lunes, 26 de agosto de 2013

De la comunicación y otras visiones del mundo: Lo superficial como noticia.





Hace unos días, mi lectura de noticias matutinas comienza con la siguiente: "Internautas intentan impedir que Ben Afleck sea Batman". El titular se refiere claro, a la reciente contratación del actor para interpretar al héroe de comic en una venidera adaptación cinematográfica. El alboroto mediático no me sorprende: vivimos en una cultura banal que disfruta de lo superficial con mucho desparpajo, que se interpreta así misma a través de la idea del mundo como un eterno melodrama. Lo que sí me sorprende - y me preocupa - es que la noticia, que ocupa casi todos los titulares de noticia, oculta otra, mucho más real y angustiosa: "medicos Sin fronteras confirma el uso de armas Químicas en Siria". ¿Lo más inquietante de todo lo anterior? La noticia sobre Afleck ocupa el suficiente centimetraje como para que la gran mayoría de las redes Sociales debatan sobre el tema con enorme seriedad, mientras que la información sobre Siria - y otras de igual importancia - se diluye entre ellas, se fragmenta en el marasmo de palabras y opiniones que las ignoran con toda facilidad. Con un sobresalto, me pregunto que ocurre en esta sociedad que se alimenta de lo frivolo y lo superficial tal vez como una manera de evadir la realidad, de ignorarla y quizás hasta negarla. La sensación que produce esa información hueca, accesible pero caótica, es cuando menos de profunda inquietud.

Porque vivimos en un mundo impensable en cualquier época anterior: la información que se comparte y se extiende en todo medio de comunicación imaginable, es libre y la mayoría de las veces sin ninguna restricción. Y no hablamos solo de Internet, sino a todo tipo de medios que permiten distribuir y comercializar la información como si de un artículo de consumo más se tratase. Hablamos de editoriales, periódicos, emisoras de radio. Me refiero en concreto a la facilidad con la cual la información se asume como cierta, se debate, se distribuye. La información - que no es lo mismo que conocimiento y aprendizaje - como arma.

Pero sigamos analizando el tema que comentaba antes. Aturdida por el debate mediático Afleck, comienzo a investigar un poco: de pronto me tropiezo con una petición Online que solicita a los productores de la futura versión cinematográfica en que la que el actor participará, que desistan de su intención de incluirlo en casting como el mítico personaje de DC Comics. Casi 34.000 internautas firman la petición, donde declaran su preocupación por el futuro de la franquicia cinematográfica. Una fracción de la cantidad de personas que han muerto durante los enfrentamientos entre rebeldes y el Gobierno de Assad durante este año. Peor aún: las pocas peticiones online que encuentro con respecto al tema de Siria - exigiendo intervención de las fuerzas de Paz de la ONU en el conflicto - apenas reciben atención mediática. Ninguna tiene más de diez mil firmantes. Y continuo investigando, encontrándome que Siria es un tema menor, uno que se intenta interpretar entre las habituales opiniones que insiste que en clasificar al conflicto como interno y restar importancia a las informaciones "sesgadas" que se hacen del dominio público. Más allá, el conflicto Sirio parece deambular en una especie de justificación silente, esa que intenta definir los conflictos armados de carácter regional como algo más que situaciones de interés loca. ¿Qué ocurre con los asesinatos que se cometen bajo esa indiferencia internacional de proporciones monstruosas? ¿Qué ocurre bajo el manto del anonimato de un enfrentamiento que se descalifica como "civil" como si las muertes que provoca fueran menos dolorosas o reales? Inquieta el pensamiento que Siria parece caer en el tópico, en esas discusiones fragmentadas e intelectuales que intentan convencer al observador, a ese que escucha  la información de las miles de fuentes disponibles, que no es tan importante lo que ocurre como interpretar su origen. Y que lamentable - angustioso - resulta comprender que el mundo olvidó que la muerte siempre será la muerte, que el asesinato por el poder siempre será un crimen de consecuencias imprevisibles. Y es que la información por barata, por mercadeable, por abundante, parece tropezar una y otra vez con la idea del significado de lo que es o no importante, significativo, digno de mención. La información lo es todo, la visión general del mundo se confunde en infinitas variaciones de una misma idea. ¿Y cual es esa idea? Probablemente una muy sencilla: El mundo puede interpretarse de la manera más comprensible y no por ese motivo, la más correcta y cercana a lo justo.

Continuo leyendo las noticias del día. En el cúmulo de titulares que atiborran la web, el asunto Afleck parece continuar aumentando en importancia y visibilidad. Para las once de la mañana del sábado, un grupo de preocupados internautas levantó una petición formal al Gobierno de Obama para que intervenga en la reciente elección del actor para el papel de Batman. Sí, estoy hablando totalmente en serio: un grupo creciente de ciudadano Americanos decidió que el dilema sobre la elección de un actor para una futura películas de Super héroes era lo suficientemente importante como para reclamar la atención Presidencial. En el momento que consulto la lista, hay casi 1300 firmantes. Aproximadamente la misma cantidad de hombres, mujeres y niños que murieron en la mañana del miércoles en Ghouta, Siria, Victima de un ataque de armas Quimicas especialmente violento. ¿De qué hablamos en este mundo donde la abundancia de información y medios para obtenerla parece no tener un limite claro ? Me refiero en concreto: ¿Que sentido tiene esta capacidad infinita para reconstruir y construir visiones de la realidad que enfrentamos y vivimos si carece de verdadera importancia? Y no me refiero solo en concreto al debate insulso contra un problema de capital y crítica importancia, hablo sobre ese concepto sobre la verdad y lo razonable que parece intuirse en medio del tema general. Porque asumamoslo como un mea culpa general: todos somos un poco culpables de esta visión idiota del mundo, la fatua, la que carece de sentido por superficial, por únicamente arañar la superficie del entramado de la realidad. Como observadora, siento una responsabilidad - brumosa e indefinida, lo admito - hacia esa percepción de lo real, de lo que puedo transmitir como idea, de lo que creo y asumo como información y su importancia. ¿Pero tiene sentido eso? ¿Tiene verdadero peso en medio de la extraordinaria amplitud de esta nueva visión del mundo a través de la información? No lo sé y quizás nunca sepa la respuesta a esa pregunta, pero mientras tanto, me debato en sus posibles consecuencias que pudiera tener el mero hecho de formulármela.

Pero no todo termina allí: No hablo solo de la frugalidad de las noticias, sino de su abundancia, su frecuencia, la importancia que adquiere lo superficial y lo frugal a medida que el análisis sobre la realidad que vivimos se hace mucho más . A media que continúo revisando los titulares, las reseñas, las pequeñas anécdotas de blog de noticias, la mayoría son una serie de brochazos desiguales de la realidad: "Salma Hayek no se lava el rostro al despertar" me cuenta una respetable cuenta de noticias en la red Social de Microbloggin Twitter. Más adelante, un website muy respetado de referencia cruzadas sobre el acontecer actual, analiza muy cuidosamente lo que llama "El efecto Kardashian" y más allá, uno debate sobre la nueva tendencia de verano de usar colores fosforescentes. Pero yo solo puedo pensar en el artículo de @Laura_Weffer que acabo de leer sobre niños muertos en tiroteos en la Caracas real, la violenta, a la que intento sobrevivirle. Y continuó preguntándome: ¿Donde está el límite, la frontera que se desdibuja entre la información, el documento, el testimonio, lo necesario y la información barata, la que nutre la conversación universal que es solo ruido? No podría decirlo, quizás nadie pueda. Todos estamos muy concentrados en nuestra diminuta visión de la realidad.


Venezuela, el debate necio y otros aspecto de la realidad: 

En Venezuela ocurre otro tanto: hace unos cuantos días, surgió un amplio debate sobre la película "Bolivar: el hombre de las dificultades" recientemente estrenadas en el circuito cinematográfico del país. El film, una de las tantas reinvenciones del mito sobre Simón Bolivar, recibió una tibia acogida del publico y la critica especializada, lo que pareció levantar polvareda en la visión más nacionalista del país. Muy pronto, las redes Sociales se llenaron de comentarios y acusaciones sobre un "Boicot" contra la proyección de la película en las salas de cine más populares del país e incluso, el conocido foro oficialista Aporrea dedicó un artículo al análisis del enfrentamiento de la "derecha cultural" contra el más reciente producto de la Villa del Cine, institución de producción y financiación de cine Nacional. La polémica de inmediato tuvo una especie de interpretación ideológica - como suele ocurrir desde hace varios años con cualquier tópico de la realidad nacional -  y trascendió lo simplemente anecdótico, cuando comenzó a insistirse que la película resumía  "Los ideales patrios" y más allá, podría considerarse una "traición a la patria" criticarla. Una visión absurda del arte como vehículo de contienda política y más aún, como panfleto involuntario.

Toda la anterior discusión ocurre en paralelo a varias situaciones de especial preocupación en Venezuela: La violencia y la inseguridad callejera - en constante escalada desde hace catorce años -, una grave situación de abastecimiento de alimentos, una discusión sobre la lucha contra la corrupción auspiciada por el gobierno que genera comprensibles dudas en la colectividad, incluso toda una serie de hechos criminales más o menos preocupantes dentro del panorama nacional. Pero nadie parece muy preocupado por esos temas: al contrario, el debate parece brindar una desmesurada importancia y relevancia a lo banal y a lo fatuo, centrarse en esa visión mínima sobre un país distraído y torpe que intenta evadir la realidad a través de trucos baratos. La política del realismo mágico, de las conspiraciones huecas. El país donde el patrioterismo sustituye el análisis cabal de lo que padecemos como circunstancia y como nación. Y preocupa, por supuesto, esa necesidad del Venezolano de mirar al otro lado, de ignorar lo evidente, de caminar con disimulo más allá del centro del debate, de lo realmente preocupante. La necesidad del no mirar, del ignorar, del desechar lo que se considera inquietante e incluso importante dentro de la visión de país que compartimos.

Pero como dije antes, Venezuela solo refleja lo que parece ser una tendencia general sobre el uso y la visión de la información. La opinión mundial, esa globalización a escalas imprevisibles parece extenderse a todo concepto sobre la realidad y su manera de comprenderse. Una idea sobre el mundo que parecer desvirtuarse en la crítica anodina, floja. En la opinión contradictoria de asumir el alcance de la información sin aceptar la responsabilidad.  Y es que somos un mundo que aprendió a hablar demasiado pronto sin haber recordado como escuchar.

Una visión fragmentada de la identidad cultural del mundo: esa expresión egocéntrica que se manifiesta en cualquier medida y medio, y que representa, para bien o para mal, la gran conclusión de la sociedad para entenderse así misma. Lo superficial como dogma, lo intrascendente como análisis de la realidad.

C'est la vie.

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