domingo, 9 de agosto de 2015

El nombre del cielo estrellado y otras historias de brujería.



La primera vez que hice una tradicional bolsita de protección, resultó un desastre. No sólo porque el método no era tan sencillo como yo había supuesto - a pesar de las explicaciones de mi abuela - sino por mis pocas habilidades para cortar y coser. Frustrada y un poco entristecida, sostuve entre las manos el trozo de tela mal cosido con el relleno saliéndosele por los bordes, preguntándome que podía hacer para mejorarlo. No se me ocurrió mejor idea, que volverlo a hacer. Con dedos torpes, volví a abrir los bordes cosidos y dejé la tela con su contenido de hierbas y pequeños granos sobre la mesa.

Mi tia, desde el mesón de la cocina, me miró con una de sus sonrisas discretas. Me lo tomé como una ofensa. Tomé una bocanada de aire y sacudí la cabeza, muy altiva.

- No se me dan bien estas cosas - anuncié - yo hago cosas importantes como estudiar y fotografíar.

Con catorce años, está atravesando la adolescencia más tópica. Me encontraba siempre irritada, malhumorada y con frecuencia, siempre bien dispuesta a rebelarme contra las ideas con las que había crecido. Una y otra vez, me encontré no sólo preguntándome si era necesario confiar en las creencias en las que se había educado, sino creer en cualquier cosa. Y más allá de eso, asumir que el mundo era tal y como mi familia me lo había mostrado. Desde una arrogancia muy inocente, comencé a cuestionarme no sólo el origen de mis ideas más personales sino el mismo hecho de su existencia.

De manera que la Brujería, era otra de las cosas contra las cuales me enfrentaba. Comencé a hacer incómodas preguntas en voz alta, sobre el motivo por el cual debía asumir como ciertas una serie de visiones sobre el mundo tan antiguas como inaplicables. El motivo por el cual debía considerarlas válidas. Sentía una insoportable sensación de desánimo por el mero hecho de reflexionar sobre esa percepción del mundo poética, casi ideal. ¿Donde encajaban esos viejos rituales y costumbres en el mundo que me tocó vivir? ¿Que sentido tenía creer cuando el mundo a tu alrededor parecía simplemente recordarte que lo que consideras real carece la mayoría de las veces de sentido? En más de una ocasión me encontré aplastada por esa incredulidad recién nacida, esa sensación de decepción que me provocaba descubrir que el mundo podía ser un lugar violento, cruel y extrañamente desigual.

- Ya veo. Entonces, para nuestra artista, este tipo de creaciones son del todo superfluas, supongo - dijo mi tía. Y aunque trató de hacerlo en un tono serio y monocorde, noté que los labios se le tensaban por los deseos de reir. Me sentí insultada.
- A lo que me refiero es que una estupidez hacer saquitos con hierbas mientras en el mundo mueren cientos de personas. Mientras te asesinan, te maltratan. El mundo es un lugar feo y esto - señalé la mesa llena de granos, hierbas en ramitas y tijeras - no lo hará más bello. Solo es un engaño.

Me sentí muy digna con mi declaración. También un poco violenta. Me quedé allí, sentada con los brazos cruzados, mientras mi tia continuaba salando la sopa del almuerzo. La escuché suspirar.

- Entonces, todo eso lo haces nada más por complacer lo que te enseñamos - me dijo. Levantó la cabeza y me dedicó una mirada larga, indefinible - Para seguir una tradición que no comprendes ni tampoco te gusta.
- Sí - dije de inmediato - así es.

Eso no era del todo cierto. De hecho, amaba la brujería tanto como para que me avergozara admitirlo en voz alta. Pero una adolescente rebelde de cabello en punta, mucho maquillaje y ropa rota no admite esas cosas. De manera que me quedé muy quieta en la silla, mirando a mi tia desafiante. Estaba esperando me gritara, me dijera alguna reprimenda. Pero no lo hizo. Se quedó muy quieta y después, ladeó la cabeza con un movimiento rigido.

- Entonces, no lo hagas más - dijo con toda simplicidad. No había furia en su voz, solo una ligera frialdad que me desconcertó.
- Pero es que la abuela dice... - balbuceé tomada por sorpresa - es decir...
- Mi hermana te está educando como crees que debes ser educada, pero eso no quiere decir que debas obedecerla o escojas este camino - comentó y en mi desconcierto, me irritó el trono teatral. ¿Que era aquello? ¿Una bravuconada? me dije. Pero tía sólo estaba allí, de pie, con su habitual pose relajada. Sus extraños ojos grises brillando a la luz de la tarde.
- Puedo hacerlo, sabes - me ufané - yo no necesito que me digan que hacer. O que me enseñen cosas que sólo son una colección de anecdotas. No necesito nada de esto.
- Por supuesto que no y estas en tu derecho, escoger esa opción.

Entonces hizo algo que me sorprendió mucho: se inclinó sobre la mesa y recogió con un gesto fluido y muy rápido, la tela malcortada, las tijeras de bronce, los hilos y las agujas. La miré boquiabierta mientras ella se guardaba todo en un bolsillo de su sueter de nudos favorito.

- Yo podía hacer eso - me quejé. En realidad, me había dolido un poco lo que había hecho, como si el movimiento rápido y firme de sus manos me resultara algún tipo de reprimenda silenciosa. Pero no lo admitiría en voz alta. Claro que no. Así que continué allí, sin saber que hacer a continuación y decidida a no dejarme vencer.
- No hace falta. No tocarás nada más sobre brujería de ahora en más. Estás en tu derecho.

El corazón me comenzó a latir más rápido. Sentí que las mejillas se me calentaban de sorpresa y preocupación sin que pudiera disimularlo. Me levanté de la silla, un poco atolondrada mientras mi tia volvía junto a su lugar en el mesón de la cocina.

- ¿Como que no tocaré nada más? - pregunté. Me irritó el tono nervioso de mi voz.
- Lo que escuchaste. No necesitas volver a estudiar, ni a escribir en tu Libro de las Sombras. Ni hacer rituales. No necesitas absoluitamente nada de lo que hacemos, si no lo deseas hacer. La creencia, como cualquier obra humana, debe ser voluntaria. O sería una obligación.

Vaya, eso no era lo que había pensado en primer lugar, me dije. Simplemente...me miré los dedos cortados y pinchados por las agujas...sólo se trataba de no entender por qué debía coser una bolsa de tela y llenarla de hierbas. Por qué eso debía simbolizar algo. Pero habían tantas cosas en la Brujería que amaba. Tantas cosas que comprendía bien y formaban parte de mi manera de pensar. Me quedé muy quieta, con las manos apretadas contra los costados, esperando sin saber muy bien qué. Mi tia siguió cortando verduras con dedos agiles, sin dedicarme una segunda mirada.

- O sea, no puedo aprender más porque no se me da la gana de hacer una bolsita ridicula - estallé con todo el ánimo exaltado de la adolescencia. Levanté los brazos, sacudí la cabeza furiosa - ¡O es como dicen o no es de ninguna otra forma! ¿No es así?

Mi tia siguió cortando el montón de vegetales. Un toc toc monótomo que hizo sonar ridiculo mi tono de voz alterado y chillón. Me callé, con la respiración agitada y mordiendome los labios de puro nerviosismo.

- No, nadie dice que debas hacerlo a nuestra forma. O a la de cualquiera, si vamos al caso - me respondió - necesitas es crear tu propia visión de las cosas. Y ya lo dijiste: No es la nuestra.
- ¿Todo esto por no querer hacer un saquito de protección?  - insistí.
- ¿No me dijiste que no tenía el menor sentido hacer este tipo de cosas porque el mundo era esencialmente feo y esto no tenía el menor significado?
- Sí, pero...
- Entonces, si no tiene el menor significado, no lo hagas.

Me dio la espalda y siguió atareada en lo suyo. La actitud serena y dura de la tia comenzaba a asustarme de verdad y pensé, que tal vez no se trataba de una reprimenda o cualquier otro forma de escarmiento, sino que hablaba en serio. Me pregunté si realmente, me prohibiría continuar leyendo los Libros de las Sombras de la Biblioteca, participar en los rituales de la familia e incluso...sentí un escalofrío ante esa posibilidad: llevar mi propio cuaderno de aprendizaje. Me imaginé, teniendo que entregar todos los que durante casi cinco años había escrito a diario. Mis rituales personales, mis más privadas experiencias. Con la imaginación extravagante y melodramática de la adolescencia, me vi extendiendo los manos para arrojar al fuego mis amados cuadernos, repletos de recuerdos, pensamientos, vivencias...

- Escucha... - me acerqué al mesón de la cocina. Tia me ignoró con un gesto muy estudiado y casi severo - no es...es decir, no puedo abandonar todo por esta estupidez.
- No se trata de una estupidez - terció. Puse los ojos en blanco.
- ¿Por qué es tan importante?

Tia sacudió la cabeza, exasperada. Dejó el cuchillo y sus verduras - ¡Por fin, resople furiosa! - y después,  me hizo una seña que la siguiera de nuevo a la mesa. Una vez allí, vació los bolsillos sobre la madera. Miré el montón de hojitas, telas e hilos con rencor.

- Lo es, hija, porque la brujería no es únicamente una idea abstracta, sino una forma de mirar el mundo y se manifiesta hasta en la menor de los elementos que componen sus tradiciones y costumbres. No se trata que aceptes todo lo que te decimos mientras te educamos sino que encuentres un lugar para toda esa filosofía de pensamiento en tu vida - suspiró - cuando tu abuela decidió educarte en la Brujería, tu madre y yo le preguntamos en que podría ayudar a una chica de esta época y de esta década, todo ese gran bagaje de conocimiento heredado, doméstico. Tradiciones antiquisimas.

Tomó la tela y la extendió sobre la mesa con un gesto lento. Después levantó la aguja y la enhebró con hilo verde. Lo sostuvo bien alto, para que lo mirara. Lo hice, a regañadientes, queriendo escuchar más de lo que estaba diciendo.

- ¿Y que respondió? - pregunté cuando no pude contenerme. Tia sonrió y tomando la tela, comenzó a zurcir con cuidado los bordes.
- Nos dijo que tu decidirías después si algo de la historia familiar te era útil. Si algo de lo que te enseñábamos, podía formar parte de su vida - la aguja pareció volverse parte del carcomido trozo de lino. El hilo subiendo y bajando en las esquinas, enhebrándose con una gracia que yo no podía habría podido lograr nunca - e insistió, que tenías el derecho de tomar decisiones. Siempre. Que debíamos pensar en educar a una mujer libre.

Siguió cosiendo. Miré admirada como el trozo de tela desigual de pronto se transformó en un cuadrado de puntas desiguales, tirante e impecable. Después, tomó la aguja más grande, la de cobre y comenzó a coser una fina linea alrededor de las esquinas. Lo miré todo, pensando en lo que acababa de decir.  En la que forma como la brujería había influido en mi vida. En cómo toda esa percepción de mi vida como un hecho creativo, como una manera de soñar y aspirar a la esperanza, me había hecho mucho más fuerte, respetuosa. Una mujer convencida del poder de construir y de elaborar una reflexión sobre lo que necesito, lo que creo poder elaborar como identidad. De pronto, noté que la brujería no era sólo una enseñanza, era parte de mis pensamientos. De mi manera de concebirme. ¿Cuantas veces no me había llamado orgullosamente bruja? ¿Cuantas veces no había decidido no temer ni tampoco guardar silencio gracias a esa noción de siempre asumir el poder de mis capacidad para crear? ¿Cuanta de esa osadía, de esa inocencia y sobre todo, independencia mental, se la debía a la brujería?

- Hay una vieja leyenda en brujería sobre la bruja tejedora. La bruja que es capaz de mezclar el mundo físico y el mundo espíritual a través de sus ideas - continuó. Con delicadeza, hizo pasar un cordel verde oscuro por el ojo de la aguja de bronce y tirando de él, unió las cuatro esquinas. La bolsita de tela pareció surgir en un único movimiento, nacer de mi imaginación - Para una bruja, coser no es sólo un acto doméstico, es recordar esa capacidad de unir la tradición, la que hereda, la que la enriquece, con su vida, con sus aspiraciones de futuro, con su manera de crear. La bruja que tiene la necesidad de hacerse preguntas, de enhebrar el conocimiento como un hilo de respuestas.

Tomó las hojitas de albahaca, los granos de mostaza, la verde hoja de Laurel y las introdujo en el saquito. Luego le agregó una varita de canela que tomó de uno de los recipientes de la mesa. Entonces tiró del cordel verde y la bolsita se cerró, con un movimiento casi oloroso a conocimiento, a belleza. O a mi me lo pareció, desconcertada por la emoción que me invadió, por la intima sensación de asombro que me llenaron sus palabras.

- Una bolsita no puede salvar el mundo, pero si te recordará que tu puedes hacerlo - dijo mi tia. Con delicadeza, rodeó el nudo de la bolsita con un poco de mecate de arpillera. Lo sujeto con fuerza y lo cerró con dos vueltas firmes. Luego me la entregó, en un gesto lento y casi dulce que tuvo algo de ceremonial - somos lo que aprendemos, las decisiones que tomamos. Y como lo aprendemos, es parte del proceso. Existe una visión sobre el conocimiento que es privado, que es único. Que es el centro de tu mente y todas las cosas. No es sólo lo que aprendemos, sino el trayecto al centro mismo de ese conocimiento. De esa noción de prodigio. De esa experiencia que es parte de quienes somos y cómo nos comprendemos.

Me quedé con la bolsita entre las manos. La apreté, con un escalofrío de emoción recorriendome que me negué a admitir. La guardé en mi morral, con delicadeza. Tia continúo sentada en la mesa, con las manos apoyadas apenas en la madera. La miré, desconfiada.

- Quiero aprender - dije. Tia asintió.
- Lo supuse. Entonces aprende. Nada es más poderoso que el deseo de crecer. Hazlo a tu manera, sin que nadie te vea. Pero aprende, se fuerte. Busca lo que deseas encontrar.

Sonrío, al recordar esa escena. La extraña sensación de no comprender bien las palabras de tia y el hecho, que me llevó un largo esfuerzos aprenderlas finalmente. Pensando en todas las noches en que me encerré a mi habitación para coser, para intentar crear esa noción sobre la historia, tan pequeña y tan humilde, en tela e hilo, pabilo y conocimientos ancestrales. De todas las puntadas que equivoqué, en la frustración de temer. Imaginando todas las mujeres - las brujas - que antes que yo, crearon desde el silencio, aprendieron desde esa tradición pequeña pero poderosa. De esa noción del poder intimo. Y finalmente, esa sensación de triunfo, al comprender que cada conocimiento es una pieza del futuro, que cada idea que se crea es una forma de mirar nuestro propio Universo personal. Sentada, en mi cama de adolescente, rodeada de libros y cámaras y con un pequeño saco de tela malcosida entre las manos. Sonriendo ante la mezcla de una historia más vieja que la mía y la que estoy a punto de crear.

Un tiempo sin nombre. Un hilo de conocimiento que tomo entre los dedos. Un paisaje privado que construyo a diario. Como una aventura profunda y privada, que creo en privado. Como un sueño a medio completar.



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