martes, 11 de diciembre de 2018

Crónicas de la Nerd Entusiasta: ¿Por qué la película “Mary Queen Of Scots” de Josie Rourke le lleva tantos problemas mostrar una versión creíble de la historia?




En la película “Anne of the Thousand Days” (1969) de Charles Jarrott, los conflictos de la Corona Británica atraviesan cierta percepción sobre lo extravagante que raya en lo monstruoso. Versión libre sobre la historia de amor, dolor y muerte entre Anna Bolena y Enrique VIII, el argumento debe lidiar con los inevitables estereotipos sobre ambos personajes pero sobretodo, con el hecho que protagonizaron sucesos históricos de enorme importancia Universal. De modo que el director se toma una considerable cantidad de tiempo para analizar el contexto y también, para redundar en largos diálogos explicativos para mostrar al público la Inglaterra bajo el puño del libertino más conocido y contumaz de la historia del país. Con todo, la película equilibra la versión sobre lo ocurrido entre Enrique y la más famosa — y quizás trágica — de sus esposas, con una mirada cínica que responde no sólo a la perspectiva del guión sino también, la concepción de la época sobre las relaciones entre hombres y mujeres.

Hagamos un poco de historia: Para 1969, la discusión de los derechos de la mujer y la libertad individual se encontraban en pleno apogeo, por lo que Charles Jarrott tuvo que plantearse la idea sobre una nueva manera de analizar la controvertida figura de Ana Bolena. Hasta entonces, la segunda esposa de Enrique VIII había sido considerada una figura escandalosa, por completo opuesta a la imagen severa y ascética de Catalina de Aragón, primera esposa del Rey y quien fue abandonada — y despojada de todos sus privilegios — debido a la fulminante pasión real por la jovencísima Ana. Para Jarrott, el reto consistió en crear un concepto poderoso acerca de esa noción de la pasión y el desenfreno, sin que la “culpa” recayera sobre la figura de la real consorte y mucho menos, sin traicionar la verosimilitud histórica de la película. El resultado fue una originalísima combinación entre una película histórica al uso y algo mucho más memorable. Como ejemplo, esa asombrosa escena en que Enrique VIII (interpretado por un contundente Richard Burton), se enamora casi de inmediato de Ana (Geneviève Bujold) luego de verla bailando en la corte. Con toda la autoridad del Reino a sus espaldas, Enrique acude al Thomas Bolena (padre de la doncella) y le exige que “le entregue a su hijo, para complacencia del lecho de la Corte”. Por supuesto, para Thomas la petición no era sorprendente: Mary, la hermana mayor de Ana había sido amante real para luego ser repudiada, un destino que Thomas sabía esperaba a su hija menor. La conversación que ocurre inmediatamente después de la petición de la corona resume el ritmo de la película “No rechaces al Rey pero no permitas te aleje del Poder” dice Thomas a Ana. A partir de entonces, la película muestra el renacer de los Bolena de mano de Ana, convertida no sólo en una fulgurante estrella de la corte sino también, en el poder encarnado de una vieja conocida del trono: la favorita. Jarrot construyó un drama en que lo histórico y lo ficcional se sostienen a partes iguales y además, sostienen un sentido de la belleza tan importante como trascendental. Una y otra vez, el director logra eludir los engañosos espacios de la recreación histórica informal hasta lograr una película de un enorme contenido sustancial y un mensaje político concreto. Ana no es la víctima pero tampoco la mujer fácil que dibuja la historia. Trágica y poderosa, la figura histórica parece encontrar un lugar ideal para elaborar una percepción sobre el hecho Universal que cuenta por completo nuevo.

Otro acierto en esa concepción de lo histórico como una forma de espectáculo, lo fue la película “Elizabeth” (1998) de Shekhar Kapur, una combinación entre un thriller político de alta factura, un drama con motor histórico conmovedor pero también un retrato más o menos fidedigno de una mujer poderosa. Para la ocasión, el director resumió la figura de Elizabeth en varios puntos esenciales pero además, construyó un discurso a su alrededor que enlazó los detalles históricos hasta crear algo más poderoso que la única imagen de la Reina Virgen, encarnada con una asombrosa fuerza por la debutante Cate Blanchett. La Elizabeth de Kapur no sólo es poderosa sino también, creíble. Eso, a pesar de su gran cantidad de problemas de fondo y forma, en especial las muy criticadas salvedades históricas que durante buena parte de la promoción de la película se señalaron con insistencia despiadada. Enfundada en espléndidos trajes plagados de errores históricos — como el uso de telas, colores y joyas — y en medio de escenarios rutilantes, Kapur se enfrentó con el reto de hacer creíble una producción parcialmente verídica. Y lo hizo, gracias a su sabía combinación de buena dirección y a la vez, sensibilidad hacia su personaje. Kapur optó por sostener una versión casi trágica de Elizabeth, además de añadir una profunda mirada a su mundo interior, desde la infalible versión de “lo que pudiera haber sucedido sí…”, un recurso ucrónico que en la ficción del director, ensambla las piezas del argumento con una facilidad casi engañosa. Kapur admitió en más de una ocasión estar más interesado en la verdad emocional que en la histórica: “ Tome una decisión entre si quería que mostrar los detalles de la historia o las emociones de la Reina, no importa si eso significara alejarme de la esencia de la historia”, admitió Kapur durante la promoción del film. Y aunque grupos de historiadores tacharon a la película de falaz, poco convincente y por momento maniquea, Kapur esquivó los obstáculos con enorme elegancia: El resultado fue una película en la que Elizabeth existe como entidad, que se sostiene sobre una base histórica firme y construye una idea brillante sobre las implicaciones del poder.

Claro está, no es la primera vez que la historia de la Reina Virgen llegaba a la gran pantalla, con resultados dispares: Desde Sarah Bernhardt, Glenda Jackson, Flora Robson, Bette Davis hasta Jean Simmons, la Reina Elizabeth es un personaje lo suficientemente jugoso como para que su figura sea elaborada y concebida desde todo tipo de miradas y perspectivas. Desde la obra de Louis Mercanton y Henri Desfontaines “Les Amours de la reine Élisabeth”, que convirtió a la Bernhardt en una Elizabeth extrañamente lírica y casi trágica, hasta la imagen virginal y atónita de George Sidney en “The Young Bess”, dotando a Elizabeth de un pasado doloroso y formalmente poco exacto con el rostro de Jean Simmons, la historia de la Reina más importante de la sucesión dinástica Tudor, ha demostrado que tiene la capacidad de transformarse y expresar ideas profundas sobre su época pero además, reflejar la concepción sobre la mujer y su lugar histórica con suma facilidad. Quizás por ese motivo, la actuación de Blanchett sea quizás el epítome de la mujer fuerte que debe lidiar con el poder como un elemento casi incontrolable y desconocido entre sus manos. La actuación de Blanchett bajo la dirección de Kapur, dota a la Elizabeth histórica de una serie de graduaciones emocionales e intelectuales desconocidas. Un logro que encumbra la película y sostiene al personaje a pesar de los fallos cronológicos, conceptuales y culturales de los cuales se le acusan.

Algo de esa herencia pesada e incómoda sobre el realismo histórico en contraposición con el peso de una buena historia, es que la que enfrenta la recién estrenada “ Mary Queen of Scots” (2018) de la directora Josie Rourke. Como las anteriores películas mencionadas más arriba y otras tantas, la película de Rourke debe enfrentarse a la difícil dicotomía entre la realidad histórica, el contexto de sus personajes pero también, la elaborada visión de la directora sobre la figura femenina. Todo lo anterior mezclado con un trasfondo en apariencia de crítica y análisis sobre los peligros del poder. De hecho, Rourke parece tener mucho más problemas que otros directores para brindar todo tipo de detalles de importancia capital al espectador al momento de comprender las batallas, intrigas y dolores de las cortes enfrentadas. El argumento lidia con la percepción del Trono no sólo como una compresión sobre las líneas y vínculos estratégicos que los sostiene, sino además con una consecuente reflexión sobre el papel de la mujer en mundo de hombre. Pero “Mary Queen Of Scots” es una película histórica y por lo tanto, debe realizar la hazaña de meditar de manera convincente sobre la conexión emocional e intelectual entre lo bueno, lo malo y lo temible que se esconde en el enfrentamiento entre María Estuardo (Saoirse Ronan) y Elizabeth I (Margot Robbie). Primas lejanas pero enemigas por las corrientes de la historia, ambos personajes deberán enfrentarse en lo que se asimila desde la primera y fastuosa escena como una batalla ideológica y política en la que Elizabeth I parece tener todas las de perder, en contraposición con Católica María, que sostiene a la Inglaterra recalcitrante a los manejos extravagantes del recién fallecido Enrique VIII.

Por supuesto, para Rourke el conflicto emocional tiene un peso enorme, a la vez que trata de estructurar su argumento de la misma forma en que Kapur lo hizo con su ya icónica “Elizabeth”: la trama de “Mary Queen of Scots” tiene evidentes y notorios problemas de realidad histórica, pero apuesta a sus personajes para sostener la concepción del mundo como ambas lo comprenden. Situadas a extremos opuestos del espectro del poder, tanto María como Elizabeth deberán luchar por el control de un país dividido por la religión y la historia. Pero mientras Kapur convirtió a Elizabeth en una hábil estratega que creció con rapidez, en manos de Rourke tanto la Reina Virgen como María, tienen que enfrentarse a algo más intangible que la conciencia del vinculo familiar que las une y las separa a la vez. Sin duda que Rourke trata de complacer la visión sobre el papel femenino actual — la película está plagada de leves insinuaciones al poder de la mujer pero sobre todo, la necesidad de su reconocimiento — pero existe una evidente torpeza en la forma en que la directora ejecuta la idea. La fortaleza de ambos personajes no radica en su capacidad intelectual o su conocimiento político — como ocurría con la Elizabeth de Kapur — sino que están dominadas y sacudidas por sus personales conflictos y una ambición extraordinaria, no del todo comprensible en mitad de los trasiegos y componendas a su alrededor. Para bien o para mal “Mary Queen of Scots” es una película del siglo XXI que analiza ideas modernas bajo el cariz de personajes históricos reconocibles. No es algo que no se haya hecho antes pero el error de Rourke consiste en construir todo el entramado de su argumento sobre esa necesidad de complacer las nuevas sensibilidades alrededor de la película.

Para comenzar, la película tiene un elenco multi étnico que luce desconcertante al momento de analizar las corrientes sociales de la vida cortesana del siglo XVI. Desde personajes asiáticos hasta afrodescendientes, los palacios de ambas Reinas están llenos de una multitud de personajes inexplicables que restan verosimilitud al argumento. ¿Inevitable? sin duda. ¿Necesario? probablemente no. El hecho que la actriz Gemma Chan sea parte de la Corte de Elizabeth I, distorsiona la credibilidad de la película y añade un elemento de discusión innecesario. En cada escena en la que actriz aparece ataviada con espléndidos ropajes isabelinos, su evidente origen étnico resulta discordante en medio de la suntuosa puesta en escena. Lo preocupante, no es el hecho que la noción sobre lo histórico sino que además, la verosimilitud entera de la película dependa de los ligeros matices sesgados sobre temas polémicos ajenos a la trama central. La directora ha debido defender su decisión sobre el elenco durante la promoción del film e incluso ante la crítica especializada. Su respuesta al planteamiento — ¿era necesario fomentar una diatriba sobre el color de piel y origen cultural de personajes originalmente blancos? — siempre está encaminada hacia una conclusión poco convincente sobre el análisis histórico en su película “No iba a dirigir un drama de época completamente blanco” dijo Rourke al L.A. Times. “Simplemente no es una cosa que iba a hacer, a pesar de las presiones al respecto” añadió.

¿Se trató de presiones? En su momento Shekhar Kapur reflexionó sobre el elenco de “Elizabeth”, que conservó una rígida concepción sobre la realidad del la Inglaterra isabelina y sobre todo, de la Europa Medieval. Kapur omitió con deliberada intención los debates sobre hombres y mujeres de color en la Corte de Elizabeth y tampoco, abrió un debate involuntario sobre la inclusión en un argumento que intentaba retratar una versión mucho más certera sobre el manejo del poder maquiavélico. Al contrario, Rourke se decanta por lo contrario pero sin sostenerse bajo una cierta concepción sobre el hecho de la raza en una Europa aislada, clasista y sostenida sobre una profunda desigualdad social.

Mucho peor aún, la directora está mucho más interesada en convertir a María Estuardo en una figura progresista y pacificadora, que retratar al personaje real. En “Mary Queen of Scots”, a Estuardo se le muestra como una mujer profundamente piadosa, religiosa y tolerante. ¿Lo fue? Para los estándares de la época — en la que las cabezas coronadas asesinaban a sus esposas e hijos por culminar la batalla por el poder — las opiniones de María son bastante ponderadas, pero en realidad, eso no la hace pacificadora ni mucho menos la mujer virtuosa y dolorosamente escindida que muestra la película de Rourke. El argumento ignora las presiones internas que padeció la Reina y sobre todo el hecho, que habiéndose educado en Francia, María se vio obligada a pactar con calvinistas, cristianos y otras corrientes religiosas para aspirar al poder. En otras palabras, carecía del poder — y de hecho, del apoyo — para hacer cualquier otra cosa.

Cuando Shekhar Kapur decidió retratar el convulso período entre la muerte de Enrique VIII y la ascensión al trono de Elizabeth I, asumió que la Reina debía enfrentar al poder con astucia y además, un manejo consciente de las presiones que la rodeaban. Rourke opta exactamente por lo contrario y compone el Universo desde sus personajes desde lo obvio: María y Elizabeth son odiadas por su condición de mujer en un mundo de hombres y el hecho de resultar incómodas para las diferentes facciones de poder. En realidad, tanto María como Elizabeth debieron enfrentarse a presiones religiosas y políticas de envergadura, heredadas de una historia reciente de enfrentamientos entre facciones antagonistas. Para buena parte de los Lores y otros Aristócratas el problema real era de sucesión antes de género, lo que se demuestra en en la forma como ambas fueron atacadas — o recibieron apoyo — a través del Clero y el Vaticano.

La película de Rourke está llena de imprecisiones pero las salvedades, no sustentan un argumento más fuerte, como ocurre en “ María Estuardo” (1937) de John Ford, Leslie Goodwins, en la que la figura de ambas reinas tienen un ingrediente casi trágico en su connotación sobre el trono como peso insoportable y destructor. En “María, reina de Escocia” (1972) dirigida por Charles Jarrott, la Reina María es interpretada como una mujer fría e inalcanzable, que sostiene la concepción del poder como una línea de fuego que separa a quién lo detenta de sus semejantes. Para Rourke, la cuestión es muy más sencilla y esquemática: María y Elizabeth luchan por el poder, pero también por cierto heroísmo casi ideal que poco o nada tiene que ver con la encarnizada batalla que se adivina en la trastienda. Poco a poco, “Mary Queen of Scots” decae en medio de la floja percepción de lo emblemático y lo consistente del poder como una ceremonia absurda sobre el bien y el mal, los vínculos de sangre y las nociones sobre la identidad puestas a pruebas bajo el peso de la corona. Una aseveración cuando menos incompleta y sin duda, carente de la menor solidez.

En medio de una época en la que lo politicamente correcto acecha al arte como una amenaza concreta, “Mary Queen of Scots” no las tiene todas consigo entre complacer un planteamiento progresista sobre la historia y una connotación más moderna sobre el poder encarnado en el rostro de una mujer. Una percepción dual y débil que termina convirtiendo la película en una serie de lugares comunes en medio de un deslumbrante escenario. Quizás, la combinación más lamentable para una historia de semejante poder para cautivar.

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