martes, 8 de julio de 2014

Carta abierta a la Odalisca en Pantalón rojo, de Matisse: Mapa de ruta al dolor de un país sin historia.





Querida Odalisca:

Diez años han transcurrido desde que desapareciste en esa circunstancia brumosa que llamamos país. Te fuiste en silencio, casi don discreción. Tanto así, que casi nadie notó su ausencia. O de hacerlo, no le dio importancia. Así somos en este, tu país adoptivo: descuidados, desconcertados y la mayoría de la veces destructivos. De manera que no es de extrañar que nadie notara tu notoria ausencia, que una copia barata te sustituyera sin que algún ojo experto se sobresaltara o al menos diera la voz de alarma. Plácida y primordial, abandonaste el país que tanto se enorgullecía de tenerte por la puerta pequeña. ¿Quién lo diría?

Por entonces, la llamada “Revolución cultural” tenía envalentonados a todos. En el año 2000, estrenando nuevo siglo, todavía nuestro país inocente no había comprendido la estafa histórica que sufría. No le hacia falta tampoco: Había aires de celebración, esa atmósfera de festividad de pueblo tan simple que pareció sustituir el buen juicio. El puño en alto, la ideología bien visible: así recordábamos los Venezolanos el valor de la utopía. O creía recordarlo en todo caso. Tu padre en Oleos, el bien amado Matisse ya lo decía por entonces “Las circunstancias transforman la belleza en símbolo”. Y bien que lo sabría él, que atravesó con dignidad esa época de ruptura de un siglo que nació a través de la rebeldía y la euforia. Y de allí, naciste tu, una obra inolvidable, donde la belleza tenía tanta fuerza como lo que se esconde entre los trazos hábiles de color. Ese discurso hábil y centenario que quiso contar una historia, que forma parte de la memoria Universal por cuenta propia.

Pero en esta Venezuela que rememora al buen salvaje de Rousseau, eso no importa. Lo importante en las artes, es que sean representativas del puño en alto, del grito de la consigna. El arte por el arte, ya no se estila. Porque en esta Venezuela herida de patriotismo, sofocada por la insistencia en una visión política que se transforma en dogma, el arte puede resultar peligroso. El arte es de hecho una contradicción a esa peculiar necesidad de control, ese puño de hierro que aplasta y sofoca la historia. Porque para la Revolución, la libertad es una amenaza, visión difusa de esa necesidad de igualdad autoimpuesta, obligatoria y debida que la identifica. Así que imagina, que simbolizará para una ideología militarista, centralista y autocrática la independencia del pensamiento, esa furiosa necesidad de crear y construir, que destruye limites y crea otros nuevos, que brinda opinión, sentido y criterio a cada aspecto de la vida.

Una amenaza, sin duda. Una grieta en el ese entramado fijo y aparentemente sin resquicio de la ideología que aplasta, que sofoca, que exige. Que a fuerza de repetirse, se convierte en una proclama. En una forma de identidad.

Y allí estabas tu, flotando, exquisita y espléndida, en mitad de un maremágnum de transformación. La revolución que adjudicó otro valor a lo artístico, que lo transformó en propaganda, en lamentable hilo conductor de una necesidad inhóspita de convalidar el rencor. El Museo de Arte Contemporáneo, que te recibió con los brazos abiertos se transformó en otra cosa. Se deterioró lentamente, perdido y aplastado por el peso de la historia reciente, de la construida a trozos, de la que mira con desconfianza la belleza. Quienes te admiraron y recorrieron medio mundo para obsequiarle a Venezuela tu rostro, los trazos deliciosos y vitales que te crean, expulsados del nuevo Reino del Arte que predica una única postura, el que no se resiste, el que baja la cabeza. A nadie extrañó, por tanto, que esa noche — ¿O fue un día? — alguien decidiera que no tenía mucho sentido que continuaras allí, en la pared húmeda y agrietada, entre el polvo y la telaraña. Te tomó, con el desparpajo de la violencia y este desorden, de forma y fondo, y te arrebató a la historia de nuestro país. Y a cambio, con ese simbolismo de la frusilería, de lo superficial, dejó una copia. Una imitación burda de quien eres y más doloroso aún, de lo que fuiste para los amantes del arte de este país.

Nadie sabe muy bien donde estuviste durante estos diez años. Quizás abandonada de toda metáfora. Perdida y cubierta de polvo, sin valor, ajena. Ciega. ¡Duele tanto imaginarte así! A ti, pequeño tesoro de un país que te miró con admiración. Pero tal vez ese país ya no existe: Porque durante esos diez años que dormiste — o deambulaste de aquí para allá en el silencio — Venezuela cambio. Venezuela avanzó inexorable por un camino deteriorado, lleno de baches, zigzagueando de un lado a otro hacia el desastre. Venezuela olvidó toda aspiración por lo excelso, lo poderoso de la belleza, para mirar, en pleno ombliguismo absurdo, el arte como una idea rota. Porque mientras dormías, pasajera e itinerante, parpadeando entre manos ajenas, el país que te amó tanto como para considerarte suya, te repudió. No a viva voz, no como un reclamo, sino en todo lo que representas. Porque Venezuela, escindida, violenta, sofocada bajo el puño de lo único, miro al arte como el enemigo, el que se atreve a disentir, el que busca un resquicio de libertad para sobrevivir. ¿Y es que como puede una Revolución que no habla de ideas sino de armas, que insiste en la autopreservación antes que la construcción de ideas comprender lo que representa la belleza? ¿A donde va el arte en un país que necesita símbolos prestados para construirse, que asume la estética, lo que se escribe y lo que se pinta, lo que sueña y lo que se canta como un ataque frontal a esa unidad granítica que necesita para subsistir? ¡Hasta el humor, Odalisca nos ha robado esta revolución verde oliva! ¡Hasta los deseos de reír con inteligencia, de criticar con elocuencia, nos arrebata — o lo intenta — esta ideología del resentimiento, esta visión de lo social que no admite replica. Y uniformados en lo caotico, en la defensa de la supervivencia, aplastados y heridos por el terror, intentamos continuar, con equipaje liviano. Con las manos vacías.

No reconocerías a esta Venezuela a la que regresas: depauperada, con el espíritu quebrantado, con tantos lutos sobre lutos que ya es parte de lo esencial que se acepta. No reconocerías a esta generación agotada, dolorida y asustada, que huye de Venezuela al vacío, sin mirar hacia atrás. No reconocerías las calles desoladas, el verbo insustancial. Y esta pobreza Odalisca, esta inquietante frugalidad del pensamiento. Que dolor recibirte así, desnudos, con las manos abiertas porque te necesitamos pero sin saber para qué. Que vergonzoso, tener que hablarte del resentimiento que se hizo parte del lenguaje, del dolor que se hizo lágrima seca, de este gentilicio del horror que construimos en quince años de enfrentamientos y abrumador desconcierto.

Y Como quisiera, bella Odalisca, decirte que tu regreso es un señal de reconstrucción, que esperarte con los brazos abiertos, celebrando que volviste luego de ese largo periplo fugitivo, será un reencuentro. Pero no puedo decírtelo, mi querida. No puedo ocultarte lo que te espera aquí, lo que no reconocerás aquí. Porque repatriada y devuelva a quienes te esperamos, sólo serás la metáfora de lo que perdimos y no podemos recuperar, de lo que asumimos — tememos — como necesario e inevitable. Porque entre el sufrimiento de lo que perdimos y la conciencia de la irrecuperable, te esperamos, los que aún creemos que el arte es una forma de sanación, lo que aún aspiramos a contemplar la belleza para recordar lo bueno y lo sustancial.

Pero en esta Venezuela descreída, en esta Venezuela rota, eso no es suficiente. Cómo duele admitirlo, como pesa en el alma del que busca, del que lucha, aceptar que el arte por el arte — de nuevo esa visión de lo que se promueve y se construye más allá de cualquier significado — en este país ya no es consuelo. Tu no lo serás, a pesar de tu belleza, de tu historia, de la alegría que despierta tu regreso. Quisiera decirte que sí, quisiera celebrarlo también pero no puedo hacerlo. Eso, a pesar del amor que te profeso, del amor del que asume el arte como redentor. Eso, a pesar de lo esperanza que me aferro.

Pero no, para la Revolución resquebrajada, para el país en precario equilibrio sobre el desastre, la metáfora de la capacidad de construir y crear, ya no es suficiente. Y quizás, en un largo tiempo, no lo será.

Aún así, iré en cuanto pueda para verte. Otra vez, gloriosa y única, colgada en la pared agrietada de un viejo Museo de un país mudable y circunstancial. Te miraré, para sonreír, para admirarte, para pensar que quizás y a pesar de mis terrores y dudas, simbolizas algo nuevo, algo mucho más poderoso de lo que yo puedo admitir en mi cinismo descreído.

Una nueva mirada a lo viejo. Una esperanza que se renueva.

Ese siempre será el poder del arte, quizás.

Te recibo entonces, con la alegría prudente del sobreviviente, a medio camino entre la desesperanza y la alegría. Una Venezolana que te quiere,

A.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Co!!!, una y mil veces Co!!!!.

Unknown dijo...

Durante los años 92 y 93 viví en Parque Central, me prestaron un apartamento para poder hacer mi tesis de arquitectura. Era perfecto para mi además poder visitar casi a diario el MACCSI, se convirtió en una especie de patio de juegos, cuando me "trancaba" con las ideas bastaba ir a visitar a mis grandes amigos, el Gato de Botero, la Suite Vollard de Picasso, la" M" de Tapies.... la Odalisca de Matisse. Un simple paseo de 5 minutos era suficiente para limpiarme las neuronas. Al mudarme de ciudad dejé de frecuentar el MACCSI, lo dejé de ver por años, fuí nuevamente en el año 2009 si no recuerdo mal, (todo lo demás es un mal recuerdo), ... la sensación era de sentirte vigilado, como si nada allí tuviese sentido, era el único visitante, un guardia me seguía en todo momento (me di cuenta que era sólo para encender y apagar las luces de las salas donde entraba o salía), filtraciones en todos lados, salas cerradas, ... y un solo comentario "échese una apuraita porque hoy cerramos más temprano porque tenemos una reunión del sindicato"... mi única respuesta " tranquilo amigo, ya me voy, ya ví todo lo que había que ver"... mi antiguo patio de juegos no era más que un vulgar chiquero....Lloré co!!! ... coincido contigo Aglaia, no creo que estemos preparados para recibir tan ilustre visita.

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