domingo, 11 de septiembre de 2016

Una mirada al infinito y otras historias de brujería.




Cada cierto tiempo me ocurre: admito en voz alta que creo en lo sobrenatural y de pronto, la conversación que estoy sosteniendo con el eventual interlocutor, se detiene casi con brusquedad. Hay un silencio inquieto, un poco incómodo. De vez en cuando una risita. Casi siempre una broma. Luego, con toda probabilidad, alguien dirá:  "Te llamas a ti misma bruja, tienes que creer en cosas así" o alguna frase semejante. Y yo volveré a insistir que no se debe a mis creencias, se debe a mi suposición que el mundo puede ser más complejo de lo que asumimos. La discusión continuará, por supuesto, mientras él o ella me intenta convencer que pensar pueda existir algo inexplicable, es una manera de simplificar el mundo. Y yo diré justamente en lo contrario: que la posibilidad de lo sobrenatural abre un sinfín de posibilidades que no puede abarcar la mente, que te permite sentir esa extraña conexión con lo desconocido, con esa región primitiva de tu mente dispuesta a aceptar la evidencia que existe algo fuera de control del conocimiento del hombre. Una idea bonita que no siempre agrada a todos, y que la mayoría de las veces, irrita a algunos.

No siempre fue así. Durante mi adolescencia, me aferré al conocimiento científico como panacea de toda incertidumbre y sobre todo, como respuesta elemental a cualquier pregunta. No había una respuesta filosófica o humanista que me brindara un real consuelo. O no al menos, esa sensación concreta de sabiduría inmediata que me brindaba la ciencia. Eso desconcertaba a mi tía E. que solía insistir que las brujas creemos en lo sobrenatural para admitir que siempre habrá preguntas que responder. Que ninguna ciencia ni tampoco palabra es capaz de abarcarlo todo, de mirar toda la extensión de la sabiduría que nace y muere en la mente del hombre. Desde la altura de mis arrogantes once años, esa idea me parecía escandalosa.

- Creo que todo puede explicarse de una manera u otra - le insistí en una oportunidad - Estoy convencida que tarde o temprano, sabremos la respuesta incluso a las cosas más complicadas. ¿No se supone que eso busca el pensamiento occidental?

Me sentí orgullosa de utilizar esa frase enorme y tan adulta. Tia me dedicó una mirada desdeñosa.

- La realidad son dimensiones de conocimientos e ideas cada vez más profunda. Cada vez que te parece que comprendiste bien alguna cosa, descubres de inmediato que sólo es la frontera hacia algo mucho más amplio, complejo e interminable. Y es bueno que sea así.
- ¿Por qué?
- Porque somos hijos del conocimiento. Incluso sin saberlo, lo buscamos. Intentamos encontrarlo de una manera u otra.
- Eso no tiene sentido - me quedé - todos buscamos conocimiento de manera consciente. Queremos aprender, crear y construir algo más enorme.
- ¿Te parece? Todos empezamos mirando a lo desconocido para buscar aprender sobre nuestra naturaleza privada. Siempre buscamos más allá de nosotros lo que nos intriga en nuestro paisaje interior.

Me quedé en silencio, un poco desconcertada por esa idea. De pronto, me recordé a mi misma tendida sobre el techo de la casa de mi abuela, con los brazos abiertos y los ojos muy abiertos para contemplar la noche. Era un hábito que había tenido desde que era muy niña. Me embargaba una sensación de portento de maravilla humilde, al admirar ese infinito inimaginable, inabarcable. Me parecía comprender la pequeña y fugaz que puede ser la vida humana. Lo sencilla que puede ser en comparación con el portentoso misterio del Universo, de esa creación fértil e interminable que nos rodea en silencio. Tendida de espaldas sobre las tejas combadas y medio podridas por la humedad, sentía que podía abrazar la nada, que me rodeaba como algo real, susurrándome algunas cosas sobre mi limitada naturaleza. El hombre es una ínfima parte de una creación grandiosa y somos afortunados quizás, de estar conscientes de esa enormidad. Aunque, por supuesto, que interpretemos de esa idea, abarca otra forma de misterio: la reflexión humana sobre su propia existencia.

No obstante, al crecer esa percepción del Universo infinito dejó de importarme o mejor dicho, comencé a creer que la ciencia, en toda su mirada analítica, podía ofrecerme una explicación más profunda y válida con respecto al tema que las ideas que podía plantearme desde el asombro. Eso a pesar una parte de mi mente - una pequeña y que intentaba ignorar siempre que podía - insistía en esa perenne certeza que somos una parte diminuta de un todo infinito. De vez en cuando, me hacía preguntas filosóficas, que me hacían cuestionarme sobre el hecho de la verdad científica o al menos, asumir el conocimiento podía ser algo mucho más complejo que lo suponía.  Una realidad menos sencilla que la que puede traducirse en una fórmula matemática o bajo el lente de un microscopio. ¿Se trataba de una ingobernable ingenuidad? No lo dudo. ¿Otro atributo de mi desbocada imaginación? Claro, y también la firme creencia que la naturaleza - como parte de ese vasto todo inexplicable que nos rodea - tiene aún mucho con que sorprendernos.

Con todo, me llevaba esfuerzos admitir esa sutil sensación de portento que me provocaba lo desconocido, de manera que procuraba ocultarla siempre que podía. O disimularla lo suficiente como para que no pareciera parte de mi forma de pensar cotidiana. Y mucho menos, se lo diría a mi díscola tía E. que estaba tan convencida del valor de la duda y de la creatividad para explicar la incertidumbre. De manera que me encogí de hombros y traté de ignorar lo que insinuaba su pregunta.

- Todos asumimos lo desconocido como lo que carece de explicación - insistí - así que es parte de nuestra naturaleza brindarle cualquier explicación posible. Y la ciencia ofrece una más inmediata ¿No?

Crecí en una familia de científicos. A pesar de nuestras firmes creencias paganas, me hice adulta en un saludable clima escéptico, pero que en absoluto negaba otras posibles explicaciones a lo que creemos es la realidad y las reglas que la sostienen. De hecho,  mi tío Materno - Con un doctorado en química y otro en física a cuestas, profesor de una prestigiosa Universidad y numeral en la Academia de Ciencias de este país - fue la primera persona en hablarme de las intrincadas relaciones entre la ciencia y la fe, la creencia y el poder de demostrar lo inexplicable - o no hacerlo -. Una manera de interpretar lo que nos rodea,  que invita no solo a la especulación, sino además, al debate de las ideas.

Y lo hizo justamente después de una de aquellas fatigosas conversaciones con tia, que solían terminar en medio de un debate estéril sobre lo que debía o no creer. Al final, se trataba de un punto de vista sobre el conocimiento que no sabía muy bien como comprender. De manera que decidí preguntar al respecto al único miembro de la familia que creía podía tener una opinión sobre la vida - y sus pequeños misterios - más allá de la tradición que había heredado nuestra familia.

- ¿Crees en la Diosa?

Levantó la mirada del escritorio donde trabajaba. Por entonces tendría unos veinte años recién cumplidos y faltarían unos cuantas décadas para que se convirtiera en el renombrado científico que sería después.  Por ahora, era un muchacho alto y desgarbado, totalmente dedicado al conocimiento científico.  Me gustaba mirarlo trabajar por horas en su pequeña biblioteca en la vieja casona de mi abuela, inclinado sobre su escritorio, rodeado de hojas llenas de símbolos que no tenía idea que podían significar.  Me dedicó una de sus largas miradas miopes.

- ¿Por qué no tendría que creer? - Su juego favorito: Una pregunta que contesta otra. Me encogí de hombros.
- Estudias cosas de ciencia. Seguro encontraste que todo lo que es creer tiene una explicación - le expliqué. Mi tío sonrió.
- No todo es tan sencillo. Que comprendas cómo funciona algo, no hace que comprendas su origen. No de inmediato. Ven aquí - me levantó y me sentó en sus rodillas. El valle interminable de sus hojas llenas de números y símbolos se extendió en todas direcciones - ¿sabes que investigo?
- No - admití. Tenía una idea que hacía "cosas con la ciencia" pero no me pareció una buena respuesta.
- Investigo sobre la  óptica cuántica - dijo. Aquello me sonó tan abstruso que no pude ni empezar a pensar que significaba. Aguardé a que me explicara - quiero saber que efectos tiene la luz sobre las cosas físicas. Como cambia la luz la realidad.
- ¿Puede hacerlo? - pregunté asombrada.
- Claro que puede. La luz, la energía, puede crear algo nuevo en el mundo. Puede transformar lo que consideramos realidad. Aunque no lo veas.
- Suena como magia.
- Lo es, un poco - mi tío soltó una carcajada traviesa - aunque claro, eso no lo dice ningún libro respetable. Pero la energía, es capaz de transformar lo que te rodea. En infinitas variaciones. De formas asombrosas. Eso es lo que estudio.

Intenté entender lo que me decía: lo que me explicaba se parecía más a las invocaciones del ritual de la abuela que a lo que se podía leer en un libro de ciencias de la Escuela. Pero allí estaban todos aquellos papeles para demostrarlo, todos los libros que mi tío leía siempre, sus cálculos matemáticos. Tomé la hoja que me había mostrado y miré los símbolos, los números, preguntándome si allí estaban todas las respuestas a las cosas que me preguntaba siempre. ¿Que es la Diosa? ¿Quien soy yo? ¿Por qué existo?¿Qué hay más allá de lo que puedo ver?

- No aún - dijo, cuando se lo pregunté - pero es probable que no necesitan responderlas. Que lo puedas demostrar, no quiere decir sea la única respuesta. Y que no puedas hacerlo, no significa que no existe. El mundo no es tan simple.
- Pero tu eres científico.
- Pero también puedo pensar - me hizo un guiño burlón - nunca dejes que nada te diga como pensar. Ciencia o religión, busca siempre tus propias respuestas.


La frase me hizo parpadear. Se parecía mucho a la que había leído en uno de los Libros de las Sombras de la casa, unos días antes. "Nada es lo que parece y cada uno debe encontrar sus propias respuestas". La había encontrado un largo relato sobre la experiencia de una bruja familiar que había visto una figura borrosa, en el pasillo de la casa donde. "¿Un fantasma? Un espíritu?  Inexplicable" había escrito la bruja entre desconcertada y fascinada.  Luego, había descrito como la imagen parecía flotar en medio de la diáfana luz del día que se colaba por el pasillo. Real, pero a la vez, sin sentido. Para la bruja - una parienta desconocida que había vivido tres o cuatro décadas antes que yo naciera - la explicación formaba parte de sus creencias y puntos de vista, más que un hecho cierto. ¿Eso tenía sentido? ¿Coincidían en algún punto la interpretación de mi tío sobre las cosas y la de la mujer que había vivido una experiencia tan insólita? Todo aquello me parecía muy confuso.

- Te parece confuso porque lo es - río mi tío cuando se lo conté - pero es estupendo que sea así. Nada tiene una explicación sencilla. La ciencia se hace preguntas e intenta responderlas lo mejor que puede y su mérito reside en su capacidad de seguir preguntándose incluso cuando las respuestas sean enrevesadas que te obligue a cuestionar todo lo que asumes por real. De la misma manera que para mi el comportamiento de átomos y protones es un misterio, para la mujer que vio algo que no pudo explicar el enigma comienza en nuestra necesidad de entender que ocurre. Negar algo sólo porque no pueda explicarse de inmediato nos condena a cierta arrogancia, a una limitada visión sobre lo que el mundo puede ser.

- Pero un fantasma es algo...fantasioso - tercié no muy convencida. Tío suspiró, mirando las hojas a su alrededor, repletas de cálculos complejos que yo no tenía la menor idea que podían significar.

- Hace cien años, pensar en el espacio como una red interconectada e invisible de partículas, debió parecer magia y de la peligrosa. Hace siglos atrás, la idea que la tierra girara en torno al sol podía llevarte a la muerte.  Lo sobrenatural, lo que somos incapaces de comprender de inmediato, también puede ser real. Tanto como para ser temible si lo asumes como parte de lo que analizas como conocimiento. De ese tránsito de la conciencia que llamamos aprender.


Recordé de nuevo el relato de la bruja sobre sus experiencias con lo sobrenatural.  Parecía obsesionada por el hecho de explicar todo tipo de escenas y sucesos que era incapaz de comprender de inmediato. Había dedicado más de cinco hojas de detallada descripción, a la ocasión  en que había percibido con toda claridad la presencia de algo que no podía explicar. Había sentido miedo, pero también de nuevo, asombro. Asombro como el que sentía yo de niña ante la cúpula celeste. Asombro al entender que el mundo es mucho más de lo que podemos explicar, comprender, asumir como real. O eso pensé, con una rara sensación de reconocimiento que me desconcertó por su profundidad.

- Lo sobrenatural es una manera de explicar lo desconocido. Una forma de aceptar que no todas las respuestas son sencillas - dijo mi tío - durante toda mi vida, me he hecho preguntas que quizás, también se hicieron hombres de todas las épocas. Sólo que ahora son preguntas científicas y antes eran preguntas religiosas. Lo sobrenatural cambia de sentido. Lo sobrenatural hace que comprendas que todavía necesitas avanzar mucho más en tus cuestionamientos para asumir su valor. ¿Por qué no asumir que puede haber una parte de la realidad que no entiendes a pesar de todos los esfuerzos de la ciencia por intentar meditar sobre el tema? ¿Por qué creer que lo sobrenatural sólo puede asustar? ¿Y que ocurre con la emoción? ¿Esta enorme sensación de estar conectada con la realidad, con la capacidad de mi mente para comprenderla?

No supe que responder a eso. Nos quedamos mirando por la ventana entreabierta de su estudio hacia la ciudad que se extendía más allá de las murallas del jardín. Llovía. Una de esas tormentas veraniegas de cielos color plomo y rayos púrpuras. Y de pronto imaginé como sería un espectáculo semejante en la antigüedad. Como asombraría, el desconcierto que provocaría esa violenta reacción de la naturaleza que ni el más sabio de los hombres podía explicar. La sensación de prodigio y miedo hacia un espectáculo natural inexplicable. . La luz del rayo, el sonido del trueno. Y esta conexión enigmática con el todo del tiempo que transcurre ¿Hay ciencia que pueda explicar esto? Me pregunté de pronto ¿Hay una palabra que pueda abarcar todo?

- No, no la hay. O al menos todavía no existe - dijo en voz baja. La lluvia pareció elevarse en una ráfaga plateada que llenó el mundo - y es estupendo que todavía la realidad implique el reto de explicarse. Una mirada al misterio, como diría mi madre.

Sonreí. Mi abuela - la sabia, la bruja - siempre insistía en que los misterios - o nuestra creencia en ellos - era la base de toda sabiduría. Me quedé pensando si de alguna forma sutil, la brujería sabía del poder de las respuestas complicadas. De esa necesidad de aprender que nos lleva a vencer nuestros propios límites.

- Toda bruja sabe que para aprender debe luchar contra el alivio de la ignorancia - dijo mi tío cuando me escuchó - y eso lo he escuchado durante toda mi vida. Habrá algo de verdad en eso ¿No?

Me hizo un guiño malicioso, tan parecido a los de mi abuela. Reímos juntos, mirando la lluvia hacerse diáfana, brillante. Una colección de pequeños fragmentos de luz fugitivo. Un misterio dentro de un misterio. Una historia incompleta en medio de la maravilla simple del ser humano.

***

Hace cinco años, le otorgaron a mi tío un numeral en la Academia de Ciencias de Venezuela. Un gran honor para toda la familia. Le acompañé claro, sentada en la lujosa sala de recepción, rodeada de los retratos de grandes y respetados científicos de la historia. Me emocioné hasta las lágrimas cuando subió al podio de discursos, llevando entre las manos un fajo de papeles, tan parecidos a sus hojas desordenadas de jovencito, del científico a medio construir que luchaba por crearse su propio significado de la verdad. Ahora era un hombre sereno, de barba rubia y chispeantes ojos verdes detrás de sus enormes anteojos de miope. Pero la pasión era la misma. Y el ardor por comprender el mundo, también.

- Al principio, era la luz - comenzó a leer su discurso con una sonrisa - y la Luz lo era todo. Y nadie entendía el motivo por el que era. Casi magia, para los primeros científicos, para los que se hacían preguntas sin respuestas, para los que intentaron contestarlas. Y por entonces, la luz, era magia. Era Divina. Era una Diosa.

Me dedicó una rápida mirada que comprendí muy bien. Se me escapó una carcajada ahogada de emoción. Porque tuve la sensación que de alguna manera, aquellas venerables paredes escuchaban la palabra "magia" y "Diosa" por primera vez. Y que significado tenían para mi que así fuera, que manera de comprender que el mundo es una interminable complejidad de ideas que parecen entrecruzarse entre sí, explicarse siempre a medias, construir respuestas que solo harán que nos formulemos nuevas preguntas. Porque el misterio del mundo y del Universo, continúa siendo inexpresable, quizás enorme para la mente humana, pero aún así real, infinito en sus posibilidades. Una manera de soñar.

Mi tío sonrío cuando lo abracé para felicitarlo, unas horas después. Llevaba la medalla de la Academia de Ciencias bien visible en la camisa almidonada, y debajo de ella, algo que solo entreví. Una pequeña estrella de cinco puntas. Obsequio de mi abuela, sin duda. Quise decir algo, significativo, que abarcara mi emoción, la sensación de comprender el poder de aquel momento, lo que significaba para los curiosos, para los preguntones, para los que amaban la ciencia pero también el poder de pensar. Pero solo toqué la Medalla con delicadeza, casi con respeto. Mi tío asintió, comprendiendo y me pasó un brazo por los hombros con calidez.

- La ciencia es de los que preguntan, no de los creen que tienen la respuestas - dijo - esa es la manera de crear.

Un sueño repetido mil veces, una idea que abarca el infinito quizás. La vida, nuestra interpretación de ella, como un imagen que transcurre casi excesivamente rápido, que se construye así misma, que elabora su propia versión de la verdad.

- Entonces ¿crees en fantasmas? - me sobresalta la voz de mi interlocutor, el mismo de la risita y el comentario irónico sobre la brujería. Casi había olvidado que continuabamos hablando. Sonrío, una gran sonrisa satisfecha, con una sensación de radiante comprensión o mejor aún, de comprender el valor de la duda.

¿Hay respuestas sobre en qué consideramos creíble y que no? ¿Un limite claro entre la búsqueda de repuesta y nuestra capacidad para asumir que no las tenemos todas? En mi caso, no lo creo. Lleva esfuerzo admitirlo pero yo lo hago con toda tranquilidad: creo en lo sobrenatural. Estoy totalmente convencida que hay fenómenos inexplicables por la ciencia y también, todo una serie de ideas que no podemos abarcar en su totalidad. Eso es bueno y más allá, eso es parte de la ilimitada capacidad del ser humano para cuestionar una y otra vez, la realidad.

C'est la vie.

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