viernes, 25 de diciembre de 2009

Odio y otros placeres mundanos.



Odio la navidad de una manera tan asquerosamente estereotipada que la sensación misma que me despierta - una confusa incomodidad y una pura angustia existencialista - es un motivo más para detestar estas fechas artificialmente fraternas. En mi caso, solo tiene de bueno las innumerables versiones que suelo disfrutar de "A Christmas Carol" de mi adorado Dickens - si, soy Nerdy - que transmiten todos los canales de televisión en una especie de pacto silencioso y que al menos alguien me regala un libro. En realidad, es lo único bueno que puedo decir sobre la navidad: el hecho que puedo regalar un libro y que alguien puede tener el buen tino de obsequiarme alguno a mi. Eso es todo.

Escribo esto mientras mi estomago se rebela por algun desatino menor que cometí en mi dieta gastritica. De manera que además de la alegre "celebración" post navideña, donde me veo obligada a "compartir" con familiares que unicamente veo durante estas fechas, debo soportar con buena cara mi pequeña tormenta digestiva. De manera que, como consuelo ortodoxo, tomo café y también, una taza de mi acostumbrado té de Canela, paliativo para todos los males existentes. Un sorbo y de pronto la amargura navideña desaparece en una beatifica sensación de subita - y engañosa - paz.

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