repetir esquemas y sobre todo, de aventurarse en terreno desconocido para aprender por si mismos lo que la fotografía podía o no ser.

Por supuesto, con un método tan inexacto y brumoso, la mayoría de los fotógrafos en crecimiento, solían tropezarse con todo tipo de inconvenientes para aprender sobre la fotografía. No sólo porque el aprendizaje podía tonarse cuesta arriba en determinado punto sino además, tropezar directamente con el inconveniente de no disponer de los medios idóneos para comprender el proceso fotográfico a profundidad. Tal vez por ese motivo, poco a poco, grupos de renombrados fotógrafos comenzaron a crear cátedras informales para la enseñanza de la fotografía. Tanto en Francia como en Alemania, fotógrafos de experiencia comenzaron a resumir su aprendizaje y conocimiento fotográfico en métodos más o menos simples para enseñar fotografía, basándose además, en el método pictórico. Eso, a pesar que durante las dos primeras décadas del siglo XX, la educación fotográfica fue considerada no sólo una perdida de tiempo sino comparada con la artística, lo cual siempre brindó a la imagen instantánea un cariz de ciencia recién nacida con escasa capacidad estética.

Los fotógrafos Hilla y Bernd Becher son considerados de manera casi unánime como los padres de la fotografía contemporánea y la educación fotográfica. Ambos fundaron la escuela de Düsseldorf, convertida en referente de varias generaciones de artistas fundamentales hoy. No sólo fue el primer acercamiento de la fotografía como arte que merecía una metodología propia — y uno una combinación de factores tanto pictóricos como artísticos — y la dotaron de un método de enseñanza. Años después, Bernd Becher insistiría que la educación fotográfica era el complemento idóneo “para la experiencia consecuente” y sobre todo, una nueva comprensión sobre “la fotografía como expresión artística con independencia de cualquier otra rama de los saberes humanísticos”. (Lee más sobre la escuela de Düsseldorf aquí )

Fue un paso decisivo para convertir el conocimiento autodidacta en parte de la experiencia y no sólo, un único trayecto para el aprendizaje fotográfico. Pero sobre todo, fue un reconocimiento efectivo que la fotografía como método y arte, necesita un tipo de aprendizaje académico estructurado, como cualquier otra disciplina artística. Y aunque el conocimiento autodidacta es esencial para la comprensión de la fotografía como experiencia personal, también resulta imprescindible esa necesaria enseñanza de la fotografía como cuerpo de trabajo académico e idea que se sostiene sobre su propia historia, técnicas y sensibilidad. La fotografía no sólo como un suceso anecdótico y accidental, sino como una estructura sostenida bajo la idea que conceptual que la hace profunda y parte de una percepción artística concreta.

* La imagen documento como limitante:
Con frecuencia, se suele insistir que la fotografía sólo se aprende con una cámara en mano, practicando y sin atenerse a otras ideas que la realidad circundante de manera clara y directa. Esa conclusión acerca de lo fotografía puede ser, proviene del hecho que durante muchos años, la imagen instantánea se consideró válida en la medida que era capaz de reflejar la realidad de manera exacta y lo que solía llamarse “pura”. Con frecuencia, se insistía que la fotografía — debido generalmente a su inmediatez — era un documento cuyo objetivo era reflejar el mundo tal como era. Una percepción que no sólo menospreciaba la fotografía como vehículo artístico y reflexivo, sino las múltiples implicaciones de la imagen como objeto estético. Además, esa interpretación creó una nada alentadora percepción de la fotografía como fruto únicamente de la experiencia y de la habilidad técnica sobre los recursos y herramientas disponibles. Una noción que no sólo restringió la concepción de la fotografía como algo más que una mera concepción de la realidad sino como una pieza de arte esencial.

Con toda probabilidad, el concepto que la fotografía se aprende exclusivamente cámara en mano y recorriendo calles y ciudades, proviene del período donde la fotografía era de hecho, sólo documental. El resto de sus variantes — artísticas, conceptuales, netamente intimas — parecían relegadas a una franja de experimentación que a la que con frecuencia se infravaloraba en beneficio de su capacidad como documento. Una y otra vez, se insistía en que la fotografía no podía — o no debía, en todo caso — ser artística porque su sentido último era mostrar el mundo con toda pulcritud y honestidad. Las intervenciones estéticas, creaciones conceptuales y sobre todo, análisis estéticos desvirtuaban ese objetivo esencial y lo convertían en una idea de la fotografía incompleta e incluso, por completo distorsionada de lo que el planteamiento artístico podía ser.

Por supuesto, esa percepción afectó la manera como se aprendía o se enseñaba la fotografía. Hasta bien entrado el siglo XX la fotografía se asumió como un oficio periodístico o algo más cercano a la crónica visual que a otra cosa. Eso, a pesar de los continuados intentos de grandes fotógrafos como Cartier-Bresson (dibujante y también pintor) por dotar de sensibilidad y visión artística a su trabajo fotográfico. Pero el prejuicio sobre la fotografía en Estado puro (y la que no lo es) continúo siendo parte del debate fotográfico por largo tiempo, hasta que el discurso estético y artístico de la fotografía se hizo tan profundo que fue imposible continuar ignorándolo. Aún así, esa percepción de la fotografía “es la realidad y se aprende en la calle” continuó saboteando el concepto artístico y la expresión intima de la imagen por tanto tiempo como para convertirse en una conclusión muy corriente. Aún actualmente, se considera que la única forma válida de aprendizaje es la experiencia práctica y que cualquier otra consideración es superflua y poco importante.

¿Cuál es la respuesta correcta a la disyuntiva? Puede ser una combinación de tanto la percepción de la fotografía en Estado puro como la comprensión que la imagen no sólo expresa la realidad de manera directa. La creación fotográfica es un reflejo de su autor y por lo tanto, responde no sólo a como observa el mundo sino a como lo mira, lo analiza, lo percibe y lo comprende como reflejo de su opinión y su noción como identidad visual. Una obra de arte esencial con la misma validez de cualquier otra.

* Del autor y otras consideraciones:
Década tras década, la idea fotografía se ha debatido entre la percepción sobre su juventud como arte, en comparación con otras disciplinas artísticas y como afecta esa percepción a su estructura como proceso. Una idea que afecta como se percibe la capacidad del autor para conceptualizar lo visual en ideas concretas y sobre todo, al momento de elaborar una idea artística. ¿Es la fotografía una disciplina lo suficientemente sólida para generar productos artísticos? ¿La fotografía es capaz de ser algo más que una imagen concreta? ¿Cómo se completa el proceso artístico creativo a través de un medio tan joven que aparentemente carece de historia y profundidad?

Esa elucubración sobre los limitantes de la fotografía no es de data reciente: la autonomía artística de la fotografía fue discutida hasta principios del siglo XX y posteriormente, confundida con la profusa propaganda fascista Europea que la utilizó como principal medio de difusión. Recién durante la década de los ‘70, la fotografía comenzó a considerarse una pieza de arte basada en reflexiones y opiniones de su autor y es entonces, cuando da el gran salto para concebirse como reflejo de una idea estética y conceptual esencial, más allá de su capacidad para mostrar la realidad.

No obstante, todo este largo proceso de transformación, afectó la manera como se comprende la fotografía y como se aprende. Aún en la actualidad, la fotografía sigue considerándose un medio más que un producto artístico y sobre todo, un análisis de la realidad muy concreto. Eso, a pesar que la fotografía no sólo constituye en si misma un elemento artístico con valor específico sino que puede sostener un discurso visual coherente sin necesidad de cualquier otra disciplina. Pero a pesar de su autonomía e independencia conceptual, la fotografía se menosprecia como idea artística en la medida que se supone no sólo incompleta, sino además divorciada de la educación, referencias, capacidad de expresión y construcción de lenguaje de su autor.

Por tanto, la fotografía, como cualquier otro arte, no sólo es proclive de aprendizaje, sino que lo necesita en virtud de su perfeccionamiento, crecimiento y madurez como propuesta artística. No toda imagen que se capta fotográficamente es una fotografía. No toda fotografía es un documento visual artístico. La diferencia entre ambas cosas, se encuentra en la capacidad de su autor para profundizar sobre las ideas visuales que maneja y sobre todo, su noción sobre la perdurabilidad de su propuesta.



¿La fotografía puede aprenderse o no? ¿Es necesario aprenderla o no? La disyuntiva continua supongo y quizás, es necesario su planteamiento y discusión constante. Lo que puede resultar destructor a cualquier propuesta fotográfica es la infravaloración de la imagen como concepto y sobre todo de la fotografía como disciplina. Una visión desigual e incompleta sobre lo que la fotografía puede ser y sobre todo, lo que aspira a crear. Un lenguaje de ideas mucho más amplio que la simple propuesta técnica y más aún, que la mera idea de la fotografía como reflejo de la realidad.

1 comentarios:

EDUARDO ALVAREZ dijo...

Sin duda un gran articulo que todo fotógrafo amateur debería leer ...Solo que también debemos evaluar el ego del autodidacta que pretende ofender lo academicista de la fotografía para poder entender su incapacidad de prepararse .
saludos

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